Chantaje

Un paciente acude al dentista y cuando está sentado en el sillón lo agarra fuertemente de los huevos y le dice: “doctor, no nos haremos daño, verdad”.

Me llamo Mónica, tengo cuarenta años. Vivo en sur de España, en plena Costa del Sol. Trabajo como funcionaria del Estado como administrativa. Soy de poco comer, casi vegetariana, solo bebo en contadas ocasiones, una copa de vino, un gin tonic, no fumo. Me dicen que me parezco, hasta en su cara, a keira knightley. Hace dos años me arreglé las tetas y el trasero.

Estoy casada desde hace once años, no tenemos hijos, la producción de espermas de mi marido es escasa, además, mis óvulos son de mala calidad. No es algo que nos preocupe.

Mi marido es ingeniero de obras públicas y tiene mi misma edad. Por su trabajo necesita permanecer fuera de España largos períodos de tiempo, semanas, meses.

Hace cuatro años, hablando con mi marido que se encontraba en Brasil por motivo de trabajo, conversando por una de las aplicaciones que existen para tal fin, de pronto la puerta de un armario que tenía tras él con un espejo incorporado se abrió, posiblemente por estar mal cerrada. A través del espejo pude ver sentada en su cama una chica, bastante joven, tenía los pechos desnudos. Mi sorpresa fue mayúscula, discutimos, me enfadé y monté una escena de celos. Cuando regresó a España hablamos claro sobre el particular.

Amo a mi marido, sé que él también lo hace, estamos juntos porque así lo queremos los dos. Ambos sentimos la necesidad de dar y sentir caricias, abrazos, dar y recibir placer; no es suficiente el gozo individual. Por ello cuando estamos separados un tiempo, nos hemos reconocido y concedido el derecho a tener una relación sexual plena y satisfactoria, somos libre de hacerlo con quien nos apetezca.

Cuando mi marido está fuera alquilo, algunos fines de semana, un pequeño estudio o apartamento en un lugar discreto. A su alrededor hay restaurantes, pubs, discotecas. Me arreglo, me pongo ropa sexy, meto condones de diferentes tipos y tamaños en el bolso y salgo a pasarlo bien.

No tengo preferencias a la hora follar, me gustan jóvenes, de mediana edad y maduros. Tengo debilidad por hombres entre cincuenta y cinco y sesenta años. En su favor diré que sus polvos suelen ser de mejor calidad: cariñosos, detallistas, se preocupan de ti, de que quedes satisfecha. A mi me gusta que la persona con la que follo disfrute y quede plena, lo mismo pido yo.

Tenía yo diecinueve años cuando un hombre de cincuenta y cinco, alto, delgado, guapo, elegante, atractivo, bonitos ojos celestes, pelo moreno, pintando algunas canas, me enseño casi todo lo que sé sobre el sexo. Los años, hasta ahora, no me han aportado mucho más.

La historia que quiero contaros COMIENZA AQUÍ.

Hace unos días encontré en mi correo electrónico un mensaje con un vídeo adjunto de un remitente impreciso, el mensaje decía: “¡Ábrelo! En dos días recibirás instrucciones”.

El vídeo dura apenas cuatro minutos y contiene tres secuencias tomadas en diferentes momentos. La protagonista principal soy yo. En la primera secuencia, estoy bailando en una discoteca y permanezco abrazada y besando apasionadamente a un hombre, se me distingue bastante bien, a la otra persona no tanto. En la segunda secuencia, estoy sentadas en un rincón, parece solitario, de un pub. Yo tengo echado mis brazos por los hombros de mi pareja mientras lo beso y él tiene metida su mano izquierda entre mis piernas, por lo que hace parecer que me está tocando el coño. A mí se me distingue en un momento dado bastante bien, no así a mi acompañante. En la tercera secuencia, la más clara y larga de todas, está formada de diferentes trozos por lo que la secuencia es mucho más larga, algo que no queda tan evidente en las anteriores. Al principio se ve a dos personas desnudas que están a ocho o diez metros de distancia de la cámara, en lo que parece una playa desértica. Pronto un zum hace que se les distinga bastante bien. Primero se me ve de pie, después tumbada de espalda mientras mi amante me folla en la postura del misionero, cuando termina me incorporo y le quito el condón. Finalmente él se inclina como para comerme el coño, ahí termina el vídeo. Por supuesto, ninguna de mis acompañantes en las tres secuencias es mi marido.

Dos días después recibí otro correo electrónico del mismo remitente. El mensaje decía lo siguiente:

Te espero a las 7 de la tarde este viernes en uno de los dos pub que hay frente al los Multicines, tendrás que adivinar cuál es, jejeje.

Lleva ropa sexy que puedas quitarte con facilidad, ni sujetador ni bragas.

Te follaré allí mismo, en los servicios, no mereces otro lugar. No te preocupes, son discretos, amplios, limpios y seguros.

Solo deseo follarte en esta ocasión.

Si haces lo que te digo, en dos días recibirás los originales de los tres vídeos, cuya primicia te envié hace dos días,

Si no acudes a la cita o lo comentas con alguien, tu marido y compañeros de trabajo recibirán una copia de los mismos.

No soy un pervertido. Nos conocemos.

En cuanto a mi marido, sé que no le gustarían ver el contenido de los vídeos, pero lo entendería, entran dentro de nuestro pacto. En lo tocante a mis compañeros de trabajo, sí me inquietaba. Siempre soy discreta en el trabajo, no me agrada que sepan de mi vida privada, jamás doy detalles íntimos míos, por ello cuando salgo y follo con alguien siempre procuro que sea anónima y en lugares que no frecuentan los de mi entorno. Al principio pensé decírselo a mi marido y a la policía, pero tras reflexionar tomé la decisión de acudir a la cita, estaba convencida de que una vez allí, al tratarse de alguien de mi entorno, podría neutralizar la situación de alguna manera. Después ya veríamos.

Llegué a la hora indicada, a las 7 en punto. Llevaba puesto un vestido de una tela negra, fina y muy caída, con tirantes, sin mangas, corto y muy escotado, gran parte de la espalda al aire, medías negras hasta casi las ingles, botines del mismo color y sin ropa interior; también, por supuesto, la dichosa mascarilla que todos ahora llevamos. Entre y pedí al camarero en la barra un agua mineral. Mientras esperaba mire a mi alrededor, el pub estaba casi vació, apenas había 3 o 4 personas sentadas en dos mesa al fondo, casi ni se les distinguía por la oscuridad. A dos metros de mí se encontraba un joven, calculo 10 o 12 años menor que yo, entorno a los 30 años. En la barra solo nos encontrábamos los dos. El camarero iba y venía haciendo sus trabajo.

El joven desde que entré no dejaba de mirarme, al principio con disimulo, después con descaro. Me estaba escudriñando, yo empecé a hacer lo propio. Era guapo, delgado, alto, atractivo. Su cara no me sonaba para nada, eso me desconcertó.

Estaba pensando que quizá no era el pub de la cita, cuando de pronto se alejó unos metros, pero regresó inmediatamente, se había desabrochado casi todos los botones de la camisa dejando entrever parte de su pecho, ahora comenzaba con los botones de lo puños. Llegó de nuevo a la barra, hizo ademán de colocarse bien el pantalón y tras comprobar que el camarero estaba a lo suyo se bajo despacio la cremallera de su pantalón, la dejó bajada, se tocó y zarandeó sus genitales. Se portaba como un pavo real desplegando sus plumas para impresionar a la hembra que quier follarse. Terminé de beberme el agua, pagué la consumición y pregunté al camarero por el servicio de señoras, después de darle las gracias, sin dejar de mirar al joven puse un condón con disimulo junto a su bebida y me encaminé hacia los servicios.

Cuando llegué entré en uno de ellos y deje la puerta advierta. Al instante entró tras de mí. Cerró la puerta y echó el pestillo. Inmediatamente empezó a besarme. Me atrajo hacia él y me puso las dos manos en mi trasero empujándolo sobre su polla que noté levantada en mi bajo vientre. Comenzó a abrazarme y besarme, me dejé llevar. Me metía la lengua, intercambiábamos nuestro fluidos, su saliva tenía un sabor a tónica con ginebra. Pasado un rato metió sus manos por debajo de mi vestido, levanté las mías y me lo sacó por la cabeza con facilidad, como si lo hubiéramos ensayado otras veces, lo colgó de una percha que estaba justo detrás de mí. Me quedé tan solo con las medias y los botines. Él se sacó la camisa por la cabeza, se aflojó el pantalón, se lo quitó en un tiempo récord, lo colgó en la percha.

Su empinada polla era monumental y gruesa. Puse saliva en mi mano derecha y comencé friccionarla lentamente para comprobar su firmeza. Tomó el preservativo que previamente le había dado y él había puesto sobre la tanque del váter. Se lo puso. Me dí la vuelta, apoyé mis manos en la cisterna, ensalivé mi coño, flexioné mis piernas y arqueé la espalda todo lo que pude a la espera de que me la metiera. Una de sus manos fue a mi sexo, abriéndose paso entre mis labios vaginales hasta que encontró su orificio, después noté como se abría paso lentamente. Con su polla bien empotrada en mí hasta el fondo me acarició las tetas un buen rato.

Tenía su mano derecha en mi hombro y su izquierda en mi cadera cuando aumentó el ritmo de sus acometidas. Apoyé mi cabeza sobre mi brazo izquierdo para evitar que mi cabeza golpeara contra la pared y con la derecha comencé a masturbarme, no paraba de decirme, “¡tócate, tocate!”. De pronto su respiración se transformo, era fuerte y ruidosa. No tardó en correrse. Con cada disparo de su polla se detenía un instante para después darme otra estocada y soltarme seguidamente otra descarga. Permaneció su polla dentro de mí hasta que se puso flácida y salió sola, mientras estuvo sobándome las tetas. Saqué una toallita de mi bolso y se la ofrecí, se quitó el condón y limpió su polla.

Puso mi espalda sobre su pecho y con su mano izquierda comenzó a buscar mi coño y tocar de nuevo mis labios vaginales y el clítoris. Mientras lo hacía, con su mano derecha me acariciaba las tetas, el vientre y el monte de venus; besaba mi cuelo y me daba pequeños mordisco en las orejas.

No tardó en tener de nuevo su polla erguida. Se sentó sobre la tapadera del retrete y me pidió que me la metiera en mi coño. Le puse el preservativo y de espaldas a él me la introduje hasta el fondo. Comencé a galopar sobre su polla, despacio al principio y después con mayor rapidez, él me tenía agarrada por la cintura y seguía el compás de mi cabalgada. Pasado un rato se la sacó y pidió que se la chupara. Flexioné mis piernas, mi boca quedó a la altura de su polla, me así a sus nalgas y comencé a metérmela en la boca, Me la introduje poco a poco, de cuando en cuando me pedía que le lamiera el falo, para después engullirla de nuevo, cada vez con mayor profundidad. Cuando finalmente me entraba y salía con facilidad hasta los huevos, comencé a acelerar el ritmo. Así me mantuve un buen rato. De pronto comenzó a correrse, con sus manos forzó mi cabeza hacia él, mientras con su cadera empujaba su polla hacia delante, así hasta que echó todo su semen por mi garganta. Finalmente, sacó su polla y se sentó en la tapadera del retrete, sin fuerzas. No se había recuperado del todo cuando vestida, salí y me marché, pero antes le dije, sin mirlo: “ahora tienes que cumplir lo prometido”.

Ya en la calle, saqué mi móvil del bolso. De pronto escuché detrás de mí una voz, fuerte, autoritaria. Me resultó familiar:

—¿Dónde estabas? Llevo más de media hora buscándote de un pub a otro.

—No me cabrees, los vídeos puedo enviarlos hoy mismo.

—¡Qué haces! Dame tu móvil.

EPÍLOGO

Ese día me follaron dos veces y me me comí dos pollas.

El chantajista resultó ser un compañero de trabajo con el que compartí departamento años atrás. Un día le tuve que parar los pies por tocarme el culo, lo amenacé con denunciarlo y pedí el traslado a otro departamento, en el que estoy hoy, en otro edificio bastante alejado.

El móvil estaba en modo grabación desde que entré en pub a las siete de la tarde. Cuando me encontré con el chantajista me disponía a parar la grabación, pero no pude, me lo quitó y solo me lo devolvió cuando terminó de follarme y confirmó mis sospechas, que no pararía ahí.

Más tarde comprobé que habían quedado reflejados ambos encuentros, el primero no tanto al estar en el bolso, tampoco hubo mucha conversación, pero el segundo sí se escuchaban bastante bien, lo dejó sobre la la cisterna del váter, además fue bastante fanfarrón. Lo que ignora el chantajista es que yo ahora puedo hacerle daño.

Por lo que he averiguado de él, tiene unos suegros y una esposa, de dinero, que cuando hacen pis, no mean, echan agua bendita de lo beatos que son, además dos hijas jóvenes, una quiere ser monja.

Un paciente acude al dentista y cuando está sentado en el sillón lo agarra fuertemente de los huevos y le dice: “doctor, no nos haremos daño, verdad”.