Chantage I

Cuando fue a buscarla la encontró sentada en el suelo, en estado de shock, sentada en el suelo, acurrucada, con el rimel corrido. Su blusa blanca, de la que faltaban varios botones, abierta, sin zapatos, que se hallaban tirados en el suelo, junto a sus sujetadores y sus bragas rotas.

Cuando fue a buscarla la encontró sentada en el suelo, en estado de shock, sentada en el suelo, acurrucada, con el rímel corrido. Su blusa blanca, de la que faltaban varios botones, abierta, sin zapatos, que se hallaban tirados en el suelo, junto a sus sujetadores y sus bragas rotas.

  • Lléveme a casa…Por favor…Lléveme a casa…

  • ¡Joder! ¿La has violado'

  • Yo nunca violo a una mujer. Lo que ocurre es que estas putas blanquitas no aguantan la polla de un semental negro, como yo. Eso sí, la he follado bien por todos sus agujeros.

  • Ayúdame a ponerle los zapatos y a levantarla. Tengo que llevarla a su piso. Toma tus cien euros.  Supongo que no le habrás dejado marcas.

  • Bueno, quizá le salga algún moratón, pero en dos o tres días le desaparecerán. No olvide la grabación, espero que haya quedado bien. Me puede traer tantas zorras como quiera, Ya lo sabe.

Apoyándose en él, con sus piernas temblando, fueron directamente al parquin del edificio. Durante el trayecto no hubo palabras. Dora apoyaba su cabeza en él, mientras Don Florencio conducía. A sus treinta y siete años parecía una niña pidiendo protección, precisamente a quien era el causante de todo.

  • Será mejor que te acompañe a la habitación.

  • No. No. Puedo sola.

La vió alejarse por el pasillo apoyándose en la pared. Sin desvestirse se echó en la cama. Solo quería descansar, dormir, olvidar. Lo último que oyó fue la puerta de su piso cerrarse.

Aquello había empezado hacía ya tres meses, cuando Don Florencio recibió aquellas dos fotos de ella con aquel hombre, follando en un ascensor, era evidente que las imágenes provenían de una cámara de seguridad. Supuso que más de uno las habría visto.

Don Florencio era un conocido y poderoso empresario, manipulador y autoritario, lo que quedaba compensado por cómo trataba a sus empleados, que no se podían quejar de los buenos sueldos que cobraban. A sus cincuenta y largos años se conservaba a base de ejercicios y comida sana, aunque el alcohol le podía, el alcohol y los vicios,

Esperó a que David, uno de sus principales comerciales, por no decir el principal, viajara a Londres para negociar un contrato millonario, lo que le llevaría, de seguro, un par de semanas. Tiempo suficiente para llevar a término sus planes.

  • Hola Don Fernando - Dora extrañada por su inesperada visita, pensó, asustada, en lo peor- ¿Le ha ocurrido algo a David

  • No. No. Tranquila. A esta hora ya estará instalándose en el hotel, Seguro que no tardará mucho en llamarte. He venido a hablar contigo.

  • ¿Conmigo? Usted dirá, pero pasé, pasé y póngase cómodo, deje la chaqueta aquí. ¿Quiere que le traiga algo?

  • Bueno un ron, si tienes, me iría bien, Si es de buena marca, claro. Ponte uno para ti también, no me gusta beber solo.

  • Siéntese en el sofá o en el sillón, como usted prefiera, enseguida se lo sirvo.

Dora, a sus cuarenta y cuatro años, era una mujer de buen ver. En realidad, más que esto, con su cabello largo, que se había hecho platear, con sus ojos negros y grandes, sus pechos, no muy voluminosos, pero tersos, sus perfectas nalgas, su fina cintura y su natural elegancia, era una mujer que se hacía mirar.

  • Tome, le he puesto un par de cubitos, espero que sea de su gusto Don Florencio.

  • Está perfecto, querida. Bueno ya sabes que a mí no me gusta perder el tiempo, o sea que vayamos al tema que me ha traído - Decía esto sentado en el sillón y dejando el sofá para ella, mientras sacaba el móvil del bolsillo de su pantalón, acercándoselo.

  • ¿Qué es esto? ¿Quién se lo ha mandado? -Dora había palidecido ostensiblemente.

  • No importa quién me lo ha enviado y que es esto es algo que deberías contarme tu, ¿No crees?

  • Yo…Yo…No sé lo que me pasó. No pude evitarlo. Nunca había hecho algo así.

  • Venga Dora, te he hecho seguir, No se si lo habías hecho antes, lo que si se es que lo has hecho después. ¿Quién es este tipo?

  • No…No sé quién és. De verdad,

  • Ni siquiera les preguntas sus nombres. ¿Y David? ¿No piensas en él? La verdad no pensaba que fueses así, Dora.

  • Yo quiero a David, lo quiero de verdad, Pero…

  • Ya veo. Te gustan las pollas sin preocuparte a quien pertenecen, por esto vas a los bares, a los bares o a cualquier parte.

  • Por favor, Don Florencio, No le diga nada de esto, no lo soportaría y yo...yo..yo lo amo.

  • Bueno, esto dependerá de ti, de cómo te portes conmigo. Aunque tarde o temprano se enterará.

  • ¿Qué quiere de mí? Haré lo que sea para que David no sufra por mi culpa.

  • De momento vas a hacer lo que yo te diga. Exactamente lo que te diga.

Don Florencio le ordenó vestirse de forma elegante, como si fuese a una selecta cena. ¿Iba a llevarla a  cenar? Esta idea la tranquilizó, era una señal de que al menos no sería un simple depredador, aprovechándose de la situación. Escogió un vestido negro, que en raras ocasiones habia utilizado, Un vestido sin escote delantero, pero que dejaba su espalda al descubierto, un vestido con tirantes, que realzaba su figura y le hacia aparentar más altura de la que tenia, debido a que le le llegaba hasta las pies. un elegante vestido de seda.

Cuando Don Florencio la vió alabó su buen gusto, así como lo bien que quedaba aquel vestido en su cuerpo, pero puso reparos; le indicó que volviera a su habitación para quitarse el sujetador, con el argumento, cierto, de que ver la tira de este en la espalda era un detalle de poca elegancia, así como el hecho de que no se hubiese puesto unos zapatos de tacón alto. Quiso, además, que usara un tanga y en caso de no disponer de él que fuese sin bragas ya que estas se marcaban en sus nalgas.

  • Además deberías arreglar tu cabello y maquillarte para una ocasión así ¿No crees? Tranquila, puedo esperar, tengo tiempo.

Decididamente, pensó Dora, vamos a salir. Aquello le produjo extrañeza.  Después de maquillarse se puso, como último detalle, un collar de perlas artificiales.

Cuando volvió al salón Don Florencio estaba de pie, no pudo evitar una mirada fugaz a su abultada bragueta.

  • Date la vuelta. estás perfecta. Ahora siéntate en el sillón, así. Lámete la palma de tu mano derecha.

Vió como desabrochaba la bragueta de sus elegantes pantalones y , sin mediar palabra, sacaba su gran pene, acercándose a ella.

  • Venga, zorra, pajéame.

Atónita, Dora obedeció, él ni siquiera la tocó. Se inclinó para acercar su boca a su polla.

  • ¿Qué haces? ¿Acaso te he ordenado que me la mamases? Limítate a hacer lo que te digo.

  • Perdón, señor.

  • Más rápido. ¿No estás acostumbrada a hacer pajas? No claro, Tu solo buscas ser follada, como buena puta.

Tardó un buen rato en correrse, en lanzar su chorro de leche sobre su vestido.

  • Lo mejor que podrías hacer es llevarlo a la tintorería.

Dora, sonrojada se sentía más humillada que si la hubiese follado,

  • ¿Conoces el cine Ariel?

  • Sí, bueno, sé dónde está.

  • Y lo que ocurre allí, supongo.

Sí lo sabía, era una sala x, la última que quedaba en la ciudad, había oído hablar de ello. Era un lugar frecuentado por homsexuales que daban rienda suelta a sus deseos de sexo oral. Aunque, según le habían contado, también era usado por viejas prostitutas, que ofrecían sus bocas a quien pagara por ello.

  • He oído hablar de ello, señor.

  • Mañana vas a ir a las seis, puntualmente y vas a sentarte en medio de la tercera fila, del lateral derecho. La tarifa por los servicios es de diez euros, incluye dejarse sobar y mamada. No hace falta que te vistas de ninguna manera especial, pero será mejor que no lleves sujetadores.

  • Pero..pero, señor…yo…yo no soy una prostituta… Señor..¿Estará usted allí?

  • Eso no te importa. Haz lo que te digo si realmente no quieres problemas con David.

  • Si…Si Don Florencio.

En la pantalla un viejo enculando a una jovencita, que figuraba como si fuera su primera vez. Aquella era la única luz que iluminaba aquel cine. Entró despacio, dejando que sus ojos se acostumbraran a la semioscuridad. Se oían suspiros, tapados por los gemidos que procedían de la pantalla,  pronto tomó conciencia de lo que pasaba allí. Hombres agachados mamando polla, otros esperando o buscando con la mirada, algunas, muy pocas, siluetas de mujeres, haciendo su trabajo, un par de ellas moviéndose entre las filas de butacas. Se sentó en el lugar que le había indicado Don Florencio, al otro lado del pasillo, un hombre dando placer a otro con su boca. Todo tenía una apariencia cutre, sucia y a la vez morbosa.

A los pocos minutos una mano apareció de la nada, por encima de su hombro ofreciendo un billete de diez euros. Se preguntó si sería él, en todo caso había chupado pollas a desconocidos y si estaba allí se suponía que era para ofrecer sus servicios. Cogió aquel billete y lo guardó en su bolso. Sintió la mano acariciando sus senos por encima de la blusa, desabrochar los primeros botones, la notó en sus carnes, en sus pezones, que inevitablemente se endurecieron, sintió como sobaba sus senos. Los gemidos de la pantalla, la visión de aquellos hombres al otro lado del pasillo y en su misma fila, aquella mano, las imágenes proyectadas, todo ello sumado a  lo morboso de la situación, la estaba excitando. Cuando aquel hombre, aún invisible para ella, dejó de manosearla fué para sentarse a su lado, con la bragueta abierta y sacando su pene. Lo miró de soslayo. Sí, era el. Era él quien le puso la mano en la cabeza.

  • Traga la leche y no babees. No me vayas a manchar los pantalones. Vega, chupa.

Cada vez la notaba más dura e hinchada dentro de su boca, la tragó toda, sabía muy bien cómo hacerlo, respirando por la nariz y relajándose para no tener arcadas, nunca lo hacía así a su esposo y menos aun moviendo la lengua, como hacía a sus encuentros esporádicos, sabía que eso les volvía locos. Tenía ganas de tocarse, de darse placer, pero sabía que no debía hacerlo, salvo que él se lo ordenara, tenía que comportarse como una profesional, de esto se trataba el juego que se estaba llevando con ella.

Tardó más de lo que pensaba en correrse y esto hizo que tuviera que esforzarse más a fondo, no sabía si podría aguantar mucho tiempo sin coger aire por la boca, cuando por fin sintió el chorro en su garganta.

  • Lárgate puta. Ya te llamaré.

Realmente se sentía como tal. Hubiese entrado en el lavabo a masturbarse, pero, por prudencia espero hacerlo en su casa.

No recibió la prometida llamada hasta las seis de la tarde, ciertamente la había estado esperando, aunque se sabía víctima de un chantaje le empezaba a dominar la curiosidad de hasta dónde llegaría aquello y no solo era curiosidad, estaba enredándose en la telaraña de morbo que le había tendido Don Florencio.

  • Hola Dora. Supongo que debes tener un ordenador en casa.

  • Sí señor, un ordenador personal, un portátil, además del de sobremesa.

  • Bien, entonces no tendrás problemas en acceder a la comunidad todorelatos.com, ¿Sabes lo que és no? Seguro que alguna vez has curiosidado.

  • Sí señor, alguna vez. Si.

  • Lo imaginaba. Te quiero emitiendo en media hora, Supongo que deberás registrarte y estas cosas. Lleva tu blusa blanca o algo parecido y sin sujetadores. Quiero verte allí.

  • Pero señor, yo nunca he hecho algo así.

-Tampoco nunca habías cobrado diez euros por mamar una polla, supongo. Haz lo que te digo y no me hagas perder el tiempo. En media hora te quiero ver allí, con tu nombre.

  • ¿Con mi nombre señor?

  • Sí jodida zorra. ¿Crees que eres la única Dora del mundo o qué? Tienes media hora.

Colgó el teléfono. Emitir su imagen en aquel sitio, ciertamente era algo que le incomodaba. Sentada en una silla, delante del portátil intentó que no se viera su rostro. Pronto tuvo las primeras visitas.

  • Hola Dora, soy Don, ¿No piensas desabrochar tu blusa? Queremos ver tus pechos.

Llegaban otros mensajes: “Venga tócatelos” “Me pones” “Te haría comer mis senos” ....

  • ¿De dónde eres Dora?

  • De Barcelona, Don.

  • Enséñanos tu cara, igual hasta te conocemos.

Se quedó inmóvil un buen rato, mientras él insistía. Tardó en corregir el encuadre.

  • Así está mejor. Viendo tu rostro mientras te calientas para nosotros.

No. No podía hacer aquello, había ya diez hombres y una mujer mirándola, cualquiera podía reconocerla, su nombre real, su cara, seguro que podrían estar grabando aquello, reconocerla por la calle o en el trabajo. Tenía que parar, cerrar la emisión.

A los pocos minutos tenía una llamada, era él. Llamó de forma insistente hasta por tres veces antes de que ella se la devolviera.

  • ¿Qué has hecho puta? Vas a pagar las consecuencias por esto, te lo aseguro.

  • Señor. Señor. Por favor. Podían reconocerme. Señor, haré lo que quiera, cualquier cosa, pero no me haga esto.

  • Coge un taxi y preséntate en la calle Washington 421. Te esperaré en el portal. Es tu última oportunidad.

Allí estaba, esperándola, fumándose un cigarrillo, Su mirada era más dura que nunca. Cuando Dora llegó a su lado, sin dirigirle la palabra, llamó al interfono.

  • Soy Don Florencio.

Aquel negro musculoso, grande, con sus ojos inyectados de sangre, la hizo entrar en el piso.

  • Desnúdate, zorra.

Ante sus movimientos dubitativos tiró de su blusa, desgarrando los primeros botones.

  • Ya. Ya…ya me desnudo - Lo hizo más deprisa que podía.

  • Mira que tengo para ti - Se había quitado los boxers y mostraba ante sus ojos un pene enorme, monstruoso.

  • ¿Sabes?  Soy un clásico. Empezaremos por la boca, Tengo leche para ti y para tres como tú. - Aquel hombre la sobrepasaba al menos dos palmos en altura. Sintió miedo ante él.

  • No temas, no te haré nada que no te hayan hecho antes, solo que esta vez no lo olvidarás en tu vida. Vas a terminar postrada lamiendo mis pies.

Ahora estaba despertando, con el cuerpo aún dolorido, aún olía a él. Por la luz que entraba a través de los visillos de la ventana pensó que debía ser casi el mediodía, había llegado a su casa llevada por Don Florencio. Cuando abrió del todo sus ojos lo vio, de pie, al lado de su cama.

  • Será mejor que te levantes y te duches.  Te he traído algo de comer, debes estar muerta de hambre y tienes que reponer fuerzas. Espero que hayas aprendido la lección. Estaré en la cocina,

Sin decir nada, con la mirada baja, puso los pies en el suelo y se dirigió a la ducha, quería sacarse aquel olor y si, ahora se daba cuenta de que estaba hambrienta. Enjabono y frotó con fuerza su cuerpo, se sentía sucia.

Envuelta en una toalla se dirigió a la cocina, allí estaba Don Florencio, perfectamente vestido, con su traje habitual.

  • Quítate la toalla, comerás con más comodidad.

  • Tendrás que buscar una buena excusa para tu amado esposo. Tienes un moretón en tu seno, tardará unos días en desaparecer. ¿Aún te duelen?

  • Un poco, señor.

  • Seguro que ahora los tienes más sensibles - Se los acarició y sus pezones se pusieron inmediatamente erectos - Que puta llegas a ser. Ahora come.

Le señalo, con un pie, dos tazones que estaban situados en el suelo, vió que uno contenía agua y el otro arroz con trozos de carne. Estaba hambrienta, pero aquello, aquello era humillante.

  • ¡Venga come!

Arrodillada, postrada, empezó a comer. Sus nalgas, aunque no quisiese, levantadas, expuestas. Don Florencio reprimió sus ganas de azotarlas. No era el momento para las efusiones.

  • Voy a hacer una foto para mandar a mi mujer. No sabes como se excitó viendo el video donde Malik te follaba con su polla de negro. Dice que tiene ganas de conocerte. Cualquier día te llamará.

Dora, aunque no le gusto lo que oía, silenciosa, seguía comiendo.

  • Bien perra, ahora que ya has saciado tu hambre vuelve a descansar. Mañana, por la tarde, vendré a follarte, aprovecharé que te debe haber dejado el ano bien abierto. Por cierto; te dejo las llaves del piso aquí, las cogí de tu bolso. Ya me he hecho una copia.

Se había levantado, por la mañana, solo para tomar un café con leche y al mediodía para comer como una persona decente, aunque, suponía que para recordarse su condición, los dos tazones seguían allí.  Los limpió y los guardó fuera de su vista.

El resto del día lo pasó en la cama, aunque no podía dormir de forma profunda. Se despertaba con ganas de llorar, cuando no viniendole imágenes de lo que había ocurrido en aquel piso, lo que no dejaba de avergonzarla al tiempo que excitarla, para más humillación, dañando la poca autoestima que aún le quedaba. ¿Volvería a ser la misma? Ya le dijo aquel hombre que nunca olvidaría.

Oyó los pasos acercarse a su habitación. Su voz ordenándole que se levantara de la cama y se arrodillara. Lo vió entrar. Se desnudaba completamente

  • Tenemos toda la noche por delante. Pero esta vez no te pagaré nada - Su mirada era fría y su sonrisa cínica - Ahora si quiero verte babear, ramera.

Tenía su pene, erecto, a pocos centímetros de su cara.

  • Bésala, bésala y dame placer. Espero no tener que tomar medidas correctivas. Ya sabes a qué me refiero.

  • Así, así. ni siquiera debes llevar la cuenta de las que has comido.

Sí, babeaba, babeaba y se mojaba, Era verdad, había mamado muchas, pero nunca se había sentido vejada como aquellos días.

  • Para. Te quiero a cuatro patas, quiero probar este culo. Seguro que David no sabe que lo tienes abierto, con lo que te gusta a ti ¿Verdad?

  • Si…Si señor…no lo sabe…

  • Ponme este condón. Quiero que aprendas a ponerlo con la boca. Espero que la próxima vez lo hagas así. - Su pene entró con facilidad. Se felicitó de lo abierto que se lo había dejado aquella bestia. Ella jadeaba. Solo le pedía que no parara. Entonces sí, entonces Don Florencio, empezó a darle cachetes con fuerza en sus nalgas, mientras se movía, en un movimiento de vaivén.

  • Te vas a correr por el culo, puta.

Gemía de placer. Sintiendo su polla en sus entrañas. sus manos palmeando sus nalgas, cuando no pellizcando sus pezones. Y sí. Se corrió, se corrió como una perra.

  • Bien. Bien, tomemos algo antes de que me comas el culo y te folle el coño. ¿Sabes? me voy a mear en ti. En tu cara de zorra. Te guste o no.

Tuvo que ducharse antes de acostarse a su lado mientras él fumaba un cigarrillo.

-David llega en un par de días, pero te seguiré follando cuando me dé la gana.

  • Lo sé…señor…