Chico Malo

Esta es la primera parte de la historia de dos almas que están unidas a pesar del tiempo y las circunstancias.

Pongo YouTube, y lo primero que me sale es esto: ´´Tears Don't Fall´´ de Ballet For My Valentine, ¡perfecto!, todo el día intentando no pensarte, y así es un imposible, todos y cada uno de nuestros momentos me vienen a la cabeza, desde el primer día que te miré de otra manera, es imposible no recordarlo…

Más de una vez lo había hecho ya,  tenías 18 años, no eras un chico guapo de revista, pero tenías un atractivo brutal, que con el paso de los años ha ido a mucho más.

Tus ojos azules y esa mirada intensa en la que quería perderme eran y siguen siendo una auténtica locura, tu piel pálida cual vampiro de los libros que tanto me gustaban, esa cara de chico malo y sinvergüenza, tu boca pequeña, pero de labios carnosos y rosados, perfectos para ser besados, y esa actitud chulesca que sigues teniendo, todo eso hacía un conjunto monumental ante mí.

Yo por aquel entonces tenía treinta y tantos, y una vida un poco complicada, engullida por una relación que aún hoy en día no va a ninguna parte. (Pero eso es otra historia)

Una serie de circunstancias me han llevado a donde estoy ahora, que es delante del ordenador recordando a la persona más intensa con la que me he cruzado en el camino, y con quien nunca pensé que volvería a cruzarme, pero la vida nos lleva por caminos que nos tiene marcados, y creo que tú y yo estamos marcados a pesar de nuestras circunstancias.

¿Por dónde iba? Ah, sí: Ese día por cosas de la vida terminé cortándote el pelo, fui a casa de mi amiga, allí estabas tú con el hijo de esta, y entre pitos y flautas me pillasteis por banda para que os rapara la cabeza a los dos. Con él fue coser y cantar, pero cuando tú te sentaste delante del lavabo, te quitaste la camiseta, y vi tu piel pálida y reluciente por primera vez desnuda ante mis ojos. Aquello fue otra cosa.

Aunque sólo fue de cintura para arriba, tampoco necesitaba mucho más en aquel momento. Entonces cogí la cortadora de pelo y empecé a cortar esa mata rubia y espesa, con delicadeza, despacio. Miraba tu espalda y tenía ganas de tocarla, y acariciar tus hombros, pero me conformaba con cortar tu pelo.

En un momento dado, miré al espejo y vi tus ojos reflejados en él, mirándome, sin apartar la mirada. Debí ponerme hasta colorada, porque entonces ya te pensaba de esa manera inadecuada, yo no lo dudé y te devolví la mirada sin ningún tipo de miramiento, igual que lo hago ahora, solo que ahora creo que es más inadecuada que en aquel entonces.

Terminé mi labor, tardando todo lo que puede, alargando el momento lo máximo posible, no quería dejar de estar pegada a ti. Claro que no sin antes volver a mirar a ese espejo en que nos cruzamos las miradas. No sin antes limpiar de tus hombros los pelos que habían caído en ellos. También limpie tu cara, y ese fue otro momento en el cual cruzamos nuestras miradas, sin cortarnos en absoluto. Esa fue la primera vez que toqué tu cuerpo medio desnudo. Ya me gustabas, y eso no era nada adecuado.

Después de aquello pasó algo de tiempo, el justo para haber tomado una decisión importante en mi vida, aunque hoy en día me doy cuenta de que tampoco sirvió de mucho, pero sí para saber que no quería seguir durmiendo con alguien que no sentía ni padecía estando a mi lado.

Nos encontramos varias veces en casa de esa amiga, y en algún otro lugar de la zona donde vivimos, y cada vez que lo hacíamos compartíamos miradas cómplices, risas, confidencias, y sobre todo música.

Pasado un tiempo un día de invierno te vi camino de alguna parte y paré con mi coche, bajé la ventanilla, y te saludé. Te acercaste y nos pusimos a hablar de todo y de nada, y te propuse una partida de ajedrez, tú sin dudarlo me dijiste -vale, ¿a qué hora? - Sobre las seis te dije yo.

En aquellos días estaba sola en casa, y con ganas de recibir cariño. Quería sentirme deseada, y de hecho ya me sentía un poco así, incluso pensaba para mí (cómo le voy a gustar yo a este chaval).

Por aquel entonces ya habías cumplido los 18, lo cual me quitaba un peso de encima, aunque tampoco es que me importara mucho, pues años antes, ya me encontré con una situación parecida, y tampoco fue ningún drama para nadie, la diferencia era que en aquel entonces yo era libre como un pájaro...pero eso es otra historia…

Eran tantas las ganas que tenía de estar a solas contigo, hacía años que no me sentía así, de hecho, si mi compañero de vida no hubiese ido matando nuestra relación, seguramente nada hubiese pasado entre “mi chico malo” y yo.

Yo nunca hubiese mirado a otro, pero las circunstancias se dieron así, yo estaba desencantada y me sentía muy sola, y necesitada de cariño y sexo, y ahí estabas tú.

Llegaste sobre las seis de la tarde más o menos, cuando sonó el timbre, me sobresalté, estaba tan nerviosa, qué tontería, ¿verdad?, pero así era, me sentía como una adolescente en su primera cita.

Abrí, la puerta y entraste rápido, estabas tiritando, hacía muchísimo frío así que te pregunté que si querías un café con leche -si por favor, que estoy congelado. Te invité a esperarme en el salón.

La mesita era cuadrada y grande y ahí estaba el ajedrez preparado para esa partida que nunca llegamos a jugar, aparecí con dos tazas de café y las puse encima de la mesita, y me senté a tu lado.

Realmente no recuerdo de qué iba nuestra conversación, solo sé que nos mirábamos a los ojos y que las sensaciones eran una pasada. Mi corazón palpitaba como si quisiera salirse del pecho, y te lo dije, y te cogí la mano para llevarla y me pecho y que tú también lo notaras. Hablamos durante mucho tiempo…

Fue especial y raro, realmente no recuerdo si aquel día pasó algo más entre nosotros, pero la situación fue mágica, me sentí bien, me sentí guapa, me sentí como hacía tiempo que no me sentía.

Ni siquiera recuerdo si nos besamos o no, solo recuerdo que el tiempo pasó volando, en un abrir y cerrar de ojos nos habíamos contado un montón de cosas, nos habíamos mostrado nuestra mutua atracción.

Solo sé que después de aquel día todo fue un poco locura entre nosotros, volviste a venir otra tarde, pero esa ni café, ni ajedrez, ni nada. Fuimos directos al dormitorio.Poco a poco nos fuimos desnudando, yo me sentía excitada, nerviosa, como si nunca me hubiese desnudado delante de nadie, pero a mi edad, no habían sido pocas las veces de ese acto en mi vida. Pero claro no todas las veces eran iguales, y esta vez estaba resultando bastante especial y distinta.

Mi ritmo cardiaco se aceleraba cada vez más, sentía como aquel cuerpo joven y duro por todas partes se restregaba contra mi cuerpo que hacía meses se había olvidado de sensaciones como esa, estaba caliente, sudando, mis extremidades se retorcían con cada caricia, con cada beso húmedo, estaba muy excitada, eran un cúmulo de sensaciones.

Aquella fue la primera de las varias veces que estuvimos juntos a lo largo de un año más o menos. Era todo nuevo unos labios que nunca había catado, unas manos que nunca me habían tocado, un sexo de buen tamaño de forma un tanto irregular, gordo, de sabor dulce, apetitoso.

Todo fue nuevo aquel día, mi excitación, mis ganas, mi facilidad para dejarme llevar por ese niño que tenía entre mis piernas, el placer que sentí mientras me embestía una y otra vez, y lo bien que me sentía porque me miraba a los ojos en aquellos momentos de lujuria y desenfreno.

No quería que aquello terminase, hubiese estado horas allí con él jugando con su sexo, recorriendo su cuerpo desnudo con mis manos, disfrutando de sus fluidos cayendo encima de mis pechos desnudos y con los pezones duros como piedras.

Aquello fue una locura divertida, pasó tiempo hasta que volvimos a vernos, él al igual que yo tenía su vida, siempre había tenido alguna novia, cuando no era una era otra, y si no unas cuantas a la vez. Como he dicho anteriormente era y es una persona con un atractivo brutal.

Las demás veces que nos vimos fueron extrañas de alguna manera, a veces hacíamos que nos encontrábamos y nos íbamos por ahí a dar vueltas, hablar, hacer fotos y pasar la tarde riéndonos y dándonos algún beso furtivo.

Otras veces hacíamos lo mismo, pero a lo mejor terminábamos follando en mitad del campo a mitad de la mañana sin pensar en nada más que nuestros cuerpos entregados el uno al otro, el placer de lo prohibido, de lo inadecuado me excitaba aún más, pensar que alguien nos podía estar mirando…. El con los pantalones bajados hasta las rodillas y yo desnuda de cintura para abajo, todo me daba igual.

El placer de tenerle dentro de mí, embistiéndome de esa manera salvaje de un joven, y esa manera de chupar mis pechos, morder mis labios y dejarlo todo en el acto como si el mundo se fuese terminar.

Hoy que recuerdo todo aquello y más, sigo pensando que no me arrepiento en absoluto de cada minuto que pasé a tu lado, de una u otra manera, me hacías sentir viva, igual que ahora, pero ahora la vida nos los pone más complicado aún, tú tienes tu bonita familia, pero me buscas, aunque nada pase entre nosotros, me haces reír igual o más que antes, haces que el tiempo vuele, que yo no quiera que se acabe, me haces sentir como una adolescente, y eso es muy loco teniendo en cuenta que ya tengo muchos años más…

Volviendo a nuestras idas y venidas, hubo una vez en la que yo me fui el fin de semana a casa de unos colegas, que cuando se iban me daban cancha libre para estar allí, y hacer lo que me pareciera conveniente.

Tú estabas con tus cosas del fin de semana, pero al final quedamos igual ese sábado por la noche, vine desde casa de mis amigos, cual ladrona entrando por las puertas del castillo, para raptarte y llevarte a mi nueva morada.

Estabas bastante ansioso, tenías tantas ganas como yo, y yo estaba muy cachonda. El viaje en coche tuvo lo suyo, tu polla estaba dura, la pude tantear, mientras miraba hacia delante, estaba a punto de caramelo, como yo no podía, por precaución, sobre todo, quería llegar entera a mi guarida, te dije que te tocaras.

Y vaya si lo hiciste, empezaste a subir y bajar con tu mano derecha mientras que con la izquierda buscabas dentro de mi blusa, pero yo iba a lo mío, que en ese momento era conducir.

Allí lo tenía todo preparado, los inciensos, la cama, un poco de vino y unos cigarritos de la risa. Durante el camino fuimos escuchando el disco que me habías grabado, y al llegar, como siempre tuve suerte y aparqué en la puerta.

Subimos en el ascensor, hacía muchísimo frío, nos pusimos cómodos, y nos encendimos la calefacción y un cigarrito de la risa, y todo comenzó de manera natural. Empezamos en el salón y entre risas y caricias empezamos a quitarnos la ropa, así que te cogí de la mano y te llevé al dormitorio.

Allí el juego se empezó a volver más de mayores, los dos por fin desnudos, tú con tu cuerpo pálido y con tu vello púbico, rubio y rizado y tus pelotas grandes y esa polla extraña que tienes pero que siempre está diciendo “cómeme”. Yo no tardé mucho en desnudarme para ti, en unos segundos mis pechos con los pezones erectos esperando que empezaras a jugar con ellos…

Primero me tumbaste boca abajo y empezaste a lamerme desde la nuca hasta donde termina la espalda, me hiciste poner a cuatro patas y te pusiste debajo de mi coño, con toda tu cara mirando hacia él, me agarraste el culo y me llevaste todo hasta tu boca, que estaba húmeda, con tu lengua jugabas con mis labios mientras que, con uno de tus dedos, entrabas y salidas de mí, de manera fácil, pues estaba tan húmeda que de otra forma no hubiera podido ser. Me mordías el clítoris despacio, y tu lengua jugaba en sexo, como hacía tiempo que no recordaba.

Después fui yo quien empezó a jugar con tu polla dura y gorda, la chupé cual piruleta, y la lamí de arriba abajo durante un rato, mientras tú jadeabas excitado, notaba cómo todo tu cuerpo se retorcía, aquello era una locura. Una vez terminé con mi labor, me puse a horcajadas encima de ti, y en un abrir y cerrar de ojos estaba moviendo mis caderas, mientras notaba cómo se hinchaba cada vez más tu polla.

El gozo era tremendo, en un momento dado cambiamos de posición y comenzaste a embestirme de tal manera que toda yo creía que me iba a romper, hasta que nos corrimos a la vez. Te quedaste tumbado encima de mí durante un rato largo, sin sacar tu polla de mí. Era una sensación de gusto brutal…

Después de aquel éxtasis compartido, nos dimos una ducha y te llevé de vuelta a casa, aunque me hubiese gustado pasar toda la noche contigo, pero las cosas son como son….