Chris y Familia 01
El Principio de Todo Parecía ser un trabajo escolar más pero a ella le interesaba otra cosa
Chris y familia 01
El Principio de Todo…
Parecía ser un trabajo escolar más pero a ella le interesaba otra cosa
Me quedaba menos de un mes para cumplir los dieciocho. El tercer día después de las vacaciones de Navidad, la profesora de Arte decidió formar grupos en clase para realizar trabajos en su asignatura. Como ese día falté al siguiente me encontré con el origen de todo lo que tengo que contar.
Si un día llegases a clase y tus compañeros te recibieran diciendo: “Chico, lo siento, pero te ha tocado con Christina.” ¿Qué pensaríais? Supongo que os temeríais todo lo peor... Y no andaríais muy descaminados. Christina era una anoréxica inagotable, mandona, avasalladora, desconsiderada, insolente, irreverente, irrespetuosa, y así podía seguir y seguir... Porque su principal defecto era que ella tenía que ser la primera. Imaginaos como me sentí cuando me dieron la noticia. Vamos que deseé estar en los infiernos antes que ponerme a trabajar con ella.
Cuando me encontré con ella en clase, tuvo la “amabilidad” de confirmarme la noticia y de presentarme el tema que nos había tocado. Como era el segundo año y ya nos conocíamos todos más o menos, me sugirió que buscase algunos libros de donde sacar la información y que esa misma tarde nos reuníamos en su casa a las ocho para poner en común nuestros descubrimientos y pasarlos a limpio en su ordenador.
El resto del día pasó sin pena ni gloria y ella pareció pasar ampliamente de mí al igual que yo de ella. Cada uno por su lado, y eso que éramos apenas quince personas en clase, y como si no tuviéramos nada en común.
Por la tarde me di una vuelta por tres bibliotecas y saqué de aquí y de allá fotocopias de lo que encontraba y luego subrayaba lo que me interesaba para el trabajo.
Y a la hora convenida aparecí por su casa. O más bien habría que decir por su chalet, porque vivía casi en las afueras de la ciudad en una casa con jardín, garaje, piscina cubierta y un amplio y espacioso jardín. Me abrió la puerta su madre. Una mujer con el pelo rubio de bote, bien vestida y de unos cuarenta y tantos años largos. Se daba un aire a lo Kim Bassinger madura pero con nervio y sin ese aire de niña modosita. Me hizo pasar y casi al momento apareció Christina que como una exhalación me llevó a su habitación el piso superior cogido del brazo.
Christina se daba un aire a su madre pero mucho más exagerado. Su madre era una mujer de porte elegante, más bien delgado pero con una silueta interesante. La hija mostraba una silueta escuálida, sin culo pero rota por unos pechos que parecían fuera de lugar. Christina sería una Paulina Rubio morena, igual de aguardentosa la voz, pero con un par de tallas más de pecho.
Christina llevaba su cabello largo repleto de rizos salvajes y en un color entre miel y caoba lo que la hacía parecer la melena de una leona; vestía ropa desenfadada y era raro verla sin sus pantalones vaqueros. A su madre siempre que la había visto iba vestida con traje de chaqueta elegante, maquillada y como si se hubiera preparado para la ocasión. A la hora de hablar era lo opuesto a su hija, hablaba en tono más bien bajo y siempre parecía dispuesta a escuchar.
Una vez en su habitación cerró la puerta. Tenía una cama en el centro repleta de papeles y ropa; de frente una ventana con cortinas que estaba cerrada porque ya era de noche desde hacía varias horas; A la izquierda un armario empotrado y junto a la pared de enfrente una mesa con una silla de oficina con ruedas y en la pared de la ventana una estantería entre ésta y la mesa toda repleta de libros y una gran acumulación de papeles y carpetas sin aparente orden alguno.
De inmediato me enseñó lo que había buscado ella. Más bien poco y sobre todo folletos de turismo que hacían referencia a las iglesias que nos habían encargado comentar. Cuando la enseñé todo lo que tenía pareció mostrarse entusiasmada y casi sin darnos cuenta en apenas hora y media dejamos preparadas las primeras tres iglesias y otras cuatro casi para pasar a limpio que ella debería dejar acabadas. Pero en ese momento su madre llamó a la puerta y nos interrumpió. Simplemente era para recordarla que se iba a gimnasia y que su hermana llegaría sobre las diez y cuarto esa noche. Luego cerró la puerta y al poco rato se oyó la puerta de la calle. Luego el de un coche arrancar y perderse hacia la ciudad.
En ese momento Christina se detuvo estirando los brazos como si estuviera cansada (que yo por lo menos sí lo estaba) y dijo que nos tomásemos un descanso. Bajó por unas bebidas mientras yo ponía un poco de orden entre los papeles que había desparramados por la cama.
- Dicen por ahí que guardas bien los secretos.
Me sorprendió el comentario porque parecía fuera de lugar. Respondí encogiéndome de hombros. Ella me sonrió como si intentase ganarse mi confianza.
- Si te pidiese que guardases un secreto muy personal. ¿Lo harías?
Asentí de mala gana intentando mostrarla que no estaba interesado en sus secretos como tampoco lo estaba en los que me había confiado otra gente.
Prométeme que no se lo dirás a nadie.
Prometido. – Acepté de mala gana.
El secreto consiste en…- pareció dudar unos segundos pero al mirarme directamente a los ojos pareció recobrar su confianza.- Verás… Me gusta que me peguen.
Vaya, yo creí que era al revés.
Se me escapó la ironía. Ella no era violenta con las manos pero si muy agresiva con su boca. Eran temibles sus iracundos discursos cuando se enfadaba. No presté mucho interés a la confesión, cuanto menos secretos sepa uno, menos se tiene que guardar y menos probabilidad de tener problemas, pero ella decidió continuar su confesión.
Seguro que pensarás que estoy loca…- Algunos ya lo piensan sin necesidad de estos secretos, me dije a mi mismo.- Muchas noches mientras me masturbo intento azotarme el culo… Sabías que sentir el cinturón mordiendo mi culo me pone cachonda.
Ahora ya sí.- confesé usando un tono irónico.
Ella sonrió al captar que intentaba relajar el ambiente. Yo empezaba a sospechar que esta confesión iba más allá del simple intercambio de secretos. Era una confesión demasiado íntima y por su manera de expresarse parecía que lo traía preparado.
Pero es difícil azotarse el culo y acariciarse…- me hace una inocente e improvisada demostración.- Por eso quiero pedirte un favor personal.
¿Cómo de personal? –Sentía una profunda desconfianza ante lo que parecía avecinarse.
- Todo lo que te estoy contando es alto secreto y todo lo que te pida también. ¿Entiendes? – Asentí intentando disimular las ganas de huir que tenía.- No quiero que te rías porque para mí es una cosa muy seria. ¿Vale? – Volví asentir con desgana. – Quiero que me azotes el culo.
Como si me hubiese caído un bidón de agua helada, así me sentí. Yo he rehuido siempre que he podido la violencia y en ese momento, una de las más histéricas de clase me pedía que la azotara...
- Sólo te pido que me azotes con la mano. Hasta que yo te diga. Y hacerlo con fuerza sin miedo… ¿vale?
Me encogí de hombros y resoplé intentando mentalizarme para cumplir el deseo de Chris. Yo iba a calentar el culo de una compañera de clase con una azotaina porque ella misma me lo había pedido.
Siéntate en la cama. Yo me apoyaré sobre tus piernas y cuando yo te diga empiezas. ¿Vale?
Vale.
Me senté en la cama. Mis piernas formaban un ángulo recto. Ella apoyó su estómago sobre mis piernas. Con el vaquero desabotonado y bajado hasta los tobillos, se introdujo sus manos entre sus piernas pasando por debajo de mis extremidades. Así estaba sujeta y podía acariciarse sin problemas.
Sus piernas eran largas, escuálidas y blanquecinas. El culo prieto y se marcaba la silueta del hueso de la pelvis. Su sexo se veía depilado pero con una corona de pelo oscuro perfectamente recortada que señalaba un clítoris sobresaliente.
- Empieza. Con fuerza.
Y así lo hice. Sin prisa pero intentando mantener un ritmo constante comencé a azotarla con la palma de mi mano. Ella agachó la cabeza y comenzó a masturbarse siguiendo mi cadencia. Podía sentir los movimientos de sus brazos bajo mis piernas porque me rozaban sus muñecas. Eso me iba poniendo caliente. Y mientras ella comenzaba a gemir, yo tenía que contenerme para que mi polla no reventase mi pantalón y se clavara contra sus tetas.
En apenas tres minutos sus gemidos aumentaron de volumen e intensidad, sus músculos se fueron tensando hasta que de repente se quedo rígida, con la boca abierta, los ojos cerrados y el cuerpo totalmente inmóvil.
- ¡OH, Dios! Es la hostia...
Se deslizó hasta el suelo donde se tendió bocarriba después de sacar las manos de debajo de su sexo. Podía ver sus labios húmedos a la luz y brotando de él un sendero brillante que mostraba el camino que habían seguido sus manos para salir de su coño. Los dedos de sus manos se veían humedecidos, mostraba los dedos extendidos como si fuera un trofeo o una marca para que me presumiera... Su rostro mostraba el leve brillo del sudor, su respiración aun era algo agitada. Sonreía satisfecha con una mirada embelesada.
- Hacía tiempo que no sentía algo así de fuerte.
Con una se sus manos tanteó mi pantalón, sus ojos se fijaron en el bulto que tenía bajo el pantalón y sonrió.
¿Te he puesto caliente? – dijo con voz mimosa.
Pues sí. – fui sincero.
¿Me dejarías? – Pidió colocando su mano sobre mi paquete.
Te dejaría... ¿Qué?
Hacerte una paja. Nunca he visto la polla a un chico.- Sonrió con un toque de perversidad a la vez que frotaba con su mano mi entrepierna que respondió de inmediato.- Te aseguro que sólo quiero aprender...
Pfffff... – resoplé ante aquella tontería. – Está bien... Adelante. Si eso es lo que quieres… Adelante.
Gracias.
Con las dos manos desabrochó el pantalón y corrió la cremallera, luego abrió el calzoncillo y sacó la verga que estaba ya tiesa a más no poder. Tanto, que respiré aliviado al sentirla libre de la presión del pantalón. Con delicadeza la acarició con sus manos. Luego acercó su cara sin dejar de mirar directamente a mis ojos como si aquello fuera un desafío. Deslizó su lengua desde la base hasta la punta igual que si saborease un helado.
Volvió a realizar la misma operación hasta haber recorrido toda la extensión que tenía ante ella. A continuación, con solemnidad, probó a introducírsela en la boca pero era demasiado grande para lo que ella podía abrir. Apenas si pudo engullir la cabeza. Pero eso no la desanimó. Al contrario, se puso en cuclillas delante de mí y mientras con una mano manejaba mi polla con la otra volvía a masturbarse.
Su lengua recorría la verga a trozos dedicándose con especial atención a la cabeza donde intentaba meter su lengua en aquel minúsculo orificio. Ponía entusiasmo y pronto mi polla estuvo cubierta de saliva y su mano intentaba sacarla aun más del pantalón. Tanto insistió que tuve que bajármelos hasta los tobillos para que ella pudiera acariciar y lamer también los huevos.
Desde donde estaba sentado podía observar a su mano agitarse en su sexo y notar como una mancha de humedad se iba extendiendo por sus piernas hasta llegar al pantalón.
Christina... Me voy a correr. – La avisé sintiendo los primeros apretones.
Espera. Dámelo todo. Quiero probarlo. – Pidió colocando su boca a modo de ventosa sobre la punta de la polla.
Y mientras me corría y ella sorbía y tragaba con un ansia parecida a la de una película porno, descubrí la puerta de la habitación entreabierta. Apenas se veía un ojo y una mínima parte de un rostro. Rápidamente mi cerebro me respondió, era la hermana de Christina que ya había llegado.
No me sentí cortado ni hizo que gozase menos de las caricias que los labios y la lengua de se hermana mayor me estaban dando. Incluso creo que me sentí más excitado al sentirme observado. Es más, con la derecha le hice un gesto. Me llevé el índice a la base del ojo y luego la señalé sin que Christina se diera cuenta. “Te estoy viendo” Quería decirla.
En ese momento Christina despegó los labios y se dejó caer al suelo donde quedó medio sentada, medio tumbada. Todavía se le escapaba algún hilo de saliva y esperma de su boca pero mi instrumento había quedado limpio y brillante.
- No sé cuantas veces me he corrido...
Dijo con la mirada perdida y la voz temblorosa. Su respiración era agitada y una mancha oscura de humedad cubría buena parte de la entrepierna de su pantalón.
Son las diez pasadas. Tiene que estar al llegar tu hermana. ¿Tal vez deberías cambiarte? - La sugerí sin dejar de mirar de reojo a la mirona.
Tienes razón.
Se levantó fue al armario, revolvió en un cajón y cogiendo un pantalón de la percha se dirigió a la puerta.
Me voy al servicio. Tengo que cambiar y lavarme un poco... ¿terminas de recoger?
Termino.
Y abriendo la puerta, ya sin la espía, salió a la derecha al baño donde pude oír como cerraba la puerta. En ese mismo momento apareció su hermana. Debía de tener unos quince o dieciséis años, era espigada y delgaducha como Christina y su madre. El pecho apenas se le había desarrollado y aun conservaba ciertos rasgos infantiles en el rostro.
Yo estaba tal cual me había abandonado Christina después de la mamanda. Con la polla tiesa y los pantalones bajados hasta los tobillos. La curiosa miraba sin mostrar emoción alguna. Con las manos en la espalda y la vista fija en la verga que todavía conservaba la erección.
- ¿Qué puedo hacer por ti? – Pregunté por romper el silencio.
Ella se encogió de hombros pero no se movió de la puerta. El ruido del agua corriendo llegó procedente del baño.
- ¿Nunca habías visto la polla a un hombre?
Ella negó con la cabeza. Sacó la lengua y como si luchase contra si misma, hizo dos amagos y finalmente acabó dando un paso hacia delante y luego otro hasta quedar casi enfrente mío.
¿Puedo? – preguntó en voz baja señalando mi verga. Se la veía incapaz de disimular los nervios y la vergüenza que le provocaba esa situación.
Adelante.
Se inclinó hasta quedar su rostro a la altura del mío pero con sus ojos completamente centrados en la verga que sus dedos empezaron a recorrer. Al principio deslizó las yemas de los dedos con cierta aprensión al sentir todavía la humedad de la saliva de su hermana. Pero poco a poco fue cogiendo confianza hasta acabar por rodearla con las dos manos y acariciarla con delicadeza.
Un sonido de golpe y el agua dejó de correr. Christina estaba terminando de cambiarse. Su hermana llegó a la misma conclusión. Se incorporó y salió corriendo de la habitación escaleras abajo. Yo, por mi parte, me volví a colocar el pantalón y terminé de colocar más o menos los papeles para acabar sentándome junto al ordenador y aparentar que comparaba lo que teníamos en las fotocopias con lo que estaba escrito en la pantalla. En ese momento se pudo oír como la puerta del baño se abría y Christina salía.
Alguien dio una voz abajo y la recién salida del baño contestó. No alcancé a oí lo que era pero pude identificar la voz como la de su hermana. Al momento llegó a su dormitorio y ya más relajada me miró de pies a cabeza.
¿Te ha gustado? – su cara mostraba expectación. Sentía verdadero interés por conocer mi opinión.
A mí sí. ¿Y a ti? – Respondí mostrando la mejor de mis sonrisas.
También. – Correspondiéndome con la mejor de las suyas. – Tenemos que volver a hacerlo.
Cuando quieras. – Aquí cambié la cara por una de curiosidad.- Por cierto. Me había parecido que había entrado alguien.
Sí. Es mi hermana Sara que acaba de llegar. – Se acerca y acaricia mi hombro sin dejar de mirarme fijamente.
Bien. Eso significa que ya son las diez pasadas y que va siendo hora de marcharme. – La comento mirando el reloj y poniéndome en pie.
-Sí, Supongo. – Coloca su derecha sobre mi paquete que reacciona con un pequeño brinco. – Pero no te olvides de lo bien que nos lo hemos pasado.
-No te preocupes. No se me olvidará.
Lo demás fue acompañarme hasta la puerta y despedirme hasta la mañana siguiente en el Instituto. Cuando llegué a la residencia me hice una paja recordando como me la había chupado y puedo decir que fue una paja monumental. Esa noche tuve sueños eróticos que ahora ya no recuerdo pero que al despertarme al día siguiente me encontré con una polla tiesa y ansiosa que no había manera de suavizar.