Charo, la vecina de Elke

A sus cuarenta y siete años no la habían comido nunca el coño y su marido no la había provocado nunca un orgasmo. Era la primera vez que follaba con otro hombre.

Inconscientemente mis pasos me llevaron hasta la casa de Hermann, o de Elke. No sabía por qué había tomado aquella dirección como meta, si me había pasado tres horas en el tren pensando en llegar a casa y darme una ducha relajante. Eran poco más de las cuatro de la tarde y me encontraba allí.

Una urgencia fisiológica me facilitó la excusa para esperar la salida o entrada de algún vecino y colarme en el portal , subir hasta el ático y llamar a la puerta de los alemanes.

No contestó nadie. Insistí, pero sólo conseguí que una vecina de la planta inferior se asomase por el hueco de la escalera.

-       No hay nadie. Se marcharon esta mañana. ¿Quiere que les diga que ha venido usted?

Bajé la escalera con la pequeña maleta para evitar que la señora incubase algún pensamiento sospechoso.

-       No muchas gracias. Pasaba por delante del portal y he pensado en subir a saludarlos. Nada más. Sólo era eso.

La señora me observaba bajar las escaleras mientras me analizaba detalladamente.

-       ¡Vaya! ¡Es usted! – dijo relajándose al reconocerme.

-       Perdone. ¿Yo? – inquirí sorprendido

-       Sí. Ya sé que es amigo de los alemanes. Le he visto entrar en casa con ellos en algunas ocasiones. Y Elke me ha hablado de usted. De su amigo español, dicen ellos.

-       Bueno, me tranquiliza saber que no despierto en usted sospechas de ser algún delincuente. Hoy día…

La señora sonreía permanentemente. Se apoyaba en la barandilla de la escalera y hablaba sin complejos. Llevaba los rulos puestos y vestía una bata de estar por casa de color claro. Había descuidado abrocharse un par de botones en la parte superior. Exhibía el canal de los pechos. Otro descuido similar le facilitaba mostrar el principio de sus muslos cuando cruzaba las piernas.

-       Me dijo Elke que usted es un caballero culto y educado y que les gusta su compañía. Supongo que me dijo eso para que no me extrañase si le veía a menudo por aquí. Y le voy a decir una cosa, si usted es amigo de los alemanes, tiene usted todos mis respetos. Si en algo el puedo ayudar, sólo tiene que decírmelo.

-       Se lo agradezco, pero me voy a marchar. Pasaba por aquí cerca y pensé en subir a saludarlos. Además, y perdone la franqueza, me estoy orinando y voy a ver si encuentro un bar.

-       ¡Pero hombre! Lo hubiese dicho usted. Pase y desahóguese. No vaya sufriendo esa incomodidad. – Y repitió- Si usted es amigo de los alemanes, si usted es amigo de Elke, una servidora no puede negarle nada.

El piso estaba amueblado con un gusto muy particular. Me llevó hasta el baño atravesando el comedor. Una puerta conectaba con un pequeño distribuidor desde el que se accedía a tres dormitorios. Mientras miccionaba y me liberaba de la presión en la vejiga pensaba en el placer que sentía en aquel momento . ¿Podría compararse a una corrida? Me arrepentí de haber elucubrado esa idea. Elke me llevaba a niveles de éxtasis infinitamente superiores. Varias imágenes de su cuerpo desnudo pasaron ante mis ojos en un segundo, inyectando una dosis de excitación en mis genitales.

La vecina me esperaba a la puerta del comedor. El contraluz me ofrecía su silueta dibujada bajo la bata.  Fue un momento de inquietud. Nunca he sabido marcar el rumbo que lleva al sexo de una mujer y menos de una manera directa con una desconocida. Siempre han sido ellas las que han puesto las señales que debía seguir para llegar hasta la confluencia de sus piernas con la pelvis.

-       Me llamo Charo, que no se lo había dicho –me informó con una voz cadenciosa- Elke me ha hablado de usted. Es Luis, ¿verdad?.

-       Sí, soy Luis.

-       Ella no me explica ciertas cosas, como es lógico, pero las dos nos conocemos bien. A menudo subo a su casa o baja a la mía y charlamos horas y horas. De cosas de mujeres. Mi marido es taxista y se pasa todo el día fuera, y mis hijos también. De Hermann, ¿qué quiere que le diga? Tampoco le gusta estar en casa. Él con sus cosas.

Sinceramente, no sabía a qué se refería. No tenía ni idea de las ocupaciones de Hermann. Sólo intuía que le gustaba ligar con hombres sin importarle la edad. Y que follaba muy bien.

-       Sí, sí, cada cual a sus cosas –no sabía cómo interpretar sus palabras.

-       Ahora bien, yo no sé si usted es como ellos. En su carácter, quiero decir. En su manera de ser. Yo les admiro. Para cuatro días que vivimos, no vamos a torturarnos nosotros mismos. Los problemas vienen solos, y la felicidad hay que buscarla o fabricarla. No te la regalan.

En el momento de pasar a su lado para coger mi maleta, un aguijón perforó mi cerebro mientras ella hablaba. Su mirada se clavaba en la mía y perdí la noción del tiempo, de la realidad y del espacio durante unas décimas de segundo. Una cortina negra pasó ante mis ojos y perdí la estabilidad.  Un vértigo incontrolable me arrojó a la profundidad de los ojos azules de aquella mujer que apenas me llegaba a los hombros. Mis labios acariciaban los suyos; sus manos se cogían a mi cuello; sus muslos se engancharon a mis muslos; y mis brazos aprisionaron su cintura y sus nalgas con furia.

A partir de ese momento, se sucedieron un sinfín de movimientos instintivos, supongo. En un segundo de extraña lucidez vi nuestros cuerpos casi desnudos.

Palpé su cuerpo frágil y redondo. Sólo su espalda tenía una delicada y suave verticalidad muy sensual que finalizaba en unas nalgas prominentes, redondas y gordas. Su cintura se estrechaba en sus costados pero se abombaba en su vientre y ofrecía una barriguita sensual abrasadora.

Todo su cuerpo era ardiente. Podría describir cada una de sus partes, desde el cuello a los hombros, los brazos, la espalda, las nalgas, los muslos, los brazos…cualquiera de ellas aumentaba mi erección. Besé cada una de esas delicadas piezas de porcelana y les inyecté el ardiente deseo que inflamaba todo mi cuerpo.

Me recreé en sus pechos redondos y los acaricié deleitándome con cada célula de su piel. Mi lengua saboreó especialmente la comisura de su axila con su pecho, en donde se unen la fragancia natural de su cuerpo y la sensualidad de la protuberancia femenina. Sus tetas presumían de una redondez casi perfecta, coronada por unos pezones enhiestos y desafiantes del tamaño de un arándano, rojos y duros. El contacto de mis labios y mi lengua con esa fruta tan apetecible provocó un suspiro profundo y varios gemidos.

-       Has encontrado la llave de mi capitulación. Ahora no puede haber marcha atrás -la oí decir- Vuélveme loca, llévame a donde quieras…

Sin dejar de besar los dos dulces caramelos, la cogí en brazos y entramos al dormitorio de matrimonio. La deposité suavemente sobre la cama y la volví a besar en la boca al tiempo que mis dedos pellizcaban delicadamente los dos pezones.

-       ¿Este es el interruptor?

-       Sí. Cuando me los acaricia bien mi marido, ya no puedo parar.

-       Pues quiero que vivas un momento que no olvides nunca.

-       Soy tuya. Mi cuerpo es para ti.

Charo era una mujer sumisa. Quería ser un objeto sexual conmigo, pero yo no sé utilizar a las mujeres como cuerpos. Me gusta hacerles el amor.

Continué besándola y acariciándola. Detuve mi boca sobre su ombligo mientras retiraba delicadamente sus bragas blancas y dejaba a la vista el centro del universo , el triángulo del que surgió la vida y del que continúa emanando la energía que mueve las constelaciones.

Mis besos bajaron hasta el pubis y saboreé el aroma que impregnaba el pequeño bosquecillo de vellos sedosos. Suspiró de nuevo con nerviosismo. Acerqué mi boca a la suya, interrumpiendo momentáneamente, la aproximación a su sexo.

-       ¿Te gustaría que besase y lamiese tu coño? –le pregunté mientras mi lengua jugueteaba con el lóbulo de su oreja. Tardó un instante en responder.

-       Supongo.

-       ¿Cómo que supones? ¿No te gusta?

-        No me lo han hecho nunca.

-       ¿Tu marido no te ha chupado nunca el chocho?

-       No. No sé lo que es. Él es muy clásico. Se pone encima y a veces acaba antes de que la haya metido toda. Sólo lo hacemos de esa manera.

-       Y tú ¿te quedas satisfecha? ¿gozas hasta correrte?

-       No. A veces, si estoy muy caliente me toco hasta que tengo un orgasmo.

La besé en la boca y mi lengua volvió a enredarse con la suya para poner fin a la conversación.

Besé su vientre, sus caderas y sus muslos aspirando el aroma de su piel. Con cada beso le transmitía el deseo que crecía en mi pecho. Tomé sus tobillos en mis manos y separé sus piernas regordetas para contemplar ese bello espectáculo del valle de la vida mostrándose ante mi y ofreciéndome su dulzura. Recorrí el interior de cada una de las piernas con mis labios hasta llegar a las proximidades de sus ingles. Los suspiros y gemidos que escapaban de su boca me animaban. Volví a besar el bosquecillo pélvico y pasé mi lengua por sus ingles antes de lamer lentamente los labios mayores, abultados y cubiertos de aquella seda provocadora. Su respiración se agitó. Volví a incorporarme para besar de nuevo su boca.

-       Quiero que conozcas uno de los mayores placeres que te puede dar tu chocho.

-       Haz conmigo lo que quieras.

-       Sólo quiero hacerte pasar un rato en el paraíso.

Volví al pequeño promontorio que acogía su pelvis y su vagina decidido a pasar allí las horas, los días o los meses que fuesen necesarios para provocar en aquel sexo el mayor orgasmo de su vida.

Besé los labios mayores con la misma delicadeza y pasión que había besado los de su boca. Mis labios los acariciaban como si fuesen los de su boca. Los rozaban levemente o los aprisionaban; los recorría con la punta de la lengua. Cuando el deseo empezó a mojarlos, inicié el delicioso paseo de mi lengua por la abertura que los separa . Introduje solo la punta y me detenía y analizando cada alteración en su tersura, cada recoveco o cada pétalo que encontraba en mi exploración. Mi boca se llenó de los matices que brotaban de su interior. Mi nariz aspiró la fragancia de los flujos que brotaban del placer se adueñó de todo su cuerpo.

Tenía mi cara escondida entre sus muslos y bañada por la ambrosía que manaba de su interior. Apenas podía oír sus gemidos cada vez más continuados y profundos. Introduje poco a poco un par de dedos en su raja y acaricié con mi lengua su clítoris inflamado. Reconocí mentalmente cada pequeña rugosidad, la pequeña pepita, catalizadora de la lujuria, y los pétalos de sus labios menores, empapados de su propio néctar.

La insistencia de mi lengua provocó su delirio y empezó a mover sus caderas, cada vez con mayor ímpetu. Mis dedos, el índice y el corazón, acariciaban el interior de su coño, frotaban la parte superior, esa zona ligeramente rugosa. Ese pequeño espacio maravilloso se estaba hinchando poco a poco, y presionaba para expulsar mis dedos. Aún así, seguí acariciando aquella zona con delicadeza. Las convulsiones adquirieron una fuerza descontrolada. Aprisionó mi cabeza con sus muslos y empezó a gritar y a pedirme que siguiera, que siguiera, que no parase. No era dueño de mis actos. Sus muslos movían mi cabeza hacia donde ella quería. Aún así continué lamiendo el clítoris y acariciando el interior de su coño. Una explosión líquida baño mi cara y mi pecho. Me retiró de entre sus piernas y, entre gemidos y gritos, pude contemplar aún varios chorros saliendo disparados hacia mi. Su respiración era muy agitada y de sus ojos caían regueros de lágrimas mientras intentaba reír. El sosiego regresó a su cuerpo poco a poco, sin dejarme retirar mi mano de su coño. Al fin recuperó la conciencia. Las lágrimas habían formado regueros de rimel. Al fin abrió los ojos y sonrió.

Me acerqué a su cara y besé sus labios.

-       Lo siento – dijo- No me había pasado nunca. No lo he podido controlar. Me da vergüenza. ¿Cómo puedo haberme orinado?

Me miraba implorante. Realmente se sentía mal. Se estaba ruborizando por momentos.

-       Cariño –le dije con una voz dulce- no te has orinado. Te has corrido. Has eyaculado. Huele. Huele mi cara. No tiene el olor de la orina. No huele a nada. Quizá un poco a coño, pero no es del líquido. –la volví a besar en los labios- Eres una afortunada. No hay muchas mujeres que puedan sentir este placer tan intenso. Y yo soy un privilegiado por disfrutar de este prodigio.

-       ¿De verdad que no soy un bicho raro? No me había pasado nunca. Ni siquiera sabía que me podía pasar.

-       Creo que tienes muchas experiencias que vivir. Y no te las puedes perder.

-       A mis años, está todo el camino andado. ¿Tu crees que a los cuarenta y siete años queda mucho por conocer?

-       No hay edad para vivir. Déjame que yo te guíe y recorrerás senderos inimaginables. Muchos de ellos, transgresores, pero delirantes y deliciosos.

-       Te seguiré a donde me lleves, pero ahora métemela. Quiero sentirte dentro de mi. No quiero que te quedes a medias. Sé lo deprimente que es eso.

-       Aún no. Quiero explorar bien tu cuerpo antes.

La besé en la boca mientras acaricié los labios de su coño casi imperceptiblemente. Ronroneó. Un síntoma inequívoco de que aún podría ofrecer mucho más placer.

-       Yo ya me he quedado bien. Ahora dime qué quieres que te haga para compensar el momento tan maravilloso que me has hecho vivir. –aseguró.

-       Quiero que te olvides de todo. – la interrumpí- Yo haré lo que me apetezca para gozar de ti. Y lo que mayor deleite me proporciona es sentir tu orgasmo, bañarme con el almíbar que brota de tu coño.

No había pasado aún un minuto y sus caderas volvieron a contonearse suavemente. Introduje de nuevo los dedos en su interior y a los pocos segundos noté la inflamación de la zona rugosa. Mis besos se veían entorpecidos por leves gemidos que necesitaba expulsar de su pecho. Mis dedos continuaron con las caricias y en unos instantes estaba de nuevo a punto de una nueva convulsión. Su cara se congestionó por un momento y gritó.

-       ¡Me corro otra vez!

-       Córrete, para eso estoy yo aquí.

El orgasmo tuvo mucha intensidad. No se relajó. Su cuerpo se mantenía excitado, a la espera de un nuevo estímulo.  Esperé a que su respiración fuese más pausada y puse mi polla en sus labios. La besó varias veces tímidamente. Aquella mujer regordeta y de pequeña estatura no sospechaba no se atrevía a chupar el caramelo que tenía ante sí. Su boca no se abría para engullir mi polla. Se limitaba a besarla con los labios y a mirarla con curiosidad.

-       ¿No te gusta?

-       No lo sé. Nunca he chupado ninguna.

-       Es difícil de creer que a tus años no sepas lo que es hacer una mamada. ¿Ni a tu marido? Y por lo que he visto, él tampoco te ha besado en el coño.

-       - Sólo he follado con mi marido. Si es que se puede decir follar a lo que hacemos. Viendo lo que tu me haces, lo suyo es otra cosa. Tu eres mi primera y única aventura con un hombre hasta el momento.

-       ¿Con un hombre?

-       Sí, con un hombre.-dio dos besos a mi capullo y continuó- Mi marido siempre dice que los que obligan a sus mujeres a chuparles la polla son unos cerdos que les faltan al respeto. Que eso sólo lo hacen las putas. De tanto oírle decirlo, al final lo tengo asumido así.

-       Pues has perdido uno de los mayores placeres que le puedes dar a un hombre y a ti misma. Pero no es verdad lo que dice tu marido. El sexo y el amor deben entregarse con generosidad. El placer, el deleite y el gozo del amor y del sexo son más intensos para quien los da que para quien los recibe. Los egoístas nunca podrán disfrutarlos plenamente.

-       Me gustaría probarlo, pero me cuesta dar ese paso.

-       Hazlo como un juego. Como una niña traviesa a la que han prohibido comerse un polo y ella lo hace a escondidas. Piensa que no eres tu quien lo hace, si no otra mujer a la que tu estás espiando.

Una mirada profunda y un beso tierno en sus labios la animaron. Repetía con su boca los mismos gestos que si estuviese disfrutando de un polo en un mes de calor. Sus labios y su lengua dejaron ensalivada todo el miembro. Mis manos acariciaban su pecho una, y el vientre y la pelvis la otra. Le costó abrir la boca para introducir mi capullo duro y brillante. Cerró los ojos y lo saboreó como si fuese un momento inolvidable en su vida. Mis caricias rodeaban su coño. Los dedos rozaban levemente las ingles y los labios mayores. No quería distraerla de la satisfacción que llenaba su espíritu. Tracé circunferencias alrededor de su ano y aprisioné sus nalgas con suavidad. Se regodeaba incansable con mi glande y empujé para llegar con mi polla hasta su garganta. Le produjo una arcada.

-       Lo siento –dije- Me has dado mucho gusto. Podría haberme corrido en cualquier momento. La próxima vez tienes que probar cómo descarga mi polla en tu boca. Tienes que conocer la sensación del chorro golpeando en tu garganta y contra tus dientes. Ese momento también será inolvidable.

Volvió a atrapar el glande con sus labios y me miraba con ojos de glotona. Esperaba mi aprobación. Lo hice. Abrí los labios de su coño con los dedos índice y pulgar y acaricié su interior con el dedo corazón. El clítoris distribuyó las descargas eléctricas por todo su cuerpo y las convulsiones agitaban sus caderas. Introduje de nuevo dos dedos en su interior y la zona mágica de su coño se infló al instante. El roce la impulsaba hacia un nuevo orgasmo con mucha rapidez. Sacó mi polla de su boca y empezó a emitir unos sonidos guturales que vinieron acompañados de una corrida abundante. Mi mano quedó empapada. El chorro mojó sus muslos. La agitación tardó en decaer hasta quedar paralizada.

-       No retires la mano, por favor.

-       No pensaba hacerlo. En estos momentos vas a vivir lo que nunca imaginaste.

Yo sabía perfectamente lo que ocurriría. Y así sucedió. Las mujeres que eyaculan cuando las acaricio simultáneamente el clítoris y la zona superior del interior de su coño pueden tener muchos orgasmos seguidos. Es más fácil que pierdan el conocimiento momentáneamente por una lipotimia antes que dejar de sentir orgasmos. Le sobé y toqué por todas partes y las corridas llegaban cada vez con más rapidez. La colcha de la cama estaba empapada. Su mirada parecía perdida. Se mordisqueaba los labios y se pellizcaba el pezón que yo dejaba libre.

Al séptimo orgasmo me detuve. Me tumbé encima de ella y mi polla se deslizó hasta el interior. Me moví lentamente y la besé en la boca.

-       Por favor, no me preñes –me dijo con un hilo de voz.

-       No te voy a preñar, cariño.- la besé y me besó apasionadamente.

-       Aún puedo quedarme embarazada. Tengo preservativos en la mesita de noche. Ponte uno, por favor.

-       Prefiero sentirte así, ardiente y abrasadora. Quiero que mi polla se derrita con el calor de tu coño. Goza de este instante. Estamos los dos fundidos en uno solo. No puedo embarazar a nadie. Me operé hace años.

Se relajó. Sus caderas iniciaron un contoneo leve. Gemía. Se sentía más llena por la compenetración espiritual que habíamos alcanzado, que por el placer de tener mi polla dentro.

-       Te vas a poner a gatas – le dije.

Se colocó al borde de la cama. De pie, mi polla quedaba a la altura de su raja. Empuje y se la metí hasta el fondo. La dejé unos instantes mientras dibujaba un círculo con mi cintura. Volvió a gemir.

La saqué lentamente y ahora sólo le introducía el capullo. Diez acometidas sólo con el capullo, y luego una profunda. Todo el miembro dentro. Hasta que mi cuerpo aplastaba sus nalgas. Así una, dos tres, cuatro, hasta diez veces. Diez acometidas sólo con el capullo, y una profunda, hasta los huevos.

Mi polla estuvo a punto de explotar en varias ocasiones. Hubiera podido correrme varias veces si mi organismo lo pudiese resistir. Pero soy hombre de una sola corrida y procuro reservarla hasta que mi hembra o mi macho están agotados por el placer.

Repetí la secuencia varias veces. Calculé. Quince centímetros de polla por treinta veces: cuatro como cinco metros de polla. Eso sin contar los cuatro centímetros de capullo por las decenas de veces que se lo había metido.

-       Voy a echar mi leche dentro de ti. Quiero que tengas en tu cuerpo algo de mi.

-       Como tu quieras. Soy tuya. Desde hoy soy y seré tuya cuando me lo digas.

-       Date la vuelta. Vamos a poner la guinda a este pastel.

La hice girarse y quedó boca arriba. Me coloqué sobre ella y abrazó mi cintura con sus piernas. Mi polla entró completamente en su coño. El vello de mi pelvis rozaba con el de la suya. Empujé ligeramente y emitió un pequeño quejido. En esa posición, mis quince centímetros eran suficientes para tocar el cuello de su útero.

Moví mis caderas hacia delante y hacia atrás, me contoneé para que mi polla rozase cada rincón de su coño. Y mi boca se pegó a la suya en una morreo permanente.

Y llegó el momento. Tenía toda el capullo inflamado. No podía retener la leche por más tiempo.

-       Bésame, cariño. Voy a correrme ahora mismo- le dije

Un gran torrente de vida, fuerza y energía recorrieron todo mi organismo partiendo de los puntos más alejados de mi cuerpo para concentrarse en mi polla y ejercer una presión insoportable, casi dolorosa, que pretendía hacerla estallar. Grité como un loco desesperado, visionando en mi cerebro mi glande empujando en la entrada del cuello de su útero e inundando todo el conducto de una leche espesa y abundante que se esparcía por su interior. El semen iba cargado de pasión, energía y, ¿por qué no?, de amor. Porque cuando me entrego a una amante o a un amante, me entrego completamente; porque en aquel momento es el amor de mi vida, en mi otra mitad. La que necesito para ser completamente feliz, aunque sólo sea durante un par de horas.

Nos quedamos abrazados un buen rato. Mis labios sólo se despegaban de los suyos para besar su cuello o sus hombros.

-       Eres deliciosa –le susurré al oído

-       Gracias –me contestó- Me has hecho feliz. He sido la mujer más dichosa del universo por unos instantes. ¿Sabes? Me ha llenado más tu ternura y tu cariño que las corridas que me has regalado. No sé cuántas han sido, pero la cama está empapada.

-       Siete. Te has corrido siete veces.

-       Ha sido fantástico. Nunca me hubiese imaginado que el sexo era así. Tan delicioso.

-       Aún tienes muchos caminos que explorar. Si quieres.

-       Sí, quiero. Quiero que seas mi guía.

-       Lo seré, pero puedes encontrar también otros guías que te lleven por sendas diferentes. El sexo se enriquece en matices, en sensaciones y en sentimientos cuantas más experiencias tengas y cuanto más variadas sean. De cada persona puedes aprender algo nuevo y diferente.

-       De momento, quiero que seas mi maestro. Seré una buena alumna.