Chef 6

Llegó el gran día. El restaurante por fin abre sus puertas

Los días siguientes fueron de poca, pero intensa, actividad. Nos dispusimos a acabar de poner a punto el restaurante para abrirlo cuanto antes: desde decidir los adornos hasta contratar a los últimos empleados.

La relación con Verónica se había estabilizado. Las dudas y miedos habían dado paso a confianza e intimidad. Era un poco putada llevarlo a escondidas, pero era muy excitante.

A las tres semanas estaba todo listo. Anunciamos el restaurante por diversos medios y el jueves hicimos una pequeña apertura para familiares y amigos. Finalmente llegó la gran noche. La noche de la gran apertura, la noche del viernes.

Las primeras reservas eran para las ocho y media y llevabamos desde las seis poniendo todo a punto para el gran momento. Diez minutos antes de la primera reserva Martín reunió a todo el personal en el comedor.

—No hay mucho que decir llegados a este punto. Todos tenemos experiencia en el mundo de la hostelería y todos sabemos que la noche de la apertura puede significar la diferencia entre un restaurante exitoso o uno abocado al fracaso. Hoy todo depende de nosotros, todas las miradas estan puestas en lo que hagamos hoy. Podemos hacer una gran noche. ¿Victor, quieres decir algo?

—Nunca se me ha dado bien comunicarme. Siempre he dejado que mi trabajo hable por mí. Os he visto trabajar ayer. Soy unos grandes profesionales. Si estáis tranquilos conseguiremos que esta noche sea inolvidable.

Martín asintió.

—Quiero que haya comunicación en todo momento. Tanto entre sala y cocina como entre vosotros. Si permanecemos como un equipo, lo conseguiremos. ¡A currar!

Tras estas palabras cada uno se dirigió a sus respectivo puesto de "combate" y el restaurante abrió. En pocos minutos los primeros comensales llegaron y el trabajo comenzó. Como una máquina bien engrasada cada miembro del personal hizo su trabajo a la perfección y en apenas unos minutos llegaron las primeras comandas a la cocina.

Sopa, pasta, arroz, carne, pescado... Un sinfín de ingredientes para un sinfín de platos distintos que debían ejecutarse en un tiempo limitado y a la perfección. Como en un campo de batalla las órdenes de Martín se impusieron al ruido y como si de un general que dirige a sus tropas se tratase consiguió que la primera noche acabase sin problemas: los platos salían a buen ritmo y los clientes nos llenaban de elogios.

A la una de la noche los últimos y satisfechos clientes abandonaron el restaurante y nos pusimos a ordenar, limpiar y prepararlo todo para el día siguiente. A las dos y media conseguimos dejar todo preparado y salimos del restaurante.

—Voy a por el coche y nos vamos. Espera aquí —Me dijo Martín bostezando.

—No. Yo me voy a casa de Verónica. Se ha empeñado en que la cuente de primera mano como ha ido la noche y quiere que vaya a su casa.

—Es muy tarde. ¿Estas seguro?

—Sí. Le he escrito hace cinco minutos y me ha contestado. Me esta esperando.

Martín se encogió de hombros y me deseó buenas noches y buenos polvos. Tras andar veinte minutos llegué al portal de Verónica y llamé al telefonillo. En pocos minutos esteaba llamando a su puerta. Me abrió con una sonrisa, me rodeo con sus brazos y me plantó un dulce beso.

—Te he echado de menos —Dijo entre beso y beso— Pasa. ¿Quieres algo de beber?

—Una coca-cola.

Nos volvimos a besar y me dejó pasar mientras se dirigía a la cocina a por el refresco. Ambos nos acomodamos en el sofa.

—¿Cómo ha ido la noche? —Preguntó apoyando la cabeza en mi hombro mientras me cogía una mano.

—Pues bastante bien —La contesté mientras la besaba en el pelo— Agotador, pero muy bien. Los clientes han salido satisfechos y hemos trabajado a buen ritmo.

—Menos mal. Estaba muy preocupada porque algo fuese mal.

—Que poca confianza tienes en mí, mujer.

Ella soltó una alegre carcajada y se colocó encima mia, besándome.

—¿Tienes ganas para esto? —Dijo mientras movía lascivamente su cadera frotandose contra mi entrepierna.

—Siempre tengo ganas para tí.

Ella sonrió feliz y nos besamos apasionadamente. Nos quitamos la ropa lentamente, mientras disfrutabamos de nuestra presencia y de nuestros cuerpos. Enterré mi boca en su cuello, provocando un pequeño gemido.

Nos desnudamos completamente, Verónica se colocó entre mis piernas y empezó a besar, lamer y acariciar mi pene. Que rápidamente creció en tamaño. Tras unos minutos de atenciones se lo metió en la boca y empezó a mover rápidamente la cabeza para llevarme a un orgasmo demoledor en su boca.

Me susurró al oido que mi semen era una "delicia" y se volvió a colocar encima de mí. Con claras intenciones de follarme. Sonreí y la dije que no, que soy una persona que devuelve los favores. Con un rápido movimiento la tumbé en el sofá y esta vez fui yo él que se colocó entre sus piernas.

Recorrí con mi lengua cada parte de su mojadísimo coño consiguiendo que llegase un par de veces al orgasmo. Intentó separarse y coger aire pero no se lo permití. Con un rápido movimiento alcé sus caderas y la penetré con fuerza.

Arqueó su espalda y boqueó buscando aire mientras entraba y salía de su interior con toda la fuerza que podía. La llevé hasta un tercer y demoledor orgasmo que la hizó caer desmadejada sobre el sofá.

Nos besamos unos minutos y, abrazados, fuímos a la cama. Pero en vez de caer dormida según se tumbó en la cama como otras ocasiones. Volvió a masturbarme hasta que mi pene volvió a levantarse con todo su esplendor y tras tumbarme boca arriba se empalmó y empezó a moverse como si estuviese poseída por el demonio.

En apenas un minuto me corrí abundantemente en su interior y cuando notó mi semen dentro de ella, alcanzó el cuarto orgasmo. Cayendo esta vez sí, agotada y dormida sobre mí.

A la mañana siguiente tuvimos nuestra ración de sexo mañanero. Cada día que pasaba a su lado me gustaban más sus gestos, su voz, su forma de ser y su sonrisa. Tomamos un desayuno de café y tostadas nos despedimos con un beso a las doce de la mañana. De su casa fuí directamente al restaurante donde ya estaban preparándolo todo para la apertura en poco menos de una hora.

—Ya era hora de que aparecieras —Me dijo Martín con una sonrisa— ¿Vero no quería dejarte ir?

—Ni yo quería irme. Cuando estoy con ella él tiempo va a otro ritmo y soy feliz.

—Te has enamorado de ella, tío —Dijo Martín.

—Creo que sí, tío. Creo que sí.