Charo. Charo puteada
Mi hermana Charo sale de fiesta y pasa de seductora a seducida ante un joven guapo y sin escrúpulos.
CHARO PUTEADA
Era un frío sábado de invierno cuando empezó la historia que voy a contarles. Era cerca de la medianoche y mi hermana pequeña, Charo, se estaba arreglando para salir. Cuando salía me pareció una mujer interesante, y en realidad era poco más que una niña; aún era menor de edad. Botas altas con vertiginosos y afilados tacones de aguja, mini falda de cuero rojo y blusa blanca con un gran escote; y por supuesto la pintura que la hacía parecer mayor de lo que era en realidad. Era un bombón, una gata preciosa que todos los chicos miran con cara de vicio.
Esa noche salía con unas amigas, todas ellas de su misma edad, amigas del barrio, y todas ellas vestían de forma igualmente insinuante. Con esos cuerpazos y forma de vestir no tuvieron problema para entrar en la discoteca, y lo pasaron en grande bailando por la pista, meneando el culo y poniendo calientes a los tíos, y riéndose entre ellas comentando las miradas de tal o cual chico. De vez en cuando, salían al pedestal a bailar para que todos pudieran admirarlas y verlas bien, y siempre había quien les pagara una ronda entusiasmado a cambio de una sonrisa. Estaba Charo bailando cuando notó un cuerpo detrás suyo, pegado, y una mano que de atrás venía a acariciarle el vientre, y se deslizaba hacia su entrepierna. Ella, halagada, seguía bailando sintiendo el cuerpo de él, su miembro duro restregándose en su culo, y la puso a mil. Sintió el aliento de él en la oreja, en el cuello, su lengua y sus besos recorriendo y mordisqueando su oreja y su cuello. Sandra sonreía y se dejaba querer, seguía bailando y disfrutando de ese extraño que tan bien la estaba tratando. Poco después estaban en la barra tomando algo, y ella estaba contentísima porque el chico era muy guapo, interesante, y la trataba como nunca la habían tratado. Además él hablaba con un tono firme y seguro, sabía hablar y seducir. Ella, que al fin y al cabo era una niña, le miraba con unos ojos brillantes que a él le hacían sonreír; la presa había caído y muy fácil. Solo se cruzaron cuatro frases, como te llamas, qué haces, qué edad tienes. Él solo dijo su nombre: Enrique; y vinieron las preguntas y las respuestas de ella, nerviosa, que tras decir su nombre se apresuró a ponerse unos pocos años de más (veintidós, dijo, siendo diecisiete en realidad), y dijo trabajar en una oficina, sin dar más detalles. Él parecía un chico con estudios, educado, y quizás por eso a ella le dio vergüenza decir que en realidad trabaja como cajera en un supermercado de un barrio de la periferia.
Él la tomó de la mano y se la llevó hacia el baño de caballeros. Había algunos chicos por ahí, y varia gente la vio entrar, pero a ella no le importó. Solo estaba por él, y además iba un poco ebria y muy caliente. Así que ante las miradas de vicio y envidia de los chicos que estaban en el baño, y de algún comentario obsceno, ella entró en uno de los inodoros con él. Cerraron, dejando a fuera los chicos y los comentarios, "menuda zorra", "vaya guarra" y otros más subidos de tono que a ella solo la ponían más y más caliente. Ahora estaban solo ella y él ahí adentro, en aquél espacio diminuto.
Él la agarró de la cabeza y tirando abajo dijo, "Venga, zorrita, arrodíllate", y de un tirón la arrodilló frente a él. Como es habitual, la puerta del inodoro determinaba a un palmo y medio del suelo, de forma que las botas de ella salían a fuera y todos los chicos podían ver como la chica estaba arrodillada y así hacerse una idea bastante clara de lo que pasaba adentro. Alguno se quedó por ahí escuchando y viendo. "¡Desabróchame los pantalones!", dijo él con un tono duro y rotundo, firme. Y ella estaba medio aturdida y sorprendida por el nuevo trato que le daba el chico, pero le desabrochó los pantalones y siguió las ordenes de él y sacó su polla, y él la agarró del pelo y la empujó hacia su polla diciéndole "venga putita, chupame la polla, chupa bien zorrita" y en realidad era él que le estaba follando la boca a Charo, que sin embargo hacia esfuerzos en chupar bien, en darle gusto, y se lo dio notó las venas de su polla, la leche que estaba por venir, y no pudo apartar la cabeza porque ya él le agarró fuerte y se corrió en su boca. Cuando sacó la polla de la boca de Charo, aún la tenía con restos de semen, que restregó por los labios, mejillas y pelo de Charo. "Venga, ¡levántate!" le gritó imperativo. Enrique se sentó en la taza del inodoro, y su mano se metió entre las piernas de Charo, por dentro de su mini falda, hasta llegar a sus braguitas, y palpó sobre las braguitas, bien fuerte, haciendo que ella soltara un gritito. Y luego su mano entró bajo sus bragas, en su coñito bien arreglado y que resultó estar bien húmedo; eso le gustó a Enrique, que sonriendo le dijo a Charo, "Estas caliente eh, putita Te pone comer pollas en el baño de la discoteca eh zorrita ". Y ella, roja, no acertó a responder nada. Él le bajó las bragas, se las sacó y las metió en su bolsillo tras olerlas sonriente. Entonces le subió la mini falda sobre la cintura dejando su coñito al descubierto; ella estaba inmóvil, sin saber como reaccionar, paralizada, sobrepasada por la situación, y él la iba reconociendo, metiendo sus dedos en su coño húmedo, y cuando los sacó llenos de jugos se los llevo a la boca de Charo para que ella los chupara y limpiara. Y ella, dócil, lo hizo sin preguntar nada, completamente llevada por la situación. Él sonreía por la forma como ella respondía a la situación, completamente sumisa, y le acarició la cabeza contento, y ella pareció calmarse y sonrió también, halagada, y él la puso de cara a la puerta y la sentó sobre sí, metiendo toda su verga en el culo de Charo. Al caer ella sobre su polla le rompió el culo haciéndole mucho daño, incluso sangre, y ella dio un gran grito, pero él la agarró y le marcó el ritmo, metiendo y sacando el culo de Charo de su verga, hasta que sus gritos de dolor y sollozos se convirtieron en gemidos más o menos de placer. Alguien de afuera preguntó tras el primer grito de Charo, "¿Estás bien?", pero Enrique ya la estaba enculando velozmente, y frotaba su coño y le metía los dedos mientras le seguía follando el culo y ella entre gemidos dijo "Sí ", y Enrique sonrió contentísimo. Ella caía con su sabroso culo sobre su polla, y se movía ya sola, y él aprovechaba para sobarle los pechos con una mano y meterle los dedos hasta el fondo del coño mojado con la otra mano. Finalmente se corrieron los dos, él dentro del culo de ella. La levantó y la hizo arrodillarse de nuevo a limpiarle la polla con la boca, y Charo se la chupó bien dejándole la verga perfectamente limpia. Luego, Enrique, que tenía la mano llena de jugos de ella, le pidió a Charo que le chupara todos los dedos y le lamiera la mano, lo que ella hizo obedientemente. Luego se levantó, abrió la puerta y se fue dejando a Charo a la vista de varios tipos que estaban allí. Estaba de rodillas, con la falda en la cintura, el coño y el culo bien abiertos y llenos de jugos y semen. También su rostro y su pelo estaban llenos de jugos y semen.
Charo se levantó, se bajó la mini falda, se ajustó bien la blusa, y salió de ahí entre comentarios obscenos y manotazos que caían sobre su cuerpo, su culo y sus tetas. Ella salió como pudo, hasta el baño de chicas, y se arregló como pudo, limpiándose las piernas y la cara, aunque aún le quedó algo de semen en el pelo. Buscó su abrigo y sin decir nada a sus amigas, se fue. Por la calle caminando, un coche se detuvo a su lado, y al bajar la ventanilla un tipo le pidió que subiera, que pasarían un buen rato. Ella se negó, indignada, y él le dijo que tenía dinero, que se lo pagaría bien. Ella se puso rojo y montó en cólera: "¡No soy una puta, cabrón!". Y él solo se indignó y replicó: "Con esas pintas de puta no me vengas a decir que no eres una zorra chupapollas ¡si hasta tienes el pelo y la cara con restos de semen, tragona golosa! ¡Puta de mierda!" Y arrancó y se fue corriendo, y ella siguió andando a casa, muerta de frío, y pensando que a lo mejor aquél tío tenía razón y se sintió muy humillada. Parecía que no llevaba nada debajo del abrigo, pues llegaba justo adonde su mini falda, mostrando sus largas y bonitas piernas. El viento frío, debajo, se colaba hasta su coñito despojado de sus bragas. El frío cortaba sus muslos y su cara, irritados y húmedos, pues se había intentado limpiar frotando fuerte con agua. Poco después un taxi la acercó a casa.
Al día siguiente, por la tarde, se encontró con un par de sus amigas. Una de ellas le comentó que había hablado con Enrique; se lo encontró al salir él del baño, y le había contado que Charo era muy puta y que estaba por ahí por el baño, seguramente comiéndole la polla a alguien. Charo se puso roja, y su amiga le pasó el número de teléfono de Enrique, por si tenía ganas de repetir.
Al volver a casa por la noche pensó en aceptar llamar a Enrique. Le dolió rebajarse tanto pero se ponía caliente solo de recordar lo de anoche. En realidad al volver a casa después de lo sucedido con Enrique aún se había estado tocando y pajeando toda la noche, muy excitada, incapaz de dormirse. Y seguía igual de caliente y sin poder olvidar a Enrique. Así que le llamó, pensando en decirle por qué se había ido tan deprisa y que tenía ganas de verle de nuevo. Él no contestó, y ella se pasó los días siguientes enviándole mensajes y llamando. Cada vez se rebajaba más en sus mensajes de texto y de voz, hasta la extrema humillación. "Seré tu puta, haré todo lo que me pidas". Al final, pasados casi dos meses Charo recibió cerca de la medianoche un mensaje de texto de Enrique: "Te quiero ver vestida como una puta en la calle xxxx, esquina con xxxx esta medianoche". Al ver el mensaje Charo se puso muy caliente y con ganas y nervios se vistió muy deprisa, pues no había tiempo que perder. Mientras, llamó a un taxi para que viniera a buscarla a casa. Al salir de casa todos la miramos, así vestida como una auténtica zorra. Ya cuando salía se vestía bastante putón, pero esta vez aún parecía más puta que de lo normal. Mi padre se la miró desde el sofá con su cerveza en la mano, con los ojos salidos; qué buena está mi hija, parecía pensar. Mi madre también la miró con cierta envidia, pensando en el éxito que debía de tener con los chicos; quizás encontraría a alguno de buena familia que le daría todos los lujos que nunca tuvo en casa. Sobre lo que yo pienso de mi hermana no me pronunciaré.
El taxista que la recogió también se la repasó descaradamente, y más cuando ella le dio la dirección. Pareció como la confirmación de una sospecha. El taxista intentó darle conversación.
¿Una noche fría para trabajar, eh?
¿Cómo?
Nada que hace frío
Sí, mucho
Y así vestida ya ni te cuento
Ella no respondió y el taxista insistió.
¿Qué edad tienes, preciosa?
¡¿Y a usted qué coño le importa?!
¡Oye, tampoco tienes que ponerte tan borde, pedazo de puta de mierda!
Charo no respondió a la provocación, se calló y así murió la conversación. Un rato después empezaron a ver putas en la calle, y al doblar el taxi se paró y el taxista le dijo el importe. Charo empezó a entender varias cosas y se puso roja, también tuvo cierto miedo en bajar ahí, pero para nada quería seguir en aquél taxi ni tampoco defraudar a Enrique luego de tanto tiempo intentando quedar con él. Así que pagó y se bajó, mientras el taxista le decía con desprecio: "Anda, zorra, ¡a trabajar!". Charo se sintió muy humillada, y se quedó ahí parada mientras el taxista salía unos metros más adelante hasta el semáforo. Charo se puso nerviosa, pues el taxi seguía ahí, a unos quince metros y ella estaba en el lugar acordado con Enrique, ahí en la esquina parada, vestida de puta y en la zona donde se ponen las putas. El semáforo seguía en rojo, se hizo una eternidad, y Charo no se movía porque estaba en el lugar donde había quedado, y le jodía porque el taxista estaba ahí viéndola por el retrovisor y confirmando que en realidad era una puta. Sí, en realidad al taxista no le podía caber ninguna duda que era una puta.
El semáforo se puso verde y sonó el claxon del coche, como de despedida del taxista. Menudo cabrón, pensó Charo, realmente ofendida, cabreada y humillada. Todo lo largo de la calle había putas, cada pocos metros, y yo en la esquina del final de la calle. La puta más próxima estaba como a unos diez metros y ahora se acercaba, y le preguntó a Charo:
¡Eh! ¿Y tú quién coño eres?
¿Cómo?
Aquí no puedes estar, esta parte es nuestra
No te confundes, yo solo estoy esperando un amigo
Jajaja Sí, claro, como todas, guapa
No, de verdad
Mira, más te vale que te vayas de aquí antes que venga alguien a pegarte la paliza de tu vida, niña
Y la puta se volvió a su lugar dejando a Charo muy asustada. Pasaban tres minutos de la medianoche. Decidió aguardar un poquito más, aunque disimulando y manteniéndose un poco alejada de la luz de los faroles y de la calle. Pero enseguida vino un coche que le hizo luces, y paró; hizo luces de nuevo y ella se acercó pensando que sería Enrique. Se acercó a la ventanilla del copiloto, que bajó de forma automática, y cuando se asomó vio que en realidad se trataba de un hombre mayor, gordo, calvo, de unos cincuenta y tantos años.
Hola, guapa.
Perdone, pensaba que era otra persona.
Tranquila, cariño, sube.
No, señor. Lo siento yo estoy esperando a otra persona
¡Maldita puta de mierda!
El hombre arrancó, indignado, y salió hasta el semáforo, y pasado este se paró ante otra puta que estaba para ahí más abajo. Entonces se puso en marcha un motor de un coche que estaba estacionado a unos treinta metros de donde estaba ella, prendió las luces y arrancó. Hizo los treinta metros y le hizo luces a Charo para que se acercara. Charo estaba medio asustada entre sombras, y el coche le hizo luces de nuevo y la ventanilla se bajó y alguien gritó. "¡Venga, puta, ven aquí que no tengo todo el día!". A Charo le pareció reconocer la voz de Enrique y se acercó vacilante. Al asomarse y ver que era realmente él, que había estado todo el rato allá viéndola, Charo entró decidida al coche, que quedó en la esquina parado en doble fila pero dejando el paso libre para los otros coches que seguían pasando. "Venga, demuéstrame que hice bien en venir y que eres una buena puta". No dijo nada más. Charo le desabrochó el pantalón y le hizo una buena mamada, sin necesidad que él le agarrara la cabeza, esperando hasta que él se corriera en su boca, y lo tragó todo y se relamió mirándole a los ojos con cara de zorra viciosa. Enrique sonrió. Entonces la sentó sobre él y la folló por el coño y por el culo, haciéndola gozar como una perra, llenándole el coño de leche. Tuvo un orgasmo genial y la estuvo besando y magreando toda. Luego, después de correrse y que Charo le limpiara la polla con su boquita, Enrique le metió un billete de veinte euros entre sus abundantes pechos y le habló de nuevo, solo una palabra, firme, contundente, rotunda: "Baja". Ella quedó contrariada, iba a replicar, pero la mirada de él fue suficiente para hacerle ver que no había réplica posible. Se bajó del coche y Enrique se fue en su coche caro lejos de aquellas calles de putas y chulos. Y Charo, humillada y llena de leche empezó a andar, alejándose de ahí, recibiendo proposiciones deshonestas de algunos coches que pasaban, e insultos y menosprecio de las otras putas, que no la habían visto nunca y no la querían por ahí, llevándose sus clientes. Un par de calles más allá paró a un taxi y se volvió a casa, despreciada y humillada de nuevo por Enrique.