Cereales para merendar.
Carlos no sabía la situación que viviría en casa de su novia, cuando ella se preparaba para irse unos meses de la ciudad.
Casi eran las seis de la tarde cuando Carlos se dirigía a casa de su novia, Laura. Una sonrisa se dibujaba en su cara cuando recordaba las cosas que hicieron el día anterior, pues Laura se iba a ir unos meses fuera de la ciudad, y tenían que aprovechar el tiempo al máximo, y eso significa: mucho sexo.
Incluso por fin Carlos pudo disfrutar por primera vez de algo que le volvía loco. A Carlos le excitaban mucho los pies femeninos, y los de Laura eran realmente bonitos, usaba una talla 38, y sus dedos, suaves y cortos pero con mucha movilidad, le llevaban al cielo cuando Laura decidió masturbarle con ellos.
Perdido en sus pensamientos, casi deja la casa de Laura atrás, por lo que dio media vuelta, se encaminó hacia la puerta y tocó el timbre. Laura le abrió la puerta y se alegró al ver a su chico en el umbral. Llevaba su pelo negro recogido en una coleta, cayéndole dos mechones por ambos lados del rostro, pues no le llegaban para recogerlos. Vestía una camiseta de tirantes morada, que dibujaban la silueta de sus pequeños pero sugerentes pechos, unos pantalones piratas verdes, y para disfrute de Carlos, iba descalza.
Carlos se adelantó para darle un beso, y luego Laura le invitó a pasar, dirigiéndole hacia la cocina, donde se encontraba Maite, su hermana pequeña, que merendaba unos ricos cereales con leche. Maite, a diferencia de su hermana, era rubia, y su pelo completamente liso le caía hacia media espalda. Su cuerpo delgado y con signos de su pronto desarrollo podrían despertar perfectamente pensamientos lujuriosos en Carlos, a pesar de los 15 años que tenía la joven.
– Aún tengo que preparar la maleta y pasar por la ducha. ¿Puedes esperar aquí mientras tanto? -- Dijo Laura a Carlos con una sonrisa. – ¿Te apetece merendar?
– Vale, sin problema. – Contestó Carlos, y se sentó en la mesa de la cocina, frente a Maite. – ¿Qué hay para merendar?
Laura echó un vistazo a lo que su hermana estaba merendando y preguntó.
– No te los habrás acabado todos, ¿Verdad, Maite?
La pequeña, con la boca llena de cereales, asintió en señal de que no quedaban más cereales, Laura puso los ojos en blanco y suspiró, y se puso a buscar en los armarios de la cocina a ver qué más había por ahí.
Maite tragó los cereales que le impedían hablar, cogió su tazón aún sin acabar, se levantó de la mesa y dijo.
– Voy a por más leche. – Y salió de la cocina.
Laura cerró el último armario de la cocina, sin haber encontrado nada que pudiese ofrecer a Carlos como merienda, y se giró hacia este con los hombros caídos.
– Un momento, voy a mirar en la despensa. – Y salió también de la cocina.
Carlos miró cómo Laura se alejaba, clavando la mirada en su culo, que se contoneaba al paso de la muchacha, y volvió a perderse en sus pensamientos, cuando tenía la hermosa visión de su culo chocando contra su vientre, mientras penetraba a Laura a cuatro patas de forma salvaje pero llena de pasión. Poco a poco el bulto de su pantalón se iba haciendo más notable, y no pasó mucho tiempo hasta que sintió que algo empezaba a rodear su pene.
Carlos tardó unos segundos en darse cuenta de ese detalle, y se alarmó, levantando el mantel de la mesa para descubrir qué era lo que estaba agarrando su pene, y se encontró con la cara de Maite, que miraba deseosa el bulto creciente de Carlos, mientras lo cogía y apretaba entre sus manos.
– ¿¡Qué haces ahí, enana!? – Exclamó Carlos, en una mezcla entre sorpresa, miedo, y excitación.
– He dicho que iba a por más leche. – Dijo tranquilamente, sin apartar la mirada del pene.
Carlos miró alrededor por si aparecía Laura, pero tampoco se oían sus pasos dirigiéndose a la cocina. ¿Cómo habrá llegado Maite ahí abajo? Quizás había conseguido deslizarse bajo el mantel de la mesa mientras Laura rebuscaba en los armarios y Carlos no desviaba la mirada de su culo. El mantel llegaba hasta el suelo, por lo que Maite quedaba totalmente oculta.
– Bien, creo que ya está listo. – Dijo Maite, y sacó el pene de Carlos con su mano, y quedó apuntando hacia la cara de la pequeña, aunque aún no estaba del todo erecto.
Entonces empezó a masturbarlo, como si lo hiciese a diario, apoyando su mejilla en uno de los muslos de Carlos. Carlos, que aún no se creía lo que le estaba pasando, se agarró fuerte a la mesa al sentir el placer que le recorría por el cuerpo sintiendo las manos de la pequeña Maite bombeando sin parar su pene.
– Como se entere alguien, nos van a matar... Laura me matará por hacer esto contigo, y luego tu padre me resucitará y me cortará a cachitos... ¡Por dios, Maite, tienes 15 años, y yo 20! ¿No ves el problema? – Dijo Carlos entre jadeos.
– Bah, eres un aburrido – Dijo Maite, molesta – Nadie se enterará si no dices nada.
Entonces Carlos pudo oír como Laura se acercaba hacia la cocina, y se le encogió el corazón.
– ¡Rápido, viene Laura! ¡Sal de ahí abajo y mantén la boca cerrada!
– ¡Como ordenes! – Dijo Maite con tono de soldado, a modo de burla, y se metió de golpe el pene de Carlos en la boca, para “mantener la boca cerrada”.
Carlos abrió la boca con una mezcla de sorpresa y placer, y justo en ese momento apareció Laura por la puerta, en una mano llevaba una bolsa de magdalenas, y en la otra llevaba un batido de chocolate. Carlos intentó fingir que estaba bostezando para no levantar sospechas, y aparentemente funcionó.
– ¿Tienes sueño? – Dijo Laura riéndose, y se sentó frente a él en la mesa, abriendo la bolsa de magdalenas.
– Si, un poco... – Contestó Carlos como pudo, sentía la lengua de Maite recorriendo su pene, sentía cómo subía y bajaba su cabeza, chupándosela con ganas.
– ¿Todavía estás cansado por lo de ayer? – Preguntó Laura, sonriendo de forma lujuriosa.
– No, es que... a la noche... estuve pensando en ti, ya sabes... – Contestó Carlos, haciendo un gran esfuerzo por parecer normal, pues la mamada de la pequeña estaba siendo genial, y empezó a preguntarse dónde había aprendido estas cosas.
– ¿Entonces te gustó? Ya sabes, lo de los pies... nunca lo había hecho – Preguntó Laura, recordando la cara de placer de Carlos cuando le masturbaba con los pies, con escasa habilidad, pero aun así de forma notable.
En ese momento, Maite dejó de chupar, se sacó el pene de la boca, y Carlos sintió que se movía debajo de la mesa, pero no pudo averiguar para qué. Carlos aprovechó para, en un movimiento rápido, guardarse de nuevo el pene dentro del pantalón, y se sintió más seguro.
– Claro, fue genial... ya sabes que me gustan mucho tus pies, y siempre quise probar eso... pero no te preocupes por no tener experiencia, siempre podemos practicar más.
Laura levantó su pie descalzo, buscando la entrepierna de Carlos, y lo puso encima, acariciándolo por encima del pantalón. Maite pudo esquivar rápidamente la pierna de su hermana, para evitar ser descubierta. Entonces Laura, sonriente al notar la tremenda erección de su novio, levantó poco a poco su camiseta, mostrando solamente uno de sus pechos, puesto que no llevaba sujetador.
– ¿Es que no te apetecen “magdalenas”? – Bromeó Laura, usando el doble sentido con sus pechos.
Carlos se rió, claro que le apetecían “magdalenas”, le apetecía más que eso, quería coger a Laura, desnudarla, ponerla sobre la mesa y penetrarla duramente, con su hermana pequeña debajo, escuchándolo todo, pues estaba más excitado que nunca, y su pene palpitaba pidiendo ser aliviado.
– Si que quiero, pero tendrías que ir a ducharte, llegaremos tarde para coger el tren. – Dijo Carlos, temiendo que Laura quisiese llegar a más y acabase descubriendo que su hermana pequeña le estaba haciendo una generosa mamada.
Laura se decepcionó un poco, pero tenía razón, miró la hora y vio que iban un poco justos de tiempo, así que se levantó de la silla y le dio un largo beso a Carlos.
– Estaré pensando en ti mientras me ducho... – Le dijo a Carlos al oído pasando su mano por encima de su pene.
Laura salió de la cocina, y en ese momento Maite volvió a sacar el pene de Carlos del pantalón, pero esta vez no lo cogió con las manos, ni se lo metió en la boca. Carlos de pronto notó un tacto frío, pero a la vez muy placentero, y su erección volvió a ser máxima cuando se dio cuenta de que Maite le iba a masturbar con sus pies.
– ¿Entonces si hago esto te gustará más? – Dijo Maite, con un tono divertido en la voz.
Carlos no dijo nada, se limitó a disfrutar cómo los pies de Maite le masturbaban. Obviamente la pequeña tampoco había hecho esto nunca, pues sus movimientos eran un poco torpes, pero eso a Carlos le daba igual, el simple hecho de que una niña tan atractiva como Maite, que encima era la hermana de su novia, le hubiese hecho una genial mamada frente a Laura, y que ahora le estaba haciendo una paja con sus pies, que era lo que más le excitaba en el mundo, le estaban haciendo llegar al éxtasis, y se dejó llevar.
Un rato después, cuando Carlos quería aumentar aún más el placer, pues los pies de Maite no eran muy expertos, se decidió a coger con sus manos los pies de la pequeña y guiarla para enseñarle cómo debía hacerlo, y Maite empezó entonces a masturbarlo más rápido, y Carlos pudo oír como se reía bajo la mesa, se estaba divirtiendo mucho.
Carlos sentía como estaba llegando al clímax, al igual que Maite lo adivinó, pues sentía como cada vez agarraba sus pequeños pies con más fuerza, por lo que se incorporó y de nuevo empezó a chuparle el pene, esta vez con muchas ganas, quería que Carlos se corriese como nunca. Y así fue.
– Me... me voy a correr... – Dijo Carlos, casi sudando, entre jadeos de placer.
Maite sacó el pene de su boca y lo masturbó rápidamente, y entonces Carlos empezó a correrse, y sus chorros eran abundantes. Se preguntó si su semen estaría cayendo sobre la cara de la pequeña, pues su pene ya no estaba dentro de su boca, y ese pensamiento hizo que sus últimos chorros fuesen los más placenteros.
Cuando acabó, la pequeña dedicó unos momentos a limpiar con su lengua los restos de semen que quedaban en el pene de Carlos, y luego salió de debajo de la mesa. Carlos se fijó en que su cara estaba limpia, levantó el mantel de la mesa y miró al suelo, allí tampoco habían rastros de semen. ¿Dónde había ido a parar su corrida?
La pequeña sonrió, y cogió un cartón de leche escondido debajo de la mesa, para echarse un poco en su tazón de cereales, que había vuelto a colocar en la mesa. Entonces Carlos vio como sobre los cereales había algo blanco y brillante, que al instante se mezcló con la leche, y Maite empezó a tomárselos con una sonrisa feliz en su rostro.
Entonces Laura apareció por la puerta, envuelta en una toalla, pues acababa de salir de la ducha.
– Carlos, puedes venir a mi cuarto si quieres, y me ayudas a colocar las cosas.
Carlos, aún un poco aturdido, asintió vagamente, con disimulo guardó su saciado pene en sus pantalones y se levantó de la mesa, siguiendo a Laura hasta su habitación. Unos minutos después, una vez acabaron de hacer la maleta y Laura estuvo vestida, se dirigieron rápidamente hacia la puerta de la casa, no querían perder el tren.
– ¡Adiós Maite!, diles a papá y mamá que Carlos me ha acompañado a la estación, nos vemos en un par de meses. – Gritó Laura a su hermana, con un poco de prisa.
Laura salió primero, y Carlos la seguía llevando su maleta, y antes de cerrar la puerta vio como Maite aparecía al fondo del pasillo, dirigiéndole a Carlos una mirada divertida. Carlos se dio cuenta de que la pequeña tenía una mano metida dentro del pantalón, probablemente tocándose el clítoris.
Carlos se sonrojó, y le dirigió una dura mirada llevándose un dedo a los labios, pidiendo a la niña que ni se le ocurra comentar esto a nadie, y entonces cerró la puerta.