Chantaje 2

Julia recuerda cómo su naturaleza ardiente y deseosa de sexo la metió en este chantaje que ahora le hace su hijo.

Chantaje

Capítulo 2: El gasfiter

Deseo agradecer los elogiosos comentarios que me han echo llegar por correo o en este sitio. A todos, muchas gracias y espero sinceramente no desilucionarlos con este segundo capítulo.


Su marido se movía  cada vez a mayor velocidad, señal de que su clímax estaba cercano. Esperaba que le llegara pronto  para terminar de fingir un gozo que estaba muy lejos de sentir . Aumentó los movimientos de su cuerpo y se aplicó a mover su pelvis arriba y abajo, de manera que su vagina rozara permanentemente la verga que la penetraba, pues  sabía por experiencia que él no podría resistir mucho tiempo este tratamiento.

Y así fue.

Las embestidas de él aumentaron de intensidad y  unos quejidos desesperados, que le parecían  más los de alguien a punto de ahogarse, le indicaron que su marido estaba acabando. Y cuando terminó de vaciar en su interior la esperma que expulsaba, con un gran suspiro de satisfacción se acostó a su lado y, con unos monosílabos que bien podrían significar buenas noches o gracias o que le había gustado, se acomodó para dormir.

De un tiempo a esta parte sus relaciones maritales tenían el mismo tono monocorde: él la buscaba y ella tenía que estar dispuesta a que él la montara, abriendo sus piernas para que la penetrara hasta acabar, sin que hubiera ningún prolegómeno que la prepara para lo que iba a suceder. Y cuando se había vaciado dentro de ella, se dedicaba a dormir como un bendito, sin preocuparse por su pareja, que invariablemente quedaba largo rato despierta, con las ganas insatisfechas de tener también su cuota de goce.

¡Qué lejos estaban esos tiempos de la seducción previa, con los arrumacos, la erotización del momento íntimo mediante besos y caricias, para terminar follando desesperadamente! Ahora, él buscaba solamente su satisfacción, completamente ajeno a sus sentimientos y deseos. Lo de esta noche era como una obra de teatro repetida hasta la saciedad, con ella fingiendo que le gustaba lo que su marido le hacía, mientras éste metía y sacaba su polla con ganas hasta que terminaba. Y después del acto  quedaba con los ojos en blanco, deseando poder volver a sentir lo que en un tiempo tanto lo gustaba.  El acto sexual se había convertido en una rutina para ella, en que tenía que abrir sus piernas y esperar a que su marido le hundiera su herramienta repetidamente, hasta que acababa para después entregarse a sus propias fantasías sexuales, las que en más de una oportunidad terminaron en una masturbación silenciosa, procurando no despertarlo.

Era triste pero para ella la satisfacción la encontraba solamente después del coito marital, con sus propias manos. El nunca comprendería que ella debía satisfacerse a solas para lograr lo que él no le daba, tal vez por indiferencia, rutina o cansancio.

Hacía tiempo, para Julia parecía una eternidad, que  su marido había dejado de preocuparse de ella como mujer en la cama, con necesidades que necesitaba satisfacer y que él era el llamado a cumplir ese papel, como lo hiciera antes, los primeros años de casados. Tal vez la culpa fuera compartida pero el caso es que ahora sentía que como hembra no tenía lo que deseaba. Y  sentía que lo deseaba cada vez con mayor urgencia.  Se preguntaba si la cercanía de los cuarenta le había producido una crisis que su marido estaba  muy lejos de comprender y, obviamente, no podría ayudarla. Su apetito sexual necesitaba ser satisfecho imperiosamente y el instrumento para ello lo tenía en la cama, a su lado, dormía con ella todas las noches, pero estaba completamente ajeno a sus necesidades de mujer en etapa de transición, que necesita sentirse nuevamente plena, joven y deseada. Era una necesidad imprescindible, urgente, que necesitaba para sentir que la etapa de su vida que estaba viviendo no estuviera marcando su paso a la vejez.

En cambio, su marido la utilizaba como un instrumento y no se le pasaba por la cabeza la idea de que ella pudiera estar insatisfecha o que pudiera estar viviendo una crisis, la crisis propia de los cuarenta años, que la tenía muy vulnerable por la desatención de él.

Fue ese deseo insatisfecho la causa de su desgracia.

Bueno, a decir verdad, fue su insatisfacción y el mal estado de las cañerías de la casa.

Acostado al lado de su marido, con los ojos abiertos, recordó el día en que empezó su desgracia actual. Fue una mañana en que todo había resultado mal, empezando por el baño que se inundó por la rotura de la cañería. Su marido se había ido disgustado al trabajo y su hijo también partió molesto. Llamó de urgencia al gasfiter y cuando éste llegó, se encontró con que era un muchacho de unos veinticinco años, que venía en reemplazo de su jefe, que se había enfermado.

Era un joven bien apuesto, que le hizo sentirse extraña apenas se situó frente a ella y escuchó el problema hogareño que tenían. Andaba con una camiseta que hacía lucir su musculatura, que adivinó correspondía a una persona atlética. Lo llevó al baño y le mostró el desastre que se había producido. Para entrar, él pasó a su lado y ella sintió un olor que la estremeció. Era el olor típico de  un tipo ágil y atlético. Olor a macho.

Mientras el joven trabajaba, le iba explicando lo que hacía y ella se agachó para poder ver lo que sucedía con la tubería, pero sabía bien que lo que perseguía era estar cerca suyo, de su cuerpo joven. Las explicaciones de él eran abundantes y en un momento ella se percató que sus miradas se dirigían a su pecho y a sus piernas. Fue en ese momento cuando se dio cuenta que andaba solamente en bata y que mientras estaba en cuclillas  sus  piernas mostraban más de lo debido y que le había estado dando un espectáculo al joven, que al parecer estaba muy a gusto mirando sus muslos entre las piernas abiertas..

Su primer intento fue levantarse y retirarse, pero el sentimiento de pudor que la asaltó duró lo que dura un suspiro, ya que la exquisita sensación de saber que estaba solazándose con sus piernas  la hacía  sentirse muy a gusto junto al pecho sudoroso del muchacho  y a sus miradas cada vez más atrevidas.

En ese momento explotaron dentro de ella todas sus ansias insatisfechas, sus fantasías a solas y sus deseos reprimidos. Renació la mujer ardiente que siempre fue, deseosa y ansiosa de sexo, al que siempre se entregó con todas sus ganas. Y esas ganas renacieron con fuerza incontenible en ese momento.

Aún era joven, lo sabía, pues de otra manera un joven como el gasfiter no se habría fijado en ella ni la miraría con el deseo retratado en su rostro. Podía seducir al muchacho, estaba segura, pues su cuerpo aún conservaba parte de la lozanía de la juventud y todavía podía despertar  el apetito de un hombre como el que tenía a su lado. Estos pensamientos, junto al estado de insatisfacción que tenía, más la cercanía de ese cuerpo joven, con el torso desnudo, transmitiéndole una vitalidad y energía que la trastornaban, despertó en ella la hembra ardiente que había estado dormida en estos años.

Su marido la tuvo todos estos años a su lado, siempre dispuesta a que la hicieran sentir y vivir el sexo plenamente, pero  él terminó por ignorarla como mujer y se limitó a usarla para su propia satisfacción y en ningún momento se preocupó de sus necesidades íntimas, aquellas que ahora salieron en tropel a la luz. Este muchacho podía hacerla sentirse joven aún, joven con todas sus energías que solo estaban esperando una chispa para explotar. Y el gasfiter era la chispa que la haría volver a sentir la hembra ardiente que siempre fue.

Le mostró al joven el lugar donde se producía el goteo, para lo cual, de manera que hizo aparecer como casual, una de sus piernas salió de su bata y quedó a la vista del muchacho, que quedó embobado ante la visión de ese muslo blanco, turgente y pleno. Ella, consciente del espectáculo que le brindaba, se quedó con la pierna apoyada en la taza mientras le explicaba los problemas que les había producido el desperfecto, mientras el gasfiter no apartaba la vista de ese hermoso ejemplar de pierna, escuchando sin escuchar las explicaciones que le daban. Solo atinaba a responder afirmativamente cada cierto tiempo, pero siempre mirando la pierna exquisita de la señora, que se veía muy a gusto en esa pose.

Cuando ella volvió la cabeza para mirarle, vio dos cosas: el muchacho con la vista fija en su pierna desnuda y en su entrepierna un bulto de proporciones.

Bajó la pierna y se puso frente a la ducha, levantando el brazo para indicar un desperfecto imaginario en la parte superior de esta.

-          Venga, ¿lo ve?

El se acercó pero ella no se apartó y el joven quedó detrás suyo, intentando ver lo que le mostraban.

-          Pero acérquese bien, para que lo vea.

El acercó su cuerpo hasta que los dos quedaron juntos. El joven no podía evitar que su erección se posara entre los globos posteriores de la señora, pero ella no dijo ni hizo nada que denotara que se hubiera dado cuenta o que le molestara.

-          ¿Lo ve ahora?

Mientras le hacía la pregunta su cuerpo se empezó a mover, apretándose contra la ingle del joven, el cual comprendió en ese momento para donde iba el juego. Temiendo alguna reacción molesta de parte de ella, apretó su paquete entre sus nalgas, aparentando que estaba intentando ver la falla imaginaria. En lugar de reaccionar airadamente, como temía, la señora se dio vuelta, acercó su cuerpo  y le miró a los ojos, rodeándole el cuello con sus brazos y con una sonrisa en los labios.

-          ¿Quieres hacerlo?

Uniendo la acción a la palabra, una de sus manos se apoyó en el bulto del muchacho y empezó a manipular hasta que logró liberar su verga de su prisión, la  que salió a la luz mostrando unas dimensiones respetables. Y estaba lista para la batalla. Ella no necesita más para soltarse completamente.

Abrió su bata, dejando descubierto un cuerpo descomunal, con unas formas exquisitas, que el joven miraba con deleite, sin poder salir de su asombre ante tanta belleza

-          Ven, hagámoslo.

Lo llevó al living y se acostó en el suelo. El se bajó el pantalón y se puso entre sus piernas, llevando su herramienta a la entrada de la vulva sedienta, que de una zampada se la tragó. Ella levantó sus piernas y las puso en la espalda del joven, procediendo a cabalgarlo frenéticamente.

-          Ahora vas a follar con una hembra de verdad

Y sus movimientos aumentaron de intensidad, moviendo su pelvis de manera tal que el muchacho sintió que su verga era sometida a diversas posiciones dentro de la caliente vulva, que se retorcía como si tuviera vida propia. El tratamiento fue tan intenso que el joven acabó demasiado pronto para el gusto de ella. Pero la verga quedó alojada en la vagina de Julia mientras se reponía y pronto volvió a adoptar las dimensiones primitivas, por lo que pudieron dedicarse a un segundo round de este singular combate.

-          No creí que usted fuera tan experta, señora

-          Fue una sorpresa para ti, supongo.

-          Sí. Pero ahora las cosas serán diferentes, se lo aseguro

Y el muchacho reinició sus metidas y sacadas, mientras Julia volvía a jugar con su pelvis. Pero el ya estaba prevenido y se focalizó en su verga solamente, intentando olvidar el gusto que le producían los movimientos de ella.

-          Así, mijito, así.

-          ¿Te gusta?

-          Siiiiiiiiil.

Julia levantó las piernas y emitió unos quejidos que denotaban el gozo que estaba sintiendo. ¡Qué diferencia con lo que su marido le hacía sentir! ¡Finalmente un orgasmo como la gente!

El siguió embistiéndola, mientras la mujer se reponía de su primer orgasmo en años y se preparaba para el segundo.

-          Aquí tienes un macho de verdad, mijita

-          Es rico, siiiii

Y Julia sintió que nuevamente empezaba a acumularse en ella la energía que después volcaría con toda intensidad, pero en ese momento el sacó su pedazo de carne de su interior.

-          Ponte en cuatro piernas

-          ¿Quieres a lo perrito?

-          Sí, me gusta

-          A mí también.

Ella se acomodó para la posición que el le había pedido y le mostró su trasero, en tanto el muchacho se arrodillaba detrás y enfilaba su herramienta a la vulva aún goteante. Julia sintió que a las embestidas de ese tremendo tronco en su interior se agregaban los golpes de su estómago contra sus nalgas, lo que agregaba una cuota más de morbosidad a la situación.

El se tomó de sus senos, los agarró entre sus manos y la cabalgó. Ahí estaban los dos, como perro y perra, calientes de deseo y tratando de llegar al orgasmo.

-          Mijito, asiiiiiii, siiiiiiiiiiiiii

-          Rica, mijitaaaaaaaa, ricaaaaaaaaaaa

Y el clímax les tomó a los al mismo tiempo, soltando sus jugos, que se unieron en la vulva de Julia y de ahí cayeron por sus muslos hasta formar un charco en el piso del baño.

Ya calmados, acordaron volver a verse y ambos continuaron con sus quehaceres, ya que muy pronto llegaba Marcos a almorzar.

A partir de ese día, una vez al mes aproximadamente se producía un desperfecto en la tubería, por lo que el joven tenía trabajo continuo, aunque nunca se quejó por ello.

Julia se acostumbró a las visitas del muchacho y su carácter mejoró notablemente, cosa que no pasó desapercibida a su hijo, que empezó a sospechar de las continuas visitas del gasfiter.

Esas sospechas de su hijo son las que  ahora la tenían  en la encrucijada de tener que aceptar su propuesta incestuosa o que se revelara su secreto. No tenía escapatoria y Marcos lo había comprobado hacía un rato, cuando ella debió soportar sus caricias a sus partes íntimas sin poder emitir ninguna queja, ya que estaba en sus manos.

Y había algo que la inquietaba.

Esa noche, cuando su hijo le metió mano, sin que pudiera hacer nada por impedirlo  a riesgo de que se armara el escándalo, ella sintió que sus fuerzas flaqueaban y estuvo a punto de ceder ahí mismo, tal era su calentura. ¿Cómo era posible que se calentara con su propio hijo? Le parecía tan antinatural lo sucedido que sentía asco consigo misma.

Pero, razonaba, ¿qué mujer no se excitaba si le estaban tocando la vulva? Qué importaba quien fuera el que lo  estaba haciendo, lo cierto era que  sus partes íntimas estaban siendo tocadas y era natural que reaccionara como ella lo hizo, independientemente de que quien tocaba sus intimidades era su propio hijo, aunque finalmente tuvo la entereza de sobreponerse al deseo por él  que estaba naciendo en ella. No obstante, persistía la inquietud de que la persona a la que deseaba era su hijo. Su hijo. Y ese deseo no era natural. No podía ser.

Esto es tan diferente a las fantasías que tuvo con su hijo cuando este era casi un bebé. Ahora él es todo un hombre, y la desea a ella, su madre. Ahora la fantasía de entonces se había convertido en pesadilla, una pesadilla que se haría realidad mañana, después que su marido se fuera al trabajo.

Antes de dormirse, su último pensamiento fue para su hijo y lo que le esperaba en la  mañana y no pudo evitar un ligero estremecimiento, que debió reconocer que era de placer por lo que sucedería entre ellos.