Chico triste, hombre solitario (3ª parte)

Una breve temporada sin vernos solo sirve para que en nuestro reencuentro salgan afuera mis peores instintos.

El tiempo pasa rápido cuando uno se encuentra inmerso en la rutina del día a día, los rígidos horarios del trabajo y las horas libres empleadas en mantenerme en forma en el gimnasio. Ya habían pasado tres semanas sin tener noticias tuyas desde aquel día que nos conocimos pero aún estaba convencido de que terminarías llamándome.

Lo que en ningún momento se me pasó por la cabeza fue el llamar yo. Esos tiempos en los que la duda te corroe y te preguntas obsesivamente qué estará haciendo el otro ya habían pasado hacía mucho tiempo para mí.

En esas tres semanas también trasteé en el Grindr, pero las proposiciones que recibía no me resultaban nada estimulantes.

Al final volviste a dar señales de vida. Yo esperaba de ti un wassap, pero me sorprendiste con una llamada de teléfono en toda regla un viernes por la tarde.

-Hola, soy yo, Txema, ¿te acuerdas que el otro día estuvimos…?

-Claro, Txemita , ¿cómo te va?

-Bien, ya sabes, preparando exámenes, casi no he tenido tiempo para nada.

Como no me gusta perder el tiempo, directamente te propuse quedar esa misma tarde para tomar una caña en un bar de ambiente, justo en el que nos habíamos encontrado la primera vez.

Me gustó que accedieras directamente sin darle más vueltas y sin poner excusas, como un chico obediente. Te había costado un poco dar el paso de llamarme, pero ahora parecías dispuesto a dar los siguientes pasos con más decisión.

Ya en el bar reconozco que me sentía muy cachondo, venías con una camiseta ajustada en la que se marcaban esos pezones que tanto deseaba volver a agarrar. Mientras bebíamos nuestras cervezas yo te incomodaba mirándote directamente a los ojos, disfrutando de ver cómo te ponías colorado y te sudaban las manos.

Intuía que no estabas nada acostumbrado a mostrarte en público con otros gays y me apeteció poner mi mano sobre tu muslo como quien no quiere la cosa. Tú mirabas para todas partes avergonzado, pero en aquel bar de ambiente a nadie le llamaba la atención.

  • Dime Txemita, ¿cuántas veces te la has cascado recordando lo del otro día en mi casa?

Intentaste contestar pero sólo te salía un carraspeo raro. Mientras, mi mano sobre tu muslo había comenzado un suave masaje y se iba acercando progresivamente a tu paquete.

Continué:

-Cuando me has llamado por teléfono he pensado que seguramente querrías venir a mi casa y probar los juguetes que viste el otro día en mi cajón secreto. ¿Es así?

De nuevo emitiste una especie de ronco murmullo que no llegué a entender.

Proseguí:

-El otro día disfrutamos mucho los dos, pero me he quedado con ganas de hacer muchas más cosas contigo. ¿Qué me dices, tienes algo mejor que hacer esta noche?

Un minuto más tarde ya íbamos a paso rápido camino de mi casa.

Nada más entrar y cerrar la puerta nos enlazamos en un largo y húmedo beso.

Luego te separé empujando su pecho con mi mano, suavemente pero con firmeza. Nos quedamos a solo unos centímetros, yo mirándote a los ojos, tú mirando a mis labios con expresión de deseo. Enseguida intentaste volver a besarme pero manteniendo mi mano sobre su pecho te lo impedí.

Te quedaste desconcertado. Me miraste a los ojos intentando entender, pero yo no te ofrecí ninguna pista. Al poco volviste a intentar acercar tus labios a los míos, pero de nuevo mantuve la distancia. Entonces decidí sorprenderte y con un movimiento decidido te agarré el paquete con mi otra mano.

Yo sentía cómo tu cuerpo se había puesto tenso, aunque la mano que atenazaba tus huevos no llegaba a causarte dolor. También se oía tu respiración acelerada.

Entonces fui yo el que comencé a acercar mi boca a la tuya, pero cuando ya creías que me ibas a poder besar me detuve de nuevo a escasos centímetros, y esta vez ya no intentaste adelantarte, sino que te quedaste quieto mirándome a los ojos.

No pude evitar una sonrisita:

-Veo que vas entendiendo este juego. Si quieres hacerme feliz solo tienes que dejarme hacer a mí. Vas a ver que lo vamos a pasar muy bien los dos. ¿Verdad que vas a hacer todo lo que te vaya diciendo?

Esta vez me pareció oír un sí, muy bajito pero un sí al fin y al cabo.

Entonces te solté el paquete y di un paso atrás.

-Ahora quítate toda la ropa y déjala sobre la mesa.

Obedeciste como un gatito. Yo mientras encendí la televisión y busqué la película porno más cañera que tengo en mi colección para ir haciendo ambiente.

Ya con la película en marcha me volví hacia ti, que ya estabas desnudo y esperando.

-Ahora me vas a desnudar a mí, ven. Empieza por la camisa. Así, despacito con cuidado. Ahora desabróchame el cinturón.

Movido por tu creciente calentura te veía cada vez más desenvuelto y deseando agradar.

-Dame el cinturón. Ahora te vas a agachar y quiero que me vayas quitando los zapatos.

Mientras, pobre, te afanabas en desabrocharme los cordones no me pude reprimir, pasé mi cinturón por detrás de tu nuca y atrayéndote hacia mí, te restregué mi paquete contra tu cara, que enseguida cambió la expresión de sorpresa por otra de vicio que hasta entonces aún no te había conocido.

Después de restregarme un buen rato, te ordené terminar de descalzarme y bajarme los pantalones. Ante tu boca ávida apareció mi polla ya erecta pero aún enfundada en el slip de lycra.

Un reguero de saliva fluía de las comisuras de tus labios, lo recogí entre mis dedos y lo devolví a tu boca.

-Toma, no vayas perdiendo tanta baba, que enseguida te va a hacer falta.

Luego te conduje hasta el sofá. Ahí me senté, bien abierto de patas, me saqué la polla del boxer y te puse a mamármela cosa de media hora.

Esta vez ya ibas demostrando más pericia que el primer día y me sorprendió gratamente comprobar que no le hacías ascos a tragarte mi polla enterita hasta la garganta. Yo, por mi parte, a ratos te dejaba hacer, y a ratos tomaba el mando empujando tu cabeza contra mí hasta enterrarte mi polla lo más adentro posible y sujetándotela con firmeza mientras notaba tus labios en la base de mi verga.

Parecías disfrutar tanto de esta situación que me animé a dar un paso más y con mis dedos atrapé tu nariz y apreté con fuerza para que no pudieras respirar. En pocos segundos comenzaste a impacientarte pero yo te mantuve bien sujeto mientras comenzabas con unas arcadas que solo consiguieron estimular la punta de mi polla inserta en tu faringe.

Por fin te solté y pudiste echarte atrás para tomar aire, con un hilo grueso de saliva colgando de tu boca abierta y los ojos enrojecidos por el esfuerzo, estabas tan guapo en ese momento que me apeteció largarte una buena bofetada. Y lo hice.

Por un momento te quedaste con cara de estupefacción, pero enseguida aceptaste la situación, volviste a mirar con deseo a mi polla que estaba totalmente dura y roja delante de ti, te cogí con mi mano por tu nuca y te indiqué nuevamente lo que tenías que hacer.

Ahora ya comías la polla con tanta ansia que parecías un animal hambriento y casi me haces acabar dentro de tu boca.

-Ven- te ordené y fuimos para la habitación. –Ahora a cuatro patas sobre la cama.

De un salto ocupaste tu lugar sobre el borde de la cama y yo me coloqué a tu izquierda de pie. Mientras tú continuabas estático me entretuve acariciando tu piel, palpando las proporciones de tu cuerpo, tu espalda fuerte con la musculatura marcada, tus piernas recubiertas de un suave vello, el vientre plano, los sensibles pezones.. Tú te dejabas hacer y solo exhalabas un suave gemido cada vez que mis manos en sus incursiones por debajo de tu cuerpo alcanzaban tu polla o tus pelotas para darles un amistoso magreo.

Finalmente cogí tu cabeza por el mentón con mi mano izquierda y dirigiéndola de nuevo hacia mi polla te puse de nuevo a mamarla otro rato. Al mismo tiempo, mi mano derecha continuaba sobando tu cuerpo, arriba y abajo, disfrutando de su dominio, al principio con una caricia, al poco tiempo comenzando unas palmaditas sobre tus nalgas desnudas, que poco a poco fueron subiendo en intensidad.

Por la devoción que ponías con tu boca yo sabía que estabas disfrutando cada momento, a pesar de que las nalgas estaban adquiriendo ya un cierto tono rojizo. Paré un momento los azotes. Aprovechando las babas que caían de tu boca, recogí un poco con mi mano derecha e impregnando bien con ellas los dedos empecé a profanar tu agujero, primero con un dedo, luego dos, más tarde tres y por fin cuatro dedos dentro de tu canal.

-Eres un goloso- te dije- si sigues así voy a descargar en tu garganta- y bastó que escucharas mis palabras para que te volvieras loco, aumentaras la intensidad de la succión de tus labios sobre mi polla, que ya estaba a punto de estallar.

Intenté retirarte pero te agarrabas como una ventosa contra mi pelvis. Emprendí un forcejeo contigo porque no quería correrme en tu garganta, no porque no me excitara la idea, sino porque tengo por norma no hacerlo con nadie y siempre juego seguro.

Finalmente cedí y me derramé dentro de tu boca, y tú, contradiciendo mis indicaciones, encima te tragaste toda la lefa.

Mi respuesta llego en forma de bofetón de una violencia que a mí mismo me sorprendió.

Zas!!

-¡No hagas nunca eso, perro!

-Pero tú estás limpio, ¿verdad? No me vas a contagiar nada- me replicaste con lágrimas en los ojos.

-Recuerda esto- dije agarrándole el rostro con fuerza entre mis manos- Nunca te fíes de nadie! Ni siquiera de mí!.

-Pero yo solo quería…

-¡Además, cuando digo que no es que no, joder!

Nos quedamos un rato sin hablar, él a cuatro patas sobre la cama, yo de pie a su lado, con mi polla goteando sobre la alfombra.

Al cabo de un par de minutos empecé de nuevo a acariciarte la espalda.

-Ay, Txemita, ¿qué voy a hacer contigo?

Tú te retorcías de placer, apretándote como un gato contra mis piernas.

-Sabes que te mereces que te castigue-  y dicho esto, atrapé tus pelotas con mi mano derecha, poniéndote bien firme.

-Dime que no lo vas a volver a hacer- y comencé a aumentar la presión sobre tus huevos.

-No lo volveré a hacer, lo prometo… Apenas se te entendía con tu hilito de voz.

-Voy a traer las cosas de jugar, no te muevas de donde estás- y yendo hasta la cómoda abrí el cajón que tú ya conocías. Saqué todo y lo extendí sobre la parte de la colcha que dejabas libre.

Tú mirabas de reojo las cosas que iban apareciendo, un plug bastante gordo, un vibrador aún más grueso y un dildo de tamaño XXL. Me pareció que empezabas de verdad a temblar. Sucesivamente fueron apareciendo más cosas, un antifaz, unas pinzas metálicas unidas con una cadena, una decena de pinzas de la ropa, una vela, una fusta…

-Ahora que me has sacado un vaso de leche vas a tener que pagar por toda la botella.- Y de un empujón te tiré boca arriba sobre la cama.