Chantaje (Mi Triple Vida)
Soy santa, pero también soy atrevida y muy, muy puta. Descubre el mejor polvo que me han dado, porque si del cielo te caen dos chantajistas tienes que hacer un trío.
¿Por qué ser una mujer cuando puedes ser tres? Mi nombre es Amanda, soy de mediana estatura, esbelta; y bella. Y aunque no todo el tiempo pueda resaltar mi físico, siempre este salta a la vista durante mis tres facetas.
Verán, mis padres me criaron en un hogar lleno de valores; donde la disciplina, el respeto y la moral eran los pilares para convivir dentro de la sociedad. Gracias a su legado pude graduarme de psicóloga a los 21 años. Desde entonces han pasado tres años.
En la universidad era conocida como la chica nerd y amargada. Así lo comprobaban mis gafas, mi vestimenta conservadora y mi personalidad seria y tajante.
Ahora reconozco que nunca tuve amigos, y eso en verdad me molestaba porque mientras otros en la facultad se divertían, yo sólo estudiaba. Algo dentro de mí me decía que era algo más que eso.
No me equivoqué, es mucho lo que puede suceder en tres años. Desde que me gradué obtuve muy buenas referencias por parte de mis profesores y ahora colegas. Pude hacer pasantías en una prestigiosa clínica, y ahora, tengo mi propio consultorio, en mi propia casa.
Lo que en un tiempo me hacía daño, ahora me reafirmaba como una extraordinaria profesional. Mi presencia sobria les da confianza a mis pacientes, pero ya saben, una quiere más, una nunca se conforma… Me volví adicta al dinero y empecé a planificar varias ideas hasta concretarla.
Como la mayoría de mis clientes; mujeres y hombres, tienen problemas sexuales. Decidí ser un instrumento de exploración, superación y autoestima para ellos… y ellas. No mal entiendan; en mi consultorio no pasa nada, ni tampoco son todos los clientes...
Aquellos que en verdad necesitan afecto sexual o quieren experimentar nuevas cosas los invito a Bar Sex, un sitio alejado de mi residencia, donde se encuentran los mejores ligues.
Allí los espera Anastasia, para los hombres; y Alexa, para las mujeres. Sí, tengo clientes sexuales tanto hombre como mujeres a quienes les ayudo a redescubrirse: superar fobias, experimentar sus más sucios y retorcidos deseos sexuales o simplemente sentirse importantes.
He tenido éxito, sobre todo con mis clientes/pacientes masculinos que le gusta la personalidad de Anastasia. Una mujer tierna pero segura de sí misma. Sencilla a nivel físico, pero toda una putica en la cama.
A ellos, les envuelve esa inocencia con morbo que posee Anastasia, esas ganas que tiene de experimentar y de conocer el cuerpo masculino mientras ellos van descubriendo sus más profundos sentimientos.
Anastasia es como la hija, la hermana o la prima hermosa que sí se pueden coger. Es frío y calor; es ternura y pasión. Ella sirve tanto para despertar bonitos sentimientos, como para liberar y cumplir los más retorcidos deseos.
Por el contrario, Alexa, es una mujer atrevida; que deja poco a la imaginación con su vestimenta y su modo de ser. Es ideal para revivir la pasión de aquellas cuarentonas y frígidas solteras que perdieron las ansias de vivir y que no reconocen su verdadera orientación sexual.
A ellas, les devuelve las esperanzas, las hace gozar en la cama y las ayuda a aceptarse tal cual son.
Alexa es como la mujer que quisieron ser y no pudieron. Es belleza, pasión y entrega. Ella sirve para elevar la autoestima de las mujeres que se sienten un fracaso.
Hasta ese momento mis terapias habían sido un éxito, pero me tocaba emprender una difícil tarea. Jamás imaginé que mis terapias fueran a ser mayor problema, porque a fin de cuenta, mis clientes/pacientes estaban satisfechos, y para mayor seguridad los hacía firmar un contrato de confidencialidad.
Pero no sé cómo diablos cometí el error de tirarme a una pareja de esposos recién casados. Al parecer las terapias los ayudó mucho; y forjaron una mejor comunicación. Una conversación sincera los hizo percatarse que visitaban a la misma psicóloga… y que recibían las mismas terapias.
-Queremos que nos de placer -dijeron después de haberme confrontado en mi casa.
-Mis terapias son individuales, lo siento -les dije y me di media vuelta, tratando de dejarlo solos.
-Sino haces lo que queremos publicaré un video que grabé mientras teníamos una terapia de sexo brutal -dijo Santiago, el esposo de Penélope.
Tragué saliva, me di otra media vuelta y los observé por encima de mis gafas.
-Creemos que si participamos en trio mejoraremos, nosotros, como pareja -dijo Penélope mientras rodeaba la cintura de su esposo con sus brazos.
-Te daré tres días para pensarlo. Es decir, si el sábado a las nueve de la noche no estás en nuestra casa, publicaré nuestro videíto por Facebook, Twitter y tu página web especializada -dijo Santiago en tono amenazante.
Poco segundo después se largaron de mi casa... Confieso que entré en un estado de shock, y seguido, la ira se apoderó de mi cuerpo… Destrocé cuanto objeto tenía en el camino.
Era en verdad un dilema, mi experiencia profesional me decía que debía enfrentar los problemas y no dejarme manipular por ellos; pero eso traería grandes consecuencias porque no sólo me quitarían la licencia… sino que también mis padres se enterarían de la clase de persona que realmente era.
Por un momento pensé sacarles en cara el contrato confidencial, pero imaginé que habían averiguado que no tenía validez alguna. Entonces con lágrimas en los ojos comprendí que debía acceder a sus peticiones.
Eso me llevó a convertir a Anastasia y a Alexa en una sola persona, una mujer fatal. Lo hice porque tenía pavor de que me delataran, no debía decepcionarlos sino quería manchar mi reputación.
Por eso tenía que ser yo, la licenciada Amanda, pero dentro de mí debía habitar la tierna y morbosa Anastasia junto con la decidida y sensual Alexa. No la tenía fácil.
Y durante esos días traté de buscar miles de opciones, hasta que supe que sólo había una salida... Le escribí el viernes por la mañana para confirmarles mi asistencia y al medio día comencé a prepararme tanto física como psicológicamente.
Cabello liso, pero con volumen en las puntas; mis acostumbradas gafas; labios rosas, maquillaje suave; botas altas y un vestido corto manga larga que dejaba ver un poco mis piernas. Sí, estaba lista.
Llegué cinco minutos antes de las nueve, no quería enfadarlos ni ponerlos impacientes. Toqué varias veces, pero al final abrí la puerta.
Cuando entré lo primero que llamó mi atención fueron las velas puestas en el piso en forma de camino que me dirigían hasta la habitación. Allí estaban, los dos: Sebastián semidesnudo, con un bóxer que dejaba ver su erección y Penélope con un babydoll rojo que resaltaba su color de piel.
Cerré la puerta, los miré y me convencí a mí misma, que no sería difícil. Eran pacientes míos desde hace un año y los dos pasaron de ser personas frígidas a convertirse en seres apasionados y felices. Además, estaban buenísimos, en especial esa noche que parecía brindarles un halo seductor.
-Eres un camaleón -dijo Santiago mientras apretaba la entrepierna de su esposa.
-Mordemos, también comemos, pero te aseguro que vas a estar bien -añadió Penélope-. Ven no temas.
Respiré hondo y decidí relajarme, sino podía hacer nada para evitarlo, al menos debía disfrutarlo.
Puse mis lentes en un pequeño sofá, que estaba en la entrada del cuarto, me quité las botas y también el vestido, dejando mi cuerpo desnudo y a entera disposición de ellos.
-Guau, nunca me decepcionas, Amanda -dijo Sebastián, y en seguida se quitó el bóxer… y desnudó a su caliente esposa.
Poco a poco me acerqué y fui entrando a su cama. En verdad era increíble la energía que emanaban sus cuerpos, incluso podía sentirla al tacto. Eran como dos lobos que estaban ansiosos por devorar a su presa.
-Hazme tuya Alexa -decía Penélope, mientras me llenaba el cuello de besos.
-Quiero verte en acción, Anastasia -imploraba Sebastián y acto seguido comenzó a explorar mi vagina con su lengua.
Ella detrás de mí y él por delante, ambos saboreando a Alexa y a Anastasia, probando ternura y agresividad.
Hundí mis dedos en el sedoso cabello de Sebastián, conduciéndolo a mi zona más sensible y volátil mientras movía mis caderas cual culebra.
-Así te quiero, suavecita como una perrita -decía Penélope con la respiración entre cortada a causa del contacto de su vagina contra mis glúteos.
Aquello era tan placentero, sobre todo porque su concha húmeda tenía vellitos que raspaban mi piel mientras llenaba mis glúteos de líquidos vaginales.
Estuvimos así por un buen rato, pero en medio del delirio, que me causaban los dos apasionados amantes, resolví que estaría bien darle un poco de acción al asunto.
Así fue que eché mi espalda hacia atrás para tumbar a Penélope en la cama. Tomé a Sebastián por los cabellos y lo llevé a la altura de mi boca para darle un beso de esos que levantan a los muertos de su tumba.
Acto seguido me subí arriba de Penélope y empecé a menearme como una perra celo, y mientras ella gemía yo volteaba a ver a Sebastián, invitándolo a que probara nuestras vaginas y culos.
Entendió las señales, y en seguida se puso a darnos mucho placer oral, y para ponérnos aún más calientes unía nuestros clítoris para frotarlos entre sí... ¡Y demonios! aquello era en verdad exquisito.
El único remedio que tenía en ese momento para apagar el fuego que se esparcía por todo el cuerpo era besar con muchísima pasión a Penélope.
La estábamos pasando bien… fenomenal diría yo, pero él también merecía placer. Por eso volví a darle vuelta al asunto, y ahora era él quien estaba recostado en la cama.
Penélope me miró, estaba desorientada, pero al verme chupando los testículos de su esposo entendió que ella debía hacer lo mismo con su pene.
Sebastián gemía, sobre todo cuando intercambiamos de posición y era yo quien lamía, succionaba y tragaba aquel suculento pene; pero fue cuando Penélope quiso quedarse con toda su masculina que entró en convulsión, y no precisamente porque ella lo estuviera haciendo bien, sino porque yo había descendido hasta su ano para darle un buen beso negro mientras masajeaba su zona G.
-¡Quiero cogérmelas! ¡quiero cogérmelas! -suplicaba mientras seguíamos matándolo de placer.
Cuando lo creí necesario le susurré a Penélope que tomáramos la posición anterior.
Levantamos a Sebastián, ella se acostó mientras y yo me senté arriba; esta vez tomé sus muslos y los llevé hasta su pecho. Nos encontrábamos boca a boca, y él tenía, otra vez, a su disposición nuestros culos y nuestras vaginas; pero esta vez para que nos cogiera.
Paso sus manos, que parecían hervir, por nuestras zonas erógenas e hizo lo mismo con su pene palpitante y caliente.
-¡Cógenos, Sebas! ¡cógenos! -rogó su esposa.
Él comenzó a follarla por el culo, y lo sabía por como ella gemía y se retorcía de placer; pero al poco tiempo vino hacia mí e introducía su pene en mi ano y en mi vagina simultáneamente, pero lo que más me sacudía era la rapidez con la que entraba y salía de nosotras.
Aquello aceleraba la respiración de su esposa y la mía; hasta casi llegar al punto donde se pierde todo el control; por eso me arrodillé en la cama y los invité hacer lo mismo.
Y mientras nos comíamos las bocas comencé a pajear el pene de Sebastián y a introducir mis dedos en la vagina de Penélope. El premio me lo llevé yo, con muchísimos más dedos dentro de mí.
Así estuvimos un rato, y cuando el momento del clímax había llegado nos besamos de manera bestial, deseando prolongar ese instante celestial lo más posible.
El grito del triunfo, el grito del deseo, aquel que yace de nuestras entrañas cuando el deseo y la pasión invade nuestro cuerpo, lo dimos al unísono. Como si fuéramos uno solo.
Después de aquel revolcón tomé una ducha, me vestí y sin despedirme me largué.
Pensé que mi vida volvería a la normalidad, pero tomó un rumbo diferente. Aunque sigo siendo una respetada psicóloga; mis terapias, ahora, son más convencionales.
Dejé los encuentros casuales a un lado. Sólo recurro a ellos una vez por mes, cuando Penélope y/o Sebastián se antojan de una noche llena de sexo y oscuros deseos.
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Te espero, juntos pasaremos noches agradables, variadas y sobre todo, diferentes.