Chico triste, hombre solitario (6ª parte y última)
En la traca final de esta historia de placer y morbo afloran además algunos sentimientos
Hacía unos diez minutos que te habíamos dejado solo en la ducha, mientras te aseabas un poco de todos los fluidos con los que habíamos decorado tu joven cuerpo, cuando reapareciste por la cocina, aún desnudo, de nuevo deseando ofrecerte y humillarte para nuestro placer. Te pusimos agachado a nuestros pies y mientras charlábamos y comíamos sentados, nos entreteníamos acariciándote la cabeza, estirándote un pezón o dándote alguna palmadita en la jeta.
Tu boquita abierta era una invitación para meter cosas en ella; cuando no eran mis dedos enredando dentro de tu boca era el Chino quien se complacía en dejar caer un espeso lapo desde lo alto de su boca hasta tu lengua. Tú aceptabas todo con auténtica devoción y tu forma de restregar todo tu cuerpo contra nuestras piernas nos hizo sentir de nuevo la llamada del deseo.
Volvimos al dormitorio a por más. Allí me apeteció atarte las manos a la espalda con una cuerda y tumbándome boca arriba sobre la cama te puse a mamarme de nuevo la polla, tus rodillas hincadas en la colcha; la postura incómoda en la que estabas no parecía restarle ganas a tu mamada, tu cabeza descendía una y otra vez para engullir en toda su longitud mi polla, que ya volvía a recuperar toda su dureza.
Nunca te lo decía con palabras pero como mamón no tienes precio, entre la succión de tus labios, el juego húmedo de tu lengua siempre lamiendo la polla dentro de la boca, y la caricia de tu garganta abrazando la punta de mi verga, me dabas tanto placer que tenía que hacer un alarde de contención para no correrme antes de tiempo.
Mientras disfrutaba de tus esfuerzos veía al Chino por detrás maquinando algo; pensé que estaría buscando un condón para follarte pero lo que cogió fue el látigo de siete colas y empezó a arrearte en las nalgas. Con cada azote yo notaba tu dolor porque tu cuerpo se ponía más tenso y tu rostro se crispaba. Aun así tu mamada no aflojaba, y eso que en poco tiempo la piel de tus nalgas cobró un intenso color púrpura.
El Chino no te daba tregua y seguía con los azotes mientras se masturbaba como un mono con la mano libre; estaba disfrutando de lo lindo. Los golpes del látigo caían una y otra vez sobre tu culo, tus piernas comenzaban a temblar. El Chino seguía sin piedad hasta que de pronto paró. Escuché un largo suspiro de alivio de tu parte y aproveché ese momento para agarrando tu cabeza con las dos manos desde la nuca hundir mi polla hasta el fondo de tu garganta. Así espatarrado sobre mi polla te mantuve prisionero de mis brazos un momento que se hizo eterno, mientras me deleitaba observando tu culo incandescente, tus manos atadas a la espalda y mi polla reinando dentro de tu garganta.
En ese momento sentí tus arcadas sobre mi verga pero no te dejé escapar; parecía que podías con ello y en unos segundos lograste serenarte. No contento con eso empujé todavía más con mi pelvis, hundiendo mi polla lo más profundamente que pude dentro de tu garganta. Ahí volvieron las arcadas, y con qué violencia, pero mi presa continuó firme, mis brazos amarrando tu cabeza para que no se separara ni un centímetro de mi rabo.
Pronto era todo tu cuerpo el que luchaba por librarse de mi abrazo, pero con los brazos atados a la espalda no podías hacer mucho, tu estómago empezó a verter todos sus líquidos sobre mi polla, que permanecía obstinadamente dentro de tu boca. Y entonces te noté por fin relajado, entregado, vencido.
¡Qué placer tan grande sentirte todo mío, completamente a mi disposición, experimentar esa sensación de posesión absoluta, saber que esa garganta está ahí solo para que yo me la folle cómo y cuando quiera!
Fueron unos segundos de éxtasis en los que la excitación de mi polla, que era máxima, recorrió el estrecho filo que la separa de la eyaculación, para finalmente dar un paso atrás, dejar que mi polla fuera saliendo lentamente de tu boca, disfrutando de la succión de tus labios, de los que colgaban grandes colgajos de saliva. Tus ojos llorosos y enrojecidos por el esfuerzo, tu nariz goteando también, toda tu cara era un poema. Solo de verla me entraban ganas de putearte más, putearte tanto como fueras capaz de resistir.
Cogí las pinzas unidas por la cadena y las prendí de nuevo a tus pezones. Ahora ya estaban más sensibles y te dolió más. Mejor. Te di un par de tortas en la jeta para que fueras espabilando.
Cogí un condón de la mesilla y me lo envainé en la polla. Le lancé otro al Chino.
Te solté las manos, y tomándote por las ancas te obligué a abrir bien las piernas. Yo continuaba tumbado boca arriba.
-Ábrete bien el ojete con las manos- te ordené. Y te fui obligando a descender y clavarte sobre mi polla.
Un gemido tuyo acompañó la entrada del último centímetro de mi verga dentro de tu culo. Luego empecé a bombear con toda mi alma. El Chino se había puesto también el condón y enseguida entendió lo que yo quería. Empezó a pajearse para volver a ponérsela bien dura.
Tu ojete se iba acostumbrando a mis embestidas y pronto empezaste a pedir aún más caña. El Chino se subió de pie a la cama y te obligó a que le comieses los huevos mientras se pajeaba en tu cara. Mientras tanto mis manos asían tus caderas y te obligaban a ensartarte una y otra vez en mi polla.
Cuando el Chino estuvo ya bien duro saltó de la cama y se puso detrás de ti. Entonces te pusiste tenso porque entendiste lo que te íbamos a hacer.
Te tranquilicé con una caricia en la cabeza. Tu mirada parecía decir: “¿Estás seguro de que querer hacerme esto?”, pero no cedí, tirando de la cadena unida a tus pezones atraje tu pecho sobre el mío y te abracé bien fuerte. Ahora no te íbamos a dejar escapar.
Mi polla estaba enterrada bien profunda en tu culo y con tus manos tú mismo separaste tus nalgas al máximo. El Chino enfiló su polla hacia tu agujero y empezó a intentar entrar pero mi polla es gorda y no dejaba casi espacio.
Busqué tu boca con mi mano, introduje mis dedos hasta tu garganta y extraje una buena cantidad de babas que llevé hasta tu ojete. Allí colé uno de los dedos llenos de babas por entre la rendija que dejaba mi polla y logré hacer un poco de hueco.
Mi mano volvió a tu boca y hurgó en tu garganta hasta conseguir una nueva arcada y ese momento de debilidad fue aprovechado por el Chino, que ya no aguantaba más, para terminar de ensartarte su polla dentro de tu culo junto a la mía.
La presión de las paredes de tu ojete sobre las pollas era tremenda, parecía que te íbamos a romper en dos. Pero estábamos ya demasiado lanzados para parar ahí; enseguida empezamos a bombear los dos dentro de tu culo, sincronizados de tal modo que cuando la polla del uno salía la del otro entraba más profundo y así una y otra vez. Tus gemidos retumbaban en la habitación junto con el golpeteo incesante de nuestras pelotas rebotando contra tu culo.
Tú cuerpo estaba totalmente vencido entre mis brazos, tu ojete dejó de ejercer ninguna resistencia y nuestras pollas lo taladraban cada vez a mayor velocidad, como los pistones de un motor que va cada vez más y más rápido. Sentí la proximidad del orgasmo y aunque intenté contenerme el Chino se empotró con violencia dentro del estrecho agujero y así nos corrimos los dos dentro de tu cuerpo, cada uno en su condón.
-Ufff- el gemido de los tres fue al unísono.
-Joder, qué polvazo!!!- soltó el Chino, mientras se salía de tu cuerpo y se tiraba al otro lado de la cama para descansar.
Yo permanecí un par de minutos más dentro de ti, sintiendo tu cuerpo totalmente fundido con el mío, acariciando el sudor que perlaba toda tu espalda. Luego también mi polla se deslizó fuera de tu culo, te puse boca arriba tumbado en la cama, me quité el condón y vertí su contenido sobre tu polla.
Tomé tu polla con mi mano y empecé a pajearte, primero despacio, luego con más y más energía, y con la ayuda de mi lefa como lubricante no hizo falta mucho tiempo para que tú también obtuvieras tu orgasmo.
Después de eso, lo más natural nos pareció tendernos los tres sobre la ancha cama, y al compás de las respiraciones nos fuimos relajando hasta quedarnos dormidos.
Durante la noche, entre sueños, creo recordar haberte arrebatado de entre los brazos del Chino, arrastrándote hacia mi lado de la cama, como un impulso propio de un primate que defiende su propiedad, y abrazándote desde la espalda intentaba cubrir con mi cuerpo cada centímetro de tu piel.
Por si no había sido suficiente con la sesión de sexo a tres que habíamos tenido, en uno de mis sueños mi verga volvía a poseer tu boca y la succión era tan intensa y parecía tan real que terminaba descargando el esperma que quedaba en mis pelotas directamente dentro de tu garganta. En ese mismo momento desperté de mi sueño y entendí el porqué de la sensación tan real: tú te hallabas de nuevo amorrado a mi polla y era verdad que habías vuelto a desobedecerme y encima te estabas tragando toda mi leche.
Lejos de enfadarme, asiéndote por las axilas atraje tu cuerpo hacia mí y cuando tu rostro ya estuvo cerca del mío, comencé a besarte en los labios con pasión, compartiendo el sabor agridulce de mi semen todavía en tu boca, mientras mis manos acariciaban todo tu cuerpo y mi pecho se pegaba al tuyo como si quisiera fundirse con él.
Nos dormimos así abrazados y cuando desperté por la mañana no estabas.
La luz de la mañana comenzaba a filtrarse por las rendijas de la persiana y yo me levanté de la cama algo desorientado. Afortunadamente aquel día no me tocaba ir al curro. La cama estaba totalmente revuelta y de pronto recordé todos los detalles de la noche que habíamos pasado.
Te busqué en el baño, en la cocina, pero tampoco estabas ahí. De repente me di cuenta de que el Chino también se había esfumado. Se me hizo extraño pero comencé mi rutina mañanera habitual.
Mientras estaba en la ducha me acordé de tu cuerpo y de lo mucho que me gusta ver el agua y el jabón escurriendo sobre tu piel cuando nos duchamos juntos. ¡Cuántas veces la ducha mañanera terminaba en una nueva sesión de sexo! ¿Dónde cojones estabas hoy y por qué te habías marchado tan pronto?
Más tarde, mientras me afeitaba, no sé por qué recordé que tenía que llevar al banco un sobre con dinero del trabajo que había dejado la tarde anterior junto a la televisión. De repente, un pensamiento me estremeció, corrí al salón y busqué sin éxito el sobre con el dinero. Había desaparecido.
Permanecí absorto durante un momento intentando entender qué era lo que podía haber pasado; lógicamente mis sospechas fueron hacia el Chino, que se había marchado sin decir ni adiós, pero ¿por qué tú tampoco estabas?
No ganaba nada con seguir haciendo conjeturas, decidí terminar de arreglarme antes de hacer nada. Mientras me afeitaba frente al espejo, no paraba de darle vueltas. ¿Realmente podía fiarme de ti más que del Chino? A fin de cuentas, ¿qué sabía de tu vida? Solamente lo que tú me contabas, y eso no era gran cosa. Empecé a darme cuenta de que había depositado mi confianza en una persona de la que apenas sabía nada.
No me importaba si el Chino se había llevado el dinero, bueno, sí me importaba, pero la idea que de verdad me torturaba era que pudieras haber sido tú. O quizá los dos, os habíais caído tan bien en la sesión del día anterior que en seguida os habíais puesto de acuerdo y ahora os reíais juntos con el botín en algún lugar …
Volví mi vista al espejo mientras continuaba afeitándome. Al otro lado me observaban unos ojos asustados. Eran los ojos de un chaval sumiso y morboso al que había tenido olvidado muchos años. Yo también me había enredado cuando era muy joven con un hombre mayor que yo. Un hombre que me había iniciado en las delicias del sexo con dominación. Por ese hombre habría sido capaz de todo en aquel tiempo y sin embargo al final lo traicioné.
Después de someterme a este hombre durante dos años, nuestra relación se fue igualando y aprendí que yo también disfrutaba dominándolo a él. Y aunque el juego continuaba siendo excitante, una mañana lo abandoné sin despedirme y, aún no sé por qué, cometí la tontería de llevarme conmigo un reloj de mucho valor que él había dejado en la mesilla de noche.
Un timbrazo en la puerta de casa me arrancó de aquellos recuerdos. Cuando salí a abrir, en pies y con solo la toalla anudada a mi cintura, tuve la mejor sorpresa que he tenido nunca.
Tú estabas allí, con tu sonrisa discreta, tu pelo alborotado y la respiración entrecortada. Me contaste que habías visto al Chino coger el sobre con el dinero y te las habías apañado para acompañarlo y convencerlo para desayunar en una cafetería de la esquina y que, aprovechando un descuido, no sé de dónde sacaste el valor para arrebatarle el sobre y venir corriendo hasta mi casa.
Me entregaste el dinero y yo te metí en casa. Te abracé, te besé, solo habías estado fuera un cuarto de hora pero necesitaba tocar todo tu cuerpo una vez más. Te diste cuenta de que mis ojos estaban algo enrojecidos, pero yo te dije que era porque se me había metido algo de jabón en los ojos al ducharme. Enseguida te desnudé y me desnudé. Tú querías ponerte de rodillas y darme de nuevo placer pero yo me empeñé en que siguieras de pie, a mi altura, me faltaban manos para acariciarte entero, mi boca quería comerte de arriba abajo, mi polla estaba otra vez dura y entrechocaba con la tuya, nuestras salivas se mezclaban en nuestras bocas y parecía que nuestros cuerpos se estuvieran descubriendo el uno al otro por primera vez.
Pronto estuvimos otra vez en aquella cama deshecha, pero esta vez hice que tu cuerpo descansara boca arriba con el culo al borde de la cama, tus piernas bien abiertas en lo alto y poniéndome un condón, te penetré una vez más, nuestras miradas prendidas la una de la otra, tus manos acariciando mis pezones, mi mano derecha masturbándote mientras con mi mano izquierda te acariciaba el hermoso rostro.
El orgasmo más prodigioso que he tenido en toda mi vida lo tuve ahí en ese momento contigo; un momento que recordaré toda mi vida y que se siguió de otros muchos buenos momentos que íbamos a disfrutar en lo sucesivo.
Con el paso del tiempo nuestros caminos se separaron, con gran pesar para los dos, pero el recuerdo de los buenos momentos contigo nunca desaparecerá y tampoco la esperanza de que en el futuro quién sabe si podamos volver a encontrarnos.