Chocolate

El chocolate caliente y la mujer ardiente, son el mejor aliciente.

LA CITA

Había quedado con Raquel para tomar un café, hacía tiempo que no nos veíamos, aunque nos hemos seguido llamando por teléfono. Cuando entré en la cafetería acordada, sentí el calor de la calefacción en la misma nuca, fui hacia el fondo, el camarero se acercó, pedí un café y un pastel de chocolate, tenía hambre.

Raquel había sido mi novia durante tres años, pero ya hacía dos que lo habíamos dejado, luego se marchó a Madrid a trabajar, y fui sabiendo de ella por los amigos que siempre cuentan las cosas a su manera, me dijeron que no andaba en buenos ambientes, pero no me lo creí, ella siempre me decía que todo le iba muy bien.

El camarero me sirvió el café y el emparedado, decidí comerlo con cubiertos aunque prefiero hacerlo sin ellos, pero podía mancharme los dedos con chocolate; mientras elucubraba esta y otras tonterías, me dio la risa al recordar otra ocasión en que me dediqué a hurgar en el coñito de Raquel con mis dedos, mientras los mojaba en un chocolate caliente tal que si fueran unos churros, habíamos pedido el desayuno en aquel hotel de Mallorca y no pensábamos salir de la habitación en todo el día.

Ella se estremecía con el juego de introducirle los dedos, abriendo cada vez más las piernas, mojé más tarde los dedos de la mano izquierda para embadurnar sus pezones. Cuando el chocolate se fue enfriando le dibuje en la frente las palabras "soy tu puta" y en el culo un tembloroso "fóllame". Luego le saqué unas fotos con el móvil que todavía conservo en el ordenador de casa. Más tarde devoré el chocolate de su cuerpo, lamiendo y mordiendo sin interrupción hasta que desapareció por completo, luego follamos varias veces.

Raquel era una redomada putilla, con estilo propio. Tras concluir con el pastel miré el reloj, pasaban diez minutos de la hora de nuestra cita. Unas señoras mayores se sentaron en la mesa de al lado. Tras los cristales, se veía la calle, gris, parece que llovería pronto.

Entonces Raquel entro por la puerta, estaba espléndida, más guapa que de costumbre con un abrigo rojo teja y una blusa amarilla pastel parecía un ajada bandera española, llevaba una falda gris marengo de terciopelo, entonces me vio y seguí el paso de sus piernas vestidas de negro, sobre aquellos zapatos puntiagudos de tacón alto; sentí la curiosidad de saber si llevaba medias de liga, porque a ella le gustaban, y a mi también.

Hola Juan- , me dio un beso en la mejilla, y con el desparpajo que acostumbraba, le pidió al camarero un chocolate con churros. Sonreí mientras se sentaba a mi lado.

Con una actitud nada sospechosa dejé caer mi mano sobre su falda y comprobé en su muslo el resalte de un corchete, rápidamente la retiré, pero ella se dio cuenta y sonrió.

Bien, Juan, y a ti como te va la vida-, le conté algunas cosas del trabajo, de los niños, y de mi mujer; realmente en mi vida había pocos cambios, era aburrida hasta el hastío. Así lo había elegido, y a lo hecho pecho, pensé.

Le trajeron su chocolate, y al tiempo que el camarero lo depositaba en la mesa, sentí la mano de Raquel sobre mi polla, deslizando sus dedos en una caricia, y rápidamente la retiró, no sin percatarse de que me había empalmado.

Parece que me recuerdas con cariño-, y se rió. Pues sí tengo que reconocerlo, ella era la mujer con la que mejor me lo había pasado en la cama. Ella se comió un churro bien untado, sabiendo que la estaba mirando, y lo chupo como absorbía mi polla en otros tiempos. Algo se estremeció dentro de mi.

Que te parece si nos vamos después hasta mi hotel y recordamos viejos tiempos.

Me sentí de maravilla con esa propuesta, y por supuesto le dije que sí. Nada más acabar el último churrro, que se fue comiendo igual que el primero, llamé al camarero para pagar y me levanté. Estaba muy excitado, ella no dejaba de sonreir.

Salimos a la calle, y cuando llevábamos cincuenta metros caminados sobre el mismo paraguas nos dimos de bruces con mi mujer, Paula, ella sonrió discretamente y tras darle un beso, me dijo que el fontanero había llamado para arreglar la cañería del baño que perdía agua, y que si podía ir a casa para atenderlo, porque ella llevaba al niño mayor a un cumpleaños; dijo que me había llamado, y entonces comprobé que el móvil se había apagado. Entonces Raquel dijo:

Bueno, os veo muy atareados, mejor nos vemos otro día Juan, hoy tendrás que atender al fontanero, mañana me marcho, ya te llamaré cuando vuelva. Paula, te veo muy bien, y tenéis unos niños preciosos. Hasta pronto.

Cuando se alejaba por la calle, imaginé de que color sería su liguero, nunca lo sabré, la vida es así, desgarra nuestros deseos por una puñetera avería en la cisterna.