Chiquita, pero muy ardiente

Era una mujer pequeña, podía pensarse que era una niña, pero era toda una mujer a la hora de joder; pasé con ella unos momentos deliciosos, pero tuve que andar con tiento.

CHIQUITA, PERO MUY ARDIENTE

Nunca pasó por mi mente el que pudiera llegar a la cama con ella. No se me hacía atractiva, pues su modo de vestir no dejaba sospechar lo que guardaba su ropa, aunque de oídas sabía que tenía buen cuerpo, pues me lo había platicado un amigo que ya se la había pasado por las armas, y que a pesar de ser de corta estatura, contaba con algo excepcional. Tenía una cara de niña, llena de pecas y, por su tamaño, engañaba a simple vista, creyéndola muy inocente, pero la verdad era que ya estaba bastante corrida.

Era cerca del mediodía cuando acudió a mi oficina y se quedó platicando conmigo un largo rato sin dejar entrever sus intenciones. Como ya casi era hora de ir a comer, me puse de pie para que entendiera que daba por terminada la conversación, y la acompañé a la puerta. Ella se volvió lentamente hacia mí y me dijo con vos ansiosa:

-¿Me da un beso?

Me sorprendió bastante, pero como siempre me he adaptado a las circunstancias, actué como se supone que debía hacerlo y la tomé en mis brazos, uniendo mis labios a los suyos, en un beso en el que quería demostrarle el deseo que empezaba a despertar en mí. La caricia fue un tanto brusca, y ella se apartó de mí con una mirada colmada de promesas. Después de limpiar mis labios para borrar las huellas delatoras, abandonó la oficina.

A partir de ese momento empezó su acoso, pues empezó a llamarme todos los días, dándome a conocer que se sentía atraída por mí, elogiando el todo de mi voz que se escuchaba bastante varonil por teléfono, y otras cosas con las que esperaba despertar mi interés por ella.

En una de esas llamadas, ya plenamente identificados y aclaradas nuestras intenciones, quedamos de acuerdo en reunirnos en la esquina cercana, para de ahí irnos a un motel.

Ya mi amigo me había advertido, que si me interesaba en ella, tuviera cuidado, pues se ufanaba de que me tendría comiendo de su mano, aunque tuviera que embarazarse de mí.

Llegué puntual a la cita, pero ella llegó una hora más tarde, cuando ya estaba decidiendo abandonar el lugar de la reunión. Inmediatamente la alcancé y deteniendo un taxi di la dirección de un motel que quedaba cerca, enfilándonos a él inmediatamente.

En corto tiempo llegamos al motel, y después de pagar la tarifa, entramos en una de las habitaciones procediendo a desnudarnos de inmediato para tomar una ducha. Pronto las prendas que la cubrían fueron dejando ver un cuerpecito grácil, con una cintura libre de grasa, con unas caderas perfectamente delineadas y unas nalgas hermosas, muy bien moldeadas, El par de tetas que aparecía en su pecho, se veía duro con unos pezones pequeños y sonrosados, que se antojaba mamarlos con gran deleite.

Conteniendo mis ansias de arrojarme sobre ella, pero sin dejar de contemplar el suculento bocado que se me ofrecía, me metí debajo de la regadera y después de secarme me acosté en la cama en espera de que ella terminara su aseo y se me reuniera.

Una vez bañada y cubierta por una toalla, se acostó a mi lado toda cohibida, aunque yo sabía que hacía su papel de niña buena, por lo que aparté la toalla que la cubría, quedando ante mí en toda su regia desnudez.

Principié a besar sus labios tiernos, que se me antojaban fresas. Era una boca deliciosa que me incitaba a besarla y a darle pequeños mordiscos, así como entreabrirla para meter mi lengua dentro de ella, procediendo a jugar con su lengua sonrosada, que correspondió a mi caricia, iniciando un combate de nuestras lenguas dentro de su boca. Con la respiración entrecortada, abandoné su boca y fui deslizando mis besos por sus mejillas y su garganta, hasta resbalar por su blanco pecho, en donde encontré dos hermosas bolas de nieve, adornadas cada una de una cereza. La piel clara siempre me ha chiflado y la de aquella mujer joven y sana se antojaba deliciosa, y excitado ante la contemplación de tanta hermosura, no resistí más y me dediqué a mamar aquellos hermosos globos, cuyos pezones fueron hinchándose poco a poco, hasta endurecerse. Mis labios atraparon aquellas preciosas joyas rosadas, chupándolas y mordiéndolas levemente, con lo que conseguí que se calentara, de tal forma que no pudiera resistir las ganas de recibir mi pene. Se subió sobre mí, ensartándose completamente en mi verga, removiendo su delicioso culo con maestría, mientras yo me movía debajo de ella buscando penetrar sus entrañas con todo el grosor y lo largo de mi verga, que se sentía encantada de atravesar aquellas paredes de carne sedeña y ardorosa, que la apretaban con afán de desprenderla de la base de los huevos, a cada envite que daba. Parecía querer terminar pronto y con un tanto de desconfianza, procedí, con todo el dolor de mi corazón, a abandonar esa cuevita del placer, temiendo venirme dentro de ella, lo que hubiera sido de funestas consecuencias, porque si su interés porque me viniera dentro de su vagina era la de embarazarse, yo debía evitarlo a toda costa. Así que, tomando en cuenta la advertencia de mi amigo, con todo el dolor de mi corazón, la desenchufé y cubrí el cuerpo de mi pene con un condón, observando el disgusto de ella por no salir las cosas como las había pensado. Ya libre de preocupaciones, la hice ensartarse nuevamente, hasta que quedó penetrado totalmente su rico coñíto y abrazándome por el cuello, con un movimiento de caderas fenomenal que nunca antes había observado en otra mujer, se removió ágilmente sobre mi verga, mientras yo me deleitaba en acariciar las redondeces de sus nalgas, que se encontraban sudadas por el esfuerzo que venía realizando. Al mismo tiempo que mis manos acariciaban los globos de sus nalgas, mis labios se solazaban chupando los pezones de sus senos, lamiéndolos y titilándolos con mi lengua vibrátil e incansable, que lamía con deleite aquella piel blanca y ardorosa que se ofrecía ante mí. Con la velocidad con la que ella se movía sobre mi verga, agitándose convulsa y con la respiración entrecortada, ella se vino abundantemente, al tiempo en que mi verga dejaba escapar sus tibios chorros de leche, que de no haber sido por la muralla del condón, hubieran bañado su matriz, con consecuencias imprevisibles, pero que más valía evitar. Se quedó un rato boca arriba, con las manos en su agitado pecho, con una sonrisa de satisfacción en los labios, por la deliciosa venida que acababa de disfrutar.

Después se deslizó a mi entrepierna, y haciendo a un lado el condón, se puso a mamarme la verga tratando de que no perdiera su dureza y una vez conseguido su cometido, se puso en cuatro patas pidiéndome que la ensartara en el culo.

Cuando se trata de penetrar unas nalgas, a mí no tienen que decírmelo dos veces, así que tomándola por las caderas y enfilando mi pene hacia su ano sonrosado, fui penetrando en él hasta ensartarlo completamente.

Después con un continuo mete y saca disfruté de la opresión de su recto sobre el cuerpo de mi pene, con la colaboración de ella que iba al encuentro de mis envites, disfrutando como loca con esta penetración, hasta que inundé sus calientes entrañas con abundante leche.

Como ya me había advertido que no podía estar mucho tiempo conmigo, porque tenía un compromiso en otro lugar, no le insistí, aunque me hubiera encantado seguir cogiendo con ella por un buen rato.

Después de lavarnos, abandonamos el motel y le conseguí un vehículo que la llevara donde tenía que estar y yo me fui al centro de la ciudad por otros asuntos que tenía que atender.

Como trabajábamos en el mismo lugar, seguí viéndola con frecuencia, llevándola a coger varias veces, en las que se me reveló como una autentica puta, que disfrutaba de mi verga, tanto como yo de su coño, su culo y su boca, pero cuidándome de no cometer errores que me pudieran comprometer.

Después nos apartamos y no volví a saber de ella, aunque su recuerdo no me abandona, y cada vez que evoco su pequeño cuerpo ensartado en mi verga, removiéndose locamente, no puedo menos que suspirar ante las imágenes creadas por mi mente, que me excitan y hacen que la verga se me endurezca.