Chef 3

Victor por fin se encuentra con la chica que le rompió el corazon. ¿Como reaccionará?

Tras tanto tiempo y tras tanto dolor allí estaba. Mi primer gran amor y mi primer contacto con el mundo real. En otras circunstancias, en unas en las que esperase encontrármela supongo que habría actuado de otra forma, pero en ese preciso momento solo pude asentir y decir:

—Tengo prisa.

Tras eso me fui de la tienda, dejando atrás a una sorprendida y prácticamente en shock Maria. Volví a la casa de Martín y me tiré en el sofa.

—¿No ibas a por vino? —Dijo el al verme llegar. Entonces se fijó en mi cara, que supongo parecía estar en shock—¿Que ha pasado?¿Estas bien?

Yo asentí como pude.

—Sí. Solo es que —Tragué saliva— La he visto.

El me miró como si estuviese loco.

—¿Ver?¿A qui...? —De repente abrió los ojos— ¿A ella?

—Sí, tío. A ella.

—Ya sabrías que tarde o temprano te encontrarías con ella. Así que ponle un par de cojones y no te hundas.

—No voy a hundirme. Esto es solo por el shock de encontrármela de repente.

El me evaluó con la mirada:

—Más te vale.

Tras esta conversación Martin volvió a la cocina, a pelearse con el menú. Yo estuve en el sofa media hora, hasta que empecé a reaccionar.

—Tío —Dije levantándome del sofa— Necesito cocinar.

Sí. Cocinar era aquello que me distraía en mis malos momentos. El hecho de ser capaz de poner cada celula de mi cuerpo en la cocina me ayudaba a abstraerme. Estuvimos ambos cocinando, cambiando y volviendo a cambiar el menú hasta que llegó la hora de ir a comer con mis padres.

La comida de mis padres fue bastante normal. No les conté que había visto a Maria y, a eso de las tres, me fui para seguir ayudando a Martin con el menú.

Estaba volviendo a casa de Martín cuando me encontré a la pelirroja de anoche. Ella me sonrió y paramos ha hablar.

—¿Qué tal cocinero? —Preguntó ella con una sonsira.

—Normal. Bueno, no sabría decirte. —No se porque le estaba contando esto a ella— Me he encontrado con la chica que me rompió el corazon hace años. ¿Y tú?

—Yo bien. ¿Y que pasó?¿Te rechazó?

—Me pusó los cuernos.

Ella suspiró.

—Menuda putada. Pero hombre, ella se lo pierde.

Yo asentí.

—¿Has comido? —Pregunté con un intento de sonrisa— Porque te debo una comida.

—No. No he comido. ¿Vamos a tú casa?

—Martín, es decir, mi jefe esta cocinando y probando todos los platos que se le ocurren para el menó del restaurante, asi que, no.

—Pues tendremos que comer en la mia. No esta lejos.

Asentí y la seguí. Se interesó por el restaurante y me estuvo preguntando de que estilo sería, cuando abriríamos y demás. Yo descubrí que estaba estudiando el último año de periodismo y por fin me enteré de su nombre: Verónica.

Llegamos a su casa y yo empecé ha hacer la comida mientras ella se cambiaba. Cuando volvió soltó un silbido.

—Si que es sexy ver a un hombre cocinar —Y me dió un pequeño azote en el culo. Yo sonrei y la atraje hacia mí para besarla y meterla mano. Tuvimos que dejar el jueguecito pues había peligro de quedarnos sin comida si me despistaba.

Ella hizó la mesa y yo serví la comida. Cuando comió el primer bocado suspiró abiertamente cerrando los ojos.

—¿Cómo lo has hecho? —Dijo ella con los ojos todavía cerrados— He hecho mil veces este mismo plato y no era ni la mitad de bueno.

Yo sonreí.

—Un mago no debe desvelar el truco.

Ella hizo un mohín y me sacó la lengua.

—Venga. No seas así y dime como lo has hecho, dime la receta.

Yo sonreí y un pequeño plan se formó en mi mente.

—Vale. Pero con una condición.

—¿Sí?

—Tendrás que decir todos los ingredientes que he usado. Si los adivinas todos te diré la receta pero cada vez que falles te quitarás una prenda de ropa.

Esta vez fue Verónica quien sonrió de forma pícara.

—Vale. Pero por cada acierto que haga te quitas tu una prenda.

Yo asentí y empezó el juego. Ella acertó los primeros ingredientes casi sin problemas, pero en cuanto entramos en el terreno de la salsa y las especias empezó a quedarse desnuda rápidamente.

Finalmente el juego termino cuando ella se quedó sin ropa. Mientras yo conservaba todavía los vaqueros y los calzoncillos.

—Parece que he ganado. ¿Qué premio podría tener?

Verónica sonrió y pusó una pose extremadamente sugerente.

—Seguro que se te ocurre algo que nos guste a ambos —Dijo la chica con una vocecita la mar de sexy.

Yo me levanté, la señalé de que se acercase a mi y ambos empezarnos a besarnos sin control. Mis manos recorrieron cada centrimetro de su cuerpo y jugaron con sus tetitas y sus pezoncitos. Provocando sus primeros gemidos.

Su mano abrió la cremallera de mis vaqueros y se coló por dentro de mis calzoncillos, para saludar a mi amiguito que empezaba a dar signos de actividad. Con un suave empujon en los hombros la indiqué lo que quería que hiciese.

Sin hacerse de rogar se puso de rodillas y empezó una increible mamada: primero lamió mi polla al completo varias veces, desde la base hasta la punta y cuando estaba en la punta la engullió completamente, provocándome un gemido de placer.

Empezó a mover la cabeza con rapidez mientras hacía milagros con su lengua y una de sus manos arañaba mis testiculos. No tardé mucho en correrme en su boca. Verónica se tragó mi semen sin desperdiciar ni una gota. Se relamió y dijo:

—Que rico —Con la voz de una niña pequeña.

Lo caliente de la situación impidió que mi amiguito se desinflara, por lo que cogí a Verónica en brazos, la subí a la encimera de la cocina y la penetré sin miramientos. Nos empezamos a besar mientras mis embestidas aumentaban la potencía y las uñas de Verónica se clavaban en mi espalda.

Los gemidos que yo soltaba eran eclipasados por los gritos que pegaba Verónica, en mi vida había follado con una chica tan gritona. Pocos minutos despues Verónica se corría con auténtico escándalo.

Tras recuperarnos durante unos minutos ella me miró insaciable.

—¿Tienes fuerzas para más? —Yo asentí.

—Claro. ¿Donde tienes la nata? —Ella me miró extrañada— ¿Nunca has usado nata en la cama?

Ella negó con la cabeza pero señaló un pequeño armarió en la entrada a la cocina y allí estaba, junto con otro montón de salsas de supermercado y siropes. Cogí la nata y la seguí a su habitación.

Nos tumbamos besandonos y acariciandonos nuestros cuerpos. Tras estar un rato en ese plan cogí la nata y ella me miró con unos ojos cargados de deseo. La obligue a tumbarse y la embadurne los pezones con nata.

Le dí dos lametazos que hicieron que soltase un profundo gemido. Tras esto, hicé un camino de nata que empezaba en su barbilla, seguía por el cuello hasta el canalillo, bajaba hasta su clitoris pasando por el ombligo.

Ella suspiraba según notaba como iba haciendo el camino. Y yo empecé a besarla con auténtica pasión para después ir lamiendo lentamente el camino que había hecho con la nata, provocando gemidos de placer.

Finalmente llegué hasta su clítoris y empecé a comerle el coño delicadamente. Quería llevarla al límite poco a poco, que recordase las sensación de estar en mis manos. Poco a poco empezó a mover la cintura y a apretarse contra mi boca, buscando un mayor contacto mientras sus gemidos aumentaban de nivel.

Cuando su coñito estaba encharcado pincé su clítoris con dos dedos mientras que con la otra mano la penetraba con dos dedos. Verónica se arqueó y sus gemidos se transformaron en gritos:

—¡Metémela! —Gritó— ¡Quiero sentirte dentro!

Los gritos se conviertieron en insultos al ver que no hacía caso y, finalmente, en súplicas. En ese instante, cuando me pidió por favor que la partiese en dos, la penetré lentamente.

Ella gimió guturalmente y yo empecé un lento mete-saca. Ella intentó mover las caderas para aumentar el ritmo pero se lo impedí poniendo todo mi peso en ella. El ritmo tan lento la estaba haciendo desesperarse y yo decidí pasar de cero a cien sin avisar.

En un momento empezé un furioso mete-saca que la dejó sin aire y la obligó a boquear. Tardó apenas unos segundos en correrse abundantemente, pero yo no paré seguí bombeándola duramente consiguiendo que se corriese una segunda vez encadenando ambos orgasmos. Ella parecía medio ida, solo era capaz de gemir y decir palabras sin sentido.

Yo tarde apenas dos minutos en correrme en su ombligo. En un último acto de lucidez cogió mi corrida con los dedos y, sonriendo, los lamió hasta dejarlos relucientes. Finalmente, se relajó y se quedó dormida.