Chico triste, hombre solitario

Yo no sé por qué me complico la vida. Tú no sabes lo que te espera.

Te crees que no he me dado cuenta y llevas toda la noche mirándome.

Había quedado en el bar de siempre con dos amigos y ahí estabas tú, en la barra, con un aire algo triste y asustado, tomándote una jarra de cerveza que parecía casi más grande que tú.

Veintipocos años te he calculado y un poco tirillas, y he seguido hasta la mesa en la que me esperaban ya mis amigos, una pareja de cuarentones a los que yo mismo presenté hace diez años, después de habérmelos follado y que, como siempre, estaban discutiendo sobre alguna bobada.

Durante un rato me he olvidado de ti mientras charlaba con los colegas y nos tomábamos una cerveza. Al marcharnos del local es cuando he vuelto a reparar en ti; continuabas enfrascado en esa caña que parecía no tener fondo, pero al pasar nosotros has levantado la vista y por un momento hemos cruzado las miradas.

Luego nos hemos ido a un pub gay, de esos que ponen películas porno en las pantallas de televisión mientras los tíos beben y todo el mundo se mira pero nadie hace nada.

Al cabo de dos minutos has entrado tú, con aire despistado. Ahí es cuando ya te he observado con mayor atención: guapito de cara, más o menos de mi estatura, con el pelo castaño y desordenado y la barba de dos días.

Nada más entrar, antes incluso de pedir algo en la barra, has mirado a tu alrededor un buen rato, como buscando a alguien entre la multitud y he tenido la intuición de que ese alguien era yo. Cuando por fin has dado conmigo, te has encontrado con mi mirada y te has puesto tan nervioso que, volviéndote hacia la barra, has chocado con otro tipo y le has tirado la bebida que llevaba.

No he podido evitar sonreír al ver tu nerviosismo y el pequeño desastre que has causado. Luego he hecho lo que tocaba: no volver a dirigirte la mirada durante toda la noche, a pesar de que tenía la sensación, casi la seguridad, de que seguías sin quitarme el ojo de encima desde tu posición en la barra, completamente ajeno a las miradas de otros tantos lobos solitarios que te estarían examinando de arriba a abajo.

Mis amigos son buena gente y los quiero mucho, pero después de tres cervezas ya me había cansado de oír sus eternas disputas y les dije que me piraba para casa. Había tenido mucho trabajo toda la semana, era la una de la madrugada y necesitaba descansar. Hombres desnudos con cuerpos increíbles de gimnasio se sucedían en las pantallas del bar, follando sudorosos, pero yo solo pensaba en coger pronto la cama y dormir siete horas seguidas.

De camino a casa ya me había olvidado de ti, hasta que tuve la sensación de que alguien me seguía por las calles desiertas. Al cruzar la acera me pareció reconocer tu figura. Entre divertido y curioso me entretuve siguiéndote el juego hasta llegar a mi barrio. Allí aceleré un poco el paso y doblando la esquina me escondí detrás de un pequeño muro que hay justo a la entrada de mi portal.

Aguardé unos segundos hasta que apareciste tú.  Al no verme continuando la calle te quedaste por un momento quieto y desconcertado, hasta que yo te hablé desde mi escondite.

-¿Buscas a alguien o es que tú también vives por aquí?

-Esto…, no, no vivo por aquí. Quería…- y las palabras parecía que se atascaban en tu garganta.

-¿Qué es lo que querías?, dime- continué el juego acercándome hacia ti hasta quedarme a dos pasos de distancia. Parecía que podía incluso oír el latido acelerado de tu corazón.

-No sé, te he seguido sin pensar.

-¿Haces eso a menudo? Quiero decir, ¿seguir a desconocidos por la calle?

-No…, claro que no- y continuaste- Creo que he bebido demasiado hoy.

La verdad es que me gustó tu actitud y tu sinceridad. Serías un tirillas y un niñato que seguramente aún vivía en casa de papá y mamá, pero también sabías echarle un par de huevos.

Me paseé un poco a tu alrededor para verte bien desde todos los ángulos y me gustó bastante lo que vi. Tú no parecías incómodo con eso y ni siquiera hiciste ademán de volverte cuando me coloqué a tu espalda.

Será por el alcohol que llevaba encima, pero lo que había decidido iba a ser una noche tranquila empezaba a cobrar otro color. Sopesaba si sería buena idea cambiar las siete horas de sueño reparador que me había prometido a mi mismo por lo que probablemente terminaría siendo otro polvo rápido y decepcionante con un joven inexperto.

Mientras mi cabeza intentaba ponerme freno, mi cuerpo ya había decidido por mí, dio un paso y se pegó a tu cuerpo, mi pecho contra tu espalda, mis labios a un centímetro de tu oreja y te dije:

-¿Qué, chaval? ¿Quieres subir a mi piso? Yo vivo aquí mismo.

-……..- Tú continuabas mudo.

-Venga, ¿te decides o qué?

-Vale- contestaste finalmente con un hilo de voz e inmediatamente te conduje hasta mi portal y luego al ascensor.

Subimos en silencio, tú sin atreverte a mirarme a la cara, yo todavía preguntándome cómo cojones había vuelto a meter a un desconocido en mi casa, aunque la verdad es que no parecías nada peligroso.

No puedo negar que me gustan estos momentos previos al sexo, cuando la emoción de la aventura me hace olvidar mis habituales precauciones y no me paro a pensar si al día siguiente tengo que madrugar, si ese joven que voy a meter en mi casa va a ser un desastre en la cama o si va a pretender quedarse a mi lado más tiempo del estrictamente necesario.

Ahora no pienso en nada de eso, solo pienso en descubrir si lo que hay debajo de la ropa que llevas ha merecido la pena. Nada más llegar a mi piso te meto dentro y cierro la puerta con llave. Antes no, pero desde hace algún tiempo me gusta hacer las cosas a mi manera y tomar yo la iniciativa siempre.

Te conduzco sin prisas pero sin perder el tiempo hasta el dormitorio. Tú vas delante por el pasillo y yo con mi mano sobre tu hombro te voy marcando el camino. Ya en el dormitorio enciendo la pequeña lámpara de la mesilla de noche y una luz tenue llena la habitación.

Ahora voy a hacer lo que llevo rato queriendo hacer, que es pegarme a ti, coger tu cara entre mis manos y darte un buen morreo. Noto tu nerviosismo, oigo tu respiración muy acelerada, pero te dejas hacer y besas bien. Cuando ya tengo un poco más de tu confianza comienzo a explorar con mi lengua. Al mismo tiempo pongo mi mano derecha en tu paquete que inmediatamente comienza a responder con algún movimiento.

Rompo el beso y aprovechas para inspirar profundamente. Casi te quedas sin respiración. Examino tu cara desde cerca, las mejillas ahora completamente enrojecidas, los ojos medio cerrados, los labios aún conservando en ellos la forma de los míos.

Empiezo a desvestirte. Primero la chaqueta, luego la camiseta. No estás nada mal. Contemplo tus pezones, frescos y apetitosos, pero tendrán que esperar su turno. Con naturalidad empiezo a desabrocharte el cinturón y te bajo en un solo movimiento los pantalones y los slips hasta los tobillos.

Estás desnudo y paralizado frente a mí. Aprovecho para pegarme de nuevo y volver a besarte. Al mismo tiempo mi mano vuelve a tu paquete, pero ahora no hay ropa que impida el contacto de mi mano con tus pelotas y empiezo a masajearlas con suavidad, lo que hace que te vuelvas loco de placer; tu lengua empieza a explorar dentro de mi boca con avidez, tus labios parecen querer devorar los míos y tu polla empieza de verdad a ponerse dura.

Mientras tanto yo sigo vestido. Intentas empezar a quitarme la camisa pero te freno.

-Poco a poco- te digo y con un suave empujón te tiro boca arriba sobre la cama.  Aprovecho entonces para terminar de desnudarte y te quito también las deportivas y los calcetines. Estás desnudo sobre mi cama y tienes un cuerpo hermoso. Muy pronto vas a ser todo mío.

Empiezo a desnudarme yo, sin quitarte el ojo de encima, observando tu reacción cada vez que me quito una nueva prenda y voy dejando al descubierto mi torso fuerte y velludo, mis gruesas piernas y finalmente mi polla que comienza a endurecerse.

Me acuesto ahora sobre tu cuerpo, sin aplastarte pero haciéndote sentir toda la presión de mis 80 kilos sobre tu figura algo escuálida, ahora inmovilizada. Mientras volvemos a besarnos, comienzo a frotar todo mi cuerpo contra el tuyo y noto nuestras pollas entrechocando y tus manos acariciando primero mi espalda y luego mi culo.

Ahora ya estamos los dos duros. Me gusta cómo van saliendo las cosas y me voy animando a dar más pasos. Ahora me incorporo lo suficiente para colocarme erguido de rodillas sobre la cama, mis rodillas a la altura de tus axilas y te muestro los 20 cm erectos de mi polla a poca distancia de tu boca.

-Dime chaval ¿te gusta, eh?

No me contestas pero no hace falta, tu cara de vicio lo dice todo.

Te pongo la punta de mi polla sobre tus labios aún cerrados. No pareces querer abrirlos. Entonces alargo mi mano izquierda hacia atrás y vuelvo a masajear tus pelotas. Gimes de placer y mi polla aprovecha para introducir la punta entre tus labios.

Ya tienes mi polla en tu boca pero no te animas a chuparla.

-¿Nunca te has comido una polla o qué?- te espeto algo brusco y con mi mano derecha cojo mi polla por la base y empiezo a dibujar movimientos con ella por dentro de tus labios.

Tu lengua despierta por fin y noto su húmedo calor en la punta de mi verga.

-Así, muy bien- te indico. Y poco a poco voy introduciéndotela centímetro a centímetro, mientras tú te vas animando e inicias un chupeteo muy poco experto del grueso capullo.

Paso mi mano derecha por detrás de tu nuca y, empujándola hacia delante, voy induciendo un movimiento de vaivén adelante y atrás, que consigue que aquello empiece a parecerse a una verdadera mamada. Aún no lo sabes pero estás muy guapo con una polla en la boca y la baba chorreando por tu cuello.

Pero enseguida te vuelves voraz y quieres tragar más de lo que puedes y te sobreviene una arcada. Por un momento tengo que reprimir mi instinto natural  de sofocar tus repentinas náuseas con un buen cachete en la cara y volver a meterte la polla hasta la garganta hasta que aprendas. Hoy no, todavía no.

En lugar de eso, retrocedo y cargo tus piernas sobre mis hombros. Tengo verdaderas ganas de penetrarte. Mi polla está dura como una barra de plomo y aún le cuelgan hilos de tu saliva. Comienzo a restregarla contra tu ojete, pero tiene toda la pinta de estar muy cerrado. Hoy no quiero hacer el bestia, pero no vamos a poder evitar que esto te duela un poco.

Tienes el orificio bien remojado por fuera, pero ahora está pidiendo que algo empiece a dilatarlo desde dentro. Desde donde estoy, acerco mi mano a tu cara y la apoyo sobre tu boca entreabierta. Enseguida vas entendiendo lo que tienes que hacer y empiezas a lamer mis dedos. Te meto cuatro bien adentro de la boca y siento en ellos la caricia inquieta de tu lengua. Eres un chico obediente y me gusta.

Saco ahora la mano y la llevo a tu ojete. Primero meto el dedo medio; te ha dolido un poco, pero lleno de tus babas no ha sido tan difícil. Luego se junta otro dedo, y enseguida otro más. Ahora empiezas a sudar de verdad.

Tu orificio estrangula mis dedos y comienzo a jugar con ellos para que tu culo se acostumbre a tenerme a mí dentro. Cuando noto por tu mirada que ya quieres más, saco los dedos, me calzo un condón y te empitono con mi polla.

Me encantaría metértela de un solo viaje y que vieras las estrellas, pero hoy no te quiero asustar. Meto solo la puntita y tu rostro se crispa en un rictus de dolor.

-Tranquilo, campeón- intento que te serenes, te acaricio el hermoso rostro y, venciendo mi cuerpo sobre ti, alcanzo tus labios con los míos. Y mientras te beso de nuevo, sin sacar la polla de tu culo, doy un nuevo empellón con mi pelvis y te la meto entera.

Tu gemido muere ahora en mi boca. Parece que tu cuerpo entero se desvanece, no sé bien si por el dolor o por el placer. Sin deshacer el beso voy haciendo mío tu culo con un mete-saca que va creciendo poco a poco en intensidad.

Tus labios vuelven a la vida y ahora quieren comerse los míos, mientras noto tus dedos hincados sobre mi espalda. Ahora que ya tenemos un buen ritmo me yergo de nuevo, volviendo a cargar tus piernas sobre mis hombros y noto que mi polla entra dentro de tu cuerpo en toda su profundidad, una sensación que me enciende como un toro.

Mientras follamos alcanzo tus pezones con mis manos. Empiezo a jugar con ellos y pareces disfrutar primero del masaje, pero poco a poco voy subiendo de intensidad y ahora lo que hago es pellizcarlos y estirarlos. En tu cara veo que no entiendes lo que te sucede, porque te estoy haciendo daño y sin embargo te está gustando cada vez más.

Suelto un pezón para coger tu mano y la dirijo a tu polla.

-Venga, pajéate bien- Y obedeces mientras yo sigo follándote y poniendo a prueba la elasticidad de tus pezones.

Seguimos un rato más hasta que noto que ya me apetece descargar y quiero hacerlo sobre ti. Saco sin miramientos la polla de tu culo, me quito el condón y me derramo profusamente sobre tu polla y tus huevos.

Tú te quedas parado un momento, extasiado con toda la lefa  que te he echado por encima, pero te animo a que termines de correrte y usando mi lefa para lubricar mejor tu polla, obtienes por fin tu orgasmo y quedamos los dos satisfechos, nuestros cuerpos aún enlazados y sudorosos, el aliento entrecortado y echándote una sonrisa te digo: -Este ha sido un buen polvo, chaval.

Al poco rato me echo a tu lado boca arriba. No sé en qué estarás pensando tú; yo empiezo a preguntarme qué sigues haciendo todavía en mi cama cuando siento que tu mano se entrelaza con la mía.

-¿Puedo quedarme a dormir?- me dices con un susurro.

Me lo pienso un poco pero al final accedo.

Y sin darme tiempo a levantarme para ir al baño y asearme un poco, has apoyado tu cabeza sobre mi pecho y te has quedado frito.

(Continuará)