Chela (memorias de un depredador iii)
Un trato con la chica que limpia la escalera
Mi casa suele estar hecha un desastre. Paso poco tiempo entre mis paredes, y para el rato que estoy, no me apetece mucho limpiarla y adecentarla, claro. Hasta que una mañana encontré la solución, casi por casualidad. Resulta que hay una chica que limpia la escalera del edificio. Nunca me había cruzado con ella porque viene después de que me haya marchado. Pero aquella mañana se me habían pegado las sábanas y me iba al despacho como media hora más tarde de lo habitual. Y me la crucé en la escalera. Una chica mona, veintipico, pelo castaño rizado, ojos claros y piel con pecas. Nariz respingona, cuello largo y... no sabría deciros porque el guardapolvos que llevaba no dejaba adivinar su silueta. Eso sí, tenía las piernas bien bonitas, con unos gemelos fuertes, señal de que se había pasado media vida andando.
Un par de semanas después, tras meterme la riñonada padre intentando adecentar la casa durante todo un fin de semana, me dije que bastaba. Hablé con el presidente de la comunidad y conseguí un número de móvil. Llamé y me respondió la chica, que era de algún país del este. Quedamos en que el lunes siguiente se pasaría por casa, sobre las nueve y media de la mañana, y hablaríamos. Yo estaba ya casi convencido de que la iba a contratar. Una casa limpia y ordenada casi no tiene precio.
Así quedamos. Después de echar un vistazo a la casa, que yo aproveché para echarle un vistazo a ella, me comentó que con un par de días que viniera bastaba. Sábado y miércoles. No era yo tan desordenado y sucio como pensaba, al menos en lo tocante a la casa. Se marchó, deseándome un buen día y prometiendo empezar el próximo fin de semana. La despedí a la puerta, observando el trasero marcado debajo de unos vaqueros desteñidos. Tenía un buen culo, acorde a las piernas que había visto antes. Y el pecho, aunque menudo, parecía en perfecto estado, o sea, levantado y orgulloso. Tenía buena pinta la eslovaca.
Así que mi casa estaba como nueva casi todos los días. Chela, que es como me dijo que se llamaba, hacía bien su trabajo. Los sábados incluso nos tomábamos un café en la cocina, y echábamos un parlao. Era simpática y habladora. Me contó que tenía un novio celoso, aunque ella nunca le había dado motivos. También me contó que le encantaba el sexo, y que intentaba follar con su novio por lo menos un par de veces a la semana.
-Espero que no sea en mi cama- comenté yo, divertido. Ella se puso seria.
-Con el trabajo soy muy profesional- repuso, dando un sorbo al café.
Aceptaba muy bien todas mis pullitas. Cada vez era más picantes, pero ella no se amilanaba. Siempre con una sonrisa en la boca, me contestaba con un deje de lascivia que empezaba a ponerme tonto.
He de decir que casi siempre empezaba ella. Ya digo que era muy habladora. Es más, fue ella la que me dijo lo del sexo y lo del novio, sin que yo preguntara nada.
Había salido el viernes. Cena con compañeros, copas, bailes y tal. Había pasado media noche detrás de una compañera, de la que se decía que le gustaba poner le los cuernos al marido, pero sin ningún éxito. Así que me volví a casa a las seis de la mañana, bastante borracho y con un calentón de cojones. Nunca mejor dicho. Intenté hacerme una paja, pero desistí cuando llevaba un cuarto de hora largo dándole al manubrio sin resultado. Estaba bastante tajao. Me metí en la cama desnudo, dejando la ropa tirada por el suelo.
Al poco tiempo (o eso creía yo), escuché la puerta abrirse. Entre la modorra del sueño y el alcohol, abrí un ojo, prestando atención a los ruidos de la casa. Trajinar de puertas y ventanas abriéndose, persianas levantándose, el frufrú del quitapolvos... “Chela”, pensé, cerrando el ojo. Volví a dormirme, escuchando a la eslovaca refunfuñar sobre el estado de la casa.
Me despertó la puerta de la habitación al abrirse. Intuí a Chela en la oscuridad de la habitación, murmurando algo sobre el hedor a alcohol que había en la habitación. Llevaba su uniforme de trabajo: el guardapolvos azul, una falda hasta la rodilla, unos calcetines blancos y los zuecos. Tenía el pelo castaño recogido en un moño y las manos enfundadas en guantes de látex.
-¿Fue dura la noche?- preguntó, recogiendo la ropa del suelo. Al agacharse, el guardapolvos se abrió, dejándome ver (o imaginar) el escote de la eslovaca. Un hermoso valle. La polla reaccionó al instante, poniéndose dura como una piedra. “No”, pensé yo, “ahora no”. Me sentía vulnerable empalmado mientras Chela recogía la habitación, bien a mi pesar, ví a la chica menearse por toda la habitación, mirando su culo bien formado, sus fuertes piernas, sus pequeñas tetas bamboleándose mientras que yo, encima de ella, la agarraba por las nalgas, poniéndole las piernas por todo lo alto.
“¡Quieto!”. Me había quedado traspuesto un instante, y mi imaginación calenturienta me había puesto a joder con Chela. Y ella estaba allí, con los brazos en jarras, los guantes amarillos de látex como si fueran las plumas de su cola. Me estaba diciendo algo, que no entendía. Y de repente, dio un tirón a las sábanas, llevándoselas y dejándome en pelotas y con todo lo mío levantado.
-¡Oh, perdón, lo siento!- exclamó Chela al verme la polla. Tardé medio segundo en reaccionar, tapándome con las manos.
-¡Joder, Chela!- me quejé. -¡Dame un respiro!-. No sabía cómo taparme, y la verdad es que después del susto inicial, ni siquiera me apetecía esconderme. Así que me incorporé apoyándome en los codos. Chela seguía como hipnotizada, mirando la entrepierna, que estaba con unas ganas de guerra que no te cuento. -¿Qué? ¿Te gusta lo que ves o qué?- pregunté. La eslovaca se había llevado el montón de ropa al pecho, pero no quitaba ojo de la verga. Se sobresaltó cuando pregunté, desviando la mirada.
-Perdón, de verdad- se disculpó. -¡Pero podías llevar un pijama o algo!- replicó.
-Anoche no llegué con ganas de ponerme nada- repuse, enfurruñado. Me apetecía echar un polvo, pero no iban bien encaminadas las cosas. Abrí un cajón y saqué unos pantalones cortos de deporte. Me los puse, pero no sirvió de nada. Estaba empalmado como un burro.
-¿Y eso?- quiso saber Chela, un poco menos impresionada. Comenzó a hacer la habitación.
-Me pasé un poco bebiendo, y creo que hice un poco el ridículo- informé. Entonces me dí cuenta de lo patético que debí parecerle a mis compañeros. Maldije en voz baja. -¡Mierda!- mascullé.
-Qué harías...- Chela seguía a lo suyo, aunque de vez en cuando me miraba de reojo. Ojalá estuviera con tantas ganas de echar un clavo como yo.
-Le tiré los trastos a una mujer... creo- acerté a decir, intentando acordarme de lo que había hecho.
-Pues no veo ninguna mujer por aquí- soltó la chica.
-Tú- repuse yo.
-Pero a mí no vas a echarme los tejos-.
-Porque no te dejas- rematé, casi con mala leche. Chela prefirió no decir nada más, así que me levanté de la cama. El bulto enorme de la entrepierna resultaba incluso molesto. Fui a la cocina, y no había café hecho. El día prometía. Puse la cafetera y me encendí un cigarrillo.
-No deberías fumar antes de desayunar- me reprendió Chela, entrando en la cocina.
-No deberías tocarle los cojones al que te paga- repliqué yo.
-¡Bueno! Como estamos, ¿no? Te sienta muy mal salir- dijo ella.
-Lo que me sienta mal es no haber follado en toda la noche- dije, por lo bajo.
-¿Cómo dices?- Por suerte, Chela no me había escuchado.
-Nada, que tienes razón.
Total, que me fui a la ducha. El empalme seguía allí, y no parecía tener ganas de desaparecer. Y encima me daba cosa hacerme una paja con Chela rondando por allí. Mi humor empeoró, y más todavía cuando fui a mear. Con la picha apuntando al norte, era imposible apuntar con tino. Meé fuera, dejando un charquito delator al lado de la taza. “Mierda puta”, pensé. Me puse otra vez los pantalones de deporte y salí al pasillo.
-¡Chela! ¿Dónde está la fregona?- pregunté, en un tono un poco más brusco de lo correcto. La eslovaca vino con ella.
-¿Qué ha pasado?- preguntó, mirando dentro del cuarto de baño. Yo señalé la entrepierna con ambas manos.
-Esto pasa- expliqué, casi arrancando la fregona de sus manos.
-Anda, déjame a mí. Vengo en un momento y lo limpio. Tú métete en la ducha, que estás de un humor de perros-. La hice caso. Abrí el grifo del agua caliente y me puse debajo. Me relajó un poco, pero mi erección seguía allí. Ni que me hubiera tomado una pildorita azul. Seguía caliente y un tanto frustrado por la presencia de Chela. Ni me podía hacer una paja ni podía echarle un clavo. No me parecía ético echarle un tiento, así que volvía a estar de mala leche. Escuché a Chela limpiando mi meada, y me asomé entre las cortinas. Estaba buena, aunque en ese momento me hubiera tirado hasta al palo de la fregona.
-¿Qué miras?- preguntó la chica, sin mirarme.
-A ti- repuse sin pensar. –Lo siento- añadí.
-¿Por esto?- dijo ella, señalando con un ademán de la cabeza los restos del estropicio. Lo dijo con un cierto tono meloso. O eso me pareció.
-También- contesté. –Y por la mala uva de hoy- me escondí detrás de la cortina, dejando que el agua caliente resbalara por todo mi cuerpo. Escuché a Chela cerrar la tapa de la taza, y supongo que se sentó allí.
-Así que anoche te dieron calabazas...- empezó a decir. Yo no contesté. –Y no te acuerdas de lo que hiciste-.
-Durante gran parte de la noche sí me acuerdo- expliqué. –Después hay una bruma... lo último que recuerdo es...- “Abrir un ojo y creer que estabas debajo de mí, abierta de piernas y gritando de placer”- que llegué a meterme en la cama, pero no sé ni cómo-.
-Pues borracho como una cuba. Y con los huevos calentitos-.
-¡Qué fina eres, de verdad!-.
-Pero, ¿no es verdad?- noté un cierto tono de guasa. –Si no, no te habrías levantado... así-. Rememoré la cara de Chela, mirando el rabo que apuntaba al cielo. Sonreí.
-Y qué, ¿te ha gustado verlo?-.
-¡No preguntes esas cosas!-.
-O sea que te ha gustado-.
-Tengo novio, ¿te acuerdas? Y es muy celoso-.
-Y tú no le has dado nunca motivos para serlo, ya.- Estaba en un punto tal que no sabía si me ponía de mala leche las insinuaciones de Chela o me frustraba tener los huevos llenos. Necesitaba vaciar, y puestos a pedir, prefería descargar mi leche en el coño de la eslovaca, y si no podía ser, me conformaría con un solitario, cosa que tampoco podía hacer porque la chica estaría en la casa al menos un par de horas más. ¡Coño, qué putada!. –Mira, Chela, creo que es mejor que te marches- decidí. –Estoy de bastante mala leche y puede que al final, descargue contigo. ¿Chela?- No había respuesta, y eso era intrigante. Asomé la cabeza y allí seguía la chica, sentada en la taza del váter, mirándome. La interrogué con la mirada.
-Yo sé lo que te pasa- contestó, poniéndose en pie. –No te preocupes, que sé también cómo remediarlo-. Se arrimó a la ducha, quitándose la bata. Después se bajó la cremallera de la falda, quedándose en bragas. Los calcetines fueron luego, seguidos de la camiseta. Las pequeñas tetas apenas llenaban las copas del sujetador. El felpudo abultaba el triángulo anterior de sus bragas.
-Déjame que te haga una paja- pidió Chela. Yo estaba alucinado. Lo suficientemente alucinado como para no moverme ni contestar. Chela prosiguió con su elemental striptease, liberando las tetitas y bajándose las bragas. Tenía las aureolas morenas, y unos pezones que parecían pitones de toro. El conejo peludo, de pelo negro y rizado. Dio un paso más en dirección a la ducha, apartando la cortina de un tirón. –¿No dices nada?- preguntó, mirando directamente la polla. Dirigió la mano allí, deslizando la punta del dedo por el tallo. Era lo que estaba esperando, así que no me iba a negar.
-¿Esto se paga aparte?- quise saber. Chela me fulminó con la mirada. Pero no apartó la mano.
-¿Crees que soy una puta?- repuso, apretando y soltando el cacho de carne. –Si dejara que me follaras, a lo mejor sí iba aparte. Esto es solo un favor-.
Como favor estaba de puta madre. Se notaba que Chela era una experta en el arte de la masturbación. Comenzó con un suave masaje a lo largo de toda la zona erógena, raspando con las uñas el bajo vientre, el escroto y el cuerpo hinchado de la polla. Luego la envolvió entre sus dedos, con ambas manos, subiendo y bajando la piel, cubriendo y destapando el prepucio. A todo esto, acercaba la boquita a la cabeza de mi polla, asomando la lengua rosada entre sus dientes, amenazando con lamer el capullo. Sabía explotar los sentidos. Me excitaba tanto la paja que me estaba haciendo como la posible mamada que me esperaba. Incluso la posibilidad de correrme en su carita.
-Tienes una bonita polla, tan recta, tan firme... Seguro que te lo han dicho más de una vez- recitaba ella, sin quitarle ojo al objeto de sus alabanzas. Yo no decía nada, inmerso en el goce de los sentidos que tanto necesitaba mi cuerpo. Siguió así un rato, masajeando el rabo y diciéndome cada vez cosas más subidas de tono. Un par de veces estuve a punto de correrme, pero la chica era hábil. Disminuía el ritmo, hasta casi detener la paja, para continuar donde la había dejado.
Chela se puso en pie. El agua de la ducha bajaba por su cuello, corriendo entre las pequeñas tetas de pezones oscuros. Se arrimó a mí, pegando su cuerpo al mío. La derecha seguía con la masturbación, mientras la izquierda se aventuraba espalda abajo, entre mis glúteos, buscando el ano. Apoyé una mano contra la pared, aferrando con la otra la mano diestra de la eslovaca, intentando frenar el ritmo de la manual.
-¡Shhhh!- Tranquilo, tú déjate hacer- susurraba a mi oído. El agua de la ducha la ayudaba en sus manoseos por mi retaguardia. Encontró el agujero posterior, comenzando a masajearlo con un dedo indiscreto- ¿Te gusta esto, semental?-.
-¡Joder, Chela, joder!- jadeaba de placer. No quería que acabase aquella sesión de sexo en la ducha. Mi mal humor se estaba yendo por el sumidero. Chela hizo un poco más de presión sobre mi ano, introduciendo un poco el dedo. Involuntariamente, cerré las nalgas, dando un respingo-
-Relájate, sólo será un poquito- me recomendó, lamiendo uno de mis pezones. Me moría de ganas de hacer lo mismo que ella, pero no sabía si Chela estaba dispuesta a follar, o solo a relajarme. Seguí su consejo e intenté relajar el culo. Un ronroneo por su parte me señaló que lo estaba haciendo bien. El dedo se introdujo hasta la primera falange, moviéndose en círculos pequeños. Para mi sorpresa, aquella invasión anal me estaba gustando, yo que siempre me he considerado un macho de trasero virgen. También retomó ritmo la paja, que se había detenido mientras me inspeccionaba la puerta de atrás. Las manos de Chela estaban ocupadas, así que aproveché el momento y llevé mi izquierda al coño peludo de la eslovaca. Soltó un gemido que interpreté como una buena señal. Error. Chela puso las cosas en su sitio con un leve empujón de su dedo.
-Tú no tocas nada- me reprendió. –Soy una novia fiel, sólo me folla mi novio-.
-¡Coño, Chela, que estamos desnudos debajo de la ducha y me estás haciendo...-.
-¿Qué, estoy haciendo?- el ritmo de la masturbación se aceleró. Estaba cerca de la eyaculación. La miré a los ojos, llenos de vicio y promesas.
-Una paja brutal, con el dedo metido en mi culo- me acarició los huevos con una mano, mientras comenzaba a follarme delicadamente por el culo, asintiendo con la cabeza.
-¿Y qué más?
-Que desde que te he visto el conejo...¡Joder!-. La corrida me cogió por sorpresa. Ni sentí los espasmos que anticipan el placer, tan sólo ví la mano de Chela, que se llenaba de mi leche derramada, fundiéndose y escapándose con el agua. Las piernas me flaquearon, y a modo de respuesta, mi cuerpo comenzó a dibujar el gesto de la fornicación, embistiendo la mano de Chela mientras las últimas gotas de semen caían en el suelo de la ducha. Lentamente, la eslovaca sacó el dedo de mi culo, soltando la polla que seguía dando botes espasmódicos. Me apoyé contra la pared, dejando que acabara de gotear libremente.
-¡La puta que parió!- exclamé, con los ojos cerrados. El agua caliente me caía en la nuca. Cuando me quise dar cuenta, Chela estaba envuelta en mi albornoz, secándose el pelo, sonriendo como una colegiala traviesa.
-Espero que estés de mejor humor- dijo, mirando el rabo, que comenzaba a flaquear.
-¿Qué más sabes hacer, Chela?-.
-Mi novio dice que la chupo de maravilla-. Al decirme esto, la picha reaccionó, intentado ponerse dura otra vez.
-¿Y cuándo lo probamos?-.
-Eso sería ser infiel- repuso, riéndose.
-Y tú eres una chica fiel, ya-. Me puse de cara a ella, con la picha fláccida. Me quedé un segundo pensativo. –Eso... ¿cuánto me costaría?- Sabía que estaba tirando los dados con una apuesta fuerte. Quizá sólo se marcharía, o quizá se lo diría a su novio rumano de dos por dos, pero... Chela me miró a los ojos, con una expresión indescifrable.
-Si acepto tu trato, me convertiría en una puta...-.
-¿Y si te aumento el sueldo en... no sé? ¿30 euros?-. para mi sorpresa, negociar el precio del sexo con Chela me la volvía a poner dura. No pasó desapercibido para la chica, que observó cómo el nabo iba ganando presencia.
-30 euros, ¿por qué?-. Por todo, quería decir, por tenerte abierta de piernas, por comerme tu conejo, por reventarte el culo, por que me comas la polla...
-Por una paja como la de hoy, o una buena mamada, para ver si tu novio tiene razón-. Chela hizo un mohín.
-No sé, tengo que pensarlo-.
-¿Y por follar? ¿Cuánto pedirías por follar conmigo aparte de limpiarme la casa?-.
-Te estás pasando...- amonestó. Pero creí descubrir un cierto regusto de excitación.
-¡Vamos, chica! Nadie tiene porqué enterarse, y menos tu novio. ¿No me has dicho que tampoco te da todo lo que pides? Bien pensado, quizá deberíamos follar sin dinero ni hostias de por medio. Tú me ayudas y yo te alivio. Además, no sería todos los días. Tan sólo alguno, como hoy-. Después del intento de convicción, tenía la polla dura, otra vez. -¡Mira cómo estoy, sólo pensando en que me la comas!-. A decir verdad, Chela no había quitado ojo de la verga. Moví las caderas, acercando la polla, invitándola a chupármela. La ví dudar. Salí de la ducha y le quité el albornoz. Miré sus preciosas tetitas, tan morenas, tan hinchadas... -¿Qué me dices? ¿Empezamos ahora?- susurré a su oído, rozando el capullo con su vientre. Mis manos descendieron por su espalda, agarando las cachas de Chela con ambas manos. Noté el calor del coño en mi polla, y no dudaba de que estaba empapada, caliente como yo.
-50 más al mes- propuso, echándome las manos al cuello.
-100 y follamos cada vez que vengas- repuse, alzándola a pulso. El capullo quedó a la entrada de su felpudo, entrando con facilidad en la cueva de Chela. Se la metí lentamente, pero sin pausa, hasta que noté que había llegado al fondo de la vagina.
-¡Ooooggghhhh! ¿Qué dirá mi novio?- dijo ella, agarrándose con fuerza a mí.
-Si tú no se lo dices, yo tampoco lo haré- comencé a bombear con más ritmo. Notaba sus tetas aplastadas contra mi pecho.
-Pero tengo que decírselo- Chela quería jugar conmigo.
-Si se lo dices, perderé a una asistenta cojonuda, y tú perderas... todo esto-. Empujé con fuerza, con intención de metérsela hasta los huevos.
-¡Ahhh! ¡No tan fuerte! ¡Me llega hasta el fondo!-.
-¿Follo bien?-.
-¡Muy bien!- el ritmo había crecido, lo suficiente como para que Chela se me escapara con cada nuevo empujón. Salí de ella y me la llevé a la cama. Abrí sus piernas, mientras ella se apretaba los pezones. Descendí hasta su entrepierna, entreteniéndome con el olor de su vagina. Besé el interior de los muslos, amenazando con introducir un dedito en el conejo. Lamí su vientre, sus labios, su clítoris. Besé con fuerza el perineo, alzando las piernas de Chela todo lo que pude para exponer su ano. Dediqué un buen tiempo a lubricarle la puerta de atrás, porque la de delante ya la tenía ella bien lubricada.
-¡Joder! Si sigues así, igual tengo que pagarte yo. ¡Qué bueno!- gemía Chela. Me apliqué entonces a su chochito peludo. Hundí la lengua en su cueva, repasando una y otra vez el clítoris, a veces escapando de la prisión de sus fuertes piernas. Se estaba volviendo loca con la comida de conejo que le estaba dando, y a mí me molaba provocar esos gemidos y esos espasmos. Noté que se iba a correr un instante antes que ella. Los músculos de la vagina se contrajeron, y las manos de Chela se aferraron a mi cabeza, intentando separar mis labios de los suyos. Pero no me dejé. Hice más presión en el clítoris y ella estalló, gritando como una posesa. Después se quedó hecha un cuatro en la cama. Desde mi posición, arrodillado a un lado de la cama, podía ver su chumino rezumando fluidos, que resbalaban por su nalga.
-Tendrás que cambiar las sábanas- le comenté, todavía arrodillado. Ella llevó una mano al trasero, intentando taparse. –Tendrás que cambiar las sábanas todos los sábados...-.
-...cuando acabemos de follar-, terminó ella por mí.