Chavales del barrio(08):Macho ibérico
Continua nuestra aventura
LOS CHAVALES DEL BARRIO 8 – MACHO IBÉRICO
Base Aérea de Torrejón de Ardoz, Madrid (España). 11 de noviembre de 1943
El Junkers con el que el teniente Pentrescu había volado a Berlín fue reequipado en Tempelhof con una nueva misión: trasladarle a España para servir de enlace con la Embajada de Rumanía, puesto que serviría de cobertura para la misión que debía llevar a cabo el teniente. Todavía no paraba de darle vueltas a lo sucedido con el profesor, y de hecho no sabía cómo iba realizar la misión que tenía encomendada. Después de oír aquella fantasiosa historia sobre falos totémicos, Kurganes y poderes sobrenaturales estaba algo atónito ante la perspectiva de hablar de ello con ese desconocido capitán carlista y pronazi. De todas formas, no tenía más remedio, y vista la delicada situación del frente del este y de la guerra en general para su país, quizá no le viniera mal hacer amigos en España, un país neutral, devastado por su propia tragedia pero en paz. Así, después de bajar del avión y que los oficiales al mando de la base comprobaran su documentación. Nadie procedió a cachearle o a revisar su equipaje, ya que la penuria económica de la España de la posguerra apenas permitía dar unas condiciones mínimas al Ejército, por lo que los medios de la base estaban bajo mínimos y no había personal disponible. Además se trataba de un oficial del Eje, por lo que no le molestaron. Él solicitó la forma de llegar a Madrid para así tomar un tren desde Chamartín a Bilbao. El comandante de la base, un obeso teniente coronel que actuaba por delegación de su general, adicto a la cocaína y enfermo de sífilis en estado terminal, se le ofreció.
-No se preocupe teniente, voy a ordenar a mi chófer que nos lleve a Madrid…de hecho yo tengo que encargarme de unos asuntos allí. Le replicó en francés, idioma que ambos conocían. -¡Ngemo!, ven-gritó, esta vez en español.
Al cabo de unos segundos, un fuerte y musculado soldado negro, con el rango de sargento del Ejército del Aire español apareció y se cuadró marcialmente ante los dos oficiales. Ion Pentrescu palideció: era la primera vez que veía a un africano en su vida y le impresionó.
-Ngemo es sargento del ejército colonial de Río Muní. Lucho heroicamente en el Alzamiento contra los rojos…ascendió por méritos propios-dijo, esto último con una enigmática sonrisa.
Los tres montaron en el coche un Opel Kübelwagen cedido por la Wehrmacht al ejército español que hacía bastante ruido. El teniente coronel, un tal Ramón López viajaba en la parte de atrás, adormilado por el monótono traqueteo del automóvil y los tragos a la petaca con brandy que portaba en su desaliñado uniforme. El teniente y el corpulento sargento iban delante. El sargento no dejaba de mirar al joven y atractivo oficial rumano, y de vez en cuando le decía alguna frase en español que no comprendía. El momento de mayor tensión ocurrió cuando de repente el negro posó su enorme mano en el muslo izquierdo del teniente. Este se quedó petrificado, con una mezcla de temor y excitación morbosa; debía reconocer que desde que había aparecido el sargento, no había dejado de mirar el bulto que asomaba entre las piernas, que se adivinaba sin ropa interior y que parecía de generosas dimensiones. Aquel negro le ponía, le ponía muy cachondo.
Mientras tanto, Ngemo subió la mano desde el muslo del teniente hasta llegar a la entrepierna, y sin que opusiera resistencia, le manoseó lascivamente la polla y los cojones al rumano, que estaba empezando a tener una erección. Tan súbitamente como había empezado, el africano retiró la mano, y continuó la conducción como si nada hubiera pasado, después de sonreír al aturdido oficial y guiñarle un ojo.
Por fin llegaron a la abarrotada estación de Chamartín, nudo ferroviario importante, aunque en aquella época oscura quienes más viajaban eran militares y prisioneros republicanos que eran trasladados desde y hacia diversos campos de concentración. Tras despedirse de los dos hombres, y mirada cachonda del africano de por medio, ocupó su asiento en el tren, contemplando un cartel de la recién fundada Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles, y una foto del ingeniero Alejandro Goicoechea, que había desarrollado el tren donde viajaba nuestro amigo, el famoso TALGO . Se dio cuenta que todo era propaganda, pero la cuestión era que el tren iba rápido. Pronto le venció el sueño y se quedó dormido, sin darse cuenta del hombre con traje de Tweed oscuro que, sentado varias filas de asientos más atrás, no perdía destalle desde que lo localizó en la estación en Madrid de los movimientos del joven teniente.