Cerdas y cachondas (Parte número 19).
Parte número diecinueve de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero guste a mis lectores a los que agradeceré que, para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.
Aunque siempre he sido muy formal y me ha gustado respetar la palabra dada, no pude cumplir la promesa que la hice a Nicole ya que mi vida cambió por completo en el tren en el que efectué el viaje de regreso. Al subir a él me encontré con que el asiento que me habían asignado se encontraba situado junto al que ocupaba uno de los hijos de un matrimonio que, en compañía de sus otros dos descendientes, se había acomodado al otro lado del pasillo. El chico estaba tan concentrado jugando con su consola que no me respondió cuándo le saludé ni se inmutó al acomodarme a su lado. Al iniciar el tren su marcha la madre se levantó de su asiento y acercándose a mí, me ofreció la posibilidad de sentarme enfrente de ellos, junto a otro de sus hijos, para poder ir hablando y que se nos hiciera más llevadero el largo viaje que teníamos por delante. Como me pareció una buena idea, tuve que intercambiar mi asiento con el segundo de sus hijos para poder ocupar otro al lado del tercero, el más pequeño, que se apresuró a sentarse en el situado junto a la ventana dejando libre la plaza emplazada al lado del pasillo. En mi nueva ubicación me dediqué a mirar a la mujer, que dijo llamarse Marisol y que calculé que tendría alrededor de veinticinco años, era alta, esbelta y se encontraba dotada de un poblado cabello rubio recogido en forma de cola de caballo y de un físico muy apetecible.
Resultó ser bastante habladora y no parecía importarla que la mirara sin ningún disimulo. A través de su conversación no tardé en enterarme de que, para llegar a su lugar de destino, iban a necesitar emplear dos horas más que yo en el viaje. Germán, su pareja, hablaba poco pero cada vez que abría la boca era para darse pote o para dejarme claro que disfrutaban de una posición económica bastante envidiable y que vivían rodeados de lujo y de objetos de valor. La primera impresión que tuve de ellos fue que Germán era un mujeriego y Marisol una golfa y que la pareja disfrutaba poniéndose los cuernos mutuamente un día sí y otro también.
Durante el viaje Marisol me contó que a Andrés, su hijo mayor que acababa de cumplir nueve años, lo había parido cuándo tenía dieciséis, lo que me permitió corroborar su edad y que se lo había engendrado un hombre que la doblaba en años con el que, mientras cursaba sus estudios, mantuvo una intensa relación sexual. Al varón, que era el padre de una de sus amigas, le encantaba “meterla mano” y “hacerla unos dedos” para “ponerla a tono” antes de penetrarla y aunque solía usar condón cuándo la “clavaba” la picha, había veces que se encelaba tanto que, para no perder tiempo, se la introducía “a pelo” comprometiéndose a sacársela cuándo se encontrara a punto de eyacular lo que, a pesar de los continuos enfados de Marisol, nunca hizo puesto que sentía un especial deleite al echarla, con una rapidez impresionante, su leche libremente lo que originó que acabara preñándola. En cuanto se enteró de que la había hecho un “bombo” aquel cabrón, que estaba casado y tenía tres hijas, desapareció con toda su familia de la faz de la tierra por lo que tuvo que criar a Andrés con la ayuda de sus padres.
A Damián, de siete años y piel mestiza, se lo había fecundado Germán a una brasileña de raza negra con la que tuvo un apasionado idilio pero, como a la chica la gustaban demasiado las fiestas y los “saraos”, después de parirlo decidió regresar a su país de origen y dejar al crío al cuidado de su padre al que sus abuelos, los progenitores de Germán, no quisieron acoger en su casa. Por suerte, no tardó en encontrar cobijo en los brazos de Marisol y en el apartamento que los padres de esta habían alquilado en la capital para que cursara sus estudios universitarios y viviera con Andrés. De aquella manera se inició su convivencia en común durante la cual se habían hecho con un piso en propiedad y habían engendrado a su tercer descendiente, el primero en común, que se llamaba Jesús y acababa de cumplir cuatro años.
Germán me indicó que era el responsable de los decesos en una conocida compañía de seguros y Marisol me explicó que había trabajado durante más de dos años y medio en una peluquería pero que, al jubilarse su propietaria, cerraron el establecimiento y empezó a ir de empleo en empleo sin llegar a trabajar en ninguno de ellos más de tres meses hasta que acabó convirtiéndose en asistenta por horas aunque, actualmente, estaba desocupada y esperaba que, al terminar el verano, la ofrecieran un contrato temporal a tiempo parcial en un establecimiento de venta de electrodomésticos.
Como el viaje era largo llegó un momento en que los tres chavales comenzaron a tener hambre y Marisol sacó de un amplio bolso de paja unos bocadillos de tortilla de patata. Cuándo acabó de repartirlos entre su pareja y sus hijos, partió el suyo por la mitad y me ofreció una parte. Había pensado efectuar la comida a última hora en el vagón restaurante pero se puso tan pesada diciéndome que se iba a tener que comer lo que Jesús dejara del suyo que no me quedó más remedio que cogerlo. Cuándo vi que sólo llevaba una botella de agua de litro y medio para todos me ofrecí a ir a la cafetería a por unos refrescos y tras obtener mi propuesta la conformidad de sus hijos, Marisol se levantó de su asiento y se dispuso a acompañarme para poder ayudarme puesto que, según me dijo, seguramente me los darían en lata y no podría llevar las seis al mismo tiempo.
Me encaminé detrás de ella hacía la cafetería lo que me permitió ver lo bien que se la marcaba la raja del culo en el ceñido pantalón corto de color blanco que llevaba puesto y que se encontraba dotada de un trasero estrecho, prieto y terso, muy a mi gusto. Cuándo pasamos por delante de uno de los aseos del tren Marisol se detuvo y abriendo la puerta, se metió en él. Pensé que iba a aprovechar para hacer alguna necesidad física por lo que me dispuse a esperarla fuera pero me agarró del brazo izquierdo y me hizo entrar con ella. En cuanto pasé al interior echó el cerrojo a la puerta, me dijo que estaba muy bueno y macizo, me abrazó y procedió a darme un buen “morreo” con lengua mientras, apretándose a mí, frotaba su cuerpo con el mío. Su peculiar manera de actuar me dejó bastante perplejo pero, permaneciendo abierto de piernas sobre el inodoro y a pesar de que el lugar era tan angosto que casi no nos podíamos mover, logré colocarla mis manos en las nalgas a través de su ajustado pantalón para ayudarla a mantenerse apretada a mí. Con sus estímulos la pilila se me levantó enseguida y Marisol, al notarla dura y larga en su entrepierna y con el capullo fuera del calzoncillo, dejó de abrazarme y de restregarse conmigo y tras separar sus labios de los míos, me bajó el pantalón y el calzoncillo para verme los atributos sexuales.
En cuanto me los dejó al descubierto me indicó que nunca había visto una pirula tan gruesa, larga y tiesa y después de decirme que la tenía de lo más apetitosa, procedió a sobármela y a pajearme con su mano derecha mientras con la izquierda se desabrochaba y se bajaba la cremallera del pantalón, con el propósito de no reventarlo al “bajarse al pilón”, con lo que la prenda descendió lo suficiente como para permitirme ver que llevaba puesto un colorido tanga con encajes.
Después de colocarse en cuclillas delante de mí y sin dejar de “cascármela” con su mano, me comentó que la daban mucho morbo las “pistolas” largas, con el capullazo completamente abierto y con la punta ligeramente encorvada hacía arriba puesto que, por experiencia, sabía que eran las que daban el máximo placer a las féminas cuándo las jodían. Sin hacer más comentarios y mientras me acariciaba los huevos con una de sus manos, me pasó la lengua por la abertura y el capullo y se introdujo entero mi “pito” en la boca para “catarlo”. Al terminar de tomar contacto con mi erecto miembro viril por primera vez me indicó que la estimulaba y la ponía muy cachonda el encontrarse con un “plátano” de buenas dimensiones que, como el mío, conservara el sabor de la lluvia dorada y llegara a despedir una fuerte “fragancia” varonil. Acto seguido y sin pensárselo, procedió a chupármelo con esmero y ganas. A pesar de que me lo hizo despacio y saboreando cada una de sus mamadas, enseguida sentí el gusto previo y exploté y de una manera espléndida, en su boca. La joven, manteniendo los ojos abiertos, ingirió íntegra mi leche y al acabar de dársela, dejó de chuparme la polla, se la sacó lentamente de la boca para que su respiración dejara de ser agitada y me indicó que la había complacido poder comerme el “rabo” y que mis chorros de lefa, además de abundantes, eran de excelente calidad mientras me lo volvía a menear con su mano. Al ver que, tras mi portentosa eyaculación, la “salchicha” seguía manteniéndose tiesa me comentó que, después de una buena descarga, era cuándo más jugosa y sabrosa se encontraba por lo que se la volvió a introducir en la boca para, de nuevo, chupármela con el mismo esmero y ganas que antes pero con mamadas algo más rápidas aunque sin llegar a ser lo suficientemente perseverante como para lograr que pudiera darla otro espléndido “biberón” por lo que, unos minutos más tarde, se la volvió a sacar de la boca dejándomela bien impregnada en su saliva y después de meneármela, de nuevo, con su mano manteniendo la abertura delante de sus ojos, se levantó, se colocó bien el pantalón y nos dimos un nuevo “morreo” con lengua antes de proceder a ocultar mis atributos sexuales y salir de aquel estrecho habitáculo para dirigirnos a comprar los refrescos.
C o n t i n u a r á