Chanchita bien cogida y humillada en el lavadero

Chanchita me da una sorpresa. Relato que incluye dominación, pet play y humillación.

Vuelvo a escribir después de bastante tiempo pero no porque haya encontrado el momento sino porque el momento me ha traído una sorpresa de Chanchita. Esta cuarentena está siendo dura en varios aspectos. Más allá de lo obvio y donde no quiero entrar (muertes, desempleo, etc.) he percibido una deserotización paulatina de la vida. Es normal en tanto que el contacto con el otro es el juego de fuerzas elemental que activa el eros.

En mi caso el trabajo no me está faltando. Más bien al contrario. En estos momentos las empresas están atravesando momentos de cambio profundo, intentando adaptarse a lo que se está llamando “la nueva normalidad” y, en ese contexto, mi tare como coach ejecutivo y líder en procesos de transformación se ve muy requerida. Me he convertido en un hombre pegado a un ordenador y me paso el día en calls en el arduo trabajo de transformar grandes organizaciones. Eso me ha quitado prácticamente todo el tiempo que hubiera querido dedicar a continuar mis historias.

Algunos relatos atrás os contaba que había aparecido una putita argentina de 18 años que me estaba dando mucho rendimiento y por eso había decidido dedicarle más tiempo, cosa que me dejaba sin saldo vital para aceptar nuevas putitas online. La cosa duró unos meses pero acabó enfriándose unas semanas antes del confinamiento. La putita estaba por empezar 5º año del secundario y eso la tenía demasiado distraída. Y nos fuimos desconectando. En el medio siguieron llegando candidatas con mayor o menor intermitencia, pero es complicado encontrar mujeres que me motiven como para dedicar mis energías en sus procesos de transformación. Si, me dedico a transformar empresas, pero lo que realmente me apasiona es transformar la mente de mis sumisas, ayudarlas a descubrir sus más oscuros deseos y permitirles desplegarlos en un ambiente seguro, bajo mi tutela y, lógicamente, a mi servicio. Por eso cuando volví a activar un perfil nuevo de Tinder y apareció la gatita “L”, pensé que había encontrado la que iba a ser mi sumisa oficial y quién sabe qué más. “L” es una zorrita jodidamente guapa y con un potencial increíble. Espero poder contaros más sobre ella en el futuro. Por ejemplo, tengo pensado compartir una historia que me contó de cuando llegó a Madrid que me confirmó que era lo que estaba buscando. Si, porque además esta chica vivía en Madrid por lo que la promesa era aún mayor. Pero llegó la cuarentena y la muchacha huyó a casa de sus padres a la playa y desde entonces la cosa se ha más que enfriado. Se ha congelado.

Pero vamos a lo que me trajo aquí de nuevo. La Chanchita volvió a aparecer con la cuarentena. En modo intermitente, puesto que está todo el día en su casa son sus padres. Pero le ha dado tiempo a contarme cómo acabó concretando uno de los planes que había trazado para ella. Unas semanas antes de que el mundo cancelara su actividad, Chanchita me había contado que cerca de su casa había un lavadero de coches y que los chicos que trabajaban ahí siempre le decían cosas cuando pasaba. Así que empezamos a desarrollar y enfocar su deseo en esa situación concreta, con la idea de que acabara atreviéndose a concretar algo. Había llegado a liarse con dos chicos distintos cuando perdimos el contacto y pensé que todo se habría quedado ahí. Pero hace unos días, la Chancha me empieza a contar que la cosa fue a más. Y aquí os lo dejo para que os enteréis igual que lo hice yo. Así es como lo narró para mi:

“Entré al lavadero con un poco de miedo. Los chicos que trabajaban ahí tendrían entre 19 el más chico, y 25 o 27 años el más grande... ya todos me conocían. Me gustaba provocarlos cuando pasaba, y ya me había dejado comer la boca por tres de ellos. Uno, el primero, me había empezado hablando y había tanteado unos minutitos antes de agarrarme por la cintura y apretarme contra él en un beso brutal. Había aprovechado para manosearme todo lo que se podía por encima de mi chomba y mi pollera del colegio. Los otros dos, habían sido más lanzados. A los dos días de mi encuentro con su amigo, me habían dicho medio en joda:

¡Eh, linda! Nosotros también queremos algo.

Yo había respondido con una sonrisa y me había acercado para pegarme primero a uno, que me había agarrado de la nuca en un gesto medio agresivo, y después al otro, que se había animado a un poco más y había metido mano por abajo de la pollera y de la remerita.

Sin embargo, nunca había hecho con ellos nada como lo que realmente quería. Nada como lo que me imaginaba cuando llegaba al instituto y me colgaba pensando en ser dominada y humillada por esos chicos ahí mismo, en el lavadero.

Se lo había contado a mi profesor más como una anécdota, como un dato irrelevante. “¿Sabés, profe? Hay un lavadero cerca de casa, paso por la puerta bastante seguido... los chicos que trabajan ahí me re calientan, ya me comí a tres de cinco...”

En un par de días mi profe ya había pensado todo. Me dio órdenes claras de entrar con cualquier excusa estúpida, la que se me ocurriera, y no irme hasta lograr que por lo menos uno de ellos se hubiera corrido en alguno de mis agujeros. Yo quedé paralizada. Traté de negarme, aunque desde el primer “pero” ya sabía que no tenía alternativa. Si mi profe lo quería realmente, no había chance de decirle que no, y ninguna distracción iba a hacerlo olvidar el tema.

Cuando entré al lavadero, por la puerta de los coches en vez de la de adelante, me di cuenta de que no había pensado ningún plan. Estaba tan nerviosa que sentía que me caía, las piernas me temblaban. Uno de los cinco chicos me vio entrar, era el único medio tímido, con el que menos intercambio había tenido. Me miró de arriba a abajo, y hasta hoy no sé qué le impidió devorarme ahí mismo, si en la cara se le notaban las ganas de romperme en dos. Me habló con un poco de sorpresa.

¿Estás perdida? Si necesitás algo, tenés que preguntar adelante.

Y me señaló la puerta con dos dedos.

Uno de los compañeros se asomó desde el fondo, asumo que por curiosidad. Yo todavía no había entrado del todo, y estaba expuesta solamente ante su amigo y él. El del fondo dijo con una sonrisa,

¡Pero si es la pibita que vive a la vuelta! La que pasa siempre con ese uniforme de putita.

En seguida supe que se refería a mi uniforme de colegio. La chomba y la pollerita no eran exactamente reveladoras, pero yo me había ocupado de acortarlas lo más posible para que se mostrara la mayor cantidad de carne. En el colegio ya me habían puesto bastantes amonestaciones por eso; normal, siendo que era un colegio de monjas. Cuando pasaba por el lavadero, me subía todavía más la faldita, dejando casi que se me vieran los cachetes de la cola. Desde que mi profe me había prohibido usar ropa interior, había sido todavía más escandaloso.

Como yo no dije nada, el segundo se volvió a reír.

Vení, pasá, estamos descansando con los chicos. ¿Querés un mate?

No entendía si estaban siendo amables o me estaban pelotudeando. Calculé que lo segundo. Avancé un poco más, haciéndome visible a los otros tres chicos que estaban tirados descansando entre los productos y las mangueras, con expresiones de risa y sorpresa, eran los tres que ya me habían besado.

Yo... quería saber cuánto sale un completo -dije de la forma más torpe posible. Ni bien lo dije me di cuenta de que debía haber sonado ridículo, porque se rieron todos en mi cara.

Un completo... -me dijo el que hasta ahora más había hablado, el único argentino (el resto eran venezolanos), y el otro que todavía nunca se me había acercado mucho, aunque sí me había hecho comentarios subidos de tono alguna vez -¿Y por qué querés saber cuánto vale un completo vos?

No sé si me lo imaginé, o el pibe realmente hizo énfasis en la palabra “completo”, como ya insinuando algo. Lo que sí supe es que mi coartada era ridícula, claramente los chicos sabían bien que yo no tenía auto, ni sabía manejar.

Le quería hacer un regalo de cumpleaños a mi mamá... -dije, agarrándome de lo primero que se me ocurrió.

¿Y tu mamá sabe que sos tan puta?

¿Sabe que andás buscando pija por los lavaderos de cerca de tu casa?

Los comentarios de dos de los chicos que hasta ahora no habían hablado me desconcertaron. Como no contesté, lo tomaron como un permiso para seguir diciéndome lo que quisieran.

Siempre hablamos entre nosotros de lo calientapija que sos.

Tenés esa carita de nena buena, y después andás por ahí mostrando la tanga...

Ni tanga ya, ¿te pensás que no nos dimos cuenta?

Mientras se reían de mi entre todos, el argentino se me había acercado y se me había pegado por atrás. De golpe, me metió dos dedos en la rajita, por abajo de la pollera que esta vez no era la del uniforme.

Así me gusta, sin nada, siempre lista para dar guerra.

Yo estaba ya empapada de toda la situación, que era más de lo que en cualquier momento me podría haber imaginado, y el flaco lo notó enseguida.

Si serás trola...

Agarrada del orto me llevaron arriba, a una habitación más bien chica que usaban para cambiarse. Se desvistieron todos en menos de cinco segundos. La primera pija me entró a la boca sin que pudiera antes decir nada. Mientras tanto el resto se pajeaba mirando la escena, al rededor mío. Me fijé que todos la tenían tirando a grande, menos uno, el que me había visto primero. Mientras chupaba como podía, tratando de respirar y concentrándome en hacerlo bien, el argentino se me acercó pretendiendo que le hiciera una paja con una de mis manos libres. Debo haber sido muy torpe, sin poder ver lo que estaba haciendo, porque enseguida se aburrió y fastidiado me dijo:

Dejá, que para eso me la toco yo en casa. No pensaba usarte el agujerito tan pronto, pero ya que no servís para otra cosa...

Con unas palmadas como de un jinete a un caballo, me indicó que me pusiera en cuatro patas y se acomodó atrás mío. Yo seguía con la pija del otro hasta la garganta, y ahora una incluso más gruesa empujaba contra mi conchita empapada.

Yo necesitaba sentir algo entre las piernas, me estaba muriendo de la excitación y no me animaba a frotarme porque sentía que si levantaba las manos del suelo, me caía de cara al piso. El argentino pareció notar mi desesperación porque antes de penetrarme, le hizo un gesto al otro para que me liberara la boca y me preguntó con malicia:

¿Cómo se dice?

Yo tardé un rato en entender la pregunta, lo que me costó una nalgada bastante fuerte y un bife que me dio vuelta la cara. Después, murmuré con vergüenza “por favor...”

No, putita. Así no se piden las cosas. Con eso no hacemos nada. Rogame para que te la meta, mostrame lo puta desesperada que sos, dale.

El resto se reía y se pajeaba cada vez más rápido. Por un minuto, temí que se corrieran y se quedaran sin leche para mí, y después me di cuenta de lo ridículo y sucio que era ese pensamiento.

Por favor, cogeme, necesito sentir algo adentro... - dije en un tono todavía bajito.

Así no convencés a nadie, perrita. Me parece que no querés que te la meta.

Uno de los que se pajeaban tuvo la fantástica idea.

Si no quiere que se la cojan por adelante, dale por el culo, Mati.

Yo quise contestar, pero el venezolano ya me había clavado el tronco hasta la garganta de nuevo y lo único que salía de mi boca eran sonidos ininteligibles, que provocaban todavía más risa en mis abusadores.

Sentí la punta de la verga empujar contra mi agujerito más estrecho y me retorcí, no sé si de miedo o de excitación. Algunas manos empezaban a sobarme por arriba de la ropa, que sorprendentemente todavía tenía puesta. No pasó mucho hasta que levantaron mi topcito hasta que me quedó como un collar de tela en el cuello.

La enculada no duró demasiado, pero no sentí a “Mati” venirse en mi culo. En cambio, me dejó expuesta para el siguiente que quisiera disfrutarme, y se dedicó a sacarme algunas fotos mientras sus amigos se divertían con mi cuerpo.

En uno de los tantos videos que sacaron, me hicieron mirar a la cámara y decir un montón de obscenidades, que solo conseguían empaparme aún más y frustrarme al máximo posible por no poder satisfacer mi deseo de tocarme desesperadamente.

Por favor, rómpanme el orto - decía a la cámara con la mejor cara de puta que me salía. - Rómpanme al medio pero déjenme tocarme, por favor.

No, linda, no - me respondían con sorna - tocarse es para las putitas buenas y vos sos una perrita muy mala, sos demasiado trola.

Por favor, usénme, hagan conmigo lo que quieran, soy suya. Les ruego que me rompan la concha, que me den hasta que no pueda más, pero por favor, denme por adelante.

Yo ya estaba sacada. Las risas siempre fueron lo que encontré más humillante y por ende, lo que más me hacía chorrear, y estos cinco chicos no paraban de reírse de mí.

Entre algunas de las humillaciones a las que me sometieron, me metieron un cepillo para limpiar el baño y me hicieron caminar en cuatro patas hasta que me dolieron las rodillas.

Ahora sí sos una linda perrita - se carcajeaban mientras documentaban todo con su cámara -. A ver, ladrá.

Y yo ladraba y jadeaba y me dejaba humillar, estaba fuera de mí.

Si querés pija, ladrá dos veces.

Y así lo hacía yo.

Sí te morís de ganas de que te llenemos la cara de leche, hacete la muertita.

Yo cumplía como un animal, sintiendo la escobilla moverse dentro de mí.

A ver, en cuatro y move la colita, como si te estuvieran por sacar a pasear.

Cuando tuvieron suficiente, después de usar mi top como correa y hacerme revolcar por el piso, ladrando y jadeando aún más, detuvieron el video.

Solo treinta minutos después de esa escena, ya casi todos se habían venido dentro o sobre mí. El primero había sido el de la pija no tan grande, que me había dejado su corrida chorreando desde dentro de mi ojete, llegando hasta mi conchita y empapando mis cachetes. Los otros tres venezolanos se habían pajeado a la vez y me habían marcado con su leche, al mismo tiempo, en mis tetas, mi pelo y en mi cara.

Ya solo quedaba el argentino, que se había reservado especialmente para el final.

Tanto querías venirte, cachorrita. Ahora vas a ver...

Me empezó a coger con una fuerza, que sentía que me partía al medio. Yo aguanté, concentrándome con todas mis fuerzas, pero cuando él ya casi estaba por venirse tuve que pedirle:

Pará, por favor...

Él ni se mosqueó.

No me importa si te duele. No voy a parar hasta que te vengas como una puta, conmigo adentro.

Ni siquiera lo pensé, solamente lo dije en un susurro.

No, no es eso. Es que no puedo...

¿Qué cosa no podés?

Acabar, no me dejan...

Las carcajadas fueron, hasta ese momento, las más humillantes de todas.

Era obvio, esta perrita tiene dueño.

Se le habrá perdido el collar con la chapita.

Qué ridícula, cómo le gusta la pija.

Y por último, habló de nuevo el argentino.

Bueno, vas a tener que aguantarte algún castigo de tu papito, porque yo parar no voy a parar.

Aunque lo intenté, no pude aguantar. Estaba tan caliente y hacía tanto que no me venía, que solo hicieron falta esas palabras y veinte segundos más para que yo estallara en un orgasmo incontenible. Un minuto después, el flaco se vino adentro mío, y yo le agradecí a Dios estar tomando las pastillas.

Cuando ya todos estábamos más tranquilos, pensé que ya estaba todo terminado. Me pregunté que hora sería, le había dicho a mi mamá que iba a inglés y después quizás a lo de una amiga, pero si pasaba demasiado tiempo seguro que me iba a empezar a llamar.

Los chicos se pusieron los pantalones mientras yo seguía en el piso, pero no se los habían terminado de abrochar cuando uno de los más jóvenes dijo:

Qué ganas de mear, ¿no?

Los otros cuatro sonrieron cómplices y uno le contestó, mirándome de reojo, tirada a los pies de todos ellos:

La verdad que siempre después de una buena cogida, necesito una buena meada.

No hizo falta más, las cinco vergas apuntaron a mí mientras dejaban salir todo lo que tenían guardado. Me ordenaron abrir la boca y no tuve energía para desobedecer, así que así lo hice, sintiendo el sabor amargo chocando contra mi lengua y empapándome el pelo, la ropa...

Una vez que terminaron, se terminaron de vestir y fueron dejando la habitación. El argentino quedó último, y con un último guiño me dijo:

Fijate cómo le vas a explicar a tu mamá todo eso...

Señaló mi ropa, completamente empapada.

Yo que vos me ducharía. Nosotros tenemos un par de mangueras abajo, aunque dudo que te resulte una ducha muy relajante...”

Hasta aquí, las palabras de Chanchita. Si os ha gustado y os ha parecido increíble, os confieso que a mi también. Me pareció un salto demasiado grande en su proceso, como si se hubiera saltado veinte etapas de un solo golpe. Y a veces es como se dan las cosas, pero no es el caso. Siento deciros, una vez llegados a este punto, que la putita luego me dijo que así es como se imagina concretando su fantasía del lavadero. El texto es una expresión de su necesidad más profunda, pero, más allá de los primeros párrafos, no es una historia real. Todavía hay algunos chicos en un lavadero de Buenos Aires, hablando entre ellos sobre una putita que pasa calentándolos, que ya se lió con varios de ellos, y a la que esperan darle su merecido. Quién sabe, quizás alguno de estos chicos lee este relato y se acaba animando.