Chantaje

Una profesora es sometida a un falso chantaje por parte de un libidinoso alumno. Aún así, surte efecto.

Todo empezó por el mes de noviembre del año pasado. Fue un día cualquiera en el que, como de costumbre, llegué a casa tarde, cargado con el portátil y un fajo de cartas que acababa de recoger del buzón. Entré en casa a trompicones, cansado. En el recibidor, hice una pausa para quitarme la chaqueta y los zapatos. Dejé el portátil en el suelo y los papeles sobre el mueble de las llaves de cualquier manera, de forma que uno de los sobres cayó al suelo junto a mi pie izquierdo. Me agaché para recogerlo con un bufido de desesperación, pero enseguida el sobre atrajo mi atención. Era un sobre normal, limpio, sin remitente, destinatario ni sello y únicamente cuatro letras mayúsculas escritas: FYEO.

For your eyes only. No hacía falta ser un fan de James Bond para conocer el acrónimo. No pude evitar una sonrisa. Sea quien fuere el remitente había visto demasiadas películas. De todas formas daba la impresión de que alguien quería que supiera un secreto. Abrí el sobre rompiendo el borde (lo siento, no sé hacerlo de otra manera) y saqué un papel impreso de su interior. Al desplegarlo me quedé de piedra. En el papel no había nada escrito, tan solo una imagen impresa en el centro, en apaisado. Una fotografía en color de mi novia en pelotas follándose a un negro.

En la fotografía Silvia estaba tumbada en una cama, mirando de lado a la cámara y riendo. Con los brazos se cogía las piernas a la altura de las rodillas, ligeramente separadas, de manera que tapaba sus pechos con los muslos. En el borde de la cama un tío introducía su polla en la coño de mi novia. Estaba de costado en la foto y no se le veía la cara. El pavo estaba en forma, el culo prieto y el muslo y antebrazo musculados. Con las manos sujetaba los pies cruzados de Silvia por encima de sus caderas mientras introducía su negro pene en la vagina. Parece mentira, pero lo primero que pensé es que no parecía que la tuviera especialmente grande.

El shock me tuvo paralizado un minuto. Al final Silvia, que estaba trabajando en el despacho, apareció por el pasillo. Había oído la puerta de casa y se extrañó que tardara tanto en aparecer para darle un beso, como hacía cada tarde. Antes de que pudiera ver nada doblé el folio un par de veces y me lo guardé en el bolsillo del pantalón con una mano mientras con la otra la cogía por la cintura para acercarla y darle un beso en los labios. Fue un beso pasional, húmedo y largo. Noté como un calambre nacía en mis riñones y despertaba mi libido. Silvia se sorprendió del recibimiento y me miró con una sonrisa pícara. En menos de un minuto estábamos follando como desesperados contra la puerta de la cocina. Fue el mejor polvo en mucho tiempo.

Al día siguiente en el trabajo no paraba de pensar en la fotografía. Al principio me preocupé por si Silvia me estaba poniendo los cuernos, pero después de mirarla con detenimiento llegué a la conclusión de que era una farsa. Aunque una farsa muy bien hecha. A pesar de que las piernas de la chica de la imagen tapaban prácticamente todo el pecho, algunos detalles de su anatomía no cuadraban con lo que yo conocía del cuerpo de Silvia. Era algo difícil de definir pero no era ella. La habitación me era desconocida pero sobre la cama había una cámara digital compacta que bien podría ser la nuestra. Por otro lado no recordaba que Silvia tuviera unos pendientes como los de la foto. Al final, me encerré en el baño con una lupa que conseguí del escritorio de la secretaria para escudriñar la imagen hasta que obtuve la prueba definitiva: un tatuaje en el tobillo de la chica de la imagen delataba su falsedad. Eliminados los cuernos me hice una paja allí mismo mirando la falsa foto de mi novia follando con un extraño.

Esa tarde al volver a casa abrí el buzón de la portería y rápidamente recorrí el correo hasta dar con una nueva carta misteriosa. No se si esperaba encontrarla o era simplemente una intuición. Entré rápidamente en el ascensor y sin más preámbulo abrí el sobre y extraje un nuevo papel doblado de su interior. El papel contenía otra foto trucada de Silvia cabalgando a otro tío negro en un sofá. Esta vez la falsificación era mucho más evidente: la nueva Silvia tenía un par de melones imponentes. No es que los de mi Silvia fueran feos o pequeños, pero el cuerpo de la imagen pertenecía sin duda a una profesional del porno. La tía de la foto miraba de cara a la cámara, con las piernas separadas de par en par y sentada sobre la polla del tío. Igual que los pechos de la chica, la polla del negro que se la tiraba también era más grande en esta foto. Además de los grandes pechos, esta segunda Silvia falsa tenía la piel más pecosa, el cabello rizado como la mía, pero más rubio que pelirrojo y una pelambrera en el pubis también rubia que contrastaba con la morena de mi Silvia, que al fin y al cabo es pelirroja de bote. El punto y final lo ponía el piercing plateado que apresaba su clítoris, justo por encima del trozo de carne negra que la empalaba.

Esa noche no pude esperar y cuando Silvia se metió en la cama me escapé un momento al lavabo y me hice otra paja mirando la foto de Silvia en el cuerpo de otra montando un enorme pollón negro. Después de correrme por segunda vez ese día la libido bajó suficiente como para empezar a preguntarme (por fin!) quien había enviado esas fotos y porqué.

Al día siguiente las cosas empezaron a aclararse. Al llegar a casa miré ansioso el correo y descubrí una nueva carta. Quería esperar a tener un momento de privacidad para abrirla y me la guardé en el bolsillo. Me deshice del abrigo y los zapatos y me dirigí al despacho a dejar la cartera. Al volver hacia la habitación me sorprendí al ver a Silvia en el sofá del comedor, sentada con las piernas y los brazos cruzados. Se la veía enfadada. Me acerqué y apenas giró la cara para darme un beso. Le pregunté si todo iba bien y me miró como si fuera a soltarme una bronca monumental. Pero al momento la cara le cambió y se puso a hacer pucheros. Me senté a su lado y la abracé preguntándole qué pasaba. Entre sollozos empezó a explicarme el desagradable episodio que había tenido con un chaval de su clase.

Yo recordaba a ese chico en concreto. Rubén. Era uno de los gamberros de la clase. Silvia me había explicado que sería su proyecto del año. Era repetidor y no parecía que este año le fuera a ir mejor que el anterior. La dirección de la escuela ya había pensado ofrecerle una salida alternativa, que le permitiera obtener el título de la ESO adaptado. Pero su madre le había obligado a acabar las clases a pesar de que ya tenía 18 años y pocas ganas de estudiar. Decía que en el fondo no era mal chaval pero se sentía incomprendido por los profesores y por sus compañeros, con los que no había hecho buenas migas. Según Silvia su físico tampoco le ayudaba mucho, era alto y delgado, con los hombros caídos y los brazos muy largos. Rubio paja, de piel clara y ojos azules, sufría un acné galopante que cubría toda su cara y que hacía que no tuviera demasiado éxito entre las chicas.

Al principio Silvia había hecho progresos con el chaval y parecía que lo tenía metido en el bolsillo. Pero dos semanas atrás se había metido en una pelea con otro chico en el patio y el otro había salido mal parado: morados en el pecho y un diente y el labio rotos. Los padres del chaval herido habían pedido explicaciones a la escuela y la dirección había decidido expulsar a Rubén una semana. Cuando el chaval volvió a clase, la situación se tornó muy tensa. Estaba rebotado con todos y no hacía más que molestar y responder de malas maneras. Silvia, igual que el resto de profesores, no estaba dispuesta a hacer la vista gorda con el incidente de la pelea y la actitud del chico y se había enfrentado abiertamente con él delante de sus compañeros. De resultas, él la había llamado “puta” antes de salir del aula dando un portazo.

La semana anterior yo había visto a Silvia afectada por todo este tema, más tratándose de su proyecto personal. Pero ese día que me la encontré en el sofá estaba verdaderamente alterada. Al parecer a primera hora de la mañana se había cruzado con Rubén por el pasillo y él se había atrevido a tocarle el culo. Silvia se había girado para clavarle una bronca pero él la había cortado y, con una risa sarcástica en la boca, le había dicho antes de seguir caminando hacia clase que mejor se callase si sabía lo que le convenía. Silvia se había quedado parada, sin comprender muy bien que había pasado.

Estuvo dando vueltas al tema toda la mañana y por fin decidió que debía tener una conversación seria y calmada con Rubén, era evidente que el chico estaba descontrolado. Esa misma tarde tenía clase con el grupo de Rubén a última hora. En un momento que estaban trabajando más o menos en silencio en un problema de mates, se había acercado a él y le había dicho que al acabar la clase se quedase unos minutos, que tenían que hablar, a lo que él había respondido con un misterioso “por supuesto, profesora”.

Al sonar el timbre todos los chavales se habían puesto a recoger y salir del aula para dirigirse al patio del colegio. Silvia había esperado a que se alejara el ruido de la marabunta de chavales trotando por las escaleras para empezar a hablar. Empezó diciéndole que estaba preocupada por él, que le veía un poco perdido. Pero enseguida se dio cuenta que él no la seguía, que continuaba con esa sonrisa burlona en la cara. Silvia se obligó a hacer un esfuerzo y continuó hablando hasta que se dio cuenta de que en vez de escucharla él estaba repasándola con la mirada. Eso la hizo perder la paciencia y le espetó un “¡Rubén! ¿Se puede saber qué haces?”.

Entonces él se levantó y se acercó a ella. “Me la imagino como en las fotografías” le había dicho mirándola a los ojos, a escasamente un palmo de ella. “¿No le han gustado?”. Silvia no tenía ni idea de que le estaba hablando y no fue capaz de responder. Pero lo que la dejó completamente petrificada fue ver como Rubén levantaba el brazo y ponía la mano bajo su pecho izquierdo. Silvia se quedó parada mientras notaba como el chaval sopesaba tranquilamente su pecho, ni siquiera fue capaz de apartarse o de quitarse su mano de encima. Al final, y antes de dejar de tocarla, le dijo que tenía más fotografías como aquellas pero que se moría de ganas de tener alguna más real. “No se si me entiende”. Evidentemente Silvia no entendía nada y continuó sin poder articular palabra mientras Rubén volvía a su silla a recoger las cosas y salía de clase sin dejar de mirarla.

Silvia se había pasado toda la tarde entre el estupor, la incomprensión y la rabia, hasta que cuando yo llegué se desmoronó definitivamente. Intenté tranquilizarla mientras la abrazaba. Cuando dejó de sollozar la miré a los ojos y le dije que debía actuar con profesionalidad y avisar a dirección. Ese chico no era responsabilidad suya y el chaval se había excedido. Debía pedir a la directora de la escuela que lo expulsaran definitivamente y olvidarse del problema. “¡Pero no lo entiendo! ¿Por qué me ha tratado así?”. El episodio la había afectado a nivel personal. Rubén había sido su proyecto, se había esforzado mucho y de pronto esto. El chico incluso se había atrevido a violentarla, a abusar de ella.

Entonces le expliqué lo de las fotos. Era evidente que los dos asuntos estaban relacionados. Rubén se las había mencionado a Silvia y ésta no le había entendido. Le dije que los últimos dos días habíamos recibido unas misteriosas cartas con unas fotografías en su interior. Le dije que al principio pensaba que era una gamberrada pero que ahora creía que podía llegar a ser algo más complicado. Las fotografías, le dije, eran montajes de ella desnuda haciendo el amor. Se podía ver que era un montaje pero las fotografías producían el efecto esperado. Eran de Silvia tirándose a unos negros. Silvia me miraba con los ojos como platos, sin acabar de creerse lo que les estaba diciendo. “¿Por qué no me lo has dicho antes?”. Le dije que me entendiese, que pensaba que tan solo era una broma de mal gusto y me pareció mejor no enseñarlas para que el bromista no se saliese con la suya. Cuando me preguntó cuantas fotos había recibido saqué la última del bolsillo y le dije que tres contando esa. Entonces me la arrancó de las manos y rasgó el borde para sacar el folio DINA4 que contenía en su interior.

La fotografía era como las otras, aunque hay que reconocer que parecía real. En ella, Silvia estaba tumbada en una cama abiertas de piernas y con un chaval negro tirado sobre ella. Silvia miraba a la cámara, con la cabeza ligeramente caída sobre el borde de la cama. Llevaba una camiseta interior que sus pechos desbordaban. El chaval llevaba un pañuelo o una media negra (?) en la cabeza, un peluco del copón y unos horribles calcetines blancos. No se veían los genitales pero por la postura del tío la estaba embistiendo mientras le besaba el cuello. Encima de la cama había lo que parecía una grapadora (?). En la foto Silvia sonreía, en la realidad se miraba la fotografía con una mezcla de sorpresa y disgusto. Me pidió ver las otras dos fotografías.

Esa tarde estuvimos hablando largo y tendido. Por suerte para mí, el motivo que había mostrado para no enseñarle las primeras fotos coló perfectamente. Silvia me agradeció que intentara protegerla. Llegamos a la conclusión que la mejor opción era hablar con la directora, explicarle el episodio de esa tarde y, si hacía falta, enseñarle las fotografías. Silvia quería sacarle a su jefa el compromiso de echar a Rubén del instituto.

Al día siguiente al salir de casa para ir al trabajo me despedí de ella deseándole suerte en su entrevista con la directora. Silvia me dijo que creía que no habría problema porque no veía otra salida, pero que estaba nerviosa por el reencuentro con Rubén. Le dije que no se preocupara y que si necesitaba hablar con alguien me llamara, en cualquier momento. Nos dimos un beso tierno y me fui.

No le di muchas vueltas al asunto durante la mañana, ya que el día fue especialmente difícil en el trabajo. Por eso cuando Silvia me llamó hacia la una me pilló un poco de sorpresa. Parecía muy nerviosa por teléfono y me pidió si podíamos quedar para comer. Le pregunté si había hablado con la directora y me dijo que aún no. Pero que había hablado con Rubén y ahora necesitaba hablar con alguien. Estaba realmente exaltada así que quedamos para media hora más tarde en el centro.

Llegué cinco minutos tarde a la cita y me la encontré que se comía las uñas. Cuando me acerqué la abracé y casi se pone a llorar allí mismo, entre la marabunta de gente que salía del metro. La aparté un poco y buscamos algún sitio donde picar algo y tomar una copa con un poco de tranquilidad, cosa nada fácil a esa hora del día. Cuando por fin estuvimos sentados en un rincón de un pequeño restaurante italiano Silvia empezó a relatar su encuentro con Rubén de manera atropellada: había más fotos, muchas fotos, y todos las verían, alumnos, padres, profesores, la reconocerían, habría rumores, risas, humillación, vergüenza, despido, chantaje.

Era imposible detener la verborrea de Silvia, que se deshacía en insultos hacia Rubén entre sollozos. Estaba desesperada. Tardé un poco en darme cuenta de la situación. El chaval pretendía hacerle chantaje con un montón de fotos trucadas. En principio no parecía una base muy sólida, pero había jugado con la faceta psicológica del asunto. Silvia no podría soportar la vergüenza de que todo el mundo viese esas fotos. Rubén la había amenazado con enviarlas a todos, a través de la intranet del instituto, alumnos, profesores y padres recibirían copias de las explícitas fotografías de una profesora en pelotas y follando. Aunque falsas, no podría aguantar las miradas de todo el mundo por la escuela, los cuchicheos, las risas, la pérdida de autoridad y dignidad que supondría. Rubén había sabido vender muy bien la historia y Silvia estaba hundida.

Lo que Rubén había pedido a cambio era muy sencillo y difícil a la vez: aprobar. Pasar de curso y poder dejar el instituto con el graduado. Silvia le había respondido que eso no dependía exclusivamente de ella pero él le había respondido que si sabía lo que le convenía lo conseguiría. Y diciendo eso había dejado un CD sobre la mesa y se había marchado riendo del aula, dejándola sentada y abatida en su silla. Silvia sacó el CD de su bolso y me pidió que mirase que contenía, que ella no quería mirar. Yo llevaba el portátil en la cartera, así que después de arrancarlo introduje el CD y abrí el explorador. Había unos 20 archivos en formato JPEG, directamente en la raíz del disco. Abrí el primero y, como era de esperar, me encontré con una foto trucada de Silvia de espaldas con una enorme polla introduciéndose en su vagina, la siguiente era Silvia enculada en una pose semiacrobática, la siguiente Silvia con dos pollas en la mano, la siguiente Silvia sonriendo con la cara cubierta de esperma, la siguiente... y así todas, incluyendo las tres que ya conocíamos.

Silvia me miraba fijamente mientras yo pasaba fotografía a fotografía intentado disimular una extraña sensación mezcla de celos y excitación. Cuando hube revisado todas las fotografías la miré y no pude decir nada. Me llevé la mano a la frente como si estuviera pensando una solución para el embrollo pero en realidad era incapaz de pensar en nada, solo tenía imágenes de Silvia sonriendo mientras era enculada, empalada por grandes pollas, follada en la boca,...

Pensamos en varias soluciones pero todas las descartamos por miedo. Silvia no quería perder ese trabajo, estaba muy a gusto en el instituto, hacía las asignaturas para las que estaba mejor preparada y llevaba proyectos muy interesantes, además, era la primera vez tenía un contrato a su nombre en vez de una sustitución. Explicarlo a la directora, a los compañeros, incluso a la polícia, todas las opciones eran arriesgadas. Silvia estaba convencida de que Rubén cumpliría su amenaza.

Al día siguiente Silvia fue al instituto decidida a tragarse su orgullo y aceptar el trato con Rubén. Después me comentó que le había parecido que Rubén se había sorprendido de que su estratagema hubiese surtido efecto. “No me extraña”, le contesté por teléfono, “se ha inventado un chantaje de la nada y le ha funcionado”. La cuestión es que Silvia se esforzó en conseguir que sus colegas vieran con mejores ojos a Rubén, a fin de facilitar que, llegado el momento, le pudieran aprobar aunque fuera de refilón. Y casi lo consigue.

En las dos semanas que faltaban para las pruebas de evaluación consiguió que todos los profesores valoraran positivamente el esfuerzo que, según su tutora, Rubén estaba haciendo para sacarse el curso. Todos menos uno: don Francisco, el anticuado profesor de literatura castellana. Don Francisco llevaba demasiados años haciendo de profesor como para tomar en consideración la opinión de los otros. Él evaluaba a los alumnos en base a su propio patrón de medida y jamás había permitido que ni la junta de evaluación ni ningún tutor le cambiase una décima. Y Rubén no suspendió literatura por décimas, sino con un rotundo tres sobre diez. De todas formas con tan solo una suspendida Rubén podría pasar y obtener el graduado sin problema.

Pero el día que Silvia entregó las notas, después de la última clase de la tarde, se encontró a Rubén en la puerta del aula cuando se disponía a salir para volver a casa. Al parecer el chico no estaba satisfecho y subió la apuesta. No solo quería pasar, sino que además lo quería hacer limpio, con todo aprobado. En ese momento Silvia se le encaró, liberando parte de la rabia de las dos últimas semanas. Le dijo que qué se creía, que si se pensaba que era ella un hada madrina que con una varita mágica podía cambiar las notas. Que tanto por tanto porqué no pedir todo excelentes. Y cosas así.

Rubén aguantó el chaparrón y después, con una sonrisa que dejó congelada a Silvia le dijo que ya sabía lo que se jugaba y que no le diera ideas. “Todo aprobado, después ya veremos”. Y antes de salir del aula todo chulo se giró y le dijo “Por cierto, las salidas de tono como la que acaba de tener tienen castigo” y se fué. Un vez en casa los dos hablamos un buen rato. Era la última semana antes de las vacaciones de navidad. Tan solo tenía que aguantar un poco y después tendría dos semanas enteras para descansar y pensar con detenimiento su situación. Al final de la tarde estuvimos un buen rato abrazados en la cama antes no conseguí que se tranquilizara y se durmiera entre mis brazos, temblando.

Al día siguiente Silvia se encontró a Rubén en el pasillo a primera hora de la mañana. El chico iba directo hacia ella y eso la puso en alerta. Cuando estuvo a su lado le dijo al oído que ya sabía que quería que le trajese “Mamá Noël”: la ropa interior de su profesora favorita. Pero que no estaba dispuesto a esperar al 25, sinó más bien quería tener su regalo en el próximo cambio de clases.

A Silvia los siguientes minutos se le hicieron eternos. Se quedó en medio del pasillo hasta que otro profesor, preocupado de verla en pie en el pasillo completamente ida se le acercó y la sacó de su sopor. No tiene ni idea de lo que hizo durante la siguiente clase y ni cómo llegó después al lavabo del profesorado. Allí se encontró por fin, cuando recuperó un poco la conciencia, cerrada en un cubículo, sentada sobre la taza, con los brazos sobre las rodillas y mirando fijamente la puerta. Incluso entonces no se lo pensó demasiado. Con esa habilidad propia de las mujeres se desabrochó el sostén y se lo quitó pasando las tiras por la manga del jersey. Después de bajó los pantalones y las braguitas y las dejó junto al sostén sobre la taza del water antes de volver a ponerse los pantalones. Cogió las prendas interiores y las metió en el bolso antes de salir al lavarse la cara en la pica. En el espejo del baño comprobó que la forma de sus pechos libres se podía distinguir a través del jersey, pero con un poco de suerte nadie lo notaría.

Al salir del lavabo Rubén la estaba esperando apoyado contra la pared opuesta del pasillo. La siguiente clase había empezado y tan solo se veían un par de chavales rezagados que subían hacia el aula de dibujo. Silvia sacó su sostén y las bragas del bolso y se los puso sobre la mano que sostenía ante sí, expectante. “Llegas tarde a clase”, fue lo único que fue capaz de decir antes de darse la vuelta y dirigirse a su propia aula, avergonzada.

Evidentemente no era la primera vez que Silvia iba sin sostén. Era el entorno el que la cohibía. Se pasó toda la mañana buscando miradas furtivas que indicasen un reconocimiento, o quizá una sospecha sobre la libertad de sus tetas. Durante la sesión con su clase tuvo que aguantar la mirada fija y socarrona de Rubén. Pero no estaba dispuesta a darle más concesiones y, en contra de lo que era habitual, dió la mayor parte de la clase parapetada detrás de la mesa del profesor, sentada en su silla y siempre intentando minimizar los movimientos que la pudieran delatar: nada de escribir en la pizarra, nada de pasear entre los alumnos, nada de tenerlos siquiera cerca.

Pero cuando acabó la jornada y se disponía a marchar a casa más tranquila por haberla superado, se encontró a Don Francisco a la salida del centro, y después de echarle una mirada al jersei se despidió con un “Hace frío hoy” que hizo que Silvia quisiera que la tierra se la tragase.

Esas navidades las pasamos mal que bien. Ella intentando no pensar en el tema y yo intentando ser lo más tierno y cariñoso posible. Aún así, la idea de que el niñato ese se hubiese agenciado la ropa interior de mi novia y lo que pudiese hacer con ella me excitaba. Silvia lo estaba pasando realmente mal, pero yo no podía evitar querer haber estado allí y verla dar clases sabiendo que no llevaba ropa interior. Esta mezcla de sensaciones me tenía hecho un lío.

La noche de fin de año salimos con unos amigos a una fiesta privada en casa de un conocido de uno de nosotros. Bien entrada la noche, cuando los dos ya llevábamos unas copas y no estábamos haciendo mimos en un salón preparado como sala de baile me acerqué a su oreja y le susurré que yo también quería mi regalo de navidad. Ella me miró con los ojos muy abiertos. Al principio pensé que había metido la pata pero enseguida mostró una sonrisa picarona y desapareció por el pasillo dejándome con su vaso de plástico en la mano lleno de ron con piña.

Esperé unos minutos charlando con un tío que no conocía de nada hasta que Silvia reapareció y delante del pavo me dió su sujetador y un tanga rojo minúsculo. El tío ese, ni idea de su nombre, y yo nos miramos con cara de sorprendidos. En seguida guardé la ropa interior de Silvia en el bolsillo del pantalón y la aparté a un lado. Al cogerla por la espalda tomé conciencia de la falta de sostén y el imaginarme su coño desnudo bajo la tela del tejano me produjo una erección inmediata que rápidamente hice que notara apretándome contra ella.

Estuvimos sobándonos un buen rato antes de salir de aquel antro en busca de un sitio más privado. En el camino a casa le metí mano por todas partes e incluso la hice correrse en un callejón oscuro mientras ella sacaba mi polla al frío del año nuevo y me masturbaba. Al llegar a casa hicimos el amor salvajemente y me corrí en su interior. Fue un polvo de campeonato y los dos caímos rendidos y borrachos.

Por la mañana me desperté con una agradable sensación en mi polla y al bajar la vista me encontré con los ojos penetrantes de Silvia mirándome fijamente mientras con la lengua jugaba con la punta de mi pene. Al verme con los ojos abiertos bajó la cabeza dejando entrar toda mi polla en su boca, hasta que noté mi glande contra la entrada de su garganta. Instintivamente embestí con los riñones pero ella levantó rápidamente la cabeza dejando caer un chorretón de saliva sobre mi pene.

“Parece que te gusta que vaya sin ropa interior, ¿eh?” Yo casi no podía hablar, però mis ojos lo decían todo. Silvia jugaba con mi glande, rodeándolo con los labios y la lengua. “Dime una cosa”, balbuceó entre lengüetazo y lengüetazo. “¿Porqué no me enseñaste las fotos desde un principio?”. Me quedé de piedra. Sus ojos me penetraban y su mano me apretaba la polla cada vez más fuerte hasta que tuve que apartarla. Me preguntó si todo ese lío me había puesto caliente, si me excitaba que el mocoso ese tuviese su ropa interior. Me preguntó si me había masturbado con sus fotos. Mi silencio fue más que suficiente. Negó con la cabeza y saltó de la cama en cueros, cogió la ropa que habíamos dejado tirada por el suelo y salió de la habitación. Unos segundos más tarde oí como abría la puerta de casa y la cerraba a su salida.

Esa semana fue horrible. Silvia me rehuía en el mejor de los casos y a menudo el más leve intercambio de palabras acababa en una pulla. Intenté acercarme a ella en numerosas ocasiones y siempre me rechazaba. “Déjame en paz” o “vete a cascártela” estaban en el top 10 de sus frases favoritas. En la cama no me permitía ni rozarla e incluso una noche me mandó a dormir al sofá. Pero por fin, la última noche antes de que volviera a clase cedió un poco de terreno.

Evidentemente el miedo, por decirlo de alguna forma, que tenía al encuentro con Rubén la hizo suavizarse y permitir que la abrazara. Le pedí perdón mientras le acariciaba el pelo, con su cabeza en mi pecho. Le dije cuánto sentía todo, que la quería, que jamás permitiría que nadie le hiciese daño. Al final, después de carícias y besos acabamos haciendo el amor de manera muy tierna. Yo esperaba haber dado carpetazo a todo ese mal rollo.

Las primeras semanas de clase pasaron sin apenas sobresaltos, más allá de alguna mirada y alguna sonrisa de Rubén. Las cosas con Silvia se tranquilizaron e incluso creí percibir que jugaba un poco con mi excitación por el tema de las fotos, pero no me atreví a profundizar por si me equivocaba y volvía a cagarla.

Sin embargo, a mediados de febrero Silvia volvió a caer en ese estado de nerviosismo previo a navidad. El motivo no era otro que los exámenes de la segunda evaluación. Rubén ya se había encargado de recordarle el trato entregando un sobre donde, además de un papel con la frase “VALE por todo aprobado”, esta el sostén blanco que le había “regalado” con evidentes manchas de esperma.

Silvia se pasó dos semanas más persiguiendo a todos los profesores y suplicando a Rubén que él también pusiese algo de su parte, sobretodo con Don Francisco, que se mostraba inquebrantable. Después de cada examen Silvia buscaba al profesor para pedirle la nota de Rubén. Disimulaba un poco interesándose por otros alumnos también, pero apenas hacía caso de los comentarios del profesor sobre fulanito o menganito. Lo que le interesaba era oír de boca de su colega que Rubén había aprobado. La situación se repitió y, nuévamente, el único que suspendió a Rubén fue Don Francisco.

La tarde antes de la junta de evaluación Silvia hizo de tripas corazón y habló con Rubén sobre el tema. A cada argumento de mi novia el alumno respondía con un “el trato era...”. Después de diez minutos de negociación Silvia estaba casi fuera de quicio. Rubén empezó a amenazarla con publicar las fotografías. “Seguro que se convierte en la página más visitada en la intranet del instituto”. Silvia ya estaba pidiendo por favor que no lo hiciese, cogiéndole del brazo para que la mirase pero él hacía como que pasaba. Hasta que al final reconoció que quizá hubiera un par de alternativas a la publicación de las fotografías.

“Usted es una mujer hermosa. Seguro que puede utilizar sus encantos para convencer a Don Francisco de que me apruebe”. La idea de Rubén recorrió la espina dorsal de Silvia de abajo a arriba. El chaval pretendía que sedujese a Don Francisco para conseguir su aprobado. A la mente de Silvia vino rápidamente la imagen del veterano profesor de literatura, con sus orondas formas, sus dientes desiguales y su nariz y orejas llenas de pelos. Era simplemente repugnante. Silvia se sentó abatida en su silla. Seducir a Don Francisco no era algo que ella se viera capaz de hacer. Estaba a punto de ponerse a llorar cuando Rubén dijo: “La otra alternativa es que utilice sus encantos para convencerme a mí de que un suspenso es aceptable. Usted misma.”

Esa noche Silvia me explicó toda la conversación, palabra a palabra. Una vez hubo acabado los dos nos quedamos en silencio. Era increíble el cariz que había tomado todo ese asunto. Sorprendentemente nos encontramos sopesando las posibilidades que Rubén le había ofrecido. No parecía que hubiera alternativa a jugar al juego que el chico imponía. Silvia se veía incapaz de convencer a Don Francisco, ni con artes de mujer ni sin ellas. No estaba segura de hasta dónde tendría que llegar con sus “encantos” para convencerle, ni si éste respondería mejor a un poco de carne femenina que a los ruegos y palabras.

Por otro lado, daba miedo imaginar que pensaba Rubén que sería suficiente para compensarle por el suspenso, por no decir que era seguramente ilegal, un chantaje y una violación. Al día siguiente Silvia hizo un último intento infructuoso con Don Francisco que le valió una reprimenda por parte del veterano y malcarado profesor delante del resto de colegas. Al final se trajo a casa los boletines de notas definitivos, entre los que destacaba el de Rubén, con un único suspenso.

Por la mañana despedí a Silvia en la puerta de casa cuando se marchaba temblando hacia el colegio. Ese día me lo había tomado de trabajo en casa, ventaja que me podía tomar muy de vez en cuando. Habíamos quedado en que le tendría la comida preparada cuando saliera de clases a la una y media, por eso me extrañó oír la puerta de casa cuando apenas eran las once y media. Me levanté y salí al pasillo a tiempo de ver pasar a Silvia llorando hacia la habitación.

Rápidamente la seguí y la cogí por los hombros cuando entraba en la habitación. Ante mi sorpresa Silvia intentaba zafarse de mi con movimientos bruscos de cintura. Entre sollozos apenas entendí que quería quitarse la blusa así que la dejé libre y de manera salvaje se arrancó la blusa haciendo saltar los botones y la tiró al suelo. Los dos nos quedamos mirando el trozo de tela en el suelo hasta que ella se sentó rendida en la cama, con la cara entre las manos y llorando desconsoladamente.

Intenté calmarla, apartando las manos de su rostro para verle la cara. Cuando cedió y pude mirarla a los ojos vi rabia. Estaba llorando de rabia. Me miró con tristeza y señalando su pecho me dijo que mirase. Llevaba un precioso sujetador de encaje azul que elevaba sus tetas dibujando un fabuloso escote. Al principio no entendí pero entonces me fijé en las manchas más oscuras en la tela del sujetador y en el brillo ceroso en la piel de sus pechos. No necesité muchas explicaciones. La ayudé a levantarse y la acompañé al lavabo. Allí Silvia se acabó de desvestir y se metió en la ducha mientras yo me hacía cargo de su ropa. Al volver a la habitación recogí la blusa del suelo y me fijé en los grandes lamparones que mostraba.

Cuando Silvia salió de la ducha tenía preparada una infusión de valeriana para que se relajara. Me senté en el sofá y ella vino a mi lado, arremolinada en su albornoz y con la cabeza apoyada contra mi hombro. Poco a poco, entre sorbo y sorbo, fue recuperándose y pudo explicarme qué había pasado.

A primera hora de la mañana se había encontrado con Rubén y le había explicado que había intentado convencer a Don Francisco pero había sido inútil. Aprobaba todas menos una. Le volvió a recordar que con solo una pasaría de curso tranquilamente. Que no debía preocuparse por su certificado. Pero Rubén no había cedido. Le había respondido que necesitaría algo más de que palabras para hacerle aceptar ese suspenso y la citó a la hora del patio en el lavabo de profesores del tercer piso. Si no aparecía o si no conseguía convencerle antes de que acabase la mañana colgaría algunas de las fotos en la web del instituto.

Silvia fue incapaz de pensar en nada durante las dos siguientes horas de clase. Cuando por fin sonó el timbre de la hora del patio se quedó sentada en el aula donde estaba durante cinco minutos antes de salir. En su mente se agolpaban las imágenes trucadas del CD y no podía dejar de pensar en la vergüenza que sentiría delante de sus compañeros y que sería incapaz de dar clase a chicos que se la estuvieran imaginando en aquellas poses y acciones.

Salió del aula y subió las escaleras hasta el tercer piso. Al asomarse al pasillo no vió a nadie, continuó caminando hasta la entrada del lavabo de profesores y al disponerse a abrir la puerta oyó a su espalda: “Me alegro de que haya venido”. Se giró y allí estaba Rubén, apoyado contra la pared, jugando con un CD entre las manos. Se puso a andar hacia ella y los dos entraron en el lavabo. Silvia comprobó que no había nadie, el tercer piso normalmente se quedaba vacío a la hora de patio. Aquí solo estaba el aula de plástica y el acceso a una buhardilla que servía de almacén de material.

“¿Qué quieres, Rubén?” soltó Silvia sin poder esperar más. Mientras me lo explicaba Silvia creyó recordar haber tenido la sensación pasajera de que el chico estaba nervioso. “Tan solo jugar un poco” dijo él echando la balda. “¿Jugar a qué? ¿No crees que ya está bien de juegos?”. Silvia también estaba nerviosa. El chaval la estaba acorralando contra la esquina de la taza del water. “Quizá si usted juega un poco con mi amigo a mi se me pase el enfado por el suspenso...”. La amenaza era casi infantil, referirse a su pene como “mi amigo”... Silvia puso cara de asco y le espetó un “pero tú que te piensas?!”.

Rubén se paró en seco, levantó la mano y cogió a Silvia de cuello. “Pienso...” dijo mientras sus dedos empezaban a jugar con el cuello de la camisa de mi novia, “que debería ser más amable conmigo”. Sus dedos ahora jugaban con la tela de la blusa sobre sus pechos, rodeando con las uñas el contorno de los botones. “Al fin y al cabo le estoy haciendo un favor”. Un par de dedos se colaron entre dos ojales bajo su pecho y notó el contacto de las yemas en su piel. Después posó sus las manos sobre sus hombros y, mirándola a los ojos, le dijo: “Después de todo es usted quien ha incumplido su parte del trato”. Rubén aumentó la presión sobre sus hombros y Silvia acabó sentándose en la taza.

Silvia no acababa de creerse lo que pasaba. Ante ella, justo enfrente de su cara, Rubén empezó a desabotonarse el tejano. Al chico le temblaban las manos de la excitación. Silvia se llevó las manos a la cara cuando Rubén se bajó los pantalones mostrando unos boxers negros Calvin Klein bajo los cuales era muy evidente su pene erecto. Entre los dedos de las manos Silvia vió como Rubén introducía los pulgares bajo el elástico del boxer y también se lo bajaba, liberando su erecto miembro.

Allí estaba ella, ante el pene de un chaval de 18 años que le hacía chantaje para que jugara con él. Por un momento tuvo una clara sensación de irrealidad, viendo como Rubén comenzaba a tocarse. La polla de Rubén era normal tirando a pequeña, tanto en longitud como en circunferencia. La mano del chaval prácticamente cubría todo el tronco y tan solo el glande, que no descapullaba del todo, sobresalía de su puño. Bajo el puño apenas se veían un par de testículos, todo ello cubierto por una fina mata de vello rubio.

“Juegue un poquito con ella y quedamos en paz”. Rubén estaba excitado por la situación. En la punta del glande apareció una gotita transparente. Rubén sostenía su miembro sobre la palma de la mano, apuntando directamente a Silvia. Esta levantó la mano y le cogió la polla con tres dedos. La delgadez del miembro, a tono con la de su propietario, hacía que Silvia pareciese estar tocando una flauta. Al notar el contacto de la mano de Silvia Rubén tiró la cabeza hacia atrás y suspiró.

Silvia estaba como en estado de shock. Se veía haciendo lo que hacía sin pensar demasiado. Empezó a marturbarle sin ganas, estirando la piel hacia atrás hasta el máximo que descapullaba y después hacia delante hasta que sus dedos tocaban el borde del glande. En cada movimiento Rubén gemía de placer. Pronto empezó a lubricar, escupiendo un líquido transparente, mojando los dedos de Silvia y goteando sobre su pantalón. Silvia apartó las piernas para evitar mancharse pero Rubén no la dejó. “No se aparte, profesora”. Y se acercó más a ella. Silvia retiró la mano de la polla de Rubén. “Si crees que voy a permitir...” empezó a decir intentando zafarse de Rubén, pero él la tenía cercada. Con la polla cada vez más cerca de ella comenzó a marturbarse frenéticamente mientras ella se revolvía sentada en la taza del water.

Las primeras gotas de esperma salieron tímidas de la punta de la polla, mezclándose con la humedad de las manos y aumentando el chapoteo. El segundo borbotón tardó 5 segundos más en salir y vino acompañado de un gemido de placer de Rubén. Este segundo fue espeso y abundante y aterrizó bajo el cuello de la blusa produciendo en seguida una gran mancha húmeda. Los siguientes fueron igual de abundantes y fuertes. Silvia intentó cubrirse con las manos sin demasiado éxito mientras borbotón a borbotón Rubén cubría su cuello y blusa de semen. Rubén y Silvia gemían, uno de placer y la otra de rabia y asco.

Cuando por fin acabó Rubén se guardó la polla y sonrió mirando hacia el pecho de Silvia. “Lástima de cámara, la próxima vez tengo que acordarme de traerla.” Y abotonandose los pantalones salió del lavabo. Silvia se quedó de piedra por esas últimas palabras: “la próxima vez”. Enseguida se levantó y cerró de nuevo la puerta con la balda para evitar que nadie entrase en ese momento. Entonces se giró y se vió en el espejo. Su blusa era una inmensa mancha de humedad pegajosa. Se abrió un poco el escote y vió que el semen también había empapado su sostén. Un reguero de semen bajando por su escote y algunas gotas mojaban ya su vientre. Se dirigió al dispensador de papel para limpiarse un poco y comprobó que alguien se había olvidado de reponerlo. Con las manos, como pudo, intentó recoger parte del esperma entre sus pechos antes de lavarlas en la pica.

Al cabo de unas cuantas maniobras de limpieza más el panorama continuaba siendo desolador. A punto de ponerse a llorar cogió la puerta y salió hacia el aula de plástica donde cogió el primer carpesano que encontró, lo agarró con fuerza entre los brazos sobre el pecho y se fue escaleras abajo, cruzándose con todos los alumnos que subían del patio. Pasó olímpicamente de todos cuantos intentaban decirle algo y salió del instituto y no paró de correr hasta que llegó a casa.

Después de ese episodio Silvia estuvo dos semanas de baja. No le costó mucho convencer al doctor de que sufría una crisis de estrés.

FIN