Chantaje

Ser guapa y sexi me había abierto muchas puertas, durante toda mi vida los hombres habían sido mi marioneta, pero ahora después de varios años el fantasma del pasado viene a visitarme.

Chantaje

Hoy toca cena de empresa con los compañeros de trabajo en la sede provincial. Hace un par de horas que dejé de beber y aunque no estoy segura de que me hayan bajado los cuatro cubatas y el champan que he tomado, me arriesgo y cojo el coche para regresar a casa. El lugar de la cena se encuentra a 25 kilómetros de mi residencia, y por suerte, durante el camino de vuelta no he encontrado ningún control de alcohol. Estoy a punto de llegar a mi pueblo y justo al dar la curva para encarar la calle principal, mi corazón da un vuelco en el pecho al ver las luces azules y la silueta del policía moviendo la espada laser, este me ordena que me detenga y así lo hago…

Tras la primera impresión intento reponerme y respiro profundo, paro el coche a la altura del policía con la linterna luminosa, este me saluda muy serio y me informa de que están haciendo un control de alcohol… lo miro y despliego mi mejor sonrisa, entonces, el poli me pregunta si tengo algún inconveniente a realizar la prueba de alcohol…

—Buenas noches señor agente…—mientras hablaba, dibujé mi sonrisa sensual y lastimera, esa que tan buenos resultados me daba con los chicos.

—Buenas noches señorita, estamos realizando un control de alcohol y quisiera realizarle una prueba de etilometría... ¿tiene usted algún inconveniente?

—No, no tengo ningún problema señor agente, pero va a ser una pérdida de tiempo, no he bebido nada…—lance un órdago a la grande aparentando una total seguridad.

—Si es así, terminaremos pronto…—mientras hablaba, me acercaba una boquilla y me la entregaba para que le quitara el envoltorio— introduzca la boquilla en el aparato y sople de forma continua hasta que yo le diga.**

Por desgracia, mi falsa dulzura y seguridad no surtió efecto, así que fui obediente y soplé… pero antes de que el aparato pitase, dejé de hacerlo y este dio error…

—Señorita, haga lo que haga va usted a realizar la prueba, así que es mejor que sople de forma continua hasta que yo le diga—el tono de su voz había cambiado, ahora era mucho más autoritario y enérgico.

El corazón me latía a mil por hora y tenía unas ganas horribles de ponerme a llorar.

Esta segunda vez soplé como me había dicho el agente, continué haciéndolo hasta que un pitido me indicó parar. Una vez finalizado, el chico me entregó la boquilla y el aparato comenzó a realizar la medición durante un par de segundos que se me hicieron eternos, por fin, tras la angustiosa espera tuvimos el resultado…

—Ha dado usted 0,50 mg/l, es una tasa superior a la permitida… —estaba atacada, con la mirada fija el numerito que aparecía en la pantalla.

—Pero tiene que ser un error, hace más de dos horas que no he bebido nada…—tenía que decirlo, aunque en el fondo sabía que no era ningún error.

—Bueno no se preocupe señorita, esto es una prueba indiciaria… ahora le haremos otra con el de precisión y veremos si la tasa es igual—no tenía ni idea a que se refería, pero hice cuanto me pidió.

Tras unos minutos de espera, entré en la furgoneta de atestados como una criminal, y volví a soplar en otro “aparato” más grande que el anterior. Al igual que con el otro policía, intenté utilizar todo mi encanto y mis mejores sonrisas seductoras y lastimeras, pero tampoco surtieron efecto. No podía entender como todo lo que en otras ocasiones me funcionaba, ahora no tenía ningún efecto es aquellos chicos con uniforme, más que un traje de policía parecía un escudo contra la seducción femenina.

No podía recordar, pero seguramente era la primera vez que mis “armas de mujer” no tenían efecto alguno en los hombres. Lo normal y desde que comenzaron a crecerme las tetas, era que me saliera con la mía en todo a lo que el sexo masculino se refiere. Desde muy joven, vi el potencial que podía tener una cara bonita y un cuerpo sinuoso, y como es natural, no he desaprovechado la ocasión de conseguir mis metas valiéndome de mis encantos…

Por desgracia para mí, la pareja de idiotas con uniforme y pistola, parecían tener algún tipo de antídoto que los hacía inmunes a mis miradas, sonrisas y movimientos seductores, no reaccionaron ni siquiera cuando tras hacer la segunda prueba que confirmaba el positivo, comencé a llorar como una Magdalena suplicándoles que lo dejaran pasar.

Me ponía enferma que me llamaran señorita, que no se salieran del protocolo establecido y mantuvieran esa corrección fingida, esa corrección que, por otro lado, nunca hubieran tenido si nos hubiéramos encontrado unas horas antes en la disco.

Cuando me entregaron la copia de la denuncia me percaté que tenía un gran problema… la denuncia por alcohol tenía aparejada la pérdida de seis puntos en el carnet… reconozco que en ocasiones, no he sido sido muy respetuosa en lo referente al uso del móvil, y aunque mis pucheros, me había librado de más de una denuncia, tan solo me quedaban cuatro puntos en el permiso de conducir y la perdida de seis más, suponía un auténtico desastre.

Trabajo como representante de una farmacéutica y eso quiere decir que el permiso de conducir lo necesito día sí y día también. No podía arriesgarme a circular sin puntos, porque si me pillaban sería peor el remedio que la enfermedad, y tampoco podía presentarme a mi jefe y decirle que no tenía puntos en el carnet, porque eso era motivo de despido

Me encontraba fatal, se me había bajado todo de golpe y ahora quería morirme. Los policías me explicaban que el coche se quedaba inmovilizado hasta que se me pasara el pedo, pero en ese momento apareció quien pensé sería mi último cartucho…

Un segundo coche patrulla se acercó a la altura de uno de los policías que se encontraba en el control, este lo saludó con respeto cuadrándose mientras ponía la mano en la sien. Miré en el asiento del copiloto y vi un chico uniformado mulato cuya cara me resultaba familiar…

En un primer momento no sabía dónde lo había visto antes, pero mientras caminaba sobre los tacones los dos kilómetros que me quedaban hasta casa, y el gélido aire de la noche se colaba por cada rincón de mi escotado vestido, conseguí recordar…

¡Era Manuel! Había sido compañero de instituto hace más de veinte años. Recordaba que había venido de Guinea Ecuatorial y se había incorporado a mitad de curso en primero de Bachiller. Le había perdido la pista y no tenía ni idea que ahora fuera policía, y mucho menos un alto mando.

Durante la caminata en la fría y solitaria noche fui recordando aquellos días… yo siempre había sido una chica popular, la típica chica rubia y guapa con unas tetas preciosas y un cuerpo voluptuoso, que conseguía tornar la cabeza a cuantos se cruzaban conmigo. Pero por desgracia para mí, por aquellos días, lo mismo que tenía de guapa lo tenía de víbora, y mi comportamiento con Manuel y con muchos otros como él, no había sido los que se dice correcto.

Recuerdo que, aunque él siempre había procurado ser amable, yo le había respondido con prepotencia. En aquellos tiempos era una chica despótica que siempre pasaba por encima de todos y todas, sin importarle en lo más mínimo sus sentimientos. Había sido tan cruel que incluso yo misma le había puesto el mote de “Copito de Nieve”, simplemente porque era un chico de color.

Intenté recordar algún momento que hubiera podido ser amable, alguna charla agradable que hubiéramos tenido, con la esperanza de que hubiera quedado anclada en su memoria, pero no la encontré…

Cuando llegué a casa abrí la puerta con cuidado y entré en el baño para desmaquillarme. No tenía pensado contarle nada a mi marido, sabía que, si se lo contaba, sería el primero en reprenderme por algo que llevaba años advirtiéndome.

Estaba frente al espejo del baño desmaquillándome y la imagen que me devolvía era de una mujer sexi… a pesar de haber cumplido los 36 años, seguía manteniendo un cuerpo envidiable fruto de interminables horas de zumba y natación. Sabía que la imagen lo era todo en mi trabajo y por eso seguía cuidando la alimentación, y gastaba una fortuna en ropa y complementos. Llevábamos una vida acomodada, ambos teníamos sueldos altos y no habíamos querido tener hijos, así que todo lo que ganábamos, lo fundíamos viviendo acomodadamente.

Me metí en la cama todavía un poco mareada y enseguida mi marido se arrimó en busca de marcha… hoy no era el día y me excusé diciéndole que estaba muy cansada. Durante el tiempo que Morfeo tardo en acudir a mi encuentro, estuve pensando como acercarme a Manuel… él era mi única baza y tenía que intentarlo como fuera. Antes de caer rendida, me acorde que tenía el teléfono de otro compañero del instituto, este era un poco “friqui”, en cierta ocasión me había arreglado la pantalla del móvil, y creí recordar que solía juntarse con Manuel.

El día siguiente no fue un gran día, tenía una resaca de miedo y los tacones me habían hecho rozaduras. Conseguí hablar con Julio que así se llamaba el “friqui” de la pantalla, y este me facilitó el móvil de Manuel, después este intentó continuar la conversación, pero yo lo corté con educación y me deshice de él como hacía con el resto de plastas.

Durante más de media hora estuve escribiendo y borrando mensajes en busca del más adecuado, al fin me decidí por uno corto y educado… “Hola Manuel, soy Eva. No sé si me recuerdas… íbamos juntos a clase en Bachiller. ¿Podría hablar contigo un momento?” y el mensaje lo acompañe con caritas de vergüenza y besos que siempre hacen su efecto.

Durante una hora estuve con el móvil en la mano esperando una respuesta que no llegaba, en la pantalla aparecía el símbolo de visto, pero él no contestaba… por fin, después de un par de horas me llegó un mensaje… “Hola Eva ¿De qué se trata?” no había sido muy efusivo, pero al menos recordaba mi nombre…

De nuevo intenté buscar las palabras adecuadas y volví a escribir… “He tenido un problema con el coche y me gustaría hablar contigo si es posible” En esta ocasión no tardó mucho y contestó con un escueto… “voy de turno de noche, si quieres estaré en la comisaría a partir de las nueve y media” no sabía si citarme en la comisaría era una buena o una mala señal, pero, aun así, le contesté con un “¡¡Muchas gracias!!” y lo acompañé con corazoncitos y caritas con besos.

Eran las nueve de la noche, mi marido estaba tirado en el sofá viendo el futbol.  Acababa de ducharme y me encontraba frente al espejo del baño observando mi imagen desnuda… a mis 36 años seguía manteniendo la misma imagen sexi de hace unos años. Conocía a muchas amigas que, al casarse y tener hijos, se habían descuidado y ahora parecían una mesa camilla, pero eso era algo que a mí no me iba a pasar…

Mantenía mi carita de niña buena de ojos azules y “pelazo” rubio, ondulado y largo. Mis pechos de la 95 eran naturales y seguían manteniéndose en su sitio con la forma de siempre. Las caderas y piernas estaban tonificadas fruto de horas de zumba y “gim”, y tanto las manos como las uñas estaban cuidadas al detalle gracias de la manicura semanal.

Me arreglé como si fuera a salir. Me puse una falda de tubo, una blusa sugerente y estrené los pantis negros con costura en la parte trasera. Para finalizar zapato con tacón alto a juego con bolso y complementos. Quería darle a entender que la seriedad no estaba reñida con la imagen sexi, y al observar el resultado en el espejo, descubrí que lo había conseguido.

Unas horas antes, ya me habían hecho de nuevo la prueba y habían levantado la inmovilización del vehículo. Había pasado una vergüenza terrible, porque mientras estaba volviendo a soplar, me había visto una vecina de mi madre y estaba segura que le iría con el cuento. Dejé a mi marido tumbado en pijama en el sofá viendo el fútbol y me fui a la ciudad vecina donde está la sede de la comisaría.

No se veía mucha gente, la mayor parte de las oficinas estaban cerradas y las luces apagadas. El policía jovencito que me recibió en la puerta, me entregó una tarjeta de visitante que me colgué en la solapa, posteriormente me hizo me hizo pasar a una sala de espera y allí me quedé.

Sentada en aquella sala fría con cuadros y fotos de las diferentes unidades policiales, mis pensamientos iban y venían… me estaba rebajando a pedir un favor a alguien que seguramente no guardaba un buen recuerdo de mí, alguien que posiblemente me odiara y me iba a tratar con desprecio, y eso era algo que sabía, porque si las tornas hubieran estado cambiadas, yo lo haría…

Tras diez minutos de larga espera apareció…

—Hola Eva, siento que hayas tenido que esperar, estamos un poco liados estos días con tanto control— ¡no me digas! No me había enterado…

—No te preocupes, estaba entretenida viendo estas fotos tan chulas…—desplegué mi sonrisa más seductora y me acerqué a Manuel para plantarle un dar de besos.

Cuanto tiempo sin saber de ti… ¿Qué ha sido de tu vida? —igual solamente corrección en las formas… pero si estaba interesándose por mi vida, la cosa no iba mal.

— ¡Sí que hace tiempo! Es una pena que no nos volvamos a juntar toda la cuadrilla del “insti” … deberíamos de hacer alguna cena—a veces me sorprendía lo mala pécora que soy, pero siempre me había funcionado y no era plan de cambiar ahora.

Durante el camino a su despacho mi ánimo fue en aumento, no notaba síntoma alguno de rencor en sus palabras, y al contrario de lo que cabía esperar, parecía amable y educado.

Una vez en la oficina, ambos entramos y me pidió que cerrara la puerta. Se sentó en su sillón y me indicó amablemente que me sentara en la silla que se encontraba justo en frente. En ese momento lo observé… Manuel ya no era el crio delgaducho, desgarbado e inseguro que había conocido hace años, ahora era un hombretón de cerca de 1.90, con el cuerpo definido y el rostro exótico y sexi, era un hombre que desprendía seguridad en sí mismo a raudales.

— Bueno Eva, tú dirás…—entonces, toda la atención de sus enormes ojos negros se centró en mí.

—Veras… te cuento… la noche pasada unos compañeros tuyos me pararon en un control… yo pensaba que no iba a dar positivo porque había dejado de beber mucho antes… pero al soplar di positivo… el dinero me da lo mismo, lo malo son los puntos, me quitan seis puntos y no tengo más que cuatro… trabajo como representante de productos farmacéuticos y el coche lo necesito como el comer... no sé si podías tu hacer algo…—tras mi discurso melodramático en el que solo me faltó ponerme a llorar, observé atentamente su reacción.

Mientras yo hablaba, él escuchaba con atención y buscaba entre un taco de denuncias que había en una bandeja sobre su escritorio. Tras unos instantes hojeando, localizó la mía, la puso sobre la mesa y comenzó a leerla.

—De verdad que si tengo que pagar no es problema, entiendo que he cometido un error y tengo que pagar por él… pero los puntos son una putada.—intentaba hacerle ver que entendía mi error, que estaba arrepentida y estaba dispuesta a pagar la multa si era necesario.

Mantenía un incómodo silencio mientras leía la denuncia. Me moría porque dijera algo, porque cogiera ese maldito papel y lo hiciera mil pedazos. Sabía que, si conseguía deshacerme de esa denuncia, toda la ansiedad que me devoraba desaparecería.

—Lo bueno que tuvieron los puntos cuando salieron era que trataban a todo el mundo por igual… antes si eras alguien con pasta pagabas la denuncia y seguías haciendo lo que te daba la gana, ahora los puntos ponen a todo el mundo en su sitio, los puntos nos hacen iguales ante la ley, y eso a mi modo de ver, es bueno—ni el tono ni el contenido de sus palabras hacían presagiar nada bueno…

—Entiendo que es mucho pedir Manuel… pero si me harías ese favor te estaría eternamente agradecida—ahora era cuando las primeras lágrimas empezaban a asomar y comenzaba a hacer los pucheros que tan buen resultado me daban siempre.

—Y tú…  ¿qué estarías dispuesta a hacer por la denuncia?—fue una pregunta que me descolocó por completo.

— Si tuviera que pagar el doble lo haría, con tal de que no me quiten los puntos…

—Bien, veamos si estas dispuesta a todo por este papelito… para empezar, quiero que te quites las bragas y las dejes sobre la mesa—no se si no entendí o simplemente me parecía imposible lo que me había oído.

— ¿Cómo? No te entiendo…

—Es fácil, no hay nada que entender, quiero que te quites las bragas y las dejes en la mesa—me sentí tan humillada, que quería  saltar sobre él  y arrancarle los ojos.

— ¡Maldito idiota de mierda! ahora mismo te voy a denunciar por acoso—mis palabras sonaron en la oficina a la vez que me levantaba de la silla, y alcanzaba la manilla de la puerta para salir de allí.

— Denuncia lo que quieras, pero antes de nada piensa que la que se ha puesto en contacto conmigo eres tu… a la que han denunciado es a ti… y la que ha venido aquí eres tú también… ¿a quién crees que van a creer?—ante la lógica aplastante de sus palabras, cerré de nuevo y permanecí de pie junto a la puerta sin saber que decir.

Tras el enfado y la rabia inicial, me recompuse y de nuevo volvió a mi mente lo catastrófico que sería para mi vida, la tramitación de la denuncia que Manuel tenía entre sus manos. No pude evitarlo, esta vez las lágrimas que asomaban eran reales…

No dije nada, estaba de pie junto a la puerta y con la mano en la manilla, sabía que estaba en una encrucijada, uno de esos momentos en la vida en el que solo tienes dos salidas, una es mala, pero la otra peor…

Levanté unos centímetros la falda sobre mis muslos, la puntilla de las medias quedó al descubierto y él fijó sus ojos con atención, después, y con una vergüenza terrible, introduje ambas manos para tirar de mis braguitas negras, estas resbalaron poco a poco por mis piernas y cayeron al suelo, acto seguido las recogí y las deposité sobre su mesa. Me sentía sucia, enfadada, humillada… el único consuelo que me quedaba era que iba a recuperar mi vida de nuevo.

Él las recogió y se las llevó a la nariz para olerlas… degustó su trofeo mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa de triunfo.

—Ves como no era tan difícil…

—Ya tienes lo que querías… ¿me das la denuncia por favor?—mis palabras estaban llenas de rencor.

— ¿Quién ha dicho que hemos terminado?

—Has dicho que si te daba las bragas me darías la denuncia…—no podía creer lo que me estaba pasando.

—Me temo que me has entendido mal… he dicho para empezar… me parece que una denuncia de 600 euros y 6 puntos vale más que unas braguitas… por muy de Victoria´s Secret que sean.

—Quería morirme, gritar, llorar. Estaba atrapada en aquella oficina y no sabía que me esperaba.

Entonces él se levantó del sillón y se quitó la cartuchera con la pistola y esposas y la dejó sobre el respaldo de la silla. Me miró con aire de superioridad, se acercó hasta donde yo estaba y cogió mi mano…

—Hace años no tenías inconveniente en follarte a todos los idiotas populares que se te ponían a tiro… si quieres la denuncia vas a tener que trabajar duro. —mientras hablaba sujetó mi mano y la condujo hasta su paquete…

Mi brazo se tensó, me resistí a dejarme arrastrar, pero su fuerte brazo me mantuvo a raya, y obligó a mi mano a posarse sobre el enorme bulto que se adivinaba bajo el pantalón

— ¡Eres un maldito hijo de puta!—lo odiaba con todas mis fuerzas y quería insultarle, en ese momento lo hubiera asesinado,

—No menos que lo que fuiste tú durante los años de instituto… ¿recuerdas? Durante esos años fuiste su putita y ahora vas a ser la mía.

Entonces soltó el botón de su pantalón y se lo bajó dejando al descubierto más de veinte centímetros de negra y gorda polla. Su miembro erecto se mostraba majestuoso con decenas de venas recorriéndolo, la sangre se amotinada en su interior y el glande asomaba brillante. Intenté retirarme, pero el tiró de mi e hizo que mi mano la abrigara…  noté su calidez, peso, textura… sentí toda la potencia de su instinto animal concentrada en aquella erección que mi mano palpaba.

—Ya sabes cuál es tu trabajo… me imagino que no tendré que recordarte.

Me sentía tan sucia… nunca en la vida nadie me había tratado de esa forma. En aquel lugar y en aquel momento, era una prostituta que había vendido su cuerpo y su alma al diablo por una denuncia. Pero lo que verdaderamente me enfurecía, lo que verdaderamente me irritaba y descolocaba, era notar que mi sexo había comenzado a humedecerse…

Dejó de sujetar mi mano en el momento que comencé a pajearlo, entonces, me soltó varios botones de la blusa y extrajo uno de mis senos de la copa que lo cubría… el tacto de su dermis en mi pecho me provocó un escalofrío, noté como la acometida de la sangre lo endurecía, sentí como su mano lo amasaba y tuve que ahogar un gemido al notar su pellizco en mi pezón

—Sigues teniendo unas tetas bien puestas y unos pezones duritos que me encantan…—se acercó a mi oído para susurrarme.

Notaba el pezón endurecerse e hincharse mientras sus dedos jugaban con su rugosidad y dureza, lo presionaba, tiraba de él, lo alargaba y volvía a soltarlo.

Por entonces mi respiración ya era un resuello constante. Me indicó con su mano que me agachara… sumisa me arrodillé frente a la erección que se presentaba frente a mi rostro. Mi mano volvió a abrigar su miembro, y mis labios la abrazaron con delicadeza, entonces mi lengua se asomó y comenzó a lamerla, acariciando su glande y degustando su sabor salado.

Nunca en la vida había tenido algo tan grande en mi boca, sentía que me llenaba por completo y no me dejaba respirar. El vaivén de su cuerpo la hacía entrar y salir de mí. Entonces, su mano tiró de mi melena hacia abajo, lo hizo con fuerza, forzándome a doblar mi cuello hacia arriba y obligándome a mirarlo mientras la mamaba.

Nuestras miradas se mantenían ancladas la una en la otra, y mientras esto sucedía, su polla entraba y salía de mi boca. La imagen lasciva de mi rostro lo excitaba, sus músculos se tensaban y la respiración se aceleraba por momentos.

—¿Te gusta mamar verdad zorra?—sus palabras ofensivas lejos de herirme me excitaban, activaban en mi interior deseos lascivos que nunca hubiera imaginado que existieran.

Su mano, que agarraba mi pelo como una brida de una cabalgadura, tiro con rudeza de mí, me hizo incorporarme y me lanzó sobre la mesa de escritorio quedando recostada bocabajo, entonces cogió las esposas que se encontraban en el cinturón y de un rápido movimiento maniató mis manos a la espalda. Mi torso semidesnudo sentía la frialdad de la madera de chapa y uno de los bolígrafos comenzó a clavárseme en una teta.

Me tenía frente a él esposada y con el culo en pompa, sabía lo que quería de mí y yo se lo iba a dar… en ese instante, me sentía como una perra en celo en busca de su alivio.

Sus manos se posaron en mi culo y su tacto recorrió su redondez, luego deslizó con parsimonia mi falda y la subió hasta que mi culito quedó expuesto y en pompa frente a él. Durante unos instantes degustó el momento sin prisa, saboreando su victoria, disfrutando de lo que a buen seguro iba a suceder.

Mediante un sutil toque golpeó uno de mis tacones y obediente abrí mis piernas, introdujo sus dedos en la boca para humedecerlos y los acercó al centro de mi deseo que anhelaba sentirlos. En esta ocasión, no pude ahogar un gemido al notar el tacto de sus yemas alcanzar mi cálida humedad…

De nuevo se acercó a mi oído para susurrarme…

—Joder… ¡estas chorreando!

Me sentía avergonzada, hubiera querido no sentir, permanecer impasible a sus caricias, pero la locura y el éxtasis me habían tomado al asalto y hace tiempo que estaba derrotada, entregada y sometida por completo a sus deseos.

Sus dedos recorrían mi rajita y esparcían por ella mis cálidos fluidos. Sentía su roce embriagador como una dulce tortura. Arqueé mi culito deseando recibirlo. Me sentía como una perrita, necesitaba su alivio, y sabía que pronto lo tendría.

Sentí el glande recorrer mi sexo con parsimonia, su polla subía y bajaba por mi rajita esparciendo mis fluidos y su roce provocaba en mi un ronroneo. Se abría paso entre mis labios vaginales y se impregnaba de mí. Por fin, su tremenda erección se encajó en la entrada de mi vagina y se preparó para ensartarme… sus manos se aferraron con fuerza a mis caderas y entonces…

Su acometida salvaje se sumergió en mí, se abrió paso entre mis paredes vaginales hasta alcanzar mi útero. Mi cuerpo se estremeció. Arqueé mi espalda. Lo recibí ansiosa y gemí al sentir la invasión de aquel tremendo trozo de carne. Mi vagina la succionó y su tremenda presión lleno por completo mis entrañas.

Tras la primera embestida, sus manos se aferraron de nuevo con fuerza a mis caderas y volvió a fustigarme de forma seca y posesiva, de nuevo volví a gemir, y mis gemidos se mezclaron con el sonido de su ingle chocando contra mi culo.

Una de sus manos sujetó las esposas y tiró de ellas provocando que mi cuerpo se arqueara y se separara de la mesa. Ahora la cadencia de sus embestidas era continua, una y otra vez se sumergía en mí, y a cada acometida iba acompañada por un gemido de placer.

Una y otra vez me empalaba con furia, cada vez que nuestros cuerpos chocaban, mis tetas se balancean arriba y abajo. Se inclinó sobre mí para hundir su nariz en mi cuello, su mano se coló por debajo para magrear uno de mis senos. Escuchaba su excitada respiración en mi oído y permanecía inmóvil mientras mi cuerpo era invadido con impunidad.

En ese momento empecé a repetir una y otra vez dos palabras que me acompañaran hasta el final…

—Te siento…, te siento…, te siento…

Mi vagina se contraía con cada acometida, su erección era succionada y se abría paso presionando y rozando las paredes vaginales. Las embestidas se volvieron más secas y posesivas, sentía que estaba a punto de estallar. Abrí la boca buscando el aire. El sintió mi gozo y mordió con ansia el cuello. Estaba apunto de derramarse y yo también…

Una, dos, tres… una y otra vez me empalaba, y yo lo recibía, por fin un reguero de espasmos y convulsiones se expandieron por mi cuerpo, lo inundaron todo a su paso, el clímax me alcanzó, y me dejé llevar… casi al unísono él se dejó ir también… su cuerpo se tensó y lanzó varios gemidos guturales a la vez que se hundía por última vez en mí.

Permaneció dentro de mí durante unos instantes recuperando el aire. Cuando salió, sentí su cálido semen derramarse de mi vagina y recorrer mis muslos en finos hilos de fluido.

En ese instante, cuando la tormenta había pasado, fui consciente de lo incómoda que estaba engrilletada con las manos a la espalda y recostada sobre la mesa. Le pedí que me soltara y él me miró… por unos segundos disfrutó de la escena, saboreó su victoria y al final, soltó las esposas, rápidamente intente adecentarme mientras me tapaba como podía. Manuel se sentó en su sillón con la denuncia en la mano y cuando hube terminado de colocarme la ropa, rompió la denuncia.

—No ha sido tan malo como pensabas…

—Dame mis bragas.

—Se dice por favor…

—Dame mis bragas por favor.

—No te las voy a dar… es parte de tu pago.

Salí de la comisaría sin bragas, con la respiración todavía entrecortada y la sensación de que todo mi pasado me había golpeado con fuerza aquella noche. Había conseguido recuperar mi vida manteniendo a salvo mi permiso de conducir, pero sobretodo había aprendido una lección… había comprendido que nuestro pasado nos puede perseguir durante años, pero lo más importante que había aprendido aquella noche, era que, todo cuanto hacemos en la vida para bien o para mal tiene consecuencias.