Chica nueva en la oficina
La lluvia siempre hace que me ponga nostálgico. Los recuerdos más aparcados surgen en mi mente, mientras veo las gotas de agua resbalar por los cristales de mi ventana, y me arrebujo en la manta buscando un poco de calor. Uno de esos recuerdos trataba sobre aquella chica con la que estuve trabajand
La lluvia siempre hace que me ponga nostálgico. Los recuerdos más aparcados surgen en mi mente, mientras veo las gotas de agua resbalar por los cristales de mi ventana, y me arrebujo en la manta buscando un poco de calor. Uno de esos recuerdos trataba sobre aquella chica con la que estuve trabajando una temporada. Recuerdo que los primeros días realmente pensé que le caía mal, y cómo tuve que trabajar para que eso cambiara.
Si no recuerdo mal, corría el mes de marzo. La redacción bullía de actividad, como un panal a pleno día, supongo que por las nuevas colecciones con las que teníamos que llenar la revista de abril. No es que fuera época de contrataciones, pero últimamente había entrado mucho personal nuevo, y ella era una de esas nuevas adquisiciones. La vi prácticamente de refilón, sacando unas fotocopias, y me acerqué a examinarla, con la excusa de sacarme un café en la máquina, que estaba justo frente a la copiadora.
-Hola, ¿eres nueva? -pregunté sin ningún ánimo en particular.
-Sí, he empezado esta mañana -contestó sin siquiera mirarme.
Parecía que mi intento por romper el hielo no causaba el efecto deseado. Me quedé observándola un momento, en el cual pude ver varias cosas, y deducir algunas otras. Llevaba el pelo a media melena, castaño oscuro, ojos marrón claro, grandes, con largas pestañas. No iba demasiado maquillada, lo justo. Aproximadamente 1,65 de altura. Treinta y pico años. Tenía una belleza especial. No es que fuera exactamente guapa, o lo que podríamos considerar una belleza, pero tenía algo.
De figura no estaba mal tampoco. Tetas normalitas, ni grandes ni pequeñas, un culo que se marcaba generoso a través de los vaqueros. No llevaba anillo, así que deduje que no estaba casada. Llevaba una blusa azul claro, holgada, aún me acuerdo, seguramente porque pensé que era bonita.
Después de hacerle aquel examen me sonreí. Luego salió mi machito interior, ese que tanto odio cuando me doy cuenta de que está ahí, y entrecerré los ojos imaginando cómo sería follar con ella.
Extendí mi mano, ignorando su falta de interés.
-Me llamo B., bienvenida a la redacción.
-Gracias, yo soy Isabel -y ese fue el único momento en que me miró a la cara, unas décimas de segundo, pero lo justo para saber que yo no era interesante. O al menos eso creí.
Pasaron varios días, en los que coincidíamos, donde apenas intercambiamos algún que otro "hola" y poco más. Pero entonces llegó el punto de inflexión: un cumpleaños. Otra de las chicas de la redacción celebraba su cumpleaños, y los dos estábamos invitados.
Era una cena en un restaurante en el centro de la ciudad, italiano para más señas. Habíamos quedado todos en la puerta un rato antes para tomarnos algo antes de cenar, y a la hora convenida llegué, encontrándome con que ella era la única que estaba allí. Había llegado la primera
de todos. Nos saludamos, y fue la primera vez que tuve realmente una charla agradable con ella. Me dijo que era separada, que vivía con una prima, también separada, muy cerca del sitio, y que por eso había llegado antes. Pasó media hora hasta que empezó a llegar la gente, y entre
cerveza y cerveza hablamos de trivialidades, como nuestros gustos de lectura, de cine, etc.
Cuando llegó todo el mundo, y nos sentamos en la mesa, nos sentamos cada uno en una punta. Me hubiera gustado sentarme a su lado y seguir con la charla agradable, pero la cosa se dio así. Sin embargo, nos cruzamos algunas miradas de vez en cuando, y entre mirada y mirada, alguna sonrisa. Con el café hubo gente que salió a fumar a la calle, y en una de esas se sentó a mi lado, y poniendo su mano en mi pierna, me dijo que le gustaría continuar la charla que habíamos comenzado antes.
Me caes bien -me dijo. La noté algo achispada, y supe que había abusado un poco del delicioso vino que nos habían servido para cenar.
Tú a mi también, la verdad -le contesté. Me animé, por la situación, y me acerqué a susurrarle al oído-. ¿Qué te parece si nos escapamos sin que se den cuenta y vamos a un sitio más tranquilo?
Me sonrió y asintió con la cabeza. Llegó el momento de pagar, hicimos cuentas a ver a cuánto salíamos, y le dejamos al camarero el dinero en la mesa. Ya fuera del restaurante, empezamos entre todos a planificar dónde íbamos a hacernos las copas. Ni siquiera recuerdo lo que convenimos, sólo que yo llevaría a Isabel, porque teníamos una charla a medias.
Empecé a seguirles, pero en seguida fui cogiendo distancia, hasta que tomé un desvío cuando ya sabía que yo iba el último. Isabel puso entonces su mano sobre mi pierna, y permanecimos callados hasta que llegué a mi destino. Se trataba de un lugar cerca del puerto, donde está el faro. La vista de la bahía es espectacular de noche, y ella me lo hizo saber.
-Me has traído a un sitio bonito, me encanta.
-Gracias -fue lo que atiné a contestar. Entonces me besó.
No había coches por allí, estábamos solos, y le devolví el beso, que poco a poco se fue convirtiendo en algo apasionado. Nuestras lenguas se internaron en nuestra boca, batallando por ver cuál de las dos entraba más en la boca del otro. Su mano fue subiendo hacia mi entrepierna, mis manos se metieron por la parte de atrás de sus vaqueros, donde descubrí el tanga y la suavidad de sus nalgas. Me lancé hacia su cuello cuando sus manos empezaron a acariciar mi verga.
-Mmm, qué dura la tienes -me susurró al oído.
-Culpa tuya -le contesté. Entonces ella se separó de mi, y sonriéndome tomó mis manos. Las llevó a sus tetas, y me dijo:
-Quiero que me folles aquí mismo -. No me hice de rogar.
Empecé a desabrocharle la blusa. Llevaba un conjunto negro precioso, que subía y bajaba con su respiración. Apreté sus tetas arrancándola un gemido, y provocando que echara hacia atrás la cabeza. Yo aproveché para lanzarme a morder su cuello, mientras terminaba de quitarle la blusa.
Desabroché su sostén y dejé sus tetas al aire. Las tenía perfectas. Su redondez, esos pezones pequeños y oscuros, ya endurecidos, me llamaban a gritos. Me lancé a chuparlos como un poseso, los mordía, los lamía con mi lengua, y en cada una de esas le arrancaba un nuevo gemido.
Entonces fue ella la que se lanzó a quitarme la camiseta, y a morderme los míos. Su lengua fue deliciosa al lamérmelos, mientras sus manos desabrochaban mi pantalón. Luego se deslizó hacia mi ombligo y la ayudé a bajarme los vaqueros. Acarició mi bulto, dolorosamente duro, por encima del calzoncillo, y de un tirón me los bajó. Mi verga salió disparada mirando al cielo. Cogió mis huevos con sus manos y su lengua comenzó a pasearse por cada centímetro de piel de mi polla. Hasta que de una la engulló, arrancándome ahora a mi ese gemido. La estuvo mamando unos minutos, dándome un placer indescriptible. Lamía mi verga metíendosela entera en la boca, para sacársela y lamerme los huevos. Se metía uno en la boca, luevo volvía a chuparme la polla, entera, se la sacaba y me lamía los huevos de nuevo. Yo estaba en el cielo.
Habíamos echado hacia atrás los asientos.
-Ahora te toca a ti -le dije.
-Mmm, me encanta que me coman el coño -ronroneó quedándose completamente desnuda, y mientras ella se desnudaba, yo también lo hacía.
Se apoyó contra el asiento de atrás y la contemplé, le acaricié las piernas, suaves.
-¿A qué estás esperando? -me dijo impaciente.
Hundí mi cabeza entre sus piernas, y un olor a hembra en cela inundó mis fosas nasales. Estaba empapada, y no le hice esperar más. Hundí mi lengua entre sus labios, lamiéndolos con fuerza, penetrándola con la lengua, hasta que alcancé su clítoris. Sus manos me cogieron fuerte del
pelo, y cuando empecé a lamerlo, a frotarlo con fuerza, a atraparlo con mis labios y morderlo, ella se frotaba contra mi como una posesa.
Cuando le metí dos dedos, sin dejar de comerle el coño de esa manera, gritó. Porque eso no fue un gemido, fue un grito de puro placer.
-Méteme la polla, ¡ya! -exigió, pero yo no me dejé convencer, aunque no había nada que deseara más en ese momento que metérsela de un sólo golpe.
Sin embargo seguí follándola con los dedos, lamiéndole el clítoris con fuerza, y arrancándole gemidos que me indicaban lo salida que iba.
Entonces con mi lengua alcancé su ano, ella tembló. Seguí follándole el coño con los dedos, pero mi lengua se dedicaba a su culo, que se abría y cerraba con pequeñas convulsiones. Sus flujos y mi saliba no podían lubricarlo ya más así que saqué mis dedos de su coño y empecé a lamerle el clítoris otra vez. Le metí primero un dedo por el culo, y luego dos, los mismos que le habían follado el coño, ahora le follaban el culo.
Entonces empezó un gemido, como un cántico que iba subiendo poco a poco en intensidad, se quedó dos segundos parada, y de repente un nuevo grito, y mi boca se inundó con sus fluídos, como un torrente sin fin, calientes, salados. Se había corrido como no he visto nunca correrse a nadie. Poco a poco fui bajando la intensidad de mis lamidas, hasta que levanté mi cabeza y la miré a la cara, sonriente, respirando.
-Ahora te vas a enterar -me dijo.
Sonreí, y me empujó con sus manos. Se colocó entre mis piernas y empezó a hacerme la mejor mamada que me han hecho nunca, lamía mi polla, mis huevos, mi culo, para volver a subir otra vez y hacer que me follara su boca a saco.
-Si sigues chupando así voy a correrme...
-Pues córrete -me contestó. Eso me puso a mil, como no me ha puesto nadie nunca.
Sentí cómo mi verga se endurecía aún más, y empecé a notar que me corría. Ella también lo notó, y en vez de quitarse se puso a mamarme aún más rápido, yo estaba en la gloria. Y entonces llegó el orgasmo, jadeé de puro gusto, y ella abrazó mi verga con sus labios, entonces descargué, sentí cómo su lengua me acariciaba con cada descarga, la vi cómo lo saboreaba, no dejó que escapara ni siquiera una gota. Un nuevo jadeo con una nueva descarga justo cuando la vi tragar y seguir lamiendo con sus labios cerrados alrededor de mi falo.
Fue delicioso. Cerré los ojos y disfruté del momento. Siguió lamiendo y chupando hasta que mi verga dejó de estar dura, un buen rato después.
Luego, con la lengua, fue subiendo hasta mi boca, y me regaló un beso de una dulzura sublime.
-No pensarás que hemos terminado -le dije.
-En absoluto -me contestó riendo.
Por supuesto continuamos un rato después, pero eso va para el capítulo 2, así que no dejéis de leerlo.