Chocolate muy caliente

En esta historia os contaré como mi marido, conociendo mi debilidad por los hombres de color, me obsequió el más delicioso festín de chocolate muy, muy, muy caliente que nunca me hubiese atrevido a soñar.

Hola amigos, voy a contaros una historia real para intentar compartir con vosotros parte de la excitación que me produjo. Mi nombre podría ser Anaïs, pero no creo que mi nombre real sea muy importante, tengo alrededor de los treinta años y vivo en las afueras de Barcelona. Soy rubia, ojos color miel, piel clara y pecosa y un cuerpo menudo, entrenado y voluptuoso con el que allí donde voy atraigo la atención de los hombres.

Llevo viviendo con Quim, mi marido, casi diez años. Él es unos años mayor que yo. Es un hombre enérgico y muy viril. Se dedica con éxito a comercializar material para deportes de aventura, de los que es un fanático. Nos llevamos muy bien sexualmente, pero también nos hemos concedido mutuamente ciertas libertades.

La experiencia que os voy a contar nos ocurrió hace unos pocos años, durante un desplazamiento laboral de mi marido a la Costa Brava, en el cual le acompañé. Allí nos alojamos en el parador de Aiguablava, junto al acantilado de la Punta des Muts, un edificio impresionante colgado sobre el mar, un lugar fabuloso que os recomiendo vivamente.

Los tres primeros días de nuestra estancia allí, mi marido se dedicó de forma intensiva a visitar a sus clientes de la zona, de tal forma que no nos veíamos más que después de la cena, dado que solía quedarse a cenar con algunos de ellos. Yo, por mi parte, me dediqué a hacer turismo por los alrededores y, sobre todo, a bajar a la playa. La verdad es que no me molestaba estar sola todo el día, también me gusta tener tiempo para mí misma y hacer lo que me venga en gana sin tener que dar explicaciones ni depender de nadie.

Por las mañanas, antes de coger las cosas e ir a tomar el sol, iba a correr un poco para mantener el tono muscular. Suelo hacerlo todos los días, en un entorno tan amable como aquel y sin ninguna obligación, aún me apetecía más. Trotando por los caminos que bordean la costa, solo de vez en cuando me topaba con algún ciclista despistado. Sin embargo, los cuatro días, a la misma hora, me crucé con lo que supuse eran un equipo de atletas de color de entrenándose. Me sorprendió un poco porque no sabía que se realizasen concentraciones deportivas en aquel hotel. No obstante, sin Quim al lado, me sentía mucho más libre para admirar sus cuerpos magníficos cuando trotaban elásticamente delante de mí por la carretera. Los músculos de sus piernas se dibujaban con nitidez y rotundidad bajo la piel oscura en cada zancada. Pero lo que más atraía mi atención eran las perfectas esferas de sus glúteos dibujándose bajo los pantaloncillos de deporte. Me hubiese apetecido acercarme a ellos y probar si eran tan duras como imaginaba. Siempre me he sentido atraída por los hombres de color, aunque creo que es algo muy común, a prácticamente todas mis amigas les sucede lo mismo.

Ya el primer día se dieron cuenta de que no me despegaba de ellos y me saludaron con las manos cuando aceleraron en una cuesta dejándome detrás. Al día siguiente me volvieron a saludar mientras me adelantaban rápidamente con un paso vivo, fácil y potente con el que parecían volar sobre el asfalto en lugar de arrastrarse penosamente como yo. La misma escena se repitió los dos días siguientes.

Una vez habían desaparecido yo continuaba tranquilamente con mi carrera. Más tarde, sola en la playa, tumbada desnuda sobre la arena, sintiendo la tibieza de los rayos del sol sobre mi piel, me gustaba imaginar que estaba atada, con los brazos en aspa, mientras aquellos tres muchachos me poseían una y otra vez sin descanso. Mientras mi sexo se empapaba con mis líquidos, creía sentir el aroma masculino de sus cuerpos desnudos y el sabor de cobertura de chocolate de su piel oscura.

Me encantan los olores relacionados con el sexo, el del hombre sudado es para mí el mejor, lo percibo como un animal magnífico, me entusiasma ese aroma. Imaginaba que, por turnos, los tres me acercaban a la cara sus aparatosas herramientas y me las metían en la boca. Tumbada sobre la arena, solo con la imaginación podía degustarlas, fantaseando sobre su sabor. Soñaba con sus capullos viscosos, impregnados de los líquidos preseminales que sus ciclópeos testículos sin duda debían desprender. ¡O Dios, qué exótico y delicioso debía ser el condimento al que sabrían los penes de unos negrazos como aquellos!

Pero soñaba, sobre todo, con uno de ellos, el mediano y mejor formado. Un muchacho al que todos los días había visto vistiendo el mismo atuendo: una camiseta de tirantes negra que marcaba sus pectorales de forma escandalosa, aunque lo que más cachonda me ponía era el comprobar que bajo sus minúsculos pantalones de deporte nunca llevaba ropa interior; no solo se marcaba su enorme rabo sino unos huevazos que debían estar repletos de una jugosa y sabrosísima leche.

El cuarto día, por fin tuvo mi marido una noche libre en su agenda y quedamos para cenar juntos en el parador y después ir a tomar unas copas y bailar. Aquella tarde, al volver de la playa, tras la ducha, fui a la peluquería del parador, luego subí a la habitación y me puse el mejor vestido que había traído. Me sentía arrebatadora con él, era de una sola pieza, de color blanco hueso, de forma que resaltaba el color tostado que había tomado mi piel. Se trataba de un minivestido corto, ajustado a mi cuerpo, que me permitía lucir un más que generoso escote, con la espalda descubierta y una apertura en el muslo. Cuando me lo ponía, todos los ojos debían seguirme, era un imán al que nadie podía resistirse. Con él había sido la reina de la noche en todos los actos sociales a los que habíamos asistido mi marido y yo.

Esa noche, Quim llegó puntual como siempre, ordenó la comida para ambos y el "champaña" que más nos gusta. Tuvimos una cena muy tranquila, contemplando el mar iluminado por la luna llena a través de los ventanales. Todo era perfecto y nuestra conversación divertida y chispeante. La camarera que nos servía era una chica que sin ser una belleza tenía un toque pícaro que cautivó a mi marido. Cada vez que venía a la mesa se llevaba un requiebro u otro. Este proceder no me molestaba porque forma parte de nuestro juego.

Por otra parte, uno de los camareros que servían a las otras mesas era un chico de color, bastante guapo, mejor dicho, era un bombón mulato, y yo no pude evitar hacerle ese comentario a mi marido. Él se rió, conociendo mis gustos, y afirmó que, al parecer yo también ponía al muchacho, porque no paraba de mirar mi escote cuando pasaba cerca. Sin rodeos me preguntó que si me gustaría acostarme con él. El corazón me dio un vuelco, mis mejillas se encendieron, y sentí que me faltaba el aire. Como Dios me dio a entender, le respondí balbuciendo que no estaba mal, pero que en el momento de la verdad imaginaba que no me atrevería.

La pregunta, que a otras parejas le podría parecer fuera de tono, era normal para nosotros. A ambos nos ha gustado siempre conversar sobre nuestras fantasías mientras hacemos el amor. No obstante, nunca se me habría ocurrido que él me iba a preparar una sorpresa con la que me excitaría tanto.

En el fondo, la idea que había sugerido Quim me encantaba y más en aquel momento, tras el calor de la playa, media botella de espumoso y después de que mi marido me hubiera dejado sola durante tres días. Yo miraba y remiraba, una y otra vez, a aquel camarero cuando se movía entre las mesas con garbo, como si danzase. Entonces me di cuenta de que era mi corredor favorito, el mediano. Aquella forma de moverse era inconfundible. Él, cuando se percató de la forma en que lo observaba, apartó la mirada, y yo hice lo mismo, Quim, con una media sonrisa irónica, me musitó al oído que me había puesto como un cangrejo, que si quizá había tomado demasiado sol. Después, satisfecho con su gracia, en lugar de llamar a la muchacha que nos había servido hasta entonces, hizo una seña a mi camarero y le ordenó los postres para nosotros dos.

Saboreaba pensativa la cobertura de chocolate amargo de mis profiteroles, un negro manjar vestido con los arreglos de la vainilla, la canela y sobre todo el azúcar, mientras imaginaba cómo invitaba al chico a mi habitación y allí hacíamos el amor con desesperación. Me preguntaba que calibre de polla debería tener, porque aunque yo no era virgen y mi vagina ya estaba acostumbrada a los tamaños normales, lo que había vislumbrado de aquel muchacho en la carretera era gigantesco. Quim me preguntó acerca de mi misteriosa sonrisa, a la que no quise darle la menor importancia, aunque estoy segura de que él lo había intuido a la perfección.

Al final de la comida volvió otra vez el camarero, y tomó nota de nuestros cafés. Quim lo pidió con leche, y cuando el chico me preguntó, " ¿La señora también con lo prefiere con leche? ". Por el rabillo del ojo, vi que mi pareja hacía esfuerzos por contener la risa. Yo respondí mirando a mi marido con cara de vicio: " Sí, gracias, siempre lo prefiero con leche y se le añades una chocolatina, pues todavía mejor ".

Al acabar la cena, cuando el muchacho regresó a retirar los platos, con el codo golpeó la cubitera metálica donde reposaba la botella de vino, ésta cayó sobre mí y dejó mi vestido hecho un desastre. Yo me puse hecha una furia y subí a nuestra habitación con intención de cambiarme para poder salir a tomar algo fuera del hotel. El chico le imploró a mi marido que no le dijera nada al maître, porque estaba a prueba, necesitaba el trabajo para obtener el visado y si se enteraba, seguro que le despedirían, así que se ofreció para lo que hiciera falta.

Esta proposición debió volver loco a mi marido y a cambio de su silencio, quedó para hablar con él más tarde, cuando acabase su turno. El muchacho le respondió que eso sería hacia medianoche. Yo, desde la habitación, llamé al móvil de Quim y le dije que me iba a duchar, estaba de mal humor y prefería quedarme a dormir y descansar, la salida tendría que esperar. Él respondió que a él no le apetecía ir a dormir tan temprano, se quedaría abajo un rato tomando una copa en el bar y después iría a pasear por los jardines.

A pesar del mal humor del que estaba, después de la ducha, apagué el aire acondicionado para no congelarme, me tumbé en la cama y, sin que pudiera controlarlo, mis pensamientos volaron hacia el camarero atleta. Sin saber cómo, comencé a acariciar suavemente mi boca, sorbiendo mis dedos y bañándolos con mi saliva, luego mientras una mano acariciaba el cuello, la otra, la derecha, bajaba hasta mis senos para acariciarlos con dulzura, prestando especial atención a los pezones, que son uno de los puntos más sensibles de mi cuerpo; tienen la forma y el tamaño de una mora grande de un precioso color marrón claro, sobre unas aureolas algo más claras, amplias pero proporcionadas. Soñé que mis dedos húmedos eran los labios oscuros y carnosos del mulato.

Luego, mi mano continuó descendiendo perezosamente, como me hubiese gustado que hiciese su lengua, interrumpiendo su camino ocasionalmente, solo para volver fugazmente a mi boca en busca de más saliva, con la que mojé mi ombligo, allí mis dedos jugaron un momento antes de seguir bajando para acabar tropezando con los labios mayores de mi conejito. Fantaseé con que era la lengua de terciopelo del muchacho la que se internaba entre ellos, la idea hizo que me encendiese más si cabe.

Mis dedos, una vez interrumpidos, jugaron subiendo y bajando por los labios mayores, hasta casi rozar mi orificio anal, pero haciéndose desear. Separaron los labios vaginales con delicadeza, para acariciarlos por dentro, recogiendo parte de los tibios jugos que ya me lubricaban. Continuaron su inmersión hasta alcanzar las ninfas, esos labios más finos y sensibles, que estaban sumergidos en mis propios jugos. El clítoris ligeramente descubierto, que notaba duro, erecto, brillante y espléndido me exigió atención inmediata. Lo tomé entre los dedos índice y pulgar, en ayuda de los cuales acudió la mano izquierda que separó un poco más los labios y tomó la base con los dedos índice y medio, para mantenerlo firme y permitir que los de la mano derecha lo hicieran rodar firme pero suavemente entre ellos. Una vez alcanzada la posición perfecta, lo trataron como si fuera un pequeño pene: subiendo y bajando, hasta que me alcanzó un intenso orgasmo, en los que mis exclamaciones eran gritos en los que no estaba ausente la tensión que sentía en mis pechos, de manera singular en los pezones, pues mis manos los habían desatendido y los sentía a punto de estallar.

En la planta baja, mientras yo me recuperaba de aquella maravillosa masturbación, a la hora concertada con Quim, se presentó el camarero, que resultó ser colombiano y respondía al sonoro nombre de Byron, muy preocupado por lo que mi marido le pudiera exigir. Éste, tras decirle que estaba dispuesto a darle una oportunidad le explicó cómo me debía compensar: quedaron en que Byron buscaría a dos chicos más y que una hora más tarde esperarían ante la puerta de nuestra habitación a que mi marido les avisara para entrar. Le dejó claro que en ningún momento debían hablar nada y estar dispuestos a todo. Byron no entendió nada pero le prometió que cumpliría, todo por su puesto de trabajo.

Yo me había quedado profundamente dormida. Con el aire acondicionado desconectado en la habitación hacía un calor infernal, así que sudaba a mares cuando apareció Quim. Abrió las puertas del ventanal y una fresca brisa, perfumada con el aroma del mar y la fragancia de la vegetación del jardín, inundó la habitación acompañando la canción de las cigarras. Se acercó al borde de la cama, depositó un dulce beso en mi mejilla e introdujo la mano bajo la sábana empapada. Recorrió con la palma abierta mi espalda, mi punto débil, desde la nuca hasta las nalgas, que masajeó con deleite. Ese simple gesto bastó para que yo dejara escapar un gemido, me abalanzara sobre él, y nos uniéramos en un beso profundo. Al levantar la vista, pude contemplar en la mesita un bote de nata montada en spray que debía haber pedido en la cocina del hotel. Mi marido me susurró: " Cariño, prepárate, esta noche vas a disfrutar ".

Ingenuamente, pensaba que me iba a rociar las tetas o mi almejita con nata y después me iba a merendar. Sin embargo, nada estaba más lejos de lo que iba a suceder. Él me pidió que fuera a la ducha, cosa que me apetecía sobremanera y así lo hice. Mientras el agua caliente chorreaba sobre mis pechos, mi vientre, mis ingles y mis muslos, yo me iba poniendo cada vez más cachonda.

Al volver del cuarto de baño me tendí boca arriba y él me rogó que abriera brazos y piernas en aspa. Sacó unas cuerdas de escalada de una de las bolsas con muestras que suele llevar en sus visitas comerciales y con ellas ató mis cuatro extremidades a las esquinas de la cama dejándolas tirantes. Mi sexo, recordando las fantasías de la playa, empezaba a hervir de excitación y eso que aún no había pasado nada. Él me susurró al oído que me inmovilizaba para poder hacer conmigo lo que quisiera sin que opusiera resistencia. Yo estaba encantada con aquel trato de dominación. Finalmente me vendó los ojos con un pañuelo oscuro. Pensé que de esa forma, la dirección de su primer ataque sería una sorpresa. Atada con las piernas separadas, mi coñito derramándose con delicadeza sobre la colcha, me sentía la mujer más dichosa del mundo

En ese momento Quim dijo: " Espera aquí un momento, ahora tengo que ir yo a la ducha" . Puso un poco de música suave y abrió la puerta de la habitación para que entraran los tres jóvenes que estaban esperando fuera. Byron, había traído a sus dos compatriotas, Augusto y Omar. El primero era un muchachito muy joven, que cuando lo había visto por primera vez en la carretera, más que correr volaba, y el segundo, un gigante de dos metros, podría haber jugado perfectamente en cualquier equipo de baloncesto, sino fuera porque estaba demasiado musculado para moverse con agilidad. Al entrar los tres, Quim cerró la puerta sin hacer ruido y, por lo que más tarde me contó, ellos, al reconocerme y verme desnuda, atada y con los ojos vendados se quedaron con la boca abierta.

Por indicación de Quim pasaron los cuatro al cuarto de baño. Yo, trabada sobre la cubierta de la cama tenía los brazos y las piernas completamente extendidos, atados con fuerza, dejando mi cuerpo indefenso y abierto, pero podía oír mucho ruido y me excitaba más aún al imaginar qué podría estar preparando mi marido, pero, por supuesto, sin imaginarlo siquiera. Mi cuerpo transpiraba esperando con una mezcla de angustia y ansia los acontecimientos. Notaba sobre mi piel húmeda el soplo de la brisa marina cuando se colaba por el ventanal abierto de par en par y la presión de las cuerdas sobre mis muñecas y tobillos. Le pedí que empezara ya, que tenía la entrepierna empapada impúdicamente, pero mi esposo me pidió un poco de paciencia.

Por fin salieron todos del cuarto de baño y me rodearon. A continuación, fueron siguiendo instrucciones que Quim les daba por gestos. Él comenzó a pasarme sus dedos por todo el cuerpo haciendo círculos sobre mis pezones, rozando levemente mis labios, dibujando sobre mi entrepierna y vadeando con su palma sobre el bosque húmedo de mi pubis. Pero siempre evitando el lugar de mi cuerpo que más necesitaba de sus caricias.

A continuación, uno a uno, los cuatro fueron haciendo turnos, palpando todas las partes de mi cuerpo. Quim me besaba de vez en cuando para que no notara nada. Cogió la nata y me llenó todo el cuerpo. ¡Qué fría estaba!. Empezó él a lamer la de mi cara. Por lo que supe después, Byron tomó el relevo, pasó a mi vientre y de ahí a lamer mi rendijita. " ¡Mejor que nunca cariño, el paseo te ha sentado bien! ", Gemí entre suspiros, creí volverme loca. El mulato me metió su lengua y yo contoneé las caderas. De repente, Omar y Augusto empezaron cada uno a chupar mis pechos. Al principio, absolutamente excitada, me retorcía de placer, pero al darme cuenta di un grito: " Quim ¿qué está pasando aquí? Dos bocas en mis tetas. ¿Qué coño pasa? "

Él aproximó su boca a mi oído y susurró con ternura: " Anaïs, relájate, por favor. Hoy vas a disfrutar como nunca, mi amor, pero para eso debes dejarte llevar. Quiero que esta noche seas muy feliz "

Durante unos segundos intenté cerrar las piernas, pero estaban tan abiertas que las ingles me dolían, era imposible. También traté de tapar mis senos con los codos, aunque sin más éxito. Finalmente, entre lo excitada que estaba y lo que me motivó saber que estaba con alguien más aparte de Quim y que a él no le importaba, me abandoné completamente.

A partir de ahí fue el desmadre. Los cuatro a la vez empezaron a comerme, a lamerme y a sobarme por todos lados. La lengua de terciopelo de Byron sobre mi conejito era un placer inhumano y en unos pocos segundos, tuve un orgasmo formidable que aullé con violencia. Nada me importaba. A ellos no pareció importarles y no pararon.

De improviso, noté un pene en la entrada de mi vagina. Me volvió a coger un poco de miedo y le dije a Quim si estaba seguro. Él me respondió afirmativamente, me garantizó me iban a follar los cuatro sin pausa hasta aniquilarme. A la mañana siguiente me contaría que fue Augusto quien me la metió de un solo golpe, el muchacho intentó hacerlo con más suavidad, pero como yo estaba chorreando, su fuste se coló resbalando en mi interior hasta que sus bolas chocaron con mis nalgas.

Mientras era penetrada vaginalmente, los otros dos invitados a la fiesta, Byron y Omar, acercaron sus miembros a mi boca y los fueron metiendo uno tras otro. Yo estaba embriagada por el aroma conjunto de los sexos varoniles y ellos, tan alucinados de lo que les habían preparado, que se peleaban por ver quien podía conseguir que estuviera más rato chupándosela. De repente, compitiendo con su compañero, Byron se corrió en mi cara. Sentí una catarata de lava ardiente que se derramaba por mi mejilla, resbalaba por mi cuello y caía en gruesas gotas sobre la sábana. Tenía semen por toda la cara, cuello y pecho.

Me contó mi marido que Omar, el gigantón, me limpió la cuajada tibia de su compañero con una toalla húmeda y a continuación apartó a Augusto de mi coñito. La tranca de Omar era gruesa como un antebrazo y, a pesar de que ya estaba totalmente preparada, entró con mucho esfuerzo. La musculatura de mis zonas íntimas se dilató a tope para poder dar cabida al ariete de carne que pugnaba por irrumpir en mi cueva.

Me bastó recibir unas cuantas sacudidas de aquel tranco monstruoso contra el fondo de mi vagina para que sintiera mi segundo orgasmo. Con Quim nunca lo había alcanzado ya que él se cansaba, pero ahora que la carrera en solitario se había convertido en una carrera de relevos, tenía el coño relleno constantemente. Mientras Byron se recuperaba me la acercaron a la boca Quim y Augusto. Yo les rogué que me desataran. Me iba a dejar y no sería necesario. Quim me pidió que no me quitara la venda.

Una vez libre, Omar me tumbó en la cama, tomó mis piernas por los tobillos, las levantó, las separó y se me puso encima. A continuación la volvió a enterrar en mi interior, esta vez más profundamente. Se movía como una serpiente dentro de mí vagina y, retorciéndonos sobre la cama, nos dimos la vuelta, de tal forma que él acabó debajo de mí.

Quim me contó al día siguiente que mientras cabalgaba sobre el muchacho, mi grupa quedó apeteciblemente expuesta ante los ojos de mis otros amantes. Fue él, mi marido, quien se acercó por mi retaguardia y empezó a lamerme el ano que le guiñaba su ojo ciego ante cada embestida de Omar. Alguna vez ya me lo había hecho pero, por supuesto, nunca teniendo al mismo tiempo una polla tan gorda dentro.

Cuando se dio por satisfecho y creyó que lo tenía perfectamente lubricado, metió un dedo para ir ensanchándolo. Entendí que me iban a penetrar por atrás. Es cierto que me gusta el sexo anal. Aunque sé que somos muy pocas las mujeres nos deleitamos con él. Amigas, si no lo habéis probado, es una sensación formidable la de ser poseída por ahí, aunque vuestro compañero tiene que saber hacerlo, sin brusquedades para no causar daño. Si se hace de esa manera, no duele y excita muchísimo.

Mientras mi esposo estaba preparando mi ojete, Omar se incorporó prontamente, me arrojó sobre la cama y se corrió sobre mi cuerpo. Fue una inundación de semen, no sé si por calibre del instrumento que tenía o por su juventud. Los cuatro extendieron la leche por mi cuerpo con las manos, dejándome pegajosa.

Sin dejarme descansar, Augusto, el más pequeño de los tres, se tumbó en la cama boca arriba, yo me situé sobre él y me encastré su rabo. Era más menudito pero me encantó también y ¡cómo se movía el cabrón!. Quim, continuando la labor interrumpida, llegó por la retaguardia, me propinó unos azotes en las nalgas que estallaron en mi cerebro en una extraña mezcla de dolor y placer. Había sido azotada, estaba muy excitada y entonces él me penetró suavemente. Su capullo empezó a abrir el agujero poco a poco, siguiendo una cadencia basada en enculadas muy suaves. Cuando él progresaba yo me retiraba, de manera que pronto comprendió que era yo quien mandaba y quien organizaba la penetración. En unos pocos movimientos, había introducido su capullo dentro de mi culo y superada la resistencia inicial, de manera que con un poco más, me encontré con toda su polla dentro sin haber sentido dolor ninguno.

Era la primera vez en que me invadían dos hombres a la vez, y con el meneo rítmico, me vino un tercer orgasmo. Mi culo estaba al rojo vivo, creía que me iba a estallar, cada vez aceleraban más el ritmo, mientras que los otros dos nos observaban. Para mi sorpresa, Augusto, perdiendo la timidez que yo le suponía, se dirigió a los otros... " ¿A qué están esperando? Vamos a joderla todos a la vez ". Sus palabras me excitaron muchísimo, un escalofrió recorrió mi cuerpo.

Les imploré que paráramos un poco, sin embargo, Quim, se negó. Aquella era mi noche y debían continuar hasta agotarme, así que me volví a dejar. Las dos pollas a la vez se movían como dos pistones y Byron, ya recuperado, me volvió a incrustar su polla en mi boca con fuerza e inmediatamente noté como empezó a crecer.

Tras un rato penetrada por tres hombres a la vez, me volvieron a tumbar y a correrse sobre mí. ¡Aún recuerdo lo pringosa que estaba quedando! Y no obstante, ¡qué gusto!. No creáis que ahí acabó todo. Estuvimos mucho rato. Ellos se iban recuperando y de dos en dos o de tres en tres me penetraban sin pasión y se corrían.

No sé cuantos orgasmos tuve aquella noche, pero sí que me dejaron el coño como un tizón. Al final acabé tumbada sobre la cama, la brisa que entraba por la ventana no bastaba para refrescarme. Entonces noté como un cubito de hielo resbalaba por mi espalda hasta detenerse en la entrada de mi ano escocido y, con decisión, entró empujado por un dedo, helando mi irritado interior. Fue una sensación celestial, no me atrevía a moverme. En un par de minutos el hielo estuvo derretido y me introdujeron tres cubitos más. Por lo que supe después, cada uno de los cuatro, me embutió uno antes de terminar. El hielo se fundió dentro de mi recto y salió resbalando entre mis piernas abiertas.

Nos quedamos los cinco dormidos en la cama y el suelo de la habitación. Al despertarme, me quité la venda y solo estaba Quim a mi lado. Le pregunte qué había pasado, si había sido un sueño, pero pude notar mi cuerpo lleno de manchas de leche ya seca. Le di las gracias y le besé, estaba orgullosa de él. No conozco a ningún otro hombre que hubiese hecho algo así por su pareja.