Chicago Hotel Adventure (2)
No tenía sentido tocar ni una tecla hasta que pudiera sacarse a Silvia del fondo de su mente. Su sangre fluía a todas las extremidades incorrectas cuando pensaba en ella.
Aventura en un hotel de Chicago
por Lothario the Great. - versión en español, por Clarke.-
Capítulo 2.
No tenía sentido tocar ni una tecla hasta que pudiera sacarse a Silvia del fondo de su mente. Su sangre fluía a todas las extremidades incorrectas cuando pensaba en ella.
L A ALARMA SONÓ MUY AGUDA cuando estalló. Wes ya se había despabilado, pero saltó ante ese sonido de todos modos. Roger gritó la palabra: "¡mierda!", sin levantar su cabeza de la almohada. Wes le conocía este exabrupto, cuando todo lo que se requería era que presionara el botón del despertador, y lo hizo de nuevo. Pronto Roger estaba roncando satisfecho, una vez más. Wes se sintió condenadamente complacido consigo mismo, y por la misma razón que Roger. Ambos habían pasado la noche haciéndole el amor a bellas mujeres, en aisladas habitaciones de hotel. Pero Wes sospechó que había alcanzado un mejor final con el arreglo. Sólo un par de horas antes, había estado durmiendo profundamente, con Silvia Anderson entre sus brazos; ella se anidaba contra su costado, con su cabello húmedo envuelto en una toalla, su cabeza descansando en el hombro de Wes. Ninguno de los dos esperó que algo ni remotamente romántico sucediera entre ellos, y menos aún el mejor sexo que jamás hubieron imaginado y/o visto, en cintas triple X contrabandeadas desde Europa. De manera que, por supuesto, ninguno recordó aguardar el inevitable regreso de Faith a la habitación. Wes podría haber sostenido a Silvia entre sus brazos durante otros cien años, pero tendrían que esperar hasta el próximo encuentro. El próximo encuentro. Era en todo lo que Wes pensaba desde el momento en que regresó a su propio cuarto y hasta que la alarma explotó a las 7:00 a.m., la hora actual. ¿Tendrían la oportunidad de volver a dormir juntos? ¿Podría esto transformarse en algo más? ¿Tendrían que esperar hasta que regresaran a Nueva Inglaterra para pensar en el nivel siguiente? Las preguntas asaltaban la mente de Wes del mismo modo que la temprana luz del amanecer asaltaba sus ojos. Caminó arrastrando los pies hacia el baño. Mientras el agua de la ducha caía sobre su cabeza, siguió fantaseando sobre Silvia. ¿Estaría ella pensando en él en ese mismo momento? ¿Querría ella mantener su relación en secreto, para los demás estudiantes, durante el viaje? Sabía que habían alcanzado una profunda conexión, pero ¿tendría la chica remordimientos? El arrepentimiento puede llegar a ser un gran obstáculo para la felicidad. Wes no podía parar la sangre que invadía su verga mientras recordaba los detalles. Silvia se veía maravillosa a la luz de la lámpara, su piel olivácea resplandeciendo, los rulos de su pelo flotando como algodón negro rodeando sus hombros perfectos. Cuando estuvo cerca de su orgasmo, sus inspiradas tetas se volvieron oscuras mientras las aréolas se tornaban inflamadas y ligeramente sonrosadas. Wes no podía parar de recorrer con la punta de sus dedos esos pechos, y ella refunfuñaba de placer mientras él lo hacía. --¡Wes! Apurate, cabrón. Vamos a llegar tarde. "Muy bien, Roger, está bien", pensó Wes para sí mismo. Sigue siendo un asno incorregible. Estoy muy agradecido por lo de anoche, y cuento con tu insensibilidad como agradecimiento. Wes bombeó su pija a un ritmo más rápido, urgido por acabar. Cuando se corrió, sus rodillas casi se doblan. No se dio cuenta de lo extenuado que estaba por la noche pasada, quizás la adrenalina estaba comenzando a desaparecer. Terminó de ducharse, salió y se secó. Roger ya estaba dentro del baño casi antes de que Wes hubiera destrabado la puerta. --Era hora, Wes. ¿estábas sacudiéndote o qué? --No seas roñoso --dijo Wes, mientras se aplicaba gel entre sus cortos cabellos. --Te patearé el culo --dijo Roger, con una sonrisa amplia--. Voy a ganar hoy. Y probablemente lo haría. Roger era el más sensitivo y acabado actor en el campus. Hasta su rutina de personaje duro era una façade . ¿Cómo podía haber seducido a tantas mujeres con sólo ese mudo exterior de atleta para lograrlo? Wes sabía por qué le gustaba que fueran amigos con Roger, pero a veces se le antojaba que él podría tomarse un respiro de su gamberrismo. Wes se vistió con su traje de Armani y caminó enérgicamente hacia el ascensor. El aparato paró en el piso de Silvia, y él esperó angustiosamente que ella subiera en ese momento, pero se trataba sólo de algunas chicas del Departamento de Inglés. Se sonrieron ante Wes pero nada dijeron. De pronto Wes se preguntó si ellas podrían sentir algo diferente hacia él. Estaba por lo menos seguro de que se veía de puta madre en su Armani. La Academia había instruido a todos sus estudiantes para bajar al salón de fiestas y hacerse con el desayuno en la barra del buffet . Wes completó su plato con fruta y huevos -no era alguien que comiera mucho en el desayuno-, entonces se sentó cerca de la ventana, desde donde podía mirar a las calles de Chicago, y toda su gente, dirigiéndose al trabajo. Caminó Silvia entrando al salón, con un vestido negro, ajustado al cuerpo y largo hasta el piso, con breteles finos como spaghetti sobre sus hombros. Su pelo glorioso se encaramaba en lo alto, con una docena de hebillas rosadas sosteniendo todo en su lugar. La mayoría de las chicas en el salón se habían vestido con el arreglo inverso, prefiriendo cuidar su maquillaje y su cabello mientras seguían enfundadas en sus remeras, shorts de dormir y chinelas de entrecasa. Los estudiantes de la Academia, en todos sus niveles de destreza, intentaban despabilarse y se movían por el salón como ganado, tratando de sobreponerse al regocijo de la noche pasada. Muchos de ellos se habían perdido entre drogas y alcohol, aún cuando sus rendimientos de hoy podrían determinar si pasarían el resto de sus vidas haciendo arte, o haciendo bobinas para enfríar heladeras... ¿Cómo sobrevivirían, algunos de ellos, en una Academia de ligas privilegiadas, sin alguien para sostenerles la mano? Por supuesto, ninguno se preocuparía una vez que regresaran a casa, con trofeos del acontecimiento. Adinerados, apuestos muchachos, con talento artístico para propulsarlos -¿por qué molestarse por la afabilidad social?-. Pero él no era mejor, en realidad. Una formidable ejecución estaba esperándole, y él estaba demorándose aún en la condenada Silvia. Estaba por completo consumido. Silvia se veía igualmente exhausta. Pensamientos filosóficos, surgidos al azar, zumbaban alrededor de su cabeza, como electrones alrededor de un núcleo, y en todo lo que verdaderamente podía concentrarse, era en la chica con las hebillas rosadas entre su pelo. Deseaba pararse y gritar: "¡Hey! ¡Silvia! ¡Estoy enamorado de vos! ¡Digámosle a todo el mundo cuán locos estamos el uno por el otro! Pero al menos dos obstáculos aparecían firmemente en el camino: la timidez de él... y la de ella. Sólo la idea de dar gritos a la multitud hacía que le dolieran los dedos de los pies (¿Por qué sus dedos? Pues sí, sus dedos de los pies.) Era diferente detrás del piano, sin necesidad de hablar, ni de articular ningún pensamiento, más allá de los que la música expresaba. Sospechó que Silvia se sentía de igual modo en relación a su cello . La había visto tocando en un concierto: el modo en que cerraba sus ojos y se bamboleaba con la música. ¿Por qué no se habían enamorado de ella hace rato, sólo observándola con su pasión por ese instrumento? Su interpretación había sido intensa, precisa, inventiva, agresiva -todas las cosas que a él le gustarían en su mejor amigo, y todas las cosas que deseaba él mismo poder ser-. Observó mientras ella se sentaba con Faith y unas pocas de las tontas sopranos que conformaban su manada. Ella debía no haberlo visto, porque nunca miró hacia él. O quizás se sentía avergonzada. La idea lo sacaba de quicio. Tan profundamente había intimado, y ahora ella estaba abochornada al verlo. Pero... ¡alto! Silvia levantó la vista hacia Wes, y luego, rápidamente, la regresó hacia su tazón de cereales. Pescó con la cuchara algunos copos y los llevó hasta su boca, y entonces, repentinamente, le robó otro golpe de vista. De nuevo giró ella, esta vez para escuchar lo que fuera que Faith hubiera de decirle. Y entonces lentamente, mucho más lentamente, ella miró a Wes una vez más. Una sonrisa mínima cruzó sus labios. Luego un guiño. Wes se sintió más ligero que el aire. Súbitamente, ella desvió la mirada otra vez, se volvió sombría. ¿Habría sonreído Wes demasiado evidentemente? Entonces se dio cuenta de lo que Silvia había visto, por encima del hombro de Wes. --¡Wes! ¡Tanto tiempo sin verte, compañero! --Roger se dejó caer pesadamente en la mesa de Wes--. ¡Jesús!, ¿es eso todo lo que estás tomando como desayuno? Te desmayarás durante tu ejecución, viejo. --No te preocupés por mí, Rog. No soy yo el que golpeaba ruidosamente contra Faith toda la noche... --¡No, no fuiste vos! ¿Quién podrá haber sido?... ¡Oh, sí...! ¡Era yo! ¡Maldición! Pensé que recordaba haber exprimido la crema sobre alguien anoche, pero no podía, lo juro por mi vida, saber en quién. --Roger se atiborró con un hot-dog entero dentro de su boca--. Así pues, ¿se 'divirtieron' un poco Silvia Anderson y vos? Wes soltó una carcajada algo estruendosa . --¡Mierda!, sí claro... --Vamos. Ella está ardiendo, y vos, desesperado. No me digas que ni siquiera hablaron sobre con quienes habían ya culeado. --Roger, sos un pervertido de primer orden. --¡Eso es lo que dice mi terapista! Estoy pensando en escribirlo sobre mi remera... Tal vez pueda usarla en el club o algo así. Haré que me hagan dos, una para Silvia. Ella podrá usarla para tu primera cita. --¡Cortala! --siseó Wes. --¡Uhh... juu! ¡Qué escalofrío, Tundra! Sólo estoy bromeando contigo. Así que ¿qué diablos pasó anoche? ¿Ustedes dos... tuvieron una revolcada o qué? Wes entornó sus ojos. La conversación se volvía inmensamente incómoda para él. --Estuvo bien. Hablamos por un rato y después nos fuimos a dormir. --¡Sí, claro, bebé! --vociferó Roger--. Oh, vamos, estoy bromeando contigo. ¡Aligérate, maldición! --Paleó más comida dentro de su boca--. ¿Y no vas a preguntarme cómo me fue con Faith? El tenedor de Wes se detuvo muy cerca de su boca. --Vos... ¿querés comentar sobre eso? --¡Al infierno... sí, claro! No hay nada más aquí que contarnos. --Roger se recostó hacia mí--. Ella trajo un poco de jalea, me dijo que quería probarla sobre su hendidura... ¡Dioses! Ella será un demonio anal de por vida. Nunca sentí nada tan apretado; pensé que iba a salírsele por la garganta en el otro extremo. --Andá a cagar, Roger, estoy tratando de comer. --Pero en lo que realmente pensaba era en Silvia, sentada sobre su pija en la butaca, contorneándose al sentir uno de sus dedos invadiéndole el ano, los ojos abiertos pero sin ver nada, a través de la neblina de éxtasis. Wes comió sus bocadillos, contemplando la noche pasada, mientras Roger cotorreaba sobre la misma cosa. Por lo visto a Faith le gustaba que le palmearan el culo. Ella y Roger habían estado jodiendo incansablemente por casi dos horas, y luego cayeron rendidos. Faith pateó a Roger en las costillas mientras dormía, y Wes se preguntaba cómo la historia sobre la hazaña del sexo anal hubo de virar hasta ese punto. Los transportes llegaron a las 9:30 para llevarse a todo el mundo hasta el lugar del concurso. Wes observó que Silvia se introducía en un ómnibus diferente. Él atrapó su mirada, pero ella tuvo que seguir andando y no pudieron hablarse. Una vez dentro del transporte, Terrance y James se sentaron cerca de Wes, y comenzaron con su mierda sobre pianistas. Cada vez que Terrance hubo de mencionar el término digitación", su novio James emitió una risita socarrona. El vocablo hacía que Wes pensara en la misma cosa, pero no se sonrió para nada. Extrañaba a Silvia. En cuanto los ómnibus llegaron al campus de la Academia anfitriona del concurso, todos los estudiantes se enfilaron como vacas hacia sus respectivas competencias. Wes se sentó solo en un gran comedor lleno de instrumentistas, en una silla plegable, cerca de la ventana. Buscó a Silvia, pero las cuerdas habían sido encorraladas en otro edificio. Cuando un auxiliar pronunció su nombre, tomó su turno en la sala de prácticas. Su elección del día recayó directo en Chopin, nada demasiado adornado, sólo una bella, no muy conocida pieza, ejecutada a la perfección para asegurarse el ingreso a la próxima ronda. El comedor sería un hervidero de varios cientos de estudiantes al día siguiente. Permitió que sus manos sobrevolaran las teclas pero no las tocó. No tenía sentido tocar ni una tecla hasta que pudiera sacarse a Silvia del fondo de su mente. Su sangre fluía a todas las extremidades incorrectas cuando pensaba en ella. Luego de tres profundas inspiraciones, no vio nada más que a Chopin discurriendo a través de su lóbulo frontal. Instantes después, creó el sonido con sus manos. Cuando un golpeteo suave se escuchó en la puerta, Wes ya estaba listo. Bajó a la sala, un gran salón de clases con un piano de concierto en una tarima. Los jueces se sentaron en la primer fila, y unos cincuenta estudiantes se apretaron en las siguientes, murmurando hasta que él tomó su lugar en la banqueta, entonces guardaron silencio. --¿Qué pieza tocará para nosotros hoy? --preguntó el juez ubicado en el centro, un hombre joven con el rostro parecido a la cabeza de un pájaro. -- Ballade número 1, en Sol Menor. --Oh bien, Opus 23 otra vez. Usualmente, nunca se puede oír un buen surtido de obras diferentes, durante un concurso. --No se preocupe por él --dijo otro juez, una mujer anciana de anteojos--. Nadie ha tocado esa pieza hoy, eres pues el primero. Cuéntanos, Wesley, algo personal acerca de ti, si eres tan amable. Wes odiaba hablar. Le resultaba suficientemente difícil nombrar la pieza a tocar. --Me gusta la piña colada y dejarme atrapar por la lluvia. Al Cara de Pájaro no pareció agradarle. --¿Tomas tu trabajo con seriedad? "Más seriamente que los intentos poco entusiastas de aleccionarme", pensó Wes. --Sí, señor --contestó. Cara de Pájaro suspiró. --Comienza. Diez minutos después, Wes se sintió convencido de que había consumado cabalmente una performance sin fisuras. Ni una sola nota mal fraseada en ninguno de los arpegios. Los estudiantes lo ovacionaron de pie, cosa que por cierto él no hubiera esperado. --Gracias --dijo la mujer de anteojos--. Te veremos en la segunda ronda. --Los estudiantes volvieron a aplaudir, y Wes bajó del tablado haciendo gestos con sus manos a modo de saludo hacia ellos. De regreso en su silla plegable, se cuidó de decirse a si mismo que la parte fácil había concluido. Al día siguiente tendría que tocar Schumann, y entonces la presión aparecería de veras. Cerró sus ojos y practicó su digitación sobre sus muslos, batallando para perfeccionar un fraseo espinoso hacia el final. El calor del sol acariciaba su rostro, y de pronto éste desapareció. Abrió sus ojos, para descubrir una chica rubia, con un vestido de terciopelo púrpura, que le bloqueaba el sol. Tenía una piel de porcelana y una cinta haciendo juego en su cabello. --Hola, soy Sarah --dijo ella--. ¿Estoy interrumpiendo? -No --dijo Wes. ¿Por qué demonios tenía que sonrojarse? No había razón para ponerse nervioso, sólo por hablar con alguien desconocido. En una de esas, todo lo que ella quería, era pedirle prestado un dólar, o algo así. --Creo que fuiste el campeón con el Chopin --dijo ella--. En serio, lo domaste. Estaba mordiéndome el labio cuando llegaste al final. Fue simplemente muy bueno. Me encanta que estés en la segunda ronda. Te lo merecés. --Ella inclinaba la cabeza, sonriendo tímidamente. Wes siempre se asombraba por la manera en que las personas, que no son tímidas, tratan de esforzarse en verse como tales. El verdadero azoramiento se veía mucho más embarazoso. Pero no había forma de negar cuán chévere era ella. --Me llamo Wes --dijo él, extendiéndole la mano. Se saludaron--. ¿Tocas el piano? --Sí, voy a tocar Stenhammar. Mi profesora dice que necesito sacarle brillo a mi primera presentación, con algo difícil. Le dije que deseaba meterme, de entrada, con algo un poco menos riesgoso. Como lo hiciste vos.--Ella sonrió ampliamente. Sus labios, saturados de rojo, cautivaron la atención de Wes--. ¿Vendrás a oírme tocar? Debería ser justo antes del almuerzo. --Seguro --dijo Wes--. Estaré por allí. --Bueno, en caso que no lo hagas... --Sarah sostuvo una tarjeta de papel--. No sé. Por lo que sea. ¿Alguna vez te has escapado hasta California? Wes desechó sus escrúpulos. La chica le había dado un número de teléfono, junto con su nombre y las palabras: ¡¡¡Gran trabajo!!! Un rubor intenso apareció en su rostro. Deseó que no fuera muy evidente a plena luz del sol. Se esforzó en encontrar las palabras. Sarah sonrió. --Entiendo. Del tipo que se queda mudo. No te preocupes, no muerdo. --Se encogió de hombros--. A menos que vos lo quieras. --Hizo un pequeño gesto con la mano, y luego se alejó de allí, para regresar a la sala de concierto. Wes la siguió hacia la sala, pero no se sentó cerca de ella. Intercambiaron miradas, pero Wes observó principalmente a los pianistas. Una muchacha interpretó a Grieg tan deficientemente que los jueces la interrumpieron, en mitad de la pieza. Había mutilado cada uno de los acordes. Wes odiaba ver que esto sucediera, pero se sintió aliviado cuando el sonido asesino se detuvo. Por alguna razón que no podía explicarse, Wes comenzó a sentirse ansioso. Por lo común, se inquietaba hasta encontrar una sala de práctica, y poder concentrarse en su pieza para el día siguiente, pero todas ellas estaban ocupadas aún, por los ejecutantes que todavía faltaban. "No es sólo por eso", pensó. "Silvia, dulce Silvia, sexy Silvia." Por fin, las puertas de la sala se abrieron, y los estudiantes comenzaron a ubicarse en fila para tomar el almuerzo. Muchos de ellos corrieron fuera del campus en busca de un tugurio de comidas rápidas, pero Wes se quedó y lo lamentó: - el puré de papas había sido hecho, reconociblemente, con escamas deshidratadas. En ese momento Silvia entró al comedor. Había desaparecido la pandilla de guarras, sonriendo tontamente, que habitualmente daban vueltas a su alrededor. Ni bien los ojos de ella descubrieron a Wes, se lanzó hacia él tan deprisa como sus altos tacones pudieron llevarla. Se deslizó por el salón como una brisa ligera, a pesar del enorme estuche del violonchelo, que llevaba a rastras a su lado, capturando la luz del sol como una sutil emanación a su alrededor. Los bigudíes habían quitado los pequeños rizos ensortijados de su cabellera y los reemplazaron con ondas elegantes, arrolladoras. Ella vestía una chaqueta corta sobre los hombros, abotonada a la altura del cuello. Silvia no disminuyó su andar al llegar a la mesa de Wes. Sencillamente, le sonrió y le indicó, con la cabeza, que la siguiera. Wes se sonó la nariz, se puso de pie, y la siguió hacia el pasillo. No se cruzaron con ningún otro estudiante de su escuela, pero aun así nunca se tocaron, ni hablaron, ni evidenciaron de algún otro modo, que estaban juntos. Al final del pasillo, Silvia abrió la puerta hacia las escaleras, y ellos bajaron por ellas. Una vez llegados al subsuelo, estuvieron solos. Silvia aun así, no habló. Tomó la mano de Wes y lo condujo hasta otra puerta, por la que se entraba a una zona cubierta por concreto, con conductos de vapor siseado y el rumor del motor del aire acondicionado. Caminaron por un largo pasadizo sin ventanas. Una sola lamparita de luz amarillenta, que se divisaba hacia el final del túnel, era la única iluminación. Wes empujó a Silvia contra el concreto y besó su boca. Colisionaron como automóviles, las manos buscando y apresando. Silvia envolvió con sus brazos la cintura de Wes y lo abrazó estrechamente. El besuqueo se volvió más intenso y más lento. Sus lenguas se tocaron suavemente por la punta, moviéndose en círculos pequeños, haciendo promesas, contando secretos. Por fin se sujetaron uno al otro contra la pared, recuperando el aliento. Wes susurró: --¿Cómo descubriste este lugar? --No lo hice --contestó Silvia--. Sólo te agarré y comencé a caminar. Wes sonrió: --Sos espléndida. --Te extrañé. --No sabía si lo harías. --Y yo no sabía si vos lo harías. --Claro que lo hice. --Wes besó la frente de Silvia (que estaba justo a su nivel; ella debía medir sólo una pulgada menos, aun sobre sus altos tacones.) Silvia se relamió los labios. --Presumo que está bien si hago esto. --Jugó con la corbata de Wes. --Más que bien --le aseguró Wes--. Me estaba volviendo de verdad ansioso sin vos. --¡Yo también! --confesó Silvia, desahogándose--. Dios, espero no sonar necesitada... --Está bien necesitar a alguien --dijo Wes. No tuvo intención de sonar tan sensiblero. Silvia sonrió. El deseo sobrevolaba peligrosamente y el hambre, detrás de sus ojos, pero ella cambió de tema. --¿Qué tal te fue con tu performance ? --Bien. Me dijeron que me verían en la segunda ronda. --¡Maravilloso! Oh Wes, sabía que promoverías. --Silvia puso sus manos en los costados de Wes y él hizo lo mismo con ella. Su vestido de satén era suave y sensual. Wes sintió que se disolvería entre sus manos. Silvia preguntó: --Y bien, ¿hay por allí algunas pianistas apasionadas que querrías llevarte a casa para presentarle a mamá? --Hey, no me fastidies. --¿Qué?, apuesto que habrá algunas bellezas. Además, te ves fantástico con este traje. --Vos no te ves nada mal, Silvia. ¿No lo sabés? ¿Es por eso que tu conciencia se siente culpable? Silvia miró a lo lejos. Por vez primera desde que comenzara la noche anterior, ella se veía en verdad huidiza. --Ya sé que sólo estás jugando, pero estuvo ese chico que me dio su número. No quiero enloquecerte o algo así, pero me siento como si estuviera engañándote. No quise hablar con él. Estaba sólo tratando de devolverle la cortesía y tomé su número. ¿Esta todo bien, no? --Así lo espero --dijo Wes. --¿Lo esperas? ¿Y eso que significa? Era el turno de Wes para volverse esquivo. --Porque una chica me dio su número. --¡Callate! --dijo Silvia. Pensó que él estaba bromeando. --Fuera de broma. Nunca me sucedió eso antes. --¿En serio? --Esta vez Silvia sonrió con admiración--. ¿Nunca? --No. Ella me oyó tocar. --Mmmmmmmm --dijo Silvia--. Eso lo explica todo. --Ella se apoyó en él y volvió a besarlo. Esta vez su lengua entró tan profundo en la garganta de Wes como pudo. Wes dejó que sus manos vagaran por los pechos de Silvia. Había algo en el modo en que ella llenaba ese vestido, que hacía que él quisiera mimarla, acariciarla, y fue lo que hizo, desde su culo y sus muslos, hacia arriba, hasta por encima de sus hombros. --Voy a arruinarte tu vestido, apretándote contra el cemento --dijo Wes. --No podemos dejar que eso suceda.--Empujó a Wes hacia atrás con una mano. Luego se desabrochó la chaqueta y la dejó deslizarse por sus hombros, después la colgó de un árbol de válvulas y cañerías que había por allí. Lentamente deslizó uno de los breteles delgados como spaghetti hacia abajo de su hombro, y luego el otro--. Ese traje también deberá irse... --dijo ella.