Chantaje a mi linda hermana.

Carlos descubre a su hermana Patricia haciendo algo indebido y el joven decide aprovecharse de ello para su propio beneficio.

La mañana se presentaba tranquila. Eran las 09:30 de un domingo y estaba apaciblemente comiendo mi bol con cereales y leche mientras mi madre se dedicaba a lavar platos. Estaba mirando la televisión, enterándome de los últimos chanchullos de la política nacional gracias a las noticias, cuando ella me preguntó:

—Carlos, ¿tu hermana vino de la fiesta?

—Sí, mamá —respondí yo—. A eso de las siete. Me la encontré cuando me levanté para ir al baño. No esperes que se levante hasta más tarde.

Mi madre suspiró.

—De verdad, no sé qué vamos a hacer con esta niña.

El lamento de mi madre no era gratuito. La verdad es que tanto ella como mi padre lo estaban pasando fatal por culpa de mi hermana Patricia. Era increíble que a sus 19 años, la chica solo tuviera en mente más que salir de fiesta, emborracharse e irse con quien primero pillara sin pensar en estudiar. Estaba en su primer año de carrera y ya había suspendido 4 asignaturas en el primer cuatrimestre. El segundo no tenía pinta de que fuera a salirle mucho mejor. Encima, es que no hacía caso a nada que uno le dijese y montaba cada pollo en casa que no era normal.

A ver, yo tampoco soy ningún santo. A mis 23 años, también salgo por las noches con mis amigos, pero de forma más moderada. No ya solo porque no me guste en el fondo irme de discotecas o bares, sino porque además, estoy trabajando. ¡No es plan de llegar al curro con ojeras y apestando a alcohol!

Pero como digo, lo de mi hermana no es normal. Mis padres estaban desesperados y no sabían que hacer. Pagando la cara matricula de la carrera para que la chica se las pasase sin aprobar nada mientras se iba de juerga. Esto no podía seguir así.

El caso es que pasó la mañana y a eso de las 2 de la tarde, mi hermanita decidió que era buen momento para despertar. Nosotros estábamos comiendo y en cuanto ella entró en la cocina, mis padres se la quedaron mirando.

—¿Qué hay de comer?- —preguntó con voz ronca mientras aún estaba desperezándose.

—Paella —le informó mi madre—, ¿quieres?

La cara de desagrado que puso Patricia era digna de grabarse en video y colgarla en Youtube. Pareciera que le estuviesen ofreciendo sesos de caballo o algún otro manjar asqueroso.

—No gracias —respondió—, creo que me tomaré un yogur.

Fue al frigorífico, sacó el susodicho yogur y se sentó a la mesa para comérselo. Todo siguió como tal, en silencio mientras almorzábamos. Pero mi padre no quitaba su mirada de mi hermana. Esta ni le hacía caso, más centrada en comerse el yogur con la cuchara. Entonces, él decidió hablar y sabía que no tramaba nada bueno.

—¿Qué tal fue anoche, hija? —La pregunta ya sonaba malintencionada.

Patricia ya iba a meterse la cuchara en la boca cuando escuchó la pregunta. Se quedó callada por un instante, hasta que decidió responderle:

—Bien, nos divertimos mucho y volví a casa temprano. —Trataba de sonar correcta y convincente ante mi padre— Aparte de eso, no tuve líos con chicos ni ningún tipo de problemas.

El hombre parecía sereno, pero yo notaba que en realidad estaba furioso. Aun así, aparentaba total tranquilidad de una forma sorprendente.

—¿En serio? —dijo como si no se lo creyera—. ¿Y a qué hora volviste?

—Un poquito tarde. —Mi hermana sonaba nerviosa.

Todo quedó en silencio pero de repente, mi padre dio un fuerte golpe en la mesa, haciendo que todo temblase. Mi madre se sobresaltó y yo dejé caer del tenedor la comida que había cogido. Patricia tenía los ojos muy abiertos.

—¡Me cago en todo! —masculló mi padre con ira—. ¿¡Te crees que somos tontos o que nos chupamos el dedo?!

—Pero papa, yo…

—¡Ni peros ni hostias! —gritó con fuerza el hombre—. ¡Ya estoy harto de todas las malditas excusas que pones!

—¿Pero se puede saber qué te pasa? —Patricia se notaba ya cabreada.

Mi padre la miraba enfadado. Se llevó una mano a las sienes, como si buscara aliviar la ira que recorría su cuerpo. Más calmado, la miró con muy poca paciencia.

—Patricia, has llegado a las 7 de esta mañana a casa.

Ella me lanzó una mirada cargada de furia incontrolada en cuanto escuchó aquello. Pude notar como apretaba la boca en una mueca de irritación más que evidente pues sabía quién le había chivado eso a nuestro padre. Yo me hice el despistado.

—Se me hizo tarde y….

—¡Ya estoy harto!— le interrumpió él—. Siempre te largas por ahí y vuelves a la hora que te da la gana, dejándonos a tu madre y a mí muy preocupados por si te ha podido pasar algo malo. Esto no puede ser.

Patricia miró fijamente a nuestro padre desafiante.

—¿Así que ya estás harto? —Su voz sonaba retadora, como si quisiera enfrentarse a él.

—Pues sí, es por ello que he tomado una decisión —Mi hermana se asustó al oír esto—. He decidido no darte más dinero.

Cuando escuchó lo que acababa de decir, su cara reflejó una expresión de asombro inesperado.

—¿Cómo que no me vas a dar nada? —preguntó enfurecida—. ¡Lo necesito para sacarme apuntes y otras cosas!

—Tendrás que apañártelas como puedas pero ni de mí ni de tu madre vas a ver un euro. — Nuestro padre tenía bien claro lo que decía.

Mi hermana se lo quedó mirando con cara de pocos amigos. En sus ojos se atisbaba una creciente ira que no dejaba de aumentar.

—¿No lo dirás en serio? —dijo con voz contenida.

—¿Te parece que esté bromeando? —le encaró nuestro progenitor.

—¡Eso no es justo!

El grito fue tan fuerte que llegué a pensar que se iban a romper los vasos de cristal. Patricia se levantó de forma brusca y miró a nuestro padre con ojos vidriosos.

—Te puede parecer todo lo injusto que quieras pero es la única forma de que entres en vereda. —El hombre me parecía más que claro en su resolución—. No estudias, vas a suspender más asignaturas y yo no voy a estar pagando por las repetidas. O te pones las pilas o seré yo quien tenga que ponértelas.

—¡Te odio! —aulló envuelta en cólera mi hermana—. ¡Sois unos cabrones!

Nuestro padre la observaba con determinación.

—Enfádate cuanto quieras. No te vamos a dar más dinero y punto.

Todo estaba bien claro, pero mi hermana se empeñaba en liarlo aún más.

—Está bien, haz lo que quieras —comentó ella con su habitual pasotismo—. Ya buscaré de donde sea para salir.

Después, me miró fijamente a los ojos. Yo me estremecí un poco. Esa penetrante mirada me acongojaba un poco.

—Y tú, vete a la mierda —masculló entre dientes.

Acto seguido, se largó de vuelta a su habitación.

—Espero que no intentes escaparte alguna noche o ya verás las consecuencias si te pillo —le gritó nuestro padre de forma clara.

—Si claro, ¡lo que tú digas! —respondió de forma burlona Patricia.

Dio un fuertísimo portazo mientras se metía en su cuarto. En la mesa, mis padres y yo nos quedamos callados sin saber muy bien que decir. Miré a ambos, quienes tenían las miradas perdidas en sus platos, sin saber si seguir comiendo o ponerse a discutir sobre qué hacer con la irresponsable hija que aún estaba bajo el cargo de ambos.

—Vaya, ¡parece que se ha quedado la comida fría! —dije, con intención de romper el hielo.

Ambos me miraron extrañados, como si acabase de contar el peor chiste del mundo.

Pasaron varios días tras aquella discusión, cuatro o cinco en total. O puede que una semana, no lo recuerdo bien. El caso es que, al principio, mi hermana no hizo realidad su amenaza de salir de fiesta sin permiso de nuestro padre y durante esos días, se limitaba a ir a la universidad y de ahí, de vuelta a casa. Mi padre estaba contento con la nueva actitud de su hija. Parecía que sus palabras le habían calado hondo y, por ello, se estaba aplicando. Pero yo sabía que todo esto no era más que pura fachada. Conocía lo suficiente a Patricia como para saber que muy pronto iba a volver a las andadas. Y no tardó, la verdad.

El viernes de esa misma semana, mientras yo estaba jugando en el ordenador de mi cuarto, a eso de las siete, mi hermana llegó a casa. Se metió en su cuarto y al cabo de un rato, salió con un vestido rojo corto puesto, largándose sin siquiera decirme adiós. Volvió a las cuatro de la madrugada del sábado siguiente. Una buena bronca se llevó de mi padre por esto. Pero poco sirvieron esas palabras para disuadirla. A la semana siguiente, volvió a salir. Tres veces, encima.

Aquí lo raro no era que hubiese retomado sus viejas costumbres. No, lo extraño es que no se sabía de donde diantres sacaba el dinero para permitirse entrar en pubs y discotecas. Mis padres le habían cerrado el grifo y dudaba de que le quedase algún dinerillo ahorrado. Esta estaba sacando pasta de algún sitio pero, ¿de dónde? Eso era ya un misterio. Algunos amigos me habían contado ciertas cosillas. “Que si la vieron con no se quien en un callejón oscuro”. “Que si se la estaba chupando”. “Que así es como se pagaba las copas”. En conclusión de ellos, mi hermana era una zorra, que a cambio de favores sexuales, podía beber sin gastarse ni un euro. Claro que para fiarse uno de una panda de tíos que se pasaban toda la noche borrachos, pero la duda siempre estaba allí, ¿y si fuera cierto? Yo ya no me extrañaba de nada con ella, honestamente. Sin embargo, todo este enigma se resolvería muy pronto. Y yo sería testigo de ello.

Era un martes por la tarde. Mis padres no estaban en casa, pues se hallaban trabajando. Yo solo echaba media jornada por la mañana, así que las tardes las tenía libres. Me encontraba a punto de empezar mi enésima partida al Counter-Strike, al cual me había vuelto a viciar tras gracias a un colega del curro. El caso es que me estaba preparando para ponerme los auriculares y comenzar a jugar, cuando escuché una puerta abrirse. Sonaba cerca, así que supuse que debía de ser la del cuarto de Patricia. Luego, varios pasos se escucharon a lo largo del pasillo. Aquello me parecía raro. ¿Acaso estaba ella en casa?

Como fuere, decidí dejar el juego para averiguar qué demonios pasaba allí. Con sumo cuidado, salí de mi habitación y seguí el camino hasta donde había llegado el misterioso intruso, el dormitorio de mis padres, acercándome con sigilo. La puerta estaba entreabierta, lo cual indicaba que alguien había dentro Decidí asomarme.

Al mirar dentro, pude ver toda la habitación. Justo en frente, estaba la amplia cama de matrimonio donde mis padres dormían. A su izquierda estaba el armario empotrado para guardar la ropa y a la derecha, una cómoda con varios cajones. Y mi hermana estaba frente a esta.

De rodillas, vi como Patricia abría el tercer cajón y comenzaba a sacar ropa interior de mi madre. No entendía que era lo que estaba haciendo hasta que de repente, lo vi. Tras sacar unas bragas, mi hermana se puso muy alegre y metió sus manos en el cajón. Luego, las sacó y pude ver que sostenía varios billetes. ¡Así que de ahí es de donde sacaba el dinero la amiga!

Resulta que mis padres solían dejar algo de dinero guardado dentro de la cómoda. Era lo que ellos llamaban  “el dinero de las emergencias”. Por si había que pagar al fontanero o electricista por alguna reparación, o se pedía algo de comida y no había dinero a mano. Yo ya sabía eso, pues mi padre me lo contó por si en algún momento lo necesitaba, pero no tenía ni idea de que Patricia lo supiera. Aunque bueno, era evidente que ya sí.

Patricia se puso muy contenta al conseguir el dinero y cuando vi como empezaba a guardar toda la ropa interior en el cajón, decidí que lo mejor era volver a mi cuarto lo más rápido posible para que no me pillase. Entré en mi habitación y me quedé sentado en la cama para escuchar lo que hacía mi hermana a continuación. Oí varios pasos hasta su cuarto y cerró la puerta con un fuerte estruendo que me hizo temblar de pies a cabeza.  Esta niña nunca iba a aprender a cerrar bien una puerta en su vida.

Allí me quedé, pensativo de que hacer. Estaba claro que Patricia había estado saqueando del “dinero de la emergencias” desde la semana pasada y eso era algo que no se podía permitir. Era evidente que si nuestros padres lo descubrían nunca la iban a pillar, pues jamás estaban en casa y decírselo, aunque era buena idea, no demostraría nada. Ella lo negaría y sin pruebas, no podía demostrarse. Pero entonces, mientras divagaba sentado sobre mi cama, tuve la revelación. Si, era una gran idea, algo genial con el que poder manipularla y que hiciera lo que yo deseara. Si, era en suma, la idea más adecuada para solucionar este problema. Y la que me generaba más morbo también.

Como cabía esperar, Patricia pudo salir toda esa semana, tanto el miércoles como el viernes y el sábado. Por supuesto, nuestros padres se cabrearon un montón con ella, pero ni caso les hizo. Poco me importaba esto, pues ya tenía en marcha mi plan para ponerla contra las cuerdas. Se iba a enterar esta de lo que valía un peine. Para ello, tendría que esperar unos días más, pero cuando se produjese, sería uno de los momentos más increíbles de mi vida.

Todo ocurrió el miércoles siguiente. Sin dinero para sus fiestas, mi querida hermana decidió aquella tarde volver a sustraer dinero indebidamente de lo que mis padres guardaban en la cómoda. Pero esta vez, yo la estaría esperando.

Sentado sobre mi cama, esperé con paciencia a que ella se pusiera en marcha. Pese a que Patricia sabía que yo estaba en la casa, ella debía de pensar que estaría tan viciado con mis juegos que no le prestaría atención a lo que ella hiciera. Una lástima que no fuese así. Era plenamente consciente de su plan y no iba a dudar en aprovecharme de ello. Escuché como la puerta de su habitación se cerraba de golpe y ponía rumbo por el pasillo hasta el dormitorio de nuestros padres. Era la hora.

Salí de mi cuarto y me dirigí por el pasillo hasta el de mis padres. La puerta estaba semi-abierta. Me asomé, cuidando que Patricia no me viera. Allí estaba ella, de rodillas sobre el suelo, abriendo el tercer cajón de la cómoda. Sacó la ropa interior de mi madre y empezó a coger dinero. Varios billetes sostenía en cada mano mientras los observaba con fascinación y alegría, como si de una rica millonaria se tratase. Se iba a enterar esta de lo que cuesta el dinero de verdad.

Sin dudarlo, saqué el móvil de mi bolsillo y sosteniéndolo con mi mano derecha, lo apunté hacia mi hermana. Comencé a echar fotos. Escuchaba el clic que la cámara de mi móvil emitía mientras pulsaba el botón. En total, debí tomar unas diez instantáneas. Todas mostraban a mí querida hermana cogiendo dinero de aquel cajón, todo ello para después, dejarlo sobre la cama mientras guardaba toda la ropa interior de nuestra madre. Consideré que ya eran suficientes. Una vez acabé, puse en marcha la segunda fase de mi preciado plan.

Con sigilo, abrí la puerta un poco más y me metí en el cuarto. Patricia estaba tan concentrada en lo suyo que ni se había percatado. Caminé un par de pasos, colocándome justo detrás de ella y acto seguido, tosí un poco para llamar su atención. Mi hermana se giró con brusquedad, algo nerviosa.

—¿Que, ya has encontrado a Wally? —pregunté de forma sarcástica—. ¿O es que andas en busca del Arca Perdida?

—Carlos, ¿qué coño haces aquí? —Noté como los ojitos verdes de Patricia cristalizaban de miedo al haber aparecido yo.

—Nada —comenté despreocupado—. Es solo que me ha parecido oír ruido en la casa y creía que había un ladrón. Pero sabes, me equivocaba. —Una malévola sonrisa se dibujó en mi rostro mientras la miraba— ¡Lo que había era una ladrona!

La chica se notaba aterrorizada. Se levantó en un santiamén del suelo y quedó más recta que un joven recluta en el ejército al que habían llamado a formar. Yo miré al montón de billetes que había sobre la cama y sonreí con mala intención.

—Vaya, ¡así que de aquí es de donde estás sacando el dinero para irte de juerga!

Patricia miró de refilón los billetes y luego, se volvió con el semblante muy blanco. Se notaba alterada.

—No, no es lo que parece —intentó explicarse.

Suspiré con alevosía y revisé con mis ojos el resto de la habitación, observando cada mueble y pertenencia de mis padres. Para cuando volví de nuevo a mi hermana, esta tenía la cabeza gacha, las manos colocadas por detrás y temblando un poco. Se hallaba entre la espada y la pared, justo como yo quería.

—Patri, lo he visto todo —dije de forma tranquila pero clara—. Como has abierto el cajón, sacabas las bragas de mamá y como cogías el dinero. Y este no ha sido el único día. La semana pasada ya te pillé.

—Mierda, sabía que no debí de hacer esto mientras tu estuvieras en casa —La chica sonaba fastidiada y molesta por esto.

Nos quedamos callados por un momento, pero enseguida Patricia volvió a la carga.

—Bueno, pues tú no les digas nada a los viejos y ya está.

Me eché a reír ante semejante sugerencia. Mi hermana quedó contrariada ante mi cómica reacción.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó confusa.

—¿De veras crees que me voy a quedar al margen por esto? —comenté yo, buscando aguantar las ganas de reír más—. Joder Patri, ¡les estás sisando dinero a nuestros padres!

—Pues por la seguridad de tus cojones, más vale que no les digas nada— dijo amenazadora.

He de reconocer que Patricia tiene un temperamento fuerte y que cuando se cabrea, puede llegar a ser muy peligrosa. Pero a mí no me da ningún miedo y en esos momentos, tampoco.

—Lo lamento bonita pero voy a tener que decírselo a ellos —respondí resuelto—. Esto es algo que no puedo permitir.

—Ah, ¿sí? —cuestionó ella burlona—. ¿Y cómo pretendes demostrarles a papá y mamá que he estado robándoles dinero? ¡No tienes ninguna prueba que me incrimine!

Pero que ingenua podía llegar a ser mi hermanita. Sin dudarlo, saqué mi móvil del bolsillo y en sus narices, le planté todas las fotos que había sacado con ella robando dinero. La cara de chica desafiante y decidida cambió a una de ignoto terror ipso facto. Patricia se retrajo un poco y me miró con temor.

—Has sacado muchas— señaló con temblorosa voz.

—Uy, ¡ya lo creo! —exclamé entusiasmado—. Son tantas, que ¿sabes?, ¡voy a enviarle unas cuantas a mamá!

—¡¿No serás capaz?! —gritó petrificada Patricia.

Asentí varias veces para asegurárselo. A continuación, tecleé en el móvil, accedí a la aplicación de Whatsapp y busqué a nuestra madre. Cuando lo vio, Patricia se acercó a mi asustada.

—Me dispongo a mandárselo —dije con seguridad.

Desesperada, me hermana se abalanzó, tratando de quitarme el móvil pero yo fui más rápido y esquivé su acometida. Casi se cae la pobre. Me miró desesperada.

—Por favor, no hagas eso —dijo suplicante.

Toda esta situación me estaba divirtiendo. En el fondo, me daba pena tener que hacerla pasar por todo esto, pero ella solita se lo había buscado. Si nuestros padres no la paraban, iba a tener que ser yo, como hermano mayor, quien lo hiciese.

—Lamento tener que decirte que no me queda otra alternativa.

Oír eso, la puso más nerviosa. Estaba dispuesta a hacer lo necesario para que no mandase las fotos. Se fue a la cama y cogió un par de billetes que me ofreció sin pensarlo. Me quedé alucinado.

—¿Qué haces? —pregunté estupefacto.

—Carlos, si no mandas esas fotos, te daré toda esta pasta —me dijo Patricia.

Yo miré el dinero y luego a mi hermana, en cuyos ojos noté clara desesperación por que aceptara el trato. Pero no iba a ser así. Eso no es lo que quería de ella.

—Me temo que no puedo aceptar tu dinero —respondí.

—¿Por qué? —La pregunta sonaba muy ansiosa y desesperada.

Me quedé callado sin saber si responder o no hacerlo. Al final, decidí contestar a la pobre.

—Verás, por un lado, ya tengo dinero de sobra con lo que gano del trabajo. —Se quedó callada mientras me escuchaba—. Por otro, ese dinero que me ofreces es robado. Si papá y mamá lo descubren y se enteran de que lo has compartido conmigo, me caerá una buena. Lo último que desearía es meterme en problemas con ellos dos. ¿Lo has pillado?

No supo que decir ante esto. Su mirada se encontró con la mía y trató de convencerme pero era inútil. A no ser que hiciera lo que yo quisiera.

—Hay otra forma de solucionar este embrollo.

Patricia se quedó extrañada ante lo que dije.

—¿Como?

Nunca he mencionado lo mucho que me he sentido atraído por mi hermana. Al principio, tuve miedo y pensé que me estaba volviendo loco, aunque al final, concluí que no debía ser tan malo. Ella es muy guapa, algo delgadita pero con un cuerpo curvilíneo y bonito, un poco más baja que yo, pero con una figura de infarto que incluye unas tetitas redondas y erguidas, unas piernas largas y un culo respingón cuya forma se asemeja a la de un melocotón. En suma, se trata de una vibrante mujer que me vuelve loco como pocas.

Con una deseosa sonrisa, me acerqué a ella. Quedamos muy cerca el uno del otro y miré su preciosa cara. Era redondeada aunque algo afilada por la zona de la mandíbula. Sus ojos poseían un resplandeciente brillo verde claro y su nariz era chata y recta. Tenía unos labios finos, pero invitaban a besarlos. La piel era clarita, aunque sin estar demasiado pálida. En conjunto, se trataba de un rostro precioso envuelto por su largo pelo castaño oscuro.

Acaricié con suavidad su brazo derecho, oculto bajo la manga de la camisa azul clara que llevaba puesta. Ella se me mostró algo cohibida. Entonces, se lo dije.

—Arrodíllate.

—¿Qué? —preguntó confusa.

—Que te pongas de rodillas —le ordené.

Eso hizo, pese a no entender aun a que venía todo esto. Yo me coloqué justo delante y puse su rostro frente a mi entrepierna. Patricia me miró llena de miedo.

—Carlos, ¿qué coño estás haciendo?

—Tu qué crees— le respondí mientras comenzaba a desabrocharme el pantalón.

La cara que se le quedó a Patricia de asombro era para enmarcar. Me bajé el pantalón y los calzoncillos, dejando al descubierto mi bien estirada y dura polla.

—Venga, ya puedes empezar —le dije a mi hermana.

Ella seguía mirando sin poder creer nada de lo que veía.

—¡Pero tú estás como una puta cabra! —exclamó con horror—. ¡No pienso chuparte la polla!

Una sonrisa burlona se dibujó en mi rostro. Me encantaba la estupefacción con la que la pobre miraba.

—No tienes otra opción —le dije—. O haces lo que te pido o le mando las fotos.

—¡Eres un cerdo! —me reprendió con su linda voz muy enfada.

—Tu misma.

Hice ademan de ir a coger mi móvil cuando de repente, sentí la mano de mi hermana posándose sobre mi duro miembro.

—Eso es —suspiré.

Al fin. Lo había soñado tantas veces y deseado con muchas ganas. Pero al final, cuando sentí sus deditos apretando mi pene, supe que lo había logrado.

Patricia comenzó a hacerme una lenta paja, subiendo y bajando la mano con suavidad, sin prisas. Y eso me encantaba.

—Oh, sí. Lo estás haciendo muy bien —comenté entre jadeos.

Mi hermana me miró aun con cierta reticencia, pero tenía ya bien claro que no le quedaba otra alternativa. Siguió masturbándome, bajando su manita por mi polla y llevándome al placer más increíble que jamás había sentido. Continuó así hasta que le dije que hiciera algo más.

—Dale un besito a la punta —dije gimiendo.

No dudó un segundo. Bajó la mano, revelando el glande al bajar el pellejo del prepucio y plantó sus preciosos labios sobre este. Sentir aquella humedad me hizo estremecer de pies a cabeza. Patricia fue dando suaves besitos y no tardó en sacar su mojada lengua y pasarla por la dura punta.

—¡Joder! —exclamé mientras me sentía muy agitado.

Aquella correosa lengua bajó por todo el duro tronco de mi pene para luego volver arriba y con la boca, engulló la cabezota de la polla. La tuvo dentro por un momento, dejando que sintiera sus dientecitos clavándose en la tierna carne y la cálida saliva mojándola para luego, sacarla. Se la restregó por su rostro, dejando pequeños regueros de líquido preseminal por sus mejillas. Dejé escapar una fuerte bocanada de aire y miré tenso a Patricia.

—Chica, ¡qué bien la chupas! —dije muy exaltado—. Debes de habérselo hecho a muchos tíos.

—Que va —comentó con sorpresa Patricia—. No te creas. No han sido muchos.

Aquello me pilló desprevenido. ¿Pero si mis colegas decían que si? ¿Acaso me estaban mintiendo? ¿O era ella?

—¿Pero tú que te crees? ¿Que yo me enrollo con el primer tío que encuentro o qué? —Sus ojos verdes se clavaron en los míos mientras me lamía la punta— Seguro que eso te lo han dicho tus amigotes, ¿verdad?

No tuve que decirle nada. Mi solo rostro bastaba para indicarle que estaba en lo cierto.

—A ti te dicen que yo me disfrazo de superheroína para luchar contra el crimen por la noche y te lo crees —dijo con un tono pícaro y juguetón.

A continuación, se tragó mi polla hasta un poco más de la mitad. El sentir esa cálida humedad envolviendo mi miembro me hizo temblar como si estuviera hecho de gelatina. Miré a mi hermana, quien comenzó a mover su cabeza de arriba abajo, haciendo un constante movimiento de vaivén mientras engullía mi barra en carne.

Clavaba mis ojos en los suyos. Veía como me masturbaba levemente mientras sus labios recorrían el tronco. Sentía su lengua enrollada alrededor de mi miembro. Me estremecí varias veces y moví mis caderas un poco, haciendo que mi polla se deslizara hasta casi rozar su garganta. Luego, la sacó y volvió a lamerla.

—Oye, no te la tragues tanto —le advertí—. Si no, te va a atragantar.

—No es tan grande —me dijo antes de volver a metérsela.

Qué raro. Yo siempre había creído que tenía un buen tamaño de pene, pero esas palabras me dejaron algo tocado. Pese a todo, no estaba yo para muchas divagaciones.

Patricia seguía moviendo su cabecita, deslizando mi polla por su húmeda boca. La cogí por la cabeza, aunque más con intención de acariciar su sedoso pelo que de apretarla con más fuerzas. Ella, en cambio, fue acelerando su movimiento, haciendo que el placer aumentase de forma bruta. Cerré mis ojos y no tardé en sentir como el pene comenzaba a sufrir varios espasmos. Comencé a ponerme más tenso y la respiración se agitaba.

—Patricia, ¡me corro! —dije con fuerza.

Todo mi cuerpo se tambaleó ante la imparable corrida. Expulsé un buen puñado de semen como nunca antes había hecho. Mi mente se nubló de forma repentina y noté mis fuerzas desvanecerse. Jadeante, casi sentí como me iba a caer, pero a medida que fui respirando, me recuperé.

Abrí mis ojos y vi a mi hermana con la polla aun metida en su boca. Apretando sus labios, para no dejar que nada de semen se saliese, se la fue sacando con lentitud. Cuando terminó de salir, un reguero de semen cayó de la punta y ella lo recogió con sus dedos. Al mismo tiempo y bajo mi atenta mirada, se tragó todo el semen almacenado en los carrillos de una sentada. Luego, se relamió los dedos que estaban pringados con lo que había recogido y pasó su lengua por la punta de mi pene para limpiar lo que quedase.

—Pues ya está —dijo mientras se levantaba—. Te he hecho una mamada. Ahora borra esas malditas fotos.

Aquello sonaba a orden autoritaria y no si estaba por la labor de dejar que mi hermana me arengase de esa manera. Me levanté los pantalones y recogí mi móvil. Ella seguía mirando muy atenta.

—¿Vas a hacerlo o no?— preguntó nerviosa.

—Tranquila, ahora lo hago —dije con calmada voz.

Acaricié su hombro un poco para tranquilizarla y de repente, noté como se agitaba ante el leve roce. Eso me sorprendió y por la expresión de su cara, parecía estar excitada.

—Vamos, mete todo el dinero en el cajón para que luego no se den cuenta de nada.

Eso hizo ella y tras esto, nos volvimos a mi cuarto.

Una vez allí, le mostré como borraba las fotos y eso la alegró un poco. Pero aquello no había hecho más que empezar. Me acerqué hasta quedar muy cerca y volví a pasar mi mano por su brazo, acariciando por encima de la tela de su camisa. De nuevo, Patricia volvió a estremecerse. Llegó incluso a cerrar sus ojitos y respirar de forma intensa.

—Patri, ¿qué te pasa? —pregunté con voz cariñosa—. Te noto nerviosa.

Mi hermana se seguía estremeciendo ante mis caricias pero no parecía alterarse. Al menos, lo aparentaba de manera muy convincente.

—Nada, ¡estoy bien! —exclamó cada vez más eufórica.

Sonreí ante esta reacción. Sin pensarlo, la agarré con fuerza de la cintura y la atraje a mí. Pude sentir su prieto cuerpo contra el mío, lo cual me volvió a poner de nuevo cachondo.

—¿En serio? Pues a mí me parece que tú lo que estas es excitada —La reacción de sorpresa al decir esto en mi hermana me encantó—. Sí, creo que te has calentado al chuparme la polla.

Ella me miró petrificada, incapaz de creer lo que le decía. Quiso zafarse pero yo se lo impedí, agarrándola con fuerza. Entonces, decidí que era hora de atacar. Sin pensarlo, besé aquellos tentadores labios que tanto me llamaban.

Patricia se revolvió un poco ante esta acción, pero en cuanto pegué más mis labios, ella dejó de resistirse y se entregó. Nos besamos con suavidad, sin mucho acelero, disfrutando del momento. Su lengua atravesó mi boca y buscó la mía, empezando un pequeño duelo entre ambas, retorciéndose en un fuerte y viscoso abrazo. Estuvimos así por un pequeño rato, respirando desacompasados mientras dejábamos a nuestras lenguas juguetear a su libre albedrio entre ellas, intercambiando saliva. Seguimos así, hasta que me separé. Al mirarla, noté en sus ojos un suave brillo. Parecía radiante.

Tras esto, empecé a besarle por la mejilla y descendí por su cuello, lamiendo y mordisqueando su suave piel. Ella emitió un leve gemido y mientras, llevé mis manos a su redondo culito, el cual apreté con ansia. Lleve mi boca hasta su oído y en un pequeño susurro, le dije:

—Vamos a comprobar si no estás caliente.

Una de mis manos fue llevada hasta su entrepierna, oculta bajo el ajustado vaquero que llevaba puesto. Y aun así, cuando acaricie con mis dedos sobre aquella superficie, mi hermana se retorció de placer. Noté su cuerpo temblando y fui acariciando con más vehemencia, haciendo que la chica gimiera con fuerza.

—Um, parece que si lo estas —susurré en su oído otra vez.

A continuación, volví a mirarla. Una expresión de miedo y deseo se reflejaba en su inmaculado rostro. Dios, como estaba. Sin pensármelo demasiado, la besé de nuevo, esta vez con mayor urgencia. Mientras que mi mano derecha seguía masturbándola, haciendo que emitiera pequeños gruñidos, la otra acariciaba su culo y espalda. Patricia tampoco se quedaba quieta y tras un pequeño periodo de inactividad al inicio, comenzó a recorrer mi cuerpo, desde mi pecho hasta el culo e incluso me toqueteó la entrepierna. Desconocía si aquello le estaba gustando, pero por sus reacciones ante mis caricias, era probable.

Entonces, me separé y la llevé hasta mi cama, donde la dejé recostada boca arriba. Me quité la camiseta y me puse encima de ella, besándola con encendida pasión. Pero no notaba en mi hermana demasiada iniciativa. Me la quedé mirando y pude notar extrañeza en sus ojos.

—Oye, ¿qué pasa? —pregunté preocupado.

Me recosté de lado a su izquierda y la miré de forma incomprensible. Ella seguía allí con ese gesto de indiferencia, como si todo le diera igual. No tenía ni idea de que decirle o que hacer.

—     ¿Ocurre algo?— fue lo único que alcancé a decir.

Ella giró su cabeza hacia un lado y emitió un suave suspiro que indicaba algo de incomodidad. Luego me miró con sus ojitos verdes. Resultaba arrebatadora pero aquella actitud me estaba empezando a alarmar.

—Jo, tío —comentó con fastidio—. Somos hermanos.

Vale, el tema de los tabúes. La verdad, yo en eso no es que tuviera mucho que decir. Tan solo era sexo. No veía nada peor en ello. No quería violarla ni la estaba forzando a nada denigrante, más allá de fastidiarla un poquito. Yo solo le di dos opciones. Si deseaba, no tendría por qué haberlo hecho. Y no es por nada, pero se había excitado al hacerme la mamada. Estaba muy caliente. Solo quería aliviarla un poco. Por eso, mi reacción no es que fuera muy histérica.

—¿Y? —dije yo—. ¿Te parece mal? Porque si quieres lo dejamos y listo.

—Carlos, no está bien que hagamos estas cosas —explicó mi hermana con desagrado.

—Te recuerdo que te has puesto cachonda al chupármela —indiqué con cierta saña—. Y ahora, se notaba que tenías ganas. Que te acobardes al último momento me parece una acción absurda.

Patricia bufó un poco. Se le notaba molesta.

—No es que me disguste, vale —comentó—. Pero, ¡somos hermanos! No sé. Creo que es algo incorrecto.

Se notaba muy indecisa. Y yo no estaba para indecisiones ahora.

—Pues entonces no habérmela chupado —le dije sin evitar dejar escapar una carcajada.

—Claro, y si no te la chupo, tú le habrías enviado esas fotos a mamá —me reprochó ella.

—Ah, pues no te quejes tanto, bonita —solté yo en ese instante. Patricia me lanzó una enojada mirada—. Además, estoy tratando de darte placer sin pedirte nada a cambio. Creo que de eso, pocas oportunidades habrás llegado a tener.

Su rostro se contrajo de forma extraña ante lo último que acababa de decir. Igual me había pasado un poquito con esa frase, pero no es que me importase. Me acerqué a ella y le acaricié en la mejilla.

—Anda, déjate hacer— comenté con melosa voz.

Ella acarició mi pecho descubierto, repleto de corto vello de color oscuro. Jugueteó con unos pelitos y tiró de un par.

—¿En serio pretendes que me lo haga contigo? —La pregunta parecía echa con mala intención.

—¿Tan feo te parezco? —Al decir esto, sus ojos me analizaron con precisión. Ella asintió con malevolencia.

A ver, no es que tenga el fibroso y escultural cuerpo de CR7, tampoco es que lo haya pretendido, pero hago algo de ejercicio y me mantengo en forma. También es verdad que nunca he sido un tío que destaque por su físico, más bien por mi simpatía y actitud divertida que adoptaba con las chicas. Solo así era como podía llevármelas al huerto. Pero me sorprendía que Patricia me dijese esas cosas. No sé, era como si me hubiese herido en mi orgullo.

Mi hermana me miró por un instante y me dio un súbito golpe en el brazo para que me espabilase.

—Anda, hazme lo que quieras antes de que te pongas melodramático.

Viendo la inesperada oportunidad, decidí aprovecharla. Me acerque a ella y con delicadeza, volví a besarla. Ella volvió a mostrarse receptiva, apretándose contra mí e introduciendo su lengua en mi boca. Muy pronto, me abrazó con fuerza y poco a poco, fuimos agitándonos más por la intensa pasión que nos devoraba. Llevé mis manos a sus pechitos y se los acaricié. Sentía aquellas redondeces tan apretaditas bajo su camisa que no pude contenerme.

—¡Tengo que vértelas! —dije con ansias.

Desabroché con brusquedad cada botón y le aparte la prenda, revelando sus tetas. Eran redondas, algo inclinadas pero se mantenían erguidas. Sus pezones eran pequeños y estaban rodeados por una oscura aureola. Se las toqué con suavidad, notando lo blanditas y firmes que estaban. Me cabía una perfectamente en la palma de la mano. Luego, me incliné y comencé a chupar el pezón de uno, succionándolo y dándole pequeños mordiscos. Pude ver como mi hermana alzaba la cabeza y gemía con fuerza.

—¿Te gusta? —pregunté mientras me sacaba el pezón de la boca para ir a por el otro.

—Sigue —fue lo único que respondió.

Proseguí con las lamidas en sus pechos y acabé recostándola sobre la cama. Así, continué besando y acariciando sus tetas, llegando incluso a apretarle sus duros pezones, haciendo que emitiese un fuerte grito. Entonces, llevé una de mis manos a su entrepierna de nuevo. Esta vez, el contacto la hizo gritar con mayor fuerza.

—Parece que estás incluso más excitada que antes —hablé divertido.

—Eso parece —gimió ella.

Palpé más esa zona, notando como mi hermana se estremecía cada vez más y más.

—Voy a quitarte los pantalones —le dije.

Patricia no me respondió. Simplemente se dejó hacer.

Desabroché el botón de los vaqueros y a continuación, tiré de ellos. Pese a que logré deslizarlos por la cadera, se atascaron por las piernas.

—Mierda —maldije.

—Quítame los tenis —señaló Patricia.

Cogí su calzado y se los arranqué sin desliar los cordones. Luego, terminé de quitarle los pantalones y me llevé los calcetines con ellos. Ahora a mi hermana tan solo le quedaba un tanga negro. Lo deslicé por sus piernas y acabé lanzándolo con el resto de su ropa, tirada por el suelo.

—¿Qué tal estoy? —me preguntó de forma coqueta.

La observé por un instante. Ella había cruzado una pierna para ocultar su coñito y pude ver la expresión mezcla de vergüenza y elegancia en su rostro. Completamente desnuda, con el pelo marrón oscuro cayéndole por sus hombros, tenía una pose sensual y provocativa.

—Hermosa —fue mi respuesta.

—¿En serio? —cuestionó ella—. Pensé que dirías que estoy cañón o más buena que el pan.

Respirando hondo, extasiado por tan increíble visión, empecé a acariciar su fina piel y le di pequeños besos en su boquita.

—No, cañón están las tías que te follas una noche —respondí mirándola fijamente a sus ojos—. Tú eres hermosa porque eres de las que merece la pena quedarse para siempre.

Lo sé. Acababa de soltar la mayor gilipollez que jamás habría dicho en toda mi vida, pero qué queréis, en esos momentos estaba hipnotizado por la escultural visión del cuerpo de mi hermana Patricia. Me parecía lo mejor del mundo en ese instante y debía de saberlo.

Empecé a besarla por todas partes. Su rostro; sus labios, que me regalaron el beso más profundo con lengua que hasta ese entonces me habían dado. Empecé por su cuello. Luego vinieron sus tetas, que chupé y lamí durante un pequeño rato provocándole una inesperada tensión en su cuerpo. Tras eso, descendí hasta su barriguita plana con su gracioso ombligo hundido, donde enterré mi lengua. Me deslicé por sus largas y preciosas piernas, que besé hasta la planta de sus pies. Después de eso, las abrió, mostrándome su zona intima.

Extasiado me hallé al admirar su coño. Era rosado, con los labios abiertos revelándome su clítoris y vagina, de la cual surgían líquidos. Encima, había un triángulo de vello púbico oscuro tan solo. Seguramente, lo que se dejaba tras afeitarse.

—¿Qué te parece? —Me miraba ansiosa, con ganas de saber mi respuesta.

Lo observé un poco más y ya, sin dudarlo, lo lamí. Mi lengua recorrió aquella húmeda raja y eso provocó que mi hermana emitiera un fuerte gemido. Esa era toda la respuesta que necesitaba.

Me encantaba su fragancia y el sabor que emanaban de esa vagina. Agridulce, pero también refrescante y con un almizclado olor que lo hacían fuente de lujuria y deseo para mí. Mi lengua se abría camino entre sus carnosos pliegues, lamiendo cada centímetro de sus labios, para luego internase en su agujerito y acto seguido, atacar el prominente clítoris. Lo golpeé con la punta, lo recorrí de arriba abajo y lo atrapé entre mis labios.

El grito que emitió era fuerte pero no molesto. Eran gemidos suaves y tranquilos, como el ronroneo de un gatito. Y a mí me incentivaban a seguir atacando sin piedad. Seguí lamiendo sin detenerme hasta que finalmente, logré lo que me proponía. Mi hermana empezó a retorcerse en su propio placer mientras sufría un grato orgasmo. Todo su cuerpo se sacudió varias veces mientras que mi rostro acabó empapado en sus flujos. Cuando todo hubo concluido, lamí todo su coño para dejarlo limpio, deleitándome con su delicioso sabor.

La dejé tomar aliento un poquito mientras daba besitos por la zona de las ingles, rozando con mis labios su suave piel. Cuando ya la noté más calmada, retomé mi posición y volví a comerle su vagina.

—¡Joder Carlos ! dijo sorprendida Patricia—. ¡Sí que eres insaciable!

Reí un poco ante aquellas palabras y continué con mi minucioso cunnilingus. Estuve largo rato devorando aquella delicia, recorriendo cada centímetro de aquellos húmedos pliegues mientras que Patricia siguió gimiendo y moviéndose de forma rítmica ante mis lengüetazos. Seguí así por varios minutos hasta que decidí penetrarla con mi lengua. Mi hermana reaccionó de forma sorpresiva.

—Oh, ¡Carlos! —gritó emitiendo un fuerte gorjeo—. ¡Por ahí no!

Se empezó a estremecer cada vez más a medida que iba penetrándola con mi lengua. No es que pudiera entrar más adentro pero si lo suficiente para notar sus apretadas y húmedas paredes. Comencé a describir círculos en su interior y mi lengua casi parecía un torbellino. Patricia arqueó su espada y todo su cuerpo se sacudió. Tuvo un potente orgasmo y pude notar las contracciones de su vagina.

Me tragué todos los fluidos que expulsó y tras eso, le lamí el coñito para limpiarlo. Ella fue relajándose hasta quedar tranquila y fui subiendo por su cuerpo, regalándole besos a cada parte de este. ¡Dios, era tan hermosa! Para cuando llegué a su rostro, una agradable sonrisa se había dibujado en sus labios.

—Parece que tienes una lengüecita de oro, cabrito.

Tras oír eso, la besé con deseo. Ella chupó mi lengua y relamió mi boca para disfrutar del sabor de su coñito. Nos seguimos besando con mucho agrado y disfrute mientras nuestras manos acariciaban cada centímetro de nuestros cuerpos. Me encantaba el contacto de su piel, tan suave y tersa. Seguimos así por un poco más hasta que la miré fijamente a los ojos. Ella se quedó callada, también mirándome.

—Oye, ¿te apetece follar?— pregunté con cautela.

Patricia se quedó pensando con una expresión de duda casual que no me reconfortó mucho, pero al mirarme con sus ojitos verdes, supe que iba a ocurrir.

—Vale, si tantas ganas me tienes, adelante —respondió sonriente.

Me deshice de los pantalones y calzoncillos a la velocidad de la luz, quedando completamente desnudo. Acto seguido, me acosté encima de ella y guie mi polla, ya bien dura, hasta la entrada de su coño. Nos miramos con cierta premura. Yo esperaba alguna señal por parte mi hermana. Ella solo se limitó a asentir y ya sin más dudas, actué.

Mi miembro fue adentrándose en su vagina, abriéndose camino por el húmedo conducto. Estaba tan mojada que la podía penetrar con facilidad. Patricia cerró sus ojos y gimió un poco mientras me adentraba en ella. Cuando llegué hasta lo más profundo de ella, le pregunté.

—¿Te duele?

—No —fue lo único que respondió. Luego, abrió sus ojos y me miró algo ansiosa—. Venga, ¡empieza!

Joder con esta chica. Sí que tenía ganas.

Viendo la urgencia con la que me reclamaba, comencé a moverme. Inicié un movimiento hacia delante y atrás con mis caderas, clavando mi polla con cierta fuerza. Cada estocada provocaba que mi hermana emitiese un grito más fuerte. En nada, me estaba moviendo sobre ella en un constante mete saca.

Ella no paraba de gritar. Me abrazaba con fuerza y clavaba mis uñas en mi espalda. Llegué a pensar que me haría sangre. Mi polla se deslizaba con facilidad. Aunque su coño no era muy estrecho, había que reconocer que sus paredes se acoplaban bien a la verga, añadiendo bastante placer. Seguía moviéndome mientras disfrutaba de aquella maravillosa fricción.

—¡Oh, Dios! —aulló mi hermana— ¡Sigue, sigue!

Noté su respiración acelerándose y me moví más rápido. El cuerpo de Patricia se tensó en ese instante y pude sentir como sus piernas me apretaban con fuerza las caderas. Mi polla sintió las fuertes contracciones de las paredes vaginales envolviéndola. Pude contemplar como el rostro de mi hermana quedaba crispado por el placer mientras gritaba. Fue maravilloso asistir a ese magnífico momento en el que le proporcionaba un buen orgasmo.

Me detuve y dejé que ella se recuperara. Su carita de niña buena reflejaba una serenidad increíble. Me acerqué y le di un suave beso.

—¿Mejor? —pregunté mientras ella volvía a abrir sus ojitos.

—No te detengas ahora —me dijo.

La agarré con firmeza de las piernas y reinicié la follada. Buscando con ganas su boca, nos besamos de forma intensa, haciendo que nuestras lenguas se enlazaran la una contra la otra. Podía sentir mi polla clavándose para luego retirarse y volver de nuevo a la carga. Aceleré el movimiento, deseoso por acabar con todo de una vez.

Patricia no dejaba de gemir y cerraba sus parpados, seguramente gozando del pacer que le daba. Yo ya estaba al borde del orgasmo. Sentía ese incipiente cosquilleo en los huevos, señal previa de la inminente corrida.

—Patricia, ¡me voy a correr ya! —le anuncié a mi hermana.

—¡Espera, espera! —gritó ella nerviosa—. ¡No lo hagas dentro de mí!

—¡No aguanto más!

—¡Espera!

No pude resistirme. Me desbordé dentro del coño de mi hermanita. Chorro tras chorro salió disparado al tiempo que continuaba clavando mi polla. Con las últimas estocadas, Patricia también se corrió. Escuché un fuerte grito, otra vez el cuerpo tensándose y las contracciones de la vagina.

Cuando todo terminó, sentí como si ya no estuviera dentro de mí, como si fuera una mera hoja mecida por el viento. Me desplomé sobre mi hermana, sintiendo su cuerpo siendo aplastado por el mío. Jadeé un poco y pude sentir mi corazón palpitando con profunda fuerza. Y mi polla, todavía seguía clavada en su coñito, inundado por mi cálido y pegajoso semen. Giré mi rostro y me encontré con el de ella, quien no me miraba precisamente muy contenta, sino bastante cabreada.

—¡Maldito imbécil! —profirió furiosa—, ¡te has corrido dentro mí!

Se notaba que estaba muy enfadada. Yo intenté quitarle hierro al asunto pero no fue muy buena idea.

—Vamos mujer, no te pongas así —traté de decir—. ¡Ni que fuera el primero!

—Pues lo has sido.

Oír aquel me dejó muy impactado.

—¿En serio? —La pregunta sonaba incrédula.

—Pues si —respondió ella de forma afirmativa—. Hasta hoy, todos los tíos con los que me he liado o se corrían dentro del condón o lo hacían en mi boca. Tú eres el primero que lo ha hecho dentro de mi coño.

—¡Menudo privilegio que me he llevado! —exclamé divertido, aunque a mi hermana no le hacía ninguna gracia.

Saqué la polla de dentro al levantarme y un reguero de semen cayó sobre la cama. Más se desbordaba del interior del coño de Patricia.

—Menuda corrida —comenté sorprendido.

—Pues sí, me has dejado llenita —habló mi hermana mientras recogía los restos que se derramaban de su vagina.

—Voy a por unos pañuelos.

Me levanté y fui en dirección a la mesita de noche que había al lado de la cama. En el tercer cajón había pañuelos. O eso creía recordar. Me giré un momento para mirar y me detuve ahí.

Patricia estaba sobre la cama acostada, desnuda y con el pelo largo revuelto desparramado sobre su pecho. Sus piernas estaban bien abiertas y su mano se había posado sobre su coño. Era una imagen tan rabiosamente erótica. Tanto, que no pude resistirme a hacer lo que hice.

Cogí el móvil que estaba sobre la mesita y sin pensarlo, comencé a echarle más fotos. Cuando mi hermana vio lo que estaba haciendo, se enfadó enseguida.

—¿¡Qué coño haces?! —gritó histérica.

Yo no respondí, me dediqué a seguir echando más fotos. Ella se levantó al momento y fue directa a mí para quitarme el teléfono. Forcejeamos un poco, pero logré alejarla y que no cogiera el móvil. Se quedó allí, mirándome contrariada. Yo le eché una última foto.

—¡Estúpido! —dijo en un fino hilo de voz que me recordaba a una niña pequeña malcriada—. Dijiste que ya no habría más fotos.

La miré divertido. Me encantaba fastidiarla de esa manera. Sus ojos verdes ya estaban cristalizando y la expresión de su rostro mostraba que iba a romper a llorar en cualquier momento. Le estaba dando donde más dolía. Y lo mejor, es que quería seguir, pues mi plan de chantaje aún no había concluido. Se me había ocurrido algo nuevo.

—Ya pero es que al verte ahí tan bien acostadita sobre mi cama en esa pose sexy, no pude evitarlo —me justifiqué tan campante.

Se notaba que la estaba fastidiando.

—¿Y qué vas a hacer con ellas? —preguntó enfadada pero también algo temerosa—. ¿Hacerte buenas pajas por la noche recreándote con mi cuerpo?

Miré la última foto que saqué con el móvil. Me la quedé mirando un poco y luego volví hacia mi hermana, quien esperaba con los brazos cruzados a que le contestase.

—Tal vez —dije pensativo—. O igual se las envío a mis colegas. Les pones mucho a todos.

La expresión de su cara cambió instantáneamente. Una mueca de horror se dibujó en sus ojos.

—¿No serás capaz?

—Puede. O igual se las mando a tus amigas para que vean lo guarra que eres —Ella estaba temblando mientras decía esto—. Ah, ¡ya se! Las subiré de forma anónima a Internet. ¡Me gusta compartirlo todo con la gente!

Patricia estaba con la cabeza gacha. Seguramente lloraba o tal vez, estuviera a punto de hacerlo. Me acerqué, le levanté la barbilla y pude ver como de sus ojos caían un par de lágrimas. Era evidente que ya no podía aguantar todo aquello.

—Claro que, podríamos llegar a un nuevo acuerdo.

El rostro de mi hermana se tensó de nuevo ante lo que dije.

—¿Qué más quieres de mí ahora? —preguntó nerviosa—. ¿No te ha bastado con obligarme a chupártela y follarme?

Se notaba que estaba al borde del llanto. Pobrecilla, que clase de cosas debían estar pasando por su cabeza que tal vez le obligaría a hacer. Pero la sorpresa que se iba a llevar sería muy grande cuando le revelase lo que tenía mente.

—Tu escúchame primero antes de cabrearte —le dije mientras la atraía a mí.

Ya más cerca, le sequé las lágrimas que había derramado. Patricia se iba calmando pero aun la notaba alterada. A pesar de todo, decidí comenzar.

—Bien, lo primero —guardé un poco de silencio antes de continuar. Ella me miró ansiosa—. Lo primero es que dejes de salir tanto por las noches. Como mucho, saldrás una o dos veces por semana.

La cara de mi hermana pasó de estar tensa a la estupefacción en un chasquido de dedos. Se me quedó mirando extrañada, como si no comprendiera de qué iba todo aquello. Eso me hizo mucha gracia.

—Ahora vamos con lo segundo –proseguí calmado—. Vas a estudiar para aprobar todas las asignaturas que te han quedado y las que tienes este cuatrimestre. Como opción, aunque recomendable, es que saques buena nota para que así el año que viene puedas optar a una beca.

Siguió mirándome sin saber que decir. Yo, por mi parte, decidí continuar. Aún quedaba algo más.

—Tercero y último, te vas a dejar de portar tan mal con nuestros padres. Se acabó gritar, insultar y faltar el respeto.

Patricia me miró insegura tras concluir. No se fiaba de mí y parecía estar esperando que añadiese algo más.

—¿Eso es todo? —preguntó desconfiada.

—Así es —le aseguré con convicción—. Eso es todo.

De repente, la chica comenzó a moverse de un lado a otro, como si no se creyera nada de lo que acababa de ocurrirle. Volvió a mirarme, dejando claro que aún seguía sin creerme.

—O sea, que después de liarnos y montar este pollo por las fotos, todo queda en un intento por enderezar mi descarriada vida, ¿no?

—Bueno, no voy a negar que hice esto por querer aprovecharme de tu disposición pero, desde un principio, era la idea inicial. —Ella no estaba muy convencida con la explicación. Tenía razones para no creerme— Va en serio. ¡No te estoy mintiendo!

—Más te vale. —La mirada que me lanzó me estremeció un poco— Entonces, ¿vas a borrar las fotos si hago todo lo que dices?

Esa pregunta me pilló un poco por sorpresa pero no tardé en responderle.

—La verdad es que no —dije, haciendo que mi hermana reaccionase bastante enrabietada. Se notaba que ya no soportaba esta situación por más tiempo—. Este es un chantaje a largo plazo. Si me demuestras que estás cambiando para bien, las borraré.

—¿Seguro? —preguntó muy molesta.

—Que sí. Iré a tu mismísimo cuarto para mostrarte como las borro.

Quedó conforme o al menos, eso me pareció a mí. Me pidió que le diese un pañuelo y yo se lo pasé. Así, se limpió la entrepierna de mi semen, que aún le chorreaba. Luego, fue a recoger su ropa para marcharse cuando de repente, a mí me surgió una nueva cuestión.

—Oye —la llamé y Patricia se detuvo al oírme—, ¿cuánto dinero les has mangado a nuestros padres?

Mi hermana se quedó pensativa un momento y acto seguido, me contestó.

—Unos 450 euros.

—     ¿¡Tanto dinero?! —dije yo estupefacto

—     Que quieres tío, las copas que sirven en los locales adonde suelo ir son muy caros.

Me quedé petrificado al escuchar todo lo que mi hermana acababa de decir. ¿Tenía acaso ella de en qué lio se estaba metiendo? Algo reticente, concluí que lo mejor era contárselo.

—¿Y no te has parado a pensar que cuando papá o mamá vayan a por algo para pagar, van a ver que no hay nada?

La expresión en su rostro cambió de repente. Me miró horrorizada, sin hacerse todavía a la idea.

—Joder, es verdad. —Su voz sonaba cargada de preocupación.

Se puso a ir de un lado a otro, cavilando en miles de cosas. La chica no era tonta y sabía que a nuestros padres no les costaría mucho trabajo sumar dos más dos hasta dar con el posible ladrón. Ella.

—Carlos, ¿¡qué voy a hacer?! —dijo angustiada y al borde del llanto. Otra vez.

Me acerqué a ella y la hice sentar sobre la cama, no fuera a caerse de lo nerviosa que se estaba poniendo. Siempre se comporta de la misma manera, cuando algo malo le ocurre, pierde la cabeza y no hay modo de evitar que sufra un accidente.

—¡Mierda! —masculló entre lloriqueos—. ¿De dónde coño se supone que voy a sacar el dinero?

La abracé. No sé porque, pero era lo único que se me ocurría. Estuvo apoyada en mí, sintiendo mi desnudo cuerpo como yo el suyo y temblando por el miedo que la atenazaba. Mientras, yo cavilaba sobre qué hacer. Tenía una idea en mente que no me convencía demasiado. Pero notando lo inestable que se hallaba mi hermana, no tuve más remedio que recular y contárselo. Ya la había hecho pasar por demasiados disgustos para que ella sola se metiera en otros.

—Oye, si quieres, te puedo prestar dinero. —Me miró sorprendida ante esto— Acabo de cobrar y creo que tengo de sobra para cubrir lo que robaste.

—¿Lo dices en serio? —preguntó impactada.

Asentí como respuesta. Ella, al descubrir que la iba a ayudar, se abalanzó sobre mí y me abrazó con mucha fuerza. Pude sentir sus pechitos aplastándose contra mi torso y su fina y tibia piel rozándome.

—Gracias, gracias —me decía muy emocionada mientras me comía a besos—. Te prometo que a partir de ahora me comportaré mejor.

Entonces, la detuve cuando escuché lo último que dijo.

—¡Espera un momento! —Ella quedó sorprendida ante mi reacción—. Eso de portarte bien y estudiar es un trato por lo de las fotos. Para esto, vas a tener que hacer otra cosa.

Patricia me miró poco convencida de lo que tramaba. Emitió un fuerte bufido cuando descubrió a que me refería.

—¿En serio? —me dijo mientras llevaba su mano hasta mi semi-flácido pene—. ¿No hay otra forma de solucionar este asunto?

—Si se te ocurre algo mejor —hablé resuelto, adivinando sus intenciones—. Estoy abierto a cualquier propuesta.

—Ah, ¿sí? —dijo picarona.

Me besó con fuerza mientras me hacía tumbarme sobre la cama. Ella se colocó encima, comenzando a acariciarme la polla con suavidad. Se detuvo un instante para volver a mirarme. Noté sus ojos más brillantes de la cuenta. Yo creo que a esta le gustaba.

—Págame ahora mismo y seré tuya para siempre —Era evidente. Se había enamorado de mí.

En fin, iba a perder casi todo el sueldo de este mes. No saldría en bastante tiempo con mis colegas y mis oportunidades de ligar se reducirían de forma terrible. Pero no hay mal que por bien no venga. Mi hermana estudiaría, disminuiría sus incursiones nocturnas y se portaría mejor. Un sacrificio por el bien familiar y del cual tampoco es que pudiera quejarme. Ahora la iba tener a mi total disposición para lo que quisiera. ¡Que más se puede pedir!


Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.