Chico triste, hombre solitario (5ª parte)
Me gustaba tanto follarte que me apeteció dar un paso más y compartirte con un colega muy salido
Apenas habían pasado cinco meses desde el día en que nos encontramos en aquel bar y yo ya había perdido la cuenta de las veces que habíamos quedado para follar. Siempre en mi casa, siempre en secreto. Tú parecías estar dentro del armario para todo el mundo y yo no tenía ganas de contarle a ninguno de mis amigos que llevaba una temporada repitiendo con la misma persona.
Parecía que tú y yo habíamos llegado a un acuerdo tácito para no hacer planes. Normalmente eras tú quien me pedía quedar y yo me hacía un poco de rogar y te daba largas, no fueras a pensar que yo no tenía otra cosa que hacer. Otras veces era yo quien te llamaba alguna noche de calentón y tú te presentabas en mi casa en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Qué va a decir tu madre, saliendo de casa a estas horas?- ironizaba yo.
-Le he dicho que iba a estudiar a casa de un amigo.
Y yo me preguntaba si de verdad tendrías algún amigo por ahí, con el que igual también hacías algo más que estudiar.
Una vez llegabas a mi casa el programa comenzaba por desnudarte por completo. Me encantaba admirar tu cuerpo y manosearlo mientras lo sentía solo mío. Luego había días que me apetecía simplemente estar sentado en mi sofá con las piernas bien abiertas y ponerte de rodillas a comerme la polla durante horas, hasta que te doliera la mandíbula, mientras yo veía alguna peli porno en la tele y te acariciaba mansamente la cabeza.
Otros días me encontrabas más guerrero y sacaba los juguetes del cajón secreto.
Me fascinaba tu creciente capacidad para soportar estoicamente los castigos con el látigo y con el cinto. Las primeras veces apenas aguantabas una docena de golpes y ya se quebraba tu voluntad pero poco a poco fuiste cogiéndole gusto y al final hasta me ayudabas a llevar la cuenta hasta la centena. Cuando se apagaba tu voz, aparecía alguna lagrimilla en tus ojos y no podía evitar consolarte con un buen abrazo de oso y un morreo con dosis extra de saliva.
Mientras jugaba con tus pezones o te daba de mamar, me encantaba tenerte los huevos atados en todo momento, con el extremo de la cuerda en mi mano para ir dándote pequeños tirones de huevos que te hicieran recordar que al menos durante esas horas eras exclusivamente de mi propiedad.
Pero lo que más me excitaba era tu ductilidad, tu permanente disposición a que yo hiciera con tu cuerpo lo que me saliera de las pelotas. Y ni siquiera en los peores momentos, cuando el dolor era una dentellada ardiente en un pezón descarnado o una punta del látigo se escapaba del trayecto hasta herir la punta del glande, o un dildo de dimensiones monstruosas ponía a prueba la elasticidad de tu ojete, ni siquiera cuando todo tu cuerpo se derrumbaba sobre la cama por el esfuerzo, ni siquiera en esos momentos veía en ti la más mínima sombra de resistencia ni rebelión frente a mi dominio.
Creo que podíamos haber seguido así durante años antes de cansarnos, pero a veces sucede que el ser humano, al vislumbrar algo vagamente parecido a la perfección, no puede resistirse a la tentación de adelantar los mecanismos que conducen a la destrucción de esa perfección.
Supongo que en mi cabeza intuía que tarde o temprano concluirías el camino de perfeccionamiento en la sumisión y el masoquismo que tan voluntariosamente habías iniciado conmigo y tu propia naturaleza te exigiría nuevos retos. Decidí, algo inconscientemente por mi parte, adelantar un poco los acontecimientos.
-Tengo un amigo- te dije al oído una noche, mientras terminaba de recuperar el aliento, tendido en la cama boca abajo aplastando tu cuerpo, mi polla todavía dentro de tu culo. –También es un activo dominante. Estoy seguro de que estaría encantado de probar este culito tuyo.
Permaneciste unos segundos callado, intentado descifrar mis palabras.-¿Te gustaría eso, que un amigo tuyo me follara?- El tono de tu voz me pareció algo decepcionado.
-Me da morbo ver a otro tío follarte, o bien follarte yo mientras le comes el rabo a él.
-Nunca he estado con dos tíos a la vez- contestaste, pero el tono ahora era diferente, parecías estar imaginando cómo sería la escena que te proponía.
-Un tío como tú tarde o temprano acaba probando estas cosas, cómo se siente estar así, ensartado por dos tíos a la vez.
-¿Un tío como yo? ¿Qué quieres decir?
-Venga, lo sabes perfectamente, no eres capaz de decir que no a nada y tienes que probarlo todo.
-¿Tú crees?- parecía que no terminabas de creerme.
-¿Es que todavía dudas?- y saliéndome de tu cuerpo me quité de encima, echándome hacia un lado en la cama antes de ordenarte: -¡Venga, chúpame los pies!
-¿Quieres decir ahora?
-Ahora mismo, y ya estás limpiando bien con tu lengua entre los dedos.
Y aunque era la primera vez que te ordenaba algo así, no albergaba ninguna duda de que me ibas a obedecer. Durante cinco minutos la lamida de pies fue fantástica e incluso consiguió que me volvieran a entrar las ganas de follarte otra vez.
-¿Ves como estás hecho para esto?. Lo llevas en los genes, eres un perro.
Y en tu cara había algo de estupor, porque estabas descubriendo cosas sobre ti mismo que nadie te había dicho nunca a la cara, pero también había cierta expresión de resignación satisfecha, como la del viajero que recorre un largo camino para volver sobre sus pasos hasta su hogar, donde reconoce lo que son sus cosas y lo que él mismo es en realidad.
Esa noche te follé dos veces más, la segunda ya pensando en el amigo que te iba a presentar, o quizás debería decir al que te iba a entregar.
Mi amigo se llama Chino, aunque claro, este no es su nombre verdadero, ni es chino ni nada. Sin embargo, todo el mundo le llama así y creo que es un nombre que le pusieron cuando estuvo en la cárcel.
Nos conocimos en una sauna de la ciudad y nos aficionamos durante un tiempo a compartir la carne fresca de chavales que acudían a aquella sauna a probarse a sí mismos y ver hasta dónde eran capaces de llegar.
Más tarde llegaron las cervezas y las confidencias, pero nunca la confianza de una amistad como tal. Chino me producía mucho morbo pero no me fiaba de él. Andaba siempre metido en historias raras de dinero, pero hasta donde yo sabía nada de drogas más allá del popper con el que aderezaba las sesiones en la sauna.
Un día me lo encontré en el bar de siempre y me invitó a una caña. Hablando de sexo como siempre terminé invitándole a venir un día a mi casa y tener esa sesión a tres contigo con la que había estado fantaseando. Le faltó tiempo para aceptar, proponerme día y hasta hora.
Al día siguiente, más lúcido, ya no me parecía tan buena idea incorporar aquel elemento extraño entre tú y yo, pero como no me gusta echarme atrás, terminé enviándote un wassap:
“¿Qué haces este finde, Txemita? Me apetece tenerte por aquí.”
“Hola, tengo que preparar un examen para el lunes, pero si quieres voy el viernes a la tarde”
“No importa, tranquilo, ya habrá otro momento. No quiero que descuides tus estudios.”
“No, en serio. Puedo ir a la tarde del viernes y quedarme hasta el día siguiente. Me da tiempo.”
Después de eso pasaron cinco minutos de indiferencia hasta mi respuesta.
“Sabes, el amigo del que te hablé, le puedo llamar para que venga este viernes y tener una sesión entre los tres. Pero solo si tú quieres.”
“De acuerdo. Si a ti te parece bien, yo lo que tú digas”
“Está bien, entonces. Este amigo mío es bastante cañero, pero no temas, que yo estaré ahí para cuidarte”
Y al cabo de un par de minutos continué para ponerte aún más perro:
“Ya verás cómo te va a gustar, tener dos amos dominándote. Vas a gozar el doble. Si dilatas bien podemos hasta penetrarte los dos a la vez, que es una pasada, chaval”
“Uff, me estoy poniendo muy cachondo. Mejor lo dejo, que tengo cerca a mi madre. Hasta el viernes.”
Y rematé: “Una cosa más: no te corras hasta el viernes. Quiero tenerte bien perro cuando vengas.”
“Está bien, como tú me digas”
Los días que pasaron hasta ese viernes se hicieron largos, sobre todo porque decidí también yo ahorrar todas mis energías para la ocasión. En cierto modo siempre me sentía en competición con el Chino, a ver quién era más duro y más cabrón con los perros, y no era raro que nos retáramos el uno al otro a ver quién aguantaba más tiempo sin correrse o quién se corría más veces por sesión.
El viernes a la tarde el Chino se presentó en mi casa con media hora de antelación y me pilló saliendo de la ducha. Fui a recibirle aún mojado envuelto en una toalla.
-¿Qué pasa, cabrón? –era su saludo habitual- ¿Pasas todo el día en el gym o qué? Cada día estás más bueno- y directamente me echó la mano a un pezón.
-Guarda fuerzas, tío. Llegas pronto, ¿quieres una birra o algo?
-Una birra está bien.
Lo dejé en el salón con la tele y el botellín de cerveza y fui a ponerme encima una camiseta y un pantalón corto de deporte.
Desde el dormitorio lo oí enredar en el estante donde tengo las películas en DVD.
-¿Dónde tienes las pelis porno, cabrón? Ya sabes, para ir calentando…
Volví al salón y le puse la primera que encontré. Luego regresé al dormitorio, saqué todos los juguetes del cajón secreto y los dispuse ordenados sobre la cómoda del dormitorio, acompañados de una tira de condones. Cuando regresé al salón el Chino ya tenía su mano hundida dentro del pantalón.
-Eh, ese chaval tuyo tiene que estar muy bueno para haberlo tenido tan escondido, ¿no?
-Yo no he tenido a nadie escondido.
-Ya, ya. Hace tiempo que no te veo por la sauna.
-Algunos no tenemos tanto tiempo libre como otros.
El Chino, que estaba en el paro, no se tomaba nunca a mal ningún comentario; más bien le encantaba eso de jugar a discutir eternamente con cualquiera, pero en ese momento tu llamada al timbre canceló la discusión.
Cuando franqueaste la puerta sus chanzas no se hicieron esperar:
-¡Joder, lo que yo decía, qué cabrón! ¡Vaya bien que lo vamos a pasar!
Y yo: -¿Quieres beber algo Txema?
-No, estoy bien- me contestaste, sin quitar ojo al Chino, quien se había puesto en pie y avanzaba pavoneándose hacia ti.
Pronto empezó a manosearte, al principio solo brazos y hombros, pero enseguida el resto del cuerpo y tú te dejabas hacer. Te fue llevando para el dormitorio.
-Eh, ¿ya empieza la fiesta o qué?- yo también me acerqué y nos empezamos a morrear. Mientras tanto el Chino no había perdido el tiempo y te había desnudado casi por completo. Ya solo tenías encima los calcetines. Se adhirió a tu cuerpo por detrás mientras tú y yo continuábamos enganchados en un morreo interminable.
-Chaval, me encanta este culito…- y empezó a darte palmaditas en las nalgas alternando con incursiones de su mano ensalivada por todo el exterior de tu ojete.
Por un gemido más intenso de tu boca supe que uno de sus dedos ya había ingresado en tu interior. Rompí el beso y empujando de tu cabeza para abajo te indiqué que era el momento de doblar la cintura y empezar a mamármela un rato.
Después de tantas sesiones nos comunicábamos perfectamente sin palabras y todas tus acciones eran una simple prolongación de mis deseos. En un segundo te encontrabas ya doblado en ángulo recto engullendo mi polla ya completamente dura mientras el Chino en cuclillas se disponía a hacerte una buena comida de ojete.
Sentía cómo el morbo invadía todo mi cuerpo, al verte a ti dominado entre dos hombres, viéndote disfrutar sometido por tus dos agujeros al mismo tiempo. También sentía un cierto orgullo viendo cómo el Chino se volvía loco pudiendo disfrutar de tu cuerpo, manoseando tu culo y tus piernas, separando con fuerza tus nalgas para poder acceder con su boca a tu ano y finalmente degustando una y otra vez el sabor de tu rincón más caliente.
Y aunque tu comida de rabo me estaba trasportando al paraíso y mi polla solo hacía que ponerse cada vez más y más dura, también empecé a sentir una cierta envidia; envidia de la boca del Chino, que osaba gozar de un cuerpo que hasta ahora solo había sido mío y de nadie más. Compartir tu cuerpo me estaba dando tanto morbo como me estaba empezando a encabronar.
Saqué la polla de tu boca y te di la vuelta para hacerme cargo de tu culo. El Chino se quedó literalmente con la boca abierta, como un niño al que le quitan un caramelo de la boca.
-Eh, vale, vale. Si quieres el culo solo tienes que pedirlo, cabrón.
Luego se puso en pie y se acercó a la cómoda sobre la que descansaban los juguetes.
-¿Qué tal aguante tiene este perro?- Y cogiendo las pinzas unidas por la cadena se acercó de nuevo a ti y te las puso en los pezones.
-¿Ni un gemido, qué eres de plástico?-te preguntó con sorna. Y dando un tirón de la cadena, arrancó por fin un quejido amargo desde tu garganta.
Yo por mi parte, continuaba la comida de ojete que él había empezado. Notaba tu agujero cada vez más abierto y entregado. Tus gemidos pronto se ahogaron cuando el Chino te metió su larga polla en tu boca y empezó a follártela.
-¡Buaaa, esta boca tiene mucho vicioooo!- El Chino a veces era como una radio encendida comentando todas las jugadas, pero he de reconocer que sus comentarios lograban ponerme aún más cachondo. Imaginaba la punta de su polla metiéndose a saco en tu garganta y eso me hacía intentar yo llegar cada vez más profundo con mi lengua.
Poco importaba en esos momentos lo que pudieras sentir tú. Eras un mero juguete para nuestra viciosa imaginación. Nos fuimos pasando tu cuerpo de uno a otro extremo, boca y culo, ahora él, ahora yo, sintiendo como tu cuerpo se iba dando de sí, mientras nuestra excitación no hacía más que inflamarse hasta que por fin te llenamos de lefa los dos, toda la cara y la espalda, celebrándolo con alaridos de placer.
Luego te quitamos las pinzas de los pezones sin muchos miramientos, te llevamos al baño y te pusimos de rodillas en la ducha, esperando como un buen chico a que descargáramos ambos sobre ti una buena lluvia amarilla. Tú aceptabas dócilmente la caricia caliente de nuestros chorros, los ojos cerrados con expresión viciosa, y con tus manos te acariciabas el pecho, las piernas, la polla, ayudando a extender nuestros líquidos por todo tu cuerpo, como si quisieras que nuestra esencia impregnara hasta el último centímetro de tu piel.
Dando por finalizado el primer round nos fuimos a la cocina a tomar algo para recuperar fuerzas mientras tú te quedabas dándote un duchazo.
(continuará)