Chantaje en el baño de un avión

Me encontré a una niña pija tocándose en el avión y al ir al baño la hicé acabar lo que ella había empezado.

Yo ya me había fijado en ella, en la misma puerta de embarque, era imposible no hacerlo, esas caderas gritaban desde la ajustadísima minifalda gris que a duras penas las contenía. Sus negros rizos caían a plomo sobre un afilado rostro y su forma de andar delataba la comodidad de la cuna en la que se había malcriado, al abrigo de papa; precisamente su madre la escoltaba en este viaje, una impresionante mujer, de típico esfuerzo diario con entrenador personal y merienda en el club deportivo, pero incluso ella era consciente de cómo su belleza se eclipsaba al situarse cerca del brillo de su hija.

La niña buena se recostó sobre su asiento jugando con el cinturón de seguridad, protegiéndose de las miradas con el cuerpo de su madre, quien estaba demasiado nerviosa como para fijarse en los juegos a los que su niñita se entregaba, ayudándose de la fría hebilla metálica, deslizándola sobre la brillante negra licra de sus pantys, sus ojitos azules disimulaban contra la ventanilla del avión, pero su reflejo me llegaba directo, ofreciéndome el mejor primer plano posible de sus mejillas gozosas y de sus ligeros contoneos, con la armonía destrozada por pequeños espasmos, los cuales se repetían una y otra vez, en lo que parecía una espiral infinita, hasta que por fin un rubor semiavergonzado acompañado de una culpable mirada al suelo señalaron el final de su orgasmo.

No podía dejar de mirarla, sentía la necesidad de levantarme y abrazarla, reconfortarla con mis besos y acunarla como si fuera mi bebe, pero suponía que a su despistada madre esto no le parecería lo más correcto.

Continué mirándola para comprobar como le pedía permiso a su madre para salir del asiento e ir al baño, acción que yo mismo copié, de una manera casi instintiva, con una mayor celeridad debido a mi proximidad al pasillo, gracias a este movimiento rocé sus apretadas nalgas contra mi abultado paquete, en la puerta del mismo baño, primero suavemente y luego más fuerte hasta el punto en que ella se percató de la falta de inocencia de mi acción, momento en el que deje de apretarme contra ella, pero solo por unas décimas de segundo, tras esa leve indecisión me volqué con más fuerza que antes, la niña intentó protestar, pero luego reaccionó como si no pudiera quejarse, como si se sintiera culpable de los tocamientos que anteriormente se había realizado, consciente que yo había visto a través del delator reflejo, progresivamente mi pene (erecto como pocas veces antes lo había estado) rozaba por el medio de sus muslos y mi aliento robaba el perfume de su níveo cuello, mi mano abrió el pestillo del baño y en un ligero empujón, acompañado de un giro del avión, los dos entramos en el pequeño habitáculo, ella no se podía rebelar, se le ahogaban los lamentos cada vez que mi mano exploraba sus blancas braguitas en las que notaba como a la humedad provocada por la solitaria acción anterior, se le unían nuevos y más frescos flujos, haciendo que ella se sintiera roja de vergüenza.

Deslicé sus negros pantys que me molestaban en la exploración manual de su parte más protegida, y en una espontánea flexión dejé de chuparle los pezones por encima de la camisa, para atender a su hinchado clítoris, mientras, alzando la mirada, pude comprobar que se llevaba las manos a la boca, intentando así amortiguar un grito, en ese momento unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas, y quise enjugárselas con mis labios, pero primero le saqué una pierna del panty, dejando la prenda colgar del tobillo de la otra, junto con sus blancas y sedosas braguitas y mientras recorría con mi lengua el surco dejado por la lágrima, mi pene la penetró de golpe, en el mismo instante notamos ella la embestida y el empalamiento y yo su calor y su sobresalto.

De repente la sorpresa y la inocencia se transformaron en saltos y empujones en el momento en que la niña arqueó su espalda golpeando contra el espejo, sus hermosas caderas de hembra en plenitud, esa que solo se tiene con 16 años, comenzaron un baile salvaje y varias veces pensé que me iba a romper la verga, sus uñas se clavaban más y más contra mi anchísima espalda, y un mordisco abrió camino a unas gotas de sangre que se deslizaban por mi cuello en el instante en el que la ultima embestida nos mantenía unidos, fusionados en el transvaso de mi semen a su coño.