Chantaje

Un viaje sobre el descubrimiento del placer a través de la dominación con una joven protagonista. Hay también humillación, ballbusting, sexo gay...

Chantaje

I

A Luna había pocas cosas en el mundo que no le gustasen de su vida en aquel momento. Con 19 años recién cumplidos, era una chica agradable y algo callada, consciente del privilegio que suponía estudiar en la Academia de Santa Honorata, uno de los centros privados más prestigiosos del país y donde sus padres la habían mandado con muchos esfuerzos hacía ya año y medio. Solo tenía previsto estudiar allí dos cursos, pero era más que suficiente para figurar en su currículum y abrirle numerosas puertas el día de mañana. A diferencia de casi todos sus compañeros, los padres de Luna no eran ricos, pero habían conseguido ahorrar suficiente para mandarla allí gracias a unos negocios que le salieron bien a su padre, como él siempre decía, casi de casualidad. Por eso, la experiencia de estar en la Academia, rodeada de gente con un nivel de vida muy superior al suyo, era para Luna una experiencia casi mágica, como de cuento de hadas.

A Luna le encantaba estudiar allí, tenía un amplio grupo de amigos, entre quienes destacaban sus dos mejores amigas, Nuria y Anya. Todos los fines de semana salía con ellas y con más gente, las fiestas que organizaban allí los clubs de estudiantes eran siempre increíbles. Durante el resto de la semana, se esforzaba mucho y sacaba excelentes notas. Por las tardes, después de estudiar, le gustaba bajar a leer a alguno de los patios y jardines de la Academia. Allí, dejando que el sol acariciase la piel blanca y pecosa de su cara, mientras ella jugueteaba con la larga trenza que siempre recogía melena negra, sentía que el mundo era perfecto. Y lo era, excepto… por él.

Se llamaba Tristán, le conoció nada más llegar a la Academia, allí era imposible no conocerle. Recordaba perfectamente la buena impresión que le causó al principio. Alto y musculoso, con cuerpo de perfecto atleta. Todos los rasgos de su cara eran perfectos. Su mandíbula ancha, la nuez bien marcada en su garganta y el pelo castaño claro muy corto le daban un aspecto muy viril, pero al mismo tiempo tenía una belleza elegante, propia de las estatuas griegas. Recuerda que solo hubo dos cosas de su aspecto que le inquietaron desde el principio, una fueron sus ojos, penetrantes y de azul gélido, le daban un aspecto frío y algo feroz. La otra era su sonrisa, una sonrisa enorme y entusiasta que revelaba una dentadura blanca perfecta, pero que resultaba algo inquietante porque parecía demasiado encantadora para ser sincera.

Tristán era una institución allí en la Academia. Era el favorito de todos sus profesores, no solo por sus notas y sus espectaculares éxitos deportivos sino también por las no menos espectaculares donaciones que hacía su padre todos los años a Santa Honorata y que convertían al joven en el favorito del director. Todos los chicos allí le admiraban y querían tenerle como amigo. En cualquier evento al que asistía se hacía exactamente lo que él quería, nadie se atrevía a llevarle a la contraria. Era un auténtico macho alfa. Y por supuesto, todas las chicas querían salir con él, o al menos las que no habían tenido ocasión de conocerle lo suficiente.

Por desgracia para Luna, hacía tiempo que ya había dejado de idealizar a Tristán. Cuando entró en la Academia tuvo la suerte de entrar en el círculo de amigos de él, los más envidiados de toda la institución. Allí fue donde conoció a Nuria y Anya, sin embargo, los problemas empezarían pronto. Tristán era extremadamente dominante y no tenía piedad cuando alguien no se plegaba a lo que él quería. Tenía muchas formas de hacerse respetar, no solo intimidaba con su impresionante físico, también era extremadamente manipulador y era capaz de volver a la gente en contra de aquel que le hubiera disgustado en lo más mínimo. Las dos amigas de Luna habían sufrido en algún momento por eso. Anya era de padres ucranianos y tenía aspecto de modelo profesional. Alta, rubísima y muy delgada, pero con curvas. Tristán se encaprichó de ella en una ocasión. Aunque nunca se le había conocido novia formal, siempre iba a las fiestas con las chicas más espectaculares y se daba por hecho que era un conquistador. Las exhibía delate de todos como trofeos. Anya ya había visto cosas de él que le desagradaban, así que cometió el error de rechazar las insistentes invitaciones de Tristán.

El siguiente conflicto lo tuvo su impulsiva amiga Nuria. Bajita y pelirroja, tenía mucho más valor que Luna, y se atrevió incluso a encararse con Tristán después de que fueran circulando ofensivos rumores sobre Anya cuando le rechazó. En su caso, las consecuencias fueron aún peores, pues estuvo a punto de ser expulsada después que Tristán hablase de ella con el director. Luna nunca supo exactamente de qué la acusaban, pero pese a la fortaleza de la chica, salió del despacho del director casi llorando y nunca quiso compartir con sus amigas qué clase de mentiras había contado Tristan de ella, lo que sí sabían es que había sido él finalmente quien intervino para evitar la expulsión. Así de retorcido podía llegar a ser, conseguía que la gente estuviera en deuda con él y así tenerles sometidos. Nuria no fue expulsada y Anya acabó cediendo a la invitación de ir al baile. Tuvo que soportar cómo el joven semental la exhibía delante de todos y la manoseaba el cuerpo, aunque la cosa por suerte no llegó a más. Y mientras tanto Luna se sentía impotente. Su carácter callado y el miedo atroz a que algo se torciera en su estancia en Academia la hacía mantenerse siempre al margen de los conflictos con Tristán. Se sentía secuestrada en aquellas fiestas organizadas para alimentar el ego del joven y en la que ella y sus dos amigas tenían que estar siempre cerca de él, simulando cordialidad cuando lo único que sentían era el más profundo desprecio.

Cuando las cosas parecía que no podían ir peor para las tres amigas, a principios de ese curso llegó una chica especial. Se llamaba Sahar, era hija de inmigrantes con muy pocos recursos, pero había conseguido una beca para estudiar allí por sus impresionantes notas. Era algo que la institución raras veces hacía, pero el expediente de Sahar era realmente brillante. No podía encajar menos en los elegantes pasillos de Academia aquella chica tan bajita, algo regordeta, con piel tan oscura y con el pelo siempre herméticamente oculto bajo su hiyab. Por supuesto, no consiguió ser muy popular allí. La gente era educada, por supuesto, pero guardaban las distancias con alguien a quien percibían demasiado ajeno. Y a sus espaldas, Tristán (siempre Tristán…) la convertía en blanco de mofas durante las fiestas, que todos reían encantados, o bien por la ciega fidelidad al macho alfa o bien por temor. Eso aumentó cada vez más el aislamiento de Sahar, pero Luna y sus dos amigas sintieron que ya no podían seguir tragando con tanta mezquindad, así que se acercaron a la joven musulmana y la convirtieron en una más del grupo. Por supuesto, eso aumentó la tensión entre Tristán y ellas tres, que no tardó en comenzar a lanzarles dardos envenenados en cada fiesta, a las que siguieron asistiendo por puro compromiso, pero sin Sahar (llevarla hubiera sido ya una provocación intolerable). Sentían que su decisión de llevarse bien con la chica y a la vez evitar problemas con Tristán llegaría un momento en que serían incompatible y que la situación terminaría por estallar.

II

En aquel momento de máxima tensión fue cuando ocurrió algo totalmente inesperado y que lo cambiaría todo. Un día tuvieron que hacer un trabajo por parejas y el profesor emparejó a Anya con Tristán. El chico sonrió con malicia cuando lo anunciaron y la pobre Anya tuvo que pasar la tarde siguiente en la habitación de Tristán, que estaba por supuesto en la residencia más lujosa de todo el campus. La estancia era enorme y contaba con toda clase de comodidades, incluso un minibar. Tristán se mostró exageradamente encantador, seguramente para aumentar todavía más la incomodidad de la chica.

El trabajo lo terminaron rápido, pero y él la acompañó a la salida de la residencia porque tenía que ir a entrenar. Sin embargo, ya en el vestíbulo ella se encontró mareada por la bebida así que se despidió fríamente y fue al baño de la planta baja del edificio. Él sin hacerla mucho caso se saludó efusivamente con sus leales amigotes, tan odiosamente rubios y musculados como él.  Cuando Anya salió del lavabo, Tristán ya había desaparecido y el vestíbulo estaba en silencio. Entonces recordó que se había dejado el pen drive en el ordenador de Tristán. Por un momento le entró pánico porque lo último que quería era que ese depredador mirase las fotos personales que tenía allí guardadas. Por supuesto no era nada especialmente comprometedor, fotos con sus ahora tres mejores amigas y algunas con sus padres, pero le hacía sentir insegura que aquel cabrón las viera. En manos de Tristán todo podía convertirse en un arma… así que no dudó en subir de nuevo las escaleras y confiar en que la puerta de la habitación no estuviera cerrada. Por suerte para ella, no lo estaba. ¿Por qué iba a usar alguien llave en una residencia donde todos son millonarios y ya hay seguridad privada en la entrada?, pensó con una sonrisa de alivio.

Corrió hasta el ordenador y sacó el pen drive lo más rápido que pudo, sin embargo, por un momento pensó en lo divertido que era estar sola delante del ordenador de la persona más importante de la Academia. Como sabía que el chico tardaría en regresar, pensó que sería divertido curiosear entre sus fotos. Y así fue como Anya descubrió la bomba atómica… después decenas de fotos de fiestas, con las chicas más espectaculares, en los clubes más selectos y de exóticos viajes de vacaciones, las retinas de Anya casi estallan ante el hallazgo. Tenía ante sí una extensa sesión fotográfica, tomada en lo que parecía aquella misma habitación, en la que podía ver al propio Tristán, completamente desnudo, en pleno frenesí sexual con otro chico.

Anya sintió una mezcla de risa, asombro y un punto de inconfesable excitación al ver innumerables fotos de aquellos dos jóvenes cuerpos desnudos, perfectos y musculados. La joven se tomó unos segundos para asimilar lo ocurrido y decidió que lo mejor que podía hacer era irse de allí corriendo. Todo el camino hasta su residencia estuvo pensando en las consecuencias, le daba pánico solo pensar lo que podía ocurrir si Tristán sospechaba que había estado husmeando en su ordenador.

Esa misma noche llamó a Luna y quedó con ella. Sentía que necesitaba compartirlo con alguien. Risa, sorpresa, incredulidad, preocupación… las emociones acumulaban en la mente de Anya mientras intentaba contar atropelladamente a su amiga su descubrimiento. Le hizo prometer a Luna por lo que más quisiera que no se lo contaría a nadie. No quería ni siquiera compartirlo con sus otras dos amigas, cuanta menos gente lo supiera, mejor. Si aquello se convertía en un rumor y llegaba a oídos de Tristán, estaba muerta.

Sin embargo, la mente de Luna estaba en otras. Aquella misma tarde, mientras Anya estaba con Tristán, Luna había estado consolando Sahar, quien entró llorando en su habitación después de enterarse de que el director le había dicho que no le prorrogarían la beca por una cuestión administrativa poco clara. La sucia mano de Tristán estaba claramente detrás. Las dos se pasaron la tarde llorando de impotencia. Luna en toda su joven vida nunca había sentido tanta sensación de humillación y sometimiento como a la que el maldito Tristán las estaba condenando a ella y a sus amigas. Así que horas después escuchó el relato de Anya sin decir nada. Prefirió no revelarle la triste historia de Sahar hasta el día siguiente, cuando estuviera más calmada, pero esa noche, tras despedirse de Anya y meterse en la cama, la mente de Luna solo podía pensar en la venganza.

Luna sabía perfectamente que la idea que empezaba a cobrar forma en su cabeza estaba mal por muchas razones. Para empezar, le había prometido a su amiga que no se lo contaría a absolutamente nadie, pero era una información demasiado valiosa como para dejarla pasar, y más estando una amiga en apuros. Por otra parte, Luna era una chica progresista y creía que intentar chantajear a alguien por su orientación sexual es bastante homófobo, pero con este tipo había llegado un punto en que era o él o ella y sus amigas, y tenía muy clara su elección. Sabía que esto podía cambiar las tornas por completo para siempre. Si lo hacía bien y no daba ningún paso en falso, podía tener a Tristán cogido por los huevos.

III

A la mañana siguiente Luna decidió poner en marcha su plan. La rabia y la frustración le daban una determinación que era nueva en ella. Era consciente de la gravedad de lo que iba a hacer, pero estaba tan convencida de ello que pensó que lo mejor sería hacerlo sin decir nada a sus amigas, era un plan tan audaz que sabía que intentarían detenerla. Ya habría tiempo de explicárselo luego. El corazón de Luna latía a mil por hora mientras recorría el campus lo más rápido que podía a primera hora de la mañana. Llegó hasta la residencia de Tristán y se sentó en el césped frente a ella, solo tenía que esperar a que él saliera. Cada minuto se le hacía eterno, tenía la boca tan seca que no sabía siquiera si le saldrían las palabras. Los estudiantes empezaron a salir de la residencia en pequeños grupos, Luna estuvo aguantando la respiración y al final lo vio. Tristán salía hablando despreocupadamente con un chico rubio muy alto. Y sonriendo. Luna pensó que le iba a durar poco la sonrisa esa mañana.

Luna se puso en pie casi de un salto y avanzó hacia Tristán a grandes zancadas. El joven no la vio hasta que la tuvo casi encima. La voz le falló durante un momento.

—Tristán, ¿puedo hablar a solas contigo un momento? —Él pareció desconcertado, pero también divertido. Desde que llegó a la Academia, Luna no había sido para él más que una sombra, una más en su corte. Y aunque la tenía en su punto de mira, era más por su amistad con Anya, Nuria y ahora con Sahar que por ella misma. En la mente de Tristán, Luna era solo un personaje secundario en una obra de la cual él era el protagonista. Podría haberla ignorado tranquilamente, pero se sintió intrigado. Los dos chicos se miraron con divertida condescendencia, como si Luna fuera un simpático animalillo que por alguna razón había aprendido a hablar. Se despidieron sin apenas mirarse y el chico rubio se alejó.

Tristán y Luna se quedaron solos, él estuvo en todo momento callado, pero con una leve sonrisa en la boca. Dada la nueva amistad de Luna con Sahar, sospechaba que tendría algo que ver con el asunto de la beca, del que por supuesto, él estaba al tanto. Aun así, le sorprendía que hubiera tenido el valor de ir a hablar directamente con él. ¿Le suplicaría por su amiga? Confiaba en que lo hiciera y si se arrastraba lo suficiente ante él, quizá intercediera por su amiga y así Luna tendría que estar en deuda con él. O quizá quisiera un favor para ella, sabía que venía de una familia no demasiado adinerada y esa clase de gente suele ser muy ambiciosa, siempre tratan de trepar. En cualquier caso, caminaron muy despacio los dos hasta bordear el edificio de la residencia por un lateral. Mientras tanto Luna, permanecía en silencio, intentando sacar fuerzas para lo que estaba a punto de hacer. Ese silencio divertía cada vez más Tristán, que imaginaba que aquello que le iba a pedir esa chica, porque estaba convencido de que había venido a pedirle un favor, debía ser muy importante para ella. Por fin, cuando estuvieron los suficientemente apartados de la puerta de la residencia, ella se volvió hacia él bruscamente y las palabras empezaron a salir de su boca como si fuera una grabación.

—Escúchame atentamente, sé lo que guardas en tu ordenador. Mi amiga Anya lo vio el otro día cuando estuvo en tu habitación y lo vio todo. Sacó fotos con el móvil y ahora las tengo yo. Hoy mismo deberá estar solucionado el asunto de la beca de Sahar o de lo contrario, las fotos circularán por todos los móviles de la Academia. No intentes nada contra Anya ni contra ninguna de mis amigas, soy yo quien ha planeado todo esto y ahora las fotos las tengo solo yo. Cualquier cosa mala que les pase a cualquiera de las tres de aquí a que acabe el curso, daré por hecho que ha sido cosa tuya y las fotos circularán. No nos volverás a molestar de aquí a final de curso. A partir de ahora, somos invisibles para ti, no existimos. O de lo contrario, ya sabes lo que pasará con las fotos —hizo una breve pausa para coger aire y dijo la frase en la que había estado pensando toda la noche—. Tristán, te tengo cogido por los huevos.

El joven se quedó totalmente pálido. Costaba incluso trabajo reconocerle con aquel gesto, sus ojos azules, habitualmente entrecerrados como los de una fiera, estaban abiertos como platos y por supuesto, no había ni rastro de su sonrisa. Luna hubiera disfrutado de ese momento si no estuviera tan aterrada. Sintió como si todo aquello lo hubiera dicho otra persona, y sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se fue antes de que se le doblaran a las rodillas, dejando a Tristán petrificado como una estatua.

IV

Luna se sentía incapaz de ir a ver a sus amigas después de lo que había hecho. Anya obviamente no había sacado ninguna foto. Si ya intentar chantajear a alguien poderoso es arriesgado, más aún hacerlo marcándose un farol. Y por supuesto, no le hizo ninguna gracia tener que mencionar a Anya, pero era necesario para darle verosimilitud a la historia. En realidad, en plan tampoco era tan arriesgado, pensó. Tampoco le estaban pidiendo nada imposible a Tristán. Luna estaba segura de que aquel supuesto problema administrativo era una excusa. Alguien le había pedido al director que lo hiciera y accedió simplemente por complacer a alguien que pagaba bien. Ese tipo de arbitrariedades eran habituales en la Academia y a nadie le importaba. Sobre dejarlas en paz, Luna sabía que aquello sería difícil para el orgullo herido de Tristán, pero siempre habían sido insignificantes para él dentro de su círculo, por lo que no le costaría trabajo olvidarse de ellas. Por supuesto, si hubiera querido podría haber sacado mucho más provecho de aquella situación, pero tampoco quería pasarse. Sonrió para sí misma al recordar lo que le dijo a Tristán sobre tenerle cogido por los huevos. No podía creer que se hubiera atrevido a decir eso. Era una expresión vulgar, pero con mucha fuerza y sabía que acabar con esa frase cumpliría su función de atacar la masculinidad de Tristán y hacerlo sentir vulnerable. Estuvo durante algunas horas paseando por el campus, pensando a solas en todo lo que le había dicho a Tristán y en cómo se contaría a sus amigas.

Hacia media mañana, se dirigió a la pequeña cafetería, una de las muchas del campus, donde se solían reunir las cuatro durante los descansos, sabiendo que las encontraría allí. Estaba aterrada por su reacción, sin embargo, nada más verla, las tres se gritaron de alegría y se abalanzaron sobre Luna, que no tuvo tiempo de pensar a qué podía deberse tanta la alegría, porque las tres comenzaron a contárselo a la vez. El teléfono de Sahar había sonado hacía un rato, la llamaron desde dirección para comunicarle que el asunto de su beca estaba en solucionado y podría terminar el curso sin problemas. Sus tres amigas miraban a Luna llenas de alegría. Había funcionado.

Las cuatro se sentaron en los cómodos sofás de la parte trasera de la cafetería, que después de tantas horas de charla allí ya consideraban prácticamente suyos. Luna estaba tremendamente aliviada, pero aun así seguía seria. Antes de que sus amigas tuvieran tiempo para preguntarle por qué no había ido a ninguna clase esa mañana, se dispuso a contarles todo lo que había pasado. Las caras de las tres fueron de absoluto pánico al principio. Para empezar, ni Nuria ni Sahar sabían todavía nada de aquellas fotos. Nuria estalló en una sonora risotada de las suyas mientras que Sahar se quedó muda. Por supuesto, Anya fue quien peor se tomó todo aquello. Durante el resto de la mañana, ya no fueron a ninguna clase, estuvieron allí hablando durante horas. Hubo muchas emociones, Anya se mostró disgustada y soltó algunas lágrimas, sentía que aquello la ponía en peligro a ella, pero también reprochaba a su amiga que no le hubiera contado lo que pensaba hacer cuando la tocaba de manera tan directa. Sahar se sentía extremadamente agradecida, nunca hubiera podido imaginar que alguien hiciera algo así por ella. La joven lloró y se abrazó a Luna. Por su parte, Nuria lo que más sentía era asombro y admiración.

Después de horas de conversación y de emociones a flor de piel, todas acabaron estando de acuerdo en que Luna había hecho lo correcto y que, en efecto, hubieran intentado detenerla de habérselo contado antes. Las lágrimas dieron paso a las risas cuando empezaron a bromear sobre la cara que se le debió quedar a Tristán y lo asustado que debía estar para haberse dado tanta prisa en hablar con el director.

—¡Ahora le tienes completamente agarrado por las pelotas! —, dijo Nuria casi gritando. Anya tuvo que reprimir una carcajada y Sahar se ruborizó al escuchar aquello.

—Bueno, me daba un poco de apuro contaros esa parte, pero eso fue exactamente lo que le dije al final—, admitió Luna esbozando una tímida sonrisa.

Nuria y Anya estallaron en sonoras carcajadas y Sahar se tapó la cara de vergüenza, pero pudieron ver claramente que también estaba riendo. Su estricta educación musulmana la hacía ser muy pudorosa con todas las referencias sexuales, especialmente cuando tenían que ver con los chicos.

Después de comer juntas, decidieron que aquella era una tarde para celebrarlo. Se arreglaron y estuvieron en un pub bebiendo y bailando hasta tarde. No consiguieron convencer a Sahar de que se pidiera una copa, pero sí de que bailara con ellas. Por primera vez en mucho tiempo, se sintieron totalmente libres. Ahora la vida ya parecía ser totalmente perfecta en la Academia. Y Luna sentía una seguridad en sí misma que no había sentido en su vida.

V

Mientras tanto, Tristán daba vueltas por su habitación como una fiera enjaulada y su mente hervía. Aquel no había sido un buen día para él. Por la mañana se quedó petrificado después de su conversación con Luna. Nunca jamás nadie se había atrevido a plantarle cara así. No se equivocó al pensar que quería que ayudase a la mora de su amiga, lo que nunca hubiera imaginado es que no se lo iba a rogar, se lo iba a exigir. Habían pasado ya horas y todavía recordaba el pánico que sintió al oír sus palabras. El sudor frío, la punzada en la cabeza y sus testículos retrayéndose dentro de su escroto, como si evitaran ser cercenados. Lo primero que hizo en cuanto pudo reaccionar fue correr a su habitación y mirar el ordenador. En efecto, los archivos. “Esos” archivos, habían sido abiertos recientemente, justo el día que quedó con Anya. Hijas de puta, pensó. En aquel momento hubiera destrozado la habitación entera de pura ira, pero no podía perder el tiempo. Las últimas palabras que le dirigió Luna con tanta frialdad le sonaban en la cabeza constantemente como un eco. Podría incluso ver su cara al pronunciarlas. Y lo peor es que esa zorra tenía razón, le tenía bien cogido por los huevos, pero que muy bien. El trámite fue rápido, una llamada al director y asunto arreglado. El hombre parecía sorprendido porque no le parecía propio de Tristán tratar de interceder por aquella chica sin recursos a la que solo unos días antes había tratado de echar, pero al hombre todo le daba igual mientras siguiera recibiendo puntualmente los generosos donativos del padre de aquel arrogante joven, así que en un momento estuvo resuelto.

El resto del día lo pasó Tristán en su habitación, sin asistir a una sola clase. No podía soportar la humillación a la que le había sometido aquella joven. Y el miedo. Las exigencias no habían sido excesivas, solucionar aquella estupidez de la beca y dejarlas en paz, pero con esas fotos en su poder todavía podían pedirle mucho más. Humillación y miedo, miedo y humillación, las dos emociones se mezclaban en la cabeza de Tristán hasta casi hacerla explotar.

Y sí, miedo a una mayor humillación. Si las fotos salían a la luz, estaría acabado. Sabía que contaba con la protección incondicional del director, pero tampoco podía hacer milagros. El padre de Tristán era alguien muy importante, si las fotos circulaban entre los móviles de la Academia, acabarían llegando a las redes, ¿y después qué?, ¿la prensa amarilla? Ahí sí que estaría totalmente acabado. Unas fotos sexuales de uno de sus más respetados alumnos era más de lo que podría consentir la Academia. En cualquier otro centro serían indulgentes, incluso le verían a él como la víctima. Pero Santa Honorata tenía una reputación que mantener y no podía haber escándalos. Por mucho que intentara el director taparlo al principio, si las fotos empezaban a circular no le quedaría más remedio que expulsarlo. Y aunque de alguna manera consiguiera continuar allí sería peor todavía. Su imagen quedaría hecha añicos. Tantos años siendo el macho alfa, admirado por todos, en la cima de la pirámide de los machos, haciéndose respetar, cebándose con el débil cuando hacía falta para demostrar quién mandaba. Sí, era un comportamiento animal, pero así era como funcionaba el mundo, eso le había enseñado su padre. Habían pasado por la Academia varios chicos afeminados a los que Tristán había hecho la vida imposible, como ahora hacía con Sahar. A esa gente había que enseñarle cuál es su lugar. Él estaba por encima de todos y no podía permitir que su imagen quedara arruinada.

Existía, no obstante, otra posibilidad… ¿y si era todo un farol? Estaba claro que sabía de la existencia de las fotos y el archivo efectivamente estaba abierto, pero en ningún momento le llegó a enseñar Luna las fotos. Si lo que quería era intimidarlo, ¿no hubiera sido más efectivo mostrárselas? No, lo descartó al momento. No podía aferrarse a esa esperanza, era un intento patético de encontrar una salida. Si vio los archivos era perfectamente posible que los fotografiara y aunque no fuese así, no podía arriesgarse a ignorar la amenaza, el coste sería demasiado alto. Se acabó la admiración, se acabó ser el macho alfa. Toda su existencia se convertiría en una espiral de bromas vergonzosas. Sus amigos no tendrían piedad con él como él no la había tenido con nadie que mostrase alguna debilidad. Le devorarían y se repartirían sus despojos, como animales salvajes, era la ley de la selva. Y si el escándalo era mayor, si acababa siendo expulsado por algo así de vergonzoso, si el apellido de su padre quedaba asociado a un escándalo sexual, si las fotos de su único hijo follándose a otro tipo totalmente desnudos inundaban las redes sociales y se comentaba en la prensa… bueno, en ese caso directamente podía despedirse de sus huevos. Aquella chica se los podía tener agarrados en aquel momento, pero su padre se los cortaría.

Tristán se sentó un momento frente al ordenador y abrió aquellas fotos que podían llegar a costarle su virilidad, al menos en sentido figurado y quién sabe si literal. Eran tan impresionantes como recordaba. Las sacaron en aquella misma habitación, con una cámara profesional que Tristán alquiló para la ocasión. Le excitaba mucho la idea de una sesión de fotos de sí mismo mientras follaba. La calidad de la imagen y la iluminación era tan buena que parecían hechas por alguna gran productora pornográfica. Y los dos modelos eran espectaculares, pero Tristán se fijó en sí mismo. Sus músculos relucían tensos, su cara estaba contraída por el placer. Estaba de pie, imponente, como un coloso, penetrando a su compañero, que se apoyaba a cuatro patas en la cama, con los ojos cerrados y la boca abierta. Esa foto favorita de Tristán, aunque solo era una de muchas otras, en distintas posturas, aunque se resumían en que Tristán penetraba al otro joven o recibía placer oral. En ambos casos, penetrar, penetrar la boca o penetrar el ano. Tristán continuó contemplando la foto. Se veían tan poderoso… con su enorme miembro totalmente erecto, mientras el del otro chico colgaba, algo más flácido y más pequeños, entre las piernas.

Tristán se empezó a excitar, llevó sus manos a la entrepierna y comenzó a acariciar su pene, que se iba endureciendo más lenta mente de lo normal. Ya era la segunda vez que intentaba masturbarse esa tarde para aliviar la tensión, pero volvió a pasar lo mismo, cuando su pene se endurecía, aparecía en su mente la imagen de aquella puta, la veía como si estuviese a centímetros de él. Esa cara exageradamente, dulce, incluso cursi, como la de una estúpida muñeca, pensó. Esos ojos verdes claros, ese pelo negro recogido en una trenza que cae sobre uno de sus hombros y deja algunos mechones oscuros sueltos, esas cejas oscuras, esa piel clara con algunas pecas, esas mejillas y labios ligeramente regordetes que le daban un aspecto tan dulce… sí, esos labios gorditos y rosas, en forma de corazón, abriéndose y cerrándose lentamente para repetir una y otra vez “te tengo cogido por los huevos”.

Cogido por los huevos, cogido por los huevos, cogido por los huevos… ¿por qué había tenido que decir esas palabras? Ya se hubiera sentido así aunque la muy zorra no lo hubiera dicho, pero el hecho de verbalizarlo lo hacía aún más evidente y humillante. Veía en la foto aquella virilidad exultante, arrogante, conquistadora… esa gran polla penetrando sin piedad, como un ariete, el ano de su musculoso amigo… esos testículos grandes y carnosos, algo contraídos por la erección, pero aun así claramente visibles, como los de un toro… y a continuación pensaba que ahora mismo estaban atrapados en la mano de aquella insignificante chica con carita de muñeca. La erección fue imposible.

Se tumbó en la cama lleno de rabia. No solo se sentía humillado, no solo tenía miedo, también se sentía castrado. Cuando cerraba los ojos lo único que veía era esa cara de muñeca hablando de sus huevos. Se concentró en esa imagen. Se imaginó esa cara golpeada, esos labios gordos reventados, esas mejillas arañadas… lo borró al momento de su imagen. Tristán no se consideraba a sí mismo un sádico, nunca le había atraído la violencia física, pero sí la dominación. Se imaginó a Luna siendo su esclava, sometida totalmente a él y a sus caprichos, temerosa, complaciente, frágil… imaginó el momento en que conseguiría devolverle este golpe. Eso le hizo sentir bien, él tenía muchos recursos, algo se le ocurriría, se libraría de esta situación. Eso le hizo sentirse poderoso. Su polla se puso completamente dura y comenzó a tocarse hasta descargar imaginando que lo hacía sobre la cara de muñeca de Luna. Esa fantasía le hizo recuperar un poco el orgullo, lo suficiente para dormir.

VI

Dos días después, Luna y sus amigas ya estaban de nuevo en la cafetería pasando la tarde. Durante los primeros días no hicieron más que hablar del asunto de Tristán, y a medida que veían que todo había salido bien, estaban más tranquilas y confiadas, constantemente bromeaban sobre todo lo que podrían conseguir si seguían chantajeando a Tristán, aunque Luna ya había dejado claro que mientras las dejase en paz, ella no pensaba volver a recurrir volver a recurrir a eso, lo cual siempre indignaba a Nuria.

—¡Luna, ese tío está forrado! Ya viste lo rápido que solucionó lo de Sahar, está claro que le acojonaste bien, ¡podría darte lo que le pidieras!

—Ya está bien, Nuria— dijo Luna con calma—. Ya hemos hablado mucho de ello estos días. No quiero seguir apretándole, no sabemos cómo podría acabar reaccionando.

-Con apretarle te refieres a los huevos, ¿no?

Anya soltó una carcajada y Sahar se atragantó con el café. Las bromas sobre los huevos de Tristán habían sido habituales durante aquellos días y Luna puso los ojos en blanco.

-Ese tío ha sido un cabrón con nosotras durante todos estos años, Luna. ¿Crees que él sería tan compasivo? Sabes de sobra cómo es, machaca a la gente hasta que no queda nada y si se compadece es solo para tenerlos donde él quiere. Bueno, pues por una vez es al revés, las tornas han cambiado y ha sido gracias a ti. Ahora ya no estoy de coña, Luna, lo digo en serio. Tienes tu mano alrededor de sus huevos, ¡apriétalos bien!

Luna se quedó callada observando a las demás, que no dijeron nada, pero por su gesto, vio que las palabras de Nuria no las disgustaban de todo.

—Además, nos lo debes. — añadió Nuria con rotundidad. Luna la miró sorprendida.

—¿Qué es lo que os debo?

—Tú odias a Tristán porque nos aprecias y eres muy buena, pero a ti realmente no te ha hecho nada. Sobre Anya estuvo esparciendo rumores durante asquerosos que todavía circulan. ¿Te acuerdas verdad?

Sahar pareció confundida. Más de una vez le había contado lo de los rumores, pero nunca habían entrado en detalles. Anya, con su piel blanquísima y sus ojos claros, parecía frágil cuando estaba triste. Mirando al suelo comenzó a recordarles la historia.

—Dijo que era una puta y que le había contagiado una venérea a uno de sus amigos… lo cual parece ser que era verdad porque el resto de chicos lo vieron en el vestuario, pero obviamente no fui yo. Aquello dio igual, el tío en cuestión se sentaba a mi lado en algunas clases y eso fue suficiente para que resultara creíble. Además, el muy capullo confirmó la historia, aunque le culpo, no sabemos si fue por lealtad a Tristán o por miedo y… desde entonces ningún chico se me ha acercado—, terminó diciendo Anya, con los ojos bañados en lágrimas.

—Yo nunca os lo quise contar, pero en mi caso amenazó a mi madre —dijo Nuria muy seria, consiguiendo que las tres la mirasen con espanto. –Ya sabéis que mi madre trabaja en televisión, pues al parecer el puto padre de Tristán es accionista de esa cadena. Me llamó el director un día a su despacho, no tenía ni idea de para qué sería, y allí estaba Tristán. Dijo que yo le había faltado al respeto y que exigía una disculpa. El director soltó un rollo sobre la importancia del respeto, el compañerismo y toda esa mierda. Si Tristán quería una disculpa podía habérmela pedido en la calle, pero lo que quería era tener al director de testigo, como una demostración de fuerza, para que yo viera que ante cualquier conflicto, el director estaría de su lado. Y cuando me negué, me soltó lo de mi madre. Dijo que una llamada y estaría en la calle. Ahí el director intervino, pero simplemente para decir que las cosas no tenían por qué llegar tan lejos y que lo más sensato era disculparse y olvidar los conflictos, que esos eran los valores de la Academia. Pues vaya puta mierda de valores, sinceramente. Ante esa situación, no me quedó más remedio que soltar una disculpa y largarme. Con aquello fue suficiente.

Las otras tres amigas se quedaron conmocionadas. Anya la abrazó, Sahar tenía los ojos llenos de lágrimas y Luna estaba muy seria, aferrada a los brazos de la butaca en que estaba sentada.

—Yo no tendría piedad con ese cabrón, Luna— dijo Anya, con los ojos aun llorosos. — ¿Tú qué opinas, Sahar?

La chica se quedó callada, mirándose las manos y finalmente habló.

—Duro con ese cabrón.

Anya se echó a reír, aún con lágrimas en los ojos y Nuria aplaudió efusivamente. Luna comprendió que estaba sola. Pero también entendía la rabia que tenían sus amigas. Era consciente de que el chantaje al que sometió a Tristán estaba mal, pero en aquel momento era cuestión de salvar a una amiga de una situación complicada, ahora en cambio era pura venganza. Sin embargo, pensó sus amigas tenían razón, se lo merecían. El chantaje suponía cruzar una barrera moral para Luna, pero muchas otras eran las que había cruzado Tristán, había hecho daño a mucha gente y todavía podía seguir haciéndolo. Sus amigas habían sufrido en su momento más de lo que Tristán estaría sufriendo ahora. Después de pensarlo durante unos minutos, Luna habló.

-Está bien. Lo haremos, pero una única vez y no habrá más. ¿De acuerdo? Le pediré una suma de dinero razonable que repartiréis entre las tres, yo no quiero nada. No será una fortuna, pero sí suficiente como para que os deis un capricho que normalmente no podríais. ¿Qué os parece?

Anya y Nuria se miraron con satisfacción, Sahar parecía algo incrédula con la idea de recibir una gran suma de dinero. Las tres abrazaron a Luna y rieron mientras decidían la cantidad exacta que le pedirían a Tristán. Después de ponerse de acuerdo, Luna les dijo que quería quitarse aquello de encina cuanto antes, así que fue directa al estadio donde solía entrenar Tristán con sus amigos y le pediría que le hiciera un ingreso. No quería alargar aquello más de la cuenta. Sus amigas estaban entusiasmadas con el plan y dijeron que esperarían impacientes a que volviera.

—¡Sin piedad con sus pelotas! — gritó Nuria a modo despedida.

VII

Caía ya la tarde mientras Luna se dirigía al estadio. Se sorprendió a sí misma de ver lo tranquila que estaba. No puedo permitir que esto me acabe pareciendo normal, se dijo a sí misma. Desde luego no le hacía gracia la idea de convertir a Tristán en un cajero automático humano, pero aun así sentía que había algo que le gustaba de todo aquello de un modo que era capaz de describir ni de admitir. Por supuesto, había aceptado hacerlo por sus amigas, eso era lo que ella misma se decía, como una pequeña compensación por todo lo que han sufrido. Por eso no iba a quedarse nada de dinero para ella, pensaba. Pero todo eso eran solo intentos de calmar aquella sensación extraña e inconfesable. Una sensación de placer.

Esperó apoyada en la pared frente al estadio hasta que vio salir a Tristán con su grupo de amigos. Hubiera jurado que sonreía algo menos de los habitual. Nada más verla, una punzada de pánico sacudió la mente de Tristán. Despidió rápidamente a sus amigos y fue directo hacia ella.

—¿Qué haces aquí, puta?

La agresividad de la pregunta dejó bloqueada a Luna durante unos instantes.

—Teníamos un trato, ¿te acuerdas? yo solucionaba lo de tu amiguita marrón y nos olvidábamos el uno del otro hasta que acabara el curso. Yo he cumplido así que vuelve con las zorras de tus amigas.

Luna se dio cuenta de que aquello no iba a salir bien si no se imponía. Tenía que atacar su autoestima como hizo la otra vez. Hacerle sentir miedo. Presionar su punto débil. Y sabía de sobra cuál era.

—Eh, calma, solo he venido a hablar— Luna esta vez estaba distinta, Tristán lo notó al instante. La vez anterior estaba en pánico y soltó todo su discurso como robot. Ahora en cambio se la veía mucho más tranquila. La muy zorra se está acostumbrando, pensó Tristán.

—Para empezar, no teníamos ningún trato — continuó Luna. —Creo que te lo resumí muy claramente… te tengo cogido por los huevos.

Esta vez lo dijo mucho más tranquila y esbozando una pequeña sonrisa al final, lo que perturbó mucho más Tristán. Sus palabras sonaron tan amenazadoras que casi sintió su mano oprimiendo literalmente sus genitales a través de sus pantalones cortos de deporte. En aquel momento Tristán sintió que no podía mostrarse débil, hizo lo posible por seguir mostrándose desafiante.

—No vas a conseguir nada de mí con simples amenazas, niña. Te funcionó una vez, pero no volverá a pasar. Si tienes algo con lo que crees que puedes hacerme daño, enséñamelo y haz que me acojone de verdad… porque si no voy a empezar a pensar que vas de farol.

Luna sintió una punzada de miedo. Él la miró fijamente, con su mirada fría y su sonrisa, que cada vez se hacía más grande. Por un momento, había vuelto a ver al Tristán de siempre, y si flaqueaba en ese momento, estaría todo perdido. Tenía que humillarle de nuevo, tenía que atacar su virilidad.

—Mira, Tristán, — dijo sonriendo, intentando fingir seguridad— no intentes ir de chulo conmigo, ya sabes que eso ya no funciona. Las fotos están aquí—  dijo levantando el móvil —pero no te las voy a enseñar por la sencilla razón de que no voy a hacer nada de lo que tú me pidas, esto es más bien al revés. De todas formas… esta será la última cosa que te pida. Deberás hacerla ahora y lo más rápido posible, y a partir de entonces todo se habrá acabado. Tú por un lado, mis amigas y yo por otro.

Le explicó a Tristán con detalle lo que tenía que hacer. Había varios cajeros en el campus y el más cercano estaba casi al lado. Irían hasta allí, le ingresaría la cantidad exacta en su cuenta y todo se acabó. En cuanto Tristán oyó hablar de dinero, su mente entró en pánico. Pese a la vida que llevaba, él apenas disponía de dinero propio, se lo ingresaba todo su padre. La cantidad ciertamente no era excesiva para el dinero que estaba acostumbrado a manejar, pero sí era más de lo que tenía en ese momento. Tendría que pedirlo a su padre. No podía mostrar debilidad ante aquella chica, pero satisfacer su petición en aquel momento sencillamente no le era posible. Y, en cualquier caso, una cosa era pedirle hacer cosas que pudiera lograr con su influencia en la Academia, pero pedirle dinero ya era demasiado. La situación estaba llegando al punto que él temía. Ya no solo le tenía cogido por los huevos, los estaba apretando.

—No pienso darte dinero, pide cualquier otra cosa—. No debía haber dicho eso, pensó al momento, había sonado desesperado.

Luna se dio cuenta de la debilidad y sonrió. Se encogió de hombros, sacó el móvil y comenzó a escribir en él. Sabía que esto no iba a ser buena idea, sabía que era peligroso jugar a esto con Tristán, lo sabía, lo sabía. Salió bien una vez y gracias, mejor era no arriesgarse. ¿Por qué había sido tan estúpida como para acceder? Ahora estaba rezando para que manipular el móvil tuviera el efecto esperado. Intentó sonar lo más fría y amenazadora posible cuando le dijo que las fotos estaban a punto de ser enviadas a uno de los chats de la Academia.

Tristán intentaba mantener la calma, pero el corazón le latía a mil por hora. Algo raro había ahí. Algo no le cuadraba. ¡No tenían las fotos! Las habían visto pero no las tenían, o quizás las hubieran borrado por error, o quizás… no todo eso eran locuras, pero estaba seguro de que algo raro había. Le sostuvo la mirada a la chica casi hasta el final, pero cuando ella levantó el dedo índice lentamente y se disponía a pulsar la pantalla del móvil, entró pánico. Sintió como si Luna estuviera a punto de apretar el botón que activase un detonador colocado alrededor de sus pelotas.

—¡Está bien! — gritó. — Dame unos minutos, solo una llamada y estará todo listo.

Luna estaba casi al borde del infarto, pero aquella reacción la tranquilizó. No le hacía gracia lo de la llamada, así que le exigió que la hiciera en ese instante y junto a ella, y si era algún truco, apretaría la pantalla al instante.

Aquello para Tristán era extremadamente humillante. Hasta hacía solo dos días, su padre era la única persona en el mundo que sentía que tuviera poder sobre él… y ahora la otra persona era esa chica a la que sacaba dos cabezas y que iba a escuchar toda la conversación con su padre. Sacó el móvil y marcó el número. Siempre sentía una punzada de pánico al hablar con él. No pasa nada, pensó, simplemente es para pedirle dinero, lo he hecho muchas veces y con cantidades incluso mayores, no hay problema. Luna podía ver perfectamente lo nervioso que estaba y eso la hizo contener la risa. Él se dio cuenta. Se sentía totalmente vulnerable en aquel momento, como si estuviera desnudo delante de aquella chica. Totalmente indefenso, como si aquella chica le hubiera atado una cuerda a sus genitales y estuviera tirando de ella. Totalmente emasculado, como si sus genitales ya solo estuvieran unidos a su cuerpo por un fino hilo de carne que pudiera romperse en cualquier momento.

La llamada solo dio un par de tonos antes de que su padre contestara. Su cara se tensó al escuchar fría voz de su padre. Luna se dio cuenta y ahora ya no pudo reprimir la risa, lo que hizo que Tristán sintiera como si el hilo que unía sus genitales a su cuerpo se hiciera aún más fino. La conversación fue breve y rutinaria. El ingreso estaba hecho. A continuación, acompañó a Luna al cajero sin decir nada y procedió a transferirle el dinero. En ese momento, ya no se sentía como un depredador, sino como un animal de granja al que llevan resignado al matadero.

Una vez hecha la transacción, cada uno se fue por su lado, sin decir nada. Luna fue directa a la residencia, donde se reuniría con sus amigas, les contaría cómo había ido y transferiría el dinero a cada una. De camino, Luna no pudo reprimir la risa al recordar el grito agudo de Tristán cuando ella estaba a punto de apretar la pantalla de su móvil. Verdaderamente, la voz de alguien a quien están apretando los huevos debía sonar muy parecida, pensó divertida.

Sus amigas la esperaron al llegar y estallaron en carcajadas de euforia cuando les contó la situación con Tristán. Subieron todas a la habitación y les hizo la transferencia a cada una. Lo que más emocionó a Luna fue la reacción de Sahar al ver la cantidad. A la chica se le saltaban las lágrimas y a diferencia de sus dos amigas, ella no pensaba gastarlo en nada, sino guardarlo para sus padres. Luna se fue a la cama aquella noche con una extraña sensación de excitación. Será por los nervios, pensó. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió ganas de masturbarse. Será para calmar los nervios, quiso creer.

VIII

Por la mañana se sintió extrañamente tranquila. Ese día lo tenían libre, así que ella decidió pasar ese día relajada. Dedicaría la mañana y parte de la tarde a leer y después se daría una larga ducha. Tanto Anya como Nuria pensaban aprovechar para hacer compras en la ciudad y Sahar quería hacer una larga llamada a su casa.

El día transcurrió con normalidad. Hacía tiempo que Luna no se sentía tan bien. Todavía no podía creer lo bien que había salido el plan con Tristán pese a lo cerca que había estado de fracasar. Sus amigas habían recibido su compensación en forma de dinero, pero Luna creía que ni todo el dinero del mundo podía igual la satisfacción que había sentido ella al ver a Tristán tan desesperado y humillado. Solo aquello ya compensaba todos los malos ratos que les había hecho pasar desde hacía ya tanto tiempo.

Sentía como si de alguna manera todo esto la hubiera cambiado, lo cual le daba también un poco de miedo. Se sentía mucho más segura al ver de lo que era capaz, al ver cómo podía someter a un hombre grande y orgulloso como Tristán. Se miró al espejo y aunque su cara era la de siempre, sí veía algo diferente en ella. Se quitó la ropa y se contempló totalmente desnuda. Luna no era ni muy alta ni muy baja. Se consideraba de talla media, no tan alta como Anya ni tan baja como Nuria. Su cuerpo no era todo lo esbelto que a ella le gustaría. No le sobraba kilos, pero era ancha de caderas y tenía el pecho más grande de lo que hubiera querido. En la adolescencia le avergonzaba y ahora solía ocultarlo con prendas anchas. Sin embargo, en aquel momento, al mirarse completamente desnuda frente al espejo, se encontró perfecta. No es que su cuerpo hubiera cambiado, sino ella.

Se metió en la ducha y cuando el agua tibia el empapó todo el cuerpo comenzó a recordar esa extraña sensación de placer que sintió el día anterior antes de su encuentro con Tristán. También recordó ese inesperado impulso de masturbarse por la noche. Llevaba días intentando negarlo, quizá desde el mismo momento en que tomó forma en su cabeza la idea del chantaje a Tristán, pero había algo que le gustaba en todo aquello, que le gustaba de una forma que le avergonzaba y horrorizaba admitir. Recordó toda la escena con Tristán, recordó lo poderosa que se había sentido… mientras pensaba todo eso su coño estaba tan mojado que apenas necesitó tocarse para correrse salvajemente bajo la ducha. Se sintió relajada y orgullosa de lo bien que estaban saliendo las cosas, aunque una vez pasada la excitación se esforzó en recordarse que todo aquello lo había hecho por unas causas muy concretas, para ayudar a Sahar y para vengar a sus amigas. Salió de la ducha, se envolvió en una toalla y abrió la puerta del baño.

En el centro de la habitación, de pie junto a la cama, se encontraba Tristán. Tenía el móvil y el ordenador de Luna destrozados junto a él.

—Los he comprobado antes, no hay ni rastro de las fotos—. Dijo con una amplia sonrisa mientras se acercaba lentamente a ella. Nunca había tenido un aspecto tan amenazador, sus ojos azul metálico parecían brillar y su sonrisa, tan grande como siempre, tenía un aspecto absolutamente perverso. Luna sintió una oleada de pánico, podría haber vuelto a entrar al baño y encerrarse allí, pero estaba totalmente bloqueada. Toda la seguridad y la sensación de poder que sentía se hacía añicos. Tristán llegó hasta ella y la agarró por los hombros mientras sonreía, luego sus manos fueron bajando y la palparon todo el cuerpo. Aquel joven era varias cabezas más alto que ella y todo músculos, en sus manos Luna parecía una muñeca.

—Ya no eres tan dura, ¿verdad?

La mente de Luna trató de pensar. Estaba absolutamente aterrada, envuelta solo en una toalla mientras aquella fiera la manoseaba.

—Tengo las fotos, tengo las fotos, no sabes lo que estás haciendo…—balbuceaba Luna inútilmente.

—No tienes una mierda—, le espetó él con despreció.

Sin dejarla decir nada más, le arrancó la toalla dejándola completamente desnuda. Luna intentó cubrirse con las manos y él se echó a reír. Hizo una exclamación obscena al comprobar el tamaño de los pechos de Luna. Ella tenía miedo, pero también sentía un enorme desprecio hacia él, a quien intentó desafiar incluso entonces.

—Me sorprende que te guste lo que ves — dijo Luna mirándole con cara de asco.

Él no esperaba un comentario así en aquella situación, su cara se contrajo de ira.

— Ven aquí, zorra, ahora verás lo que me gusta—. La agarró y la estrechó con fuerza contra sí. Luna pudo sentir claramente una enorme erección a través del pantalón.

—Escúchame bien, puta. Este jueguecito que has intentado ha sido el peor error de tu vida. Podría hacer contigo ahora mismo lo que me diese la gana, pero prefiero destrozaros la vida a ti y las putas de tus amigas. Le contaré a mi padre que habéis intentado chantajearme con unas fotos, no necesito ser sincero sobre el contenido, sé que se enfurecerá conmigo por haber sido imprudente, pero me da igual, porque con vosotras no tendrá piedad. La madre de esa enana pelirroja estará en la calle mañana, tenlo por seguro. La zorra esa rubia acabará expulsada, encontraremos gente mentirá y dirá que hace de puta en los lavabos de la Academia. Será un escándalo y no la querrán en ningún lado. Y la peor parte se la llevará la gorda mora esa con la que te juntas. Investigaremos a su familia y les acusaremos de cualquier cosa, narcotráfico, terrorismo… algo que suene creíble viniendo de esa gentuza. Y en cuanto a ti… todavía lo estoy pensando, pero me he estado informando sobre tu padre y ganó mucho dinero en muy poco tiempo. Mi padre tiene abogados que seguramente encontrarán algo turbio detrás. Le espera una buena temporada en los tribunales y con suerte, acabará en la cárcel.

Luna se dio cuenta de que Tristán se estaba frotando contra ella mientras le decía todo eso. Cuando terminó de hablar, la empujó contra la pared, Luna cayó al suelo de rodillas y entonces él se sacó su enorme erección del pantalón y eyaculó sobre Luna. Una generosa descarga de espesa leche blanca cayó sobre el pelo oscura y la cara de Luna. Él se rio con una sonora y violenta carcajada.

—Eso es para que tengas un recuerdo de mis huevos, zorra—. Se dio la vuelta sonriendo y salió de la habitación muy despacio. Luna se quedó sola, de rodillas, marcada con el semen de Tristán, intentando digerir todo lo que acababa de ocurrir. Antes de que pudiera si quiera pensar con claridad, vomitó sobre la alfombra.

IX

Las siguientes horas fueron como de pesadilla. Luna se quedó en el suelo mucho rato, hasta que oyó la puerta y entonces tuvo el impulso de entrar a gatas en el baño y encerrarse. Resultó ser Sahar, pero Luna no quería que la viera así. Se limpió en el lavabo la cara y el pelo, se puso un camisón que tenía en la percha y salió del baño intentando mostrar cierta entereza, pero se derrumbó al instante en los brazos de Sahar.

Anya y Nuria habían ido juntas a la ciudad, pero allí se separaron. Nuria quería ir a comprar una cámara profesional para un proyecto de cine que tenía que hacer para una asignatura optativa. Mientras, Anya se quedó mirando ropa en otra tienda. Pero alguien las había estado siguiendo. La tarde ya caía y mientras Anya esperaba en plena calle a que Nuria volviese, un individuo con capucha la atacó, le dio un golpe en el ojo y la robó el bolso. La calle estaba en ese momento poco transitada y aunque los gritos de Anya alertaron a algún viandante en la otra acera y a los empleados de las tiendas, nadie llegó a tiempo para atrapar al ladrón. Cuando Nuria apareció, fueron justas al hospital, intentaron contactar con Nuria y Sahar para contarles lo ocurrido, pero no contestaron.

Al día siguiente, cuando Luna se enteró de lo que le había ocurrido a su amiga, no tuvo ninguna duda, Tristán estaba detrás. No quería dejar ningún cabo suelto y como fue Anya quien supuestamente había sacado las fotos, necesitaba también su móvil por si acaso. Luna se sintió completamente culpable, por su culpa habían golpeado a su amiga y por su culpa todas las demás iban a sufrir las consecuencias. Había jugado con fuego y se acabó abrasando… y por el camino había arrastrado a sus amigas a las llamas.

Quedaron esa tarde en la cafetería de siempre, que ahora parecía un lugar distinto. Más oscuro, siniestro. No se atrevía ni a mirarlas a la cara, pero les contó todo lo que le había dicho Tristán. Lo único que omitió fue el grotesco detalle de la corrida, no quería que sus amigas lo supieran, eso se lo quedó para ella. Las cuatro chicas permanecieron en silencio. Sus vidas estaban a punto de quedar destrozadas, pero ninguna de ellas culpó a Luna. Ellas la empujaron a continuar con el chantaje, cada una de ellas se sentía igual de culpable que la propia Luna. Quizá por eso sacaron fuerzas para no llorar, se habían cavado su propia tumba y debían asumirlo. Si tan solo hubiera alguna salida, pensaban todas, si hubiera algo que se pudiera hacer… era la desesperación, la negación de la realidad que las hacía pensar así, pero no tardaron en compartir esos pensamientos en voz alta. Quizá negociar con él, quizá ofrecerle algo a cambio, quizá disculparse… ideas infantiles y ridículas, acababan concluyendo.

Pero entonces, pasó algo. Junto a la gran cristalera de la cafetería, pasó Tristán con otro chico. Fue Anya quien se dio cuenta y alertó al resto. Todas miraron con cierta indiferencia a los dos jóvenes pasar, pero Anya vio algo que ellas no veían. El chico que iba con Tristán era el que aparecía en las fotos. Cuando la chica compartió esa información, algunos engranajes empezaron a girar. Nuria dijo saber quién era, al parecer se llamaba Nico y se alojaba en una residencia diferente a la de Tristán. Entonces Luna se dio cuenta de que también le conocía, era el chico rubio que acompañaba a Tristán la primera vez que ella fue a hablar con él. Tenía todavía su imagen fresca en la mente. Algo más alto y más musculoso que Tristán, pero con una cara dulce y aniñada. Luna se dio cuenta de que salían juntos de la residencia de Tristán a primera hora de la mañana. Si el chico no se alojaba allí, significaba que habían pasado la noche juntos… Entonces Luna urgió a sus amigas a que le siguieran.

Mientras salían a la calle, les explicó su plan. Un plan absurdo y desesperado, pero no les quedaba otra salida así que todas se aferraron a él como a un clavo ardiendo. Les seguían a bastante distancia, suficiente para que ellos no se dieran cuenta. Tenían los dos un aspecto formidable, pese a la impresionante altura y musculatura de Tristán, en efecto Nico le superaba un poco en ambas, sin embargo, no resultaba en absoluto igual de amenazador. Además de la dulzura de su cara, tenía el pelo rubísimo, liso y peinado hacia un lado, con el flequillo cayendo levemente sobre su frente, lo que le hacía parecer un príncipe de cuento. Eso contrastaba con la dureza del corte de pelo casi militar de Tristán. Se detuvieron al confirmar que, en efecto, los dos se dirigían a la residencia de Tristán. Fue entonces cuando pusieron en marcha el plan.

Tristán caminaba junto a Nico con gran seguridad. Los dos jóvenes de vez en cuando compartían alguna broma. Tristán estaba tranquilo, por primera vez en varios días. Se había librado por fin de aquel problema y lo único que lamentaba era haber sido tan estúpido como para caer en el engaño desde el principio. Esa era una debilidad que no se volvería a permitir. La primera vez no llegó a sospechar nada, la chica le dejó totalmente noqueado, pero la segunda vez ya empezó a ver cosas que no le gustaban. Notó una duda en ella que no hubiera sido normal en alguien en esa posición sobre él. Aunque en el momento flaqueó, al día siguiente decidió actuar fiándose solo de su instinto. Y acertó. Sonrió para sí al pensarlo, era un auténtico depredador y aquellas insignificantes hembras no sabían con quién se habían metido. No fue difícil encontrar a alguien que le hiciera el trabajo sucio con Anya, Por un momento se llegó a plantear registrar las habitaciones y los móviles también de las otras, pero ya hubiera sido demasiado arriesgado y algo le decía que no había necesidad, como así fue. Lo que tenía claro era que de Luna se quería ocupar él en persona. Aquella zorra le había humillado como nadie en su vida, pero se la había devuelto, y eso que aún no había acabado con ella. Sintió como la erección le apretaba el pantalón al pensar eso. Se sentía de nuevo viril y poderoso. Desde luego, ya nadie le agarraba los huevos. Se los acarició brevemente con el dedo desde el bolsillo del pantalón. Ahí estaban, gordos como los de un toro. Esa idea le hizo sonreír. Aquella había sido una semana dura, esta noche le tocaba pasárselo bien.

X

Las chicas ya tenían claro lo que tenía que hacer cada una. Primero pasaron por el cajero y Anya, Nuria y Sahar sacaron una parte del dinero que les había ingresado Luna. Después fueron cada una a su habitación, se peinaron lo más rápido que pudieron, se maquillaron y se vistieron como si fueran a salir de fiesta. Sahar cogió un destornillador y algo de alambre que tenía en su habitación, restos de un proyecto para una asignatura de ciencias, y Nuria preparó la cámara que se había comprado el día anterior. Cuando estuvieron listas, las cuatro se dirigieron a la residencia de Tristán. El guardia de seguridad de la entrada las dijo que podían pasar si no se alojaban allí, pero ellas insistieron en que iban a ver a unos amigos. El hombre tenía claras las normas, pero la insistencia y el entusiasmo de las chicas le hicieron dudar. Las dudas se terminaron disipando cuando ellas le ofrecieron una generosa propina. No era la primera vez que sucedía, eran ventajas de vigilar una residencia para niños ricos. Lo único que las pidió fue que se identificaran y las advirtió de que si alguien denunciaba algún robo los días siguientes, las haría responsables. Ellas se rieron y saludaron al guardia con amabilidad… no, no era esa su intención.

Subieron hasta la habitación, trataron de abrir la puerta con mucha suavidad pero, tal y cómo sospechaban, tenía el pestillo echado. Era la puerta de una residencia, no estaba blindada y no suponía un reto grande para Sahar. Su hermano era cerrajero y la había enseñado alguna vez abrir puertas mucho más complicadas que ella. Solo necesitó un momento de concentración y con el destornillador y el alambre hizo su magia.

Abrieron lentamente la puerta y entraron en la habitación. Aunque el sol se empezaba a poner, la luz todavía inundaba la habitación. Avanzaron despacio mientras Nuria sujetaba encendida su cámara. Se detuvieron las cuatro frente a la cama y pasaron unos largos segundos hasta que quienes estaban en ella se percataron de su presencia. Los dos jóvenes estaban tumbados de medio lado, en pleno frenesí sexual. Los dulces y carnosos labios de Nico se entreabrían mientras Tristán le daba violentas embestidas por detrás. Nuria no perdía detalle con su cámara, la cara de Tristán se distinguía perfectamente con la estancia iluminada, pese a estar contraída de forma fiera por la fuerza y el placer. Vieron el enorme y grueso pene de Tristán entrar una y otra vez en el ano de aquel musculado efebo, como si fuera la pieza de un motor. Sahar se sintió horrorizada, la escena se clavó a fuego en sus retinas. Nunca en su vida había visto a un chico desnudo, ahora tenía delante de sí a dos, y además follando. Había escuchado alguna vez en su casa y en la mezquita hablar de eso, de ese horrible pecado, de lo malvados que eran los hombres que lo hacían y del castigo que merecían. Nunca había conocido a ninguno, pero en efecto, Tristán era muy malvado y en efecto, merecía un buen castigo. Lo que la hizo esbozar una sonrisa fue el aspecto, en su opinión bastante cómico, que tenían las pelotillas de Tristán cuando rebotaban en las nalgas del pasivo.  Son como cerecitas, pensó.

Tras unos segundos que parecieron interminables, los dos jóvenes se sobresaltaron casi al unísono al descubrir a esas cuatro chicas a los pies de su cama, serias y solemnes…y con una cámara encendida. Los dos intentaron salir de la cama de un salto, pero estaban tan nerviosos que prácticamente rodaron por el suelo. Intentaban taparse sus partes torpemente con las manos, pero de poco servía. Anya se avergonzó por sentir un punto de excitación al contemplar el cuerpo escultural de aquellos jóvenes. Nico tenía un físico verdaderamente admirable. Altísimo y con unos brazos y unos abdominales tan marcados que parecían hechos para una lección de anatomía, húmedos y brillantes por el sudor del coito anal que habían interrumpido. La mandíbula cuadrada y la nuez prominente le daban un aspecto viril parecido al de Tristán, pero aquel tan rubio, casi blanco, esos ojos tan azules, la nariz no muy grande y esos labios pequeños y gruesos, casi femeninos, le daban un aspecto angelical, que contrastaba con su cuerpo de coloso. Anya también se avergonzó al fijarse en sus miembros, aún en semierectos. El de Nico era muy grueso y con grandes huevos cuyo contorno se distinguía a la perfección, pero no era tan grande como el de Tristán, que aunque casi igual en grosor, era bastante más largo y estaba acompañado por aquellas dos pesadas bolas que colgaban casi tanto como el propio miembro dentro de su largo escroto.

Luna se acercó con determinación a Tristán, que la miraba con la cara desencajada de ira y no paraba de proferir insultos. Luna los ignoraba todos. Cuando estuvo a su altura, el joven atleta la agarró con una mano del hombro y la zarandó como una muñeca. Ella no hacía ni caso de lo que decía. Todo ocurrió muy rápidamente, en apenas segundos, sus amigas no tuvieron tiempo de reaccionar y Nico tampoco. Mientras Tristán tenía a Luna firmemente agarrada del hombro con una mano, con la otra se dispuso a abofetearla. Ella tenía claro lo que tenía que hacer. El joven estaba completamente desnudo frente a ella, con las piernas separadas, agarrándola con fuerza, dominándola físicamente como si ella estuviera hecha de trapo. Solo dos veces tuvo ocasión de cruzarle la cara antes de que la mano derecha de Luna se lanzara directa a por sus testículos. El gran tamaño del joven hacía que sus partes más vulnerables le quedasen muy a mano a la chica y había cometido el error de tener las manos ocupadas, con lo que el punto más débil de su anatomía quedaba desnudo y totalmente expuesto. Todos los músculos de la cara de Tristán se contrajeron. Su cara fue parecida a la que puso la primera vez que Luna le chantajeó, pero mucho más exagerada. Su boca estaba abierta como si fuera a gritar, pero no saliera nada, y hubiera sido físicamente imposible que sus ojos estuvieran más abiertos. Las grandes y fuertes manos del joven se dirigieron instintivamente a agarrar el antebrazo de Luna. Era capaz de apretar con extraordinaria fuerza, pero cuanto más apretaba él, más apretaba ella, y cuanto más apretaba ella, más le fallaban las fuerzas a él. Nico miró la escena con horror e incredulidad, trató de separar a ambos mientras pedía ayuda a gritos. Luna no tenía nada en contra de aquel joven con cara de ángel, pero no podía permitir que alertase a nadie, así que con gran rapidez, en un acto casi instintivo, agarró con su mano izquierda los testículos de Nico y los apretó con fuerza. El joven quedó petrificado, sus manos se detuvieron al instante en su torpe intento por separarles y sus dulces labios enmudecieron.

La cámara de Nuria siguió grabando toda la escena. Luna estaba de espaldas, con su negro pelo suelto, como siempre que salía de fiesta. El vestido ajustado que llevaba marcaba toda su silueta curvilínea. Frente a ella y a ambos lados, se alzaban como dos altas torres aquellos dos atletas, desnudos como héroes griegos, brillando de sudor. Héroes derrotados, en este caso. Sus caras no paraban de gesticular, reflejando pánico y desesperación. Sus cuerpos estaban ligeramente inclinados hacia adelante y sus manos se aferraban con impotencia a los antebrazos de Luna, que mantenía con firmeza su agarre. A Nuria le pareció divertido hacer zoom a los testículos de ambos, deteniéndose especialmente en los de Tristán. Los prominentes atributos del chico sobresalían apretados entre los dedos de Luna. Ella había ido con calma moviendo los dedos sin soltar el agarre hasta que aquellas bolas carnosas habían quedado perfectamente ajustadas en su mano, sin posibilidad alguna de liberarse. Las de los dos.

Nuria intentaba reprimir las carcajadas, pero ya era imposible. La imagen era grotescamente divertida, con su amiga sometiendo cruelmente a aquellos dos tipos varias cabezas más grandes que ellos. ¿De qué les sirve ahora su altura?, pensó divertida mientras recordaba las veces en que tipos como aquellos se habían burlado de su corta estatura. Aquellos atletas amigos de Tristán, cortados todos por el mismo patrón. Tan altos, tan fuertes, tan perfectos. Tan arrogantes y tan seguros de sí mismos. Tan masculinos y tan orgullosos de sus pollas. Pues allí estaba Luna demostrando lo que le impresiona todo eso a una mujer a la que han llevado al límite de su paciencia. Oh, sí, nena, ¡no los sueltes!, pensó sonriendo maliciosamente.

Anya contemplaba la escena sin creer lo que estaba viendo. Había algo casi artístico en aquella imagen, parecía un grupo escultórico o una escena de un cuadro. Es por la simetría, pensó Anya. Una figura en el centro, sometiendo con las dos manos a dos figuras casi idénticas que tiene a ambos lados. Todo le parecía tan irreal a Anya que no pudo evitar que su mente divagara y recordara escenas similares de las clases de arte. Los relieves babilonios con el héroe Gilgamesh sujetando a dos leones por la cola. Aquella metopa de Paestum, en Italia, donde se ve a Hércules cargando con los Cercopes, que cuelgan a ambos lados de él. O aquella terrorífica dovela de la Puerta del Juicio de la Catedral de Tudela, donde dos hombres cuelgan bocabajo, totalmente desnudos, amarrados a cada extremo de una vara que porta un demonio por una gruesa cuerda anudada a sus genitales. Sí, a eso a era a lo que más le recordaba, a Tudela. Desnudos y amarrados por los huevos. Anya continuó mirando la escena extasiada, analizando cada ángulo de sus cuerpos y sus caras, como hipnotizada.

A Sahar aquella escena le resultaba inconcebible. Nunca había podido imaginar que una mujer pudiera llegar a tener ese poder sobre unos hombres. Pero no eran hombres normales, se dijo. Eran aquello de lo que una chica nunca debe hablar. Hombres malos y rebeldes, que se alzan contra la ley Allah y de su Profeta. Alguna vez había escuchado a su padre y a su hermano hablando sobre ellos en casa. “Tendrían que caparlos como si fueran cerdos”, decían. Bueno, aquello era más o menos lo que estaba haciendo Luna. También recordó alguna prédica en la mezquita sobre ellos. Hombres malvados y sin ninguna piedad. Sí, como Tristán. A quienes Allah castigaría con dureza en el mismo órgano con el que pecaron. Justo lo que Luna estaba haciendo en aquel momento. Apenas podía Sahar ordenar sus pensamientos, pero de alguna manera sentía que aquello estaba siendo algo justo y bueno. Que Luna estaba haciendo cumplir la voluntad de Allah. En aquel momento, para Sahar la mano de Luna oprimiendo despiadadamente los frágiles órganos reproductores de aquellos dos jóvenes pecadores era la mismísima mano de Dios.

Tristán apenas podía pensar con la extrema agonía a la que estaba siendo sometido. En el momento mismo en que vio a las chicas frente a su cama, sintió una punzada de pánico que al instante se transformó en ira ciega. Ni siquiera se paró a pensar en las consecuencias cuando se abalanzó sobre Luna, la hubiera matado a golpes allí mismo si hubiera podido y luego hubiera hecho lo mismo con las otras… pero no pudo. En el instante en que notó aquella mano agarrando sus huevos, todos los músculos de su cuerpo se tensaron a la vez. Le costó unos instantes entender lo que estaba pasando. No sabía exactamente cuánto tiempo llevaban así, era como si el tiempo se hubiera detenido. Al fondo de la habitación, justo frente a él estaban aquellas tres chicas, con la cámara filmando en todo momento. Sus caras reflejaban diversión, incredulidad, desprecio y una pizca de placer sádico. Tristán no podía soportar aquellas caras con aquellas sonrisas. Aquella humillación estaba mucho más allá de lo que nunca hubiera sido capaz siquiera de imaginar. Él siempre había despreciado a las chicas en general. Había sobado y se había dado el lote con muchas, pero el sexo con ellas no tenía interés. Para él lo más excitante del sexo era la sensación de poder sobre la otra persona y aquello con esas criaturas frágiles y débiles no tenía demasiado encanto. Le excitaba mucho más la idea de penetrar a un igual, alguien que estuviera a su altura y que sin embargo se dejase someter. Y entre las chicas también había categorías, estaban los pibones que podían exhibirse en fiestas para dar envidia a los otros tíos, pero luego estaban chicas como aquellas. Anya era la única que podía entrar en la categoría de pibón, pero Nuria era de lo más insignificante y la mora prácticamente ni contaba… pues allí estaban las tres. Seres insignificantes, muy por debajo de él en la pirámide y que sin embargo estaban disfrutando al verle humillado, totalmente desnudo, sufriendo un dolor como nunca en su vida había sentido.

Notaba como si las pelotas le fueran a estallar de un momento a otro y todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo estuvieran en llamas. Y justo frente a él, solo a unos centímetros por debajo de su cara… estaba ella. Apenas se atrevía a mirarla. Llevaba desde el principio tratándose de zafarse del agarre, pero era inútil, apretaba con sus dos manos el antebrazo y la muñeca de la chica, pero tenía todo su escroto rodeado con la palma de su mano y sus finos dedos se aferraban con fuerza en torno a sus testículos exactamente igual que los dientes de un cepo. Él abría y cerraba los ojos y cuando miraba a la cara de Luna sentía auténtico terror. Su cara era totalmente fría y sus ojos se clavaban en él como si le estuviera apuñalando con ellos. Las palabras que le dijo hace día aún sonaban en su cabeza. “Te tengo cogido por los huevos”. Nunca pensó que aquella frase que tan humillado le había hecho sentir acabaría volviéndose tan dolorosamente literal.

Luna tenía totalmente controlada la situación. En aquel momento era la única en aquella habitación que estaba tranquila y tenía en orden sus pensamientos. Todavía debía prolongar un poco más el sufrimiento del joven semental, era necesario llevarlo al límite de su aguante. Aquella debía ser una humillación que el chico no olvidase jamás. Luna clavó sus ojos en él. Tristán abría y cerraba los ojos, miraba a todas partes, rehuía mirarla directamente a la cara, pero cuando lo hizo, Luna pudo sentir perfectamente su pánico. Te tengo cogido por los huevos, pensó para sí, esbozando una leve sonrisa que a él debió parecerle absolutamente macabra. En ese punto Luna ya era plenamente consciente de que aquello la excitaba de alguna extraña y perturbadora manera. No el contacto físico en sí, que le parecía repugnante, sino la sensación de poder. Sentir su miedo y su angustia y saber que era ella quien lo provocaba. Le excitaba también pronunciar aquellas palabras. Decirle a la cara que le tenía cogido por los huevos la ponía cachonda. Tanto que en aquel momento su mente jugueteaba buscando sinónimos. Tristán, te tengo cogido por los huevos. Tristán, te tengo agarrado por las pelotas. Tristán, tengo tus testículos en mi poder. Tristán, voy a aplastarte los putos cojones. Tristán, tus gónadas son ahora mías. Tristán, si quiero puedo arrancarte los genitales. Tristán, si quisiera podría castrarte como el cerdo que eres sin que pudieras hacer nada. Tristán, quiero oírte gritar mientras te capo con mis propias manos. Le hubiera gustado decir cualquiera de esas frases, regodeándose en cada sílaba, pero en realidad lo consideraba innecesario. Antes tenía fuerza como metáfora, pero ya no necesitaba metáforas. Lo estaba haciendo de verdad.

Sentía el calor palpitante que desprendían aquellos órganos en ambas manos. Los de Tristán eran más fáciles de agarrar porque colgaban más, aunque los de Nico quizá fueran más gordos. Su atención estaba tan fija en Tristán que casi ni pensaba en el otro chico, le miró y vio que tenía la cara llena de lágrimas, pero no podía permitir que se le escapara, así que no aflojó. A continuación, se preparó para hablar, pero antes quiso llevar al máximo el sufrimiento, así que apretó con todas sus fuerzas y levantó las manos, obligando a los dos jóvenes a ponerse de puntillas sobre sus pies desnudos. Los ojos y la boca de Tristán se abrieron aún más, dejando escapar patéticos sonidos guturales, y su cuerpo se dobló todavía más hacia delante, hasta el punto en que su cara quedó al mismo nivel que la de Luna, a escasos centímetros, casi como si se fueran a besar. Nico, que era aún más alto, se dobló todavía más, sollozando. Visto en perspectiva, le hubiera gustado ocasionarle el menor daño posible al otro chico, pero en aquel momento era la última de sus preocupaciones.

—Ahora sí que tenemos un vídeo en nuestro poder y como puedes ver, es mucho peor que aquellas fotos. Ahora ya no tendremos ninguna piedad contigo. Ya no se tratará de un favor puntual, ahora estarás completamente a nuestras órdenes de aquí a que nos vayamos de la Academia o de lo contrario todos verán cómo te follabas a tu amigo segundos antes de que una chica te apretara sin piedad los huevos. Desde luego, si el vídeo saliese a la luz podría tener consecuencias para mí, pero la humillación que supondría para ti te perseguiría de por vida y estoy segura de que no es eso lo quieres. Y por supuesto no intentes nada esta vez. Nos has enseñado hasta dónde eres capaz de llegar, y gracias a eso ahora tomaremos medidas. Este vídeo estará alojado en un servidor online y ni aunque destroces nuestras habitaciones podrás dar con él.

La cara del chico estaba tan roja y contraída que parecía a punto de desmayarse, pero le pidió que asintiera si lo había entendido y él, obedientemente, lo hizo. Luna liberó el agarre y los dos jóvenes cayeron al suelo como si fueran sacos inertes. En el suelo, desnudos y destrozados, los dos se aferraban a sus recién recuperados genitales, con la cara contraída por el dolor, en el caso de Nico, llena de lágrimas. Ambos tenían la mirada perdida, clavada en el suelo, y ni se atrevían a mirarlas. Tristán era en aquel momento la viva imagen de la derrota. Luna se dirigió impasible hacia la puerta y sus amigas la siguieron, dirigiendo miradas curiosas y burlonas a aquellos dos cuerpos viriles que yacían en el suelo.

Antes de salir de la habitación, Luna se volvió una última vez hacia Tristán, que jadeaba aferrado a sus desafortunados testículos.

—Y no te equivoques, Tristán, no te he soltado los huevos. Ni lo haré nunca.

XI

Ya nada volvió a ser como antes para ninguno de los que estuvieron en aquella habitación. Tristán se había pasado tanto con las chicas que ahora ellas no sentían ningún remordimiento por todo lo que le hicieron. Los meses siguientes, no dejaron de ordenarle que interviniera por ellas para cualquier cosa. La influencia de Tristán sobre la gente y sobre el director era total. Él era el amo de la Academia… y ahora ellas eran las amas de Tristán. Usaron aquel poder en primer lugar para evitar que pusiera a la gente en su contra, lo que hizo que comenzaran a socializar más. Organizaron sus propias fiestas sin que Tristán hiciera nada para impedirlo y comenzaron a ser populares. Por otra parte, también usaron a su ahora fiel Tristán para conseguir toda clase de favores que les dieron casi total impunidad, la misma de la que había estado gozando él hasta entonces. El vínculo de las cuatro amigas se estrechó hasta convertirlas casi en hermanas, o en algo más en el caso de Sahar y Luna. Además de admiración, respeto y gratitud, Sahar sentía hacia Luna un afecto que iba mucho más allá de la amistad, como tendría ocasión de comprobar durante los meses siguientes.  Y cuando el curso terminó, Luna ordenó a Tristán que interviniera para que el premio extraordinario se lo dieran a Sahar y no a él, que es lo que hubiera ocurrido. Aquello fue lo más doloroso de cumplir para Tristán, pero se vio obligado a hacer, como todo lo demás.

Tristán, por su parte, vivía en un infierno. De cara a los demás era el mismo de siempre, arrogante, confiado, dominante… pero en realidad era una máscara. Sentía como si estuviese interpretando un papel cuando acudía a las fiestas o era saludado con admiración por sus amigos después de ganar un partido. Después de aquellas ocasiones, cuando se quedaba solo, se daba cuenta de lo que era realmente. Era el sumiso siervo de aquellas cuatro. El recuerdo de aquella terrorífica humillación era tan fuerte y tan castrante que ni siquiera se atrevía a denominarlas de ninguna forma cuando pensaba en ellas. Ya no eran “chicas”, ya no eran “niñatas”, ni siquiera “putas” o “zorras”. Eran sencillamente “ellas”. Monstruos femeninos salidos de una pesadilla pero que habitaban en el mundo y que le habían convertido en su esclavo eunuco. Peor incluso, pensó. Al menos esos desafortunados hombres ya no tienen nada que perder. Él todavía conservaba sus bien dotados atributos intactos y aunque su aspecto no había cambiado, le parecían menos impresionantes que antes. Los huevos le estuvieron doliendo un día entero después de aquella tarde, pero incluso meses después, no había desaparecido todavía una sensación de presión permanente en el escroto. Era la certeza de que sus huevos ya no eran suyos, los tenía prestados, si todavía colgaban pesadamente entre sus piernas era solo por la generosidad de su verdadera propietaria. Después de aquello, no quería volver a sentir el tacto de una chica en toda su vida. Tampoco era capaz de conseguir ya erecciones completas. Se sentía tan emasculado que apenas conseguía endurecer su miembro lo suficiente como para masturbarse brevemente y con poca frecuencia. En cuanto a Nico, no volvió a hablar con Tristán después de aquello ni se juntó con su grupo. A sus compañeros de equipo y las chicas que les acompañaban les pareció extraño, pero dieron por hecho que por alguna razón había caído en desgracia ante Tristán, como tantos otros, y que por tanto lo mejor era hacer lo que se hacía siempre, evitar todo contacto con él, como si fuera un apestado, para no soliviantar al líder.

Meses después, llegó al fin el día de la graduación. Sahar subió al escenario del salón de actos para recibir su premio, mientras sus tres amigas aplaudían con entusiasmo desde la primera fila. Tenía preparado un discurso de agradecimiento, un mero formalismo, pero en el que tendría palabras en espcial para Luna, que tan importante se había vuelto para ella en los últimos meses. El premio venía acompañado también de dinero en metálico, que sería de gran ayuda para su familia. Desde lo alto del escenario, miró al fondo de la sala y vio allí el inmenso lienzo barroco que presidía el lugar, una representación de la patrona de la Academia, Santa Honorata, con aspecto bello y virginal, pero con determinación, sometía con ambas manos a un individuo musculoso y de rostro demoníaco, que simbolizaba el pecado. Ajena a toda iconografía cristiana, lo único que pensó Sahar al verlo era en lo mucho que le recordaba a Luna.