Cerdas y cachondas (Parte número 18).

Parte número dieciocho de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero guste a mis lectores a los que agradeceré que, para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Aunque llegó un momento en el que dejó de demostrar interés por penetrarme vaginalmente, consiguió que me motivara de tal forma con la “fragancia” que despedía su miembro viril y con el sabor de su leche y de su orina que decidí no limitar mi actividad sexual a Erik y convertida en una especie de furcia que no buscaba más recompensa que su “salsa” y su micción, comencé a chuparles la “tranca” con asiduidad a los varones que me la ofrecían. Logré hacerme con un buen número de adeptos pero una tarde Erik me sorprendió, casi en bolas, cuándo estaba efectuando una felación a dos jóvenes en la cocina de nuestro domicilio de manera que, mientras meneaba la verga con mi mano a uno de ellos, se la chupaba al otro. A cuenta de ello surgieron nuestras primeras desavenencias que fueron a más al descubrir que lo sucedido no había sido consecuencia de un “calentón” ocasional ya que me había convertida en una adicta a chupar la “banana” a otros hombres tanto en la calle como en nuestra residencia por lo que, para evitar que los tíos volvieran a acudir a la vivienda con intención de despelotarse y de obtener satisfacción de mí, decidió vendérsela a Akame, una “conocida” suya de origen asiático para adquirir otra casa más moderna emplazada en una urbanización en la que cada uno pudo vivir su vida a su manera pero manteniendo Erik la obligación de que le efectuara una felación por la mañana y otra al acabar de comer y de que, por la noche, me mostrara bien ofrecida y con el culo en pompa para poder enjeretarme su chorra y poseerme por el trasero mientras, echándose sobre mi espalda, se recreaba magreándome las tetas. Aunque me consideraba complacida con la actividad sexual que llevaba a cabo con mi cónyuge, desde que cambiamos de domicilio acudía casi todos los días y a la misma hora, al edificio en el que habíamos residido puesto que me excitaba el poder efectuar allí mis felaciones a otros hombres.

Pero, con el paso de los años, fui perdiendo mis atractivos físicos y en cuanto comencé a lucir mis tetas caídas se fue reduciendo y de manera considerable, el número de tíos que me ofrecían asiduamente su cipote para que se lo chupara por lo que me tuve que conformar con los pocos varones fieles que me continuaron ofreciendo su “lámpara mágica” y centrarme en dar satisfacción con más frecuencia a Erik. Una tarde y al regresar a mi casa después de habérsela chupado en la suya, aprovechando que estaba solo, a uno de los pocos jóvenes que aún me eran fieles recibí una llamada telefónica de un hospital que me informó de que Erik, tras sufrir un desmayo, había fallecido de un paro cardiaco poco después de ingresar en el centro hospitalario. Aunque muy penosa, hubiera considerado la noticia como normal de no haber sido por el hecho de que mi interlocutora me indicó que mi esposo había entrado en el hospital sin más ropa que una braga femenina. La lógica curiosidad femenina me hizo “tirar de la manta” lo que me permitió descubrir que aquel cabrón llevaba años poniéndome los cuernos al mantener frecuentes, intensas y sádicas sesiones sexuales con Akame y sus hermanas a las que sí que penetraba vaginalmente puesto que a dos de ellas las había fecundado.

El sentirme engañada de aquella manera hizo decrecer considerablemente mi apetito sexual lo que originó que mi clientela se redujera aún más hasta el punto de efectuar regularmente felaciones sólo a un par de varones y de edad avanzada con los que me tenía que emplear a fondo para conseguir levantarles la minga y que, avergonzados al ver que sufrían un “gatillazo” tras otro, decidieron dejar de verse conmigo. Desde entonces volví a cambiar de domicilio para poder residir en una vivienda céntrica y frecuentar los parques con intención de facilitar a las parejas jóvenes el que pudieran fornicar, en plan discreto y eso sí delante de mí, en el edificio en el que pasé con Erik los mejores años de nuestra vida en común con el propósito de verles mientras se dan “tralla” y ayudar a las chicas menos expertas a perfeccionar el estilo de sus felaciones.

Con su incorporación me llegué a considerar un privilegiado al poder disfrutar a lo largo de la semana de los encantos de Nuria, de lunes a viernes de los de Agata, Olga y Virginia y los martes y jueves al acabar mi jornada laboral y los sábados y domingos por la mañana, de las esmeradas e intensas felaciones que Rita me efectuaba con intención de darme gusto para que la depositara en la boca dos “biberones” y mi posterior meada. Durante más de cinco meses todo se desarrolló con normalidad por lo que, sintiéndome bien servido sexualmente, pude gozar del gran estímulo que me suponía el darla dos lechadas antes de complacerla depositando mi “cerveza” en su boca. Rita consiguió durante este tiempo que accediera a darme unos “piquitos” con ella tanto al inicio como a la conclusión de nuestros encuentros y que me habituara a que los domingos acudiera a nuestra cita vistiendo una bata que, en cuanto terminaba de depositar mi primer polvo en su boca, se quitaba para que, luciendo su sujetador y separándose la braga de la raja vaginal, me tumbara boca arriba en el suelo con intención de colocarse en cuclillas sobre mí, introducirse entero mi “nabo” y cabalgarme mientras me indicaba que, a pesar de su edad, su coño todavía se encontraba en unas condiciones de uso bastante aceptables. Pero como Rita no tenía demasiada experiencia y no me atraía físicamente, la costaba estimularme aunque siempre conseguía que, a pesar de que tuviera que esmerarse y tardara en complacerla, culminara echándola mi “salsa” caliente y mi espumosa lluvia dorada dentro de su cueva vaginal.

Me comenzó a fallar cuándo la relación, además de consolidarse, iba a más y si acudía a nuestra cita del sábado y del domingo, no lo hacía el martes y/o el jueves o a la inversa. Pensando en que podían haberla surgido otros compromisos no la dije nada pero un domingo, después de haberme dejado también plantado y con las ganas tanto el jueves como el sábado, decidí informarme sobre ella en el bar en cuyo cuarto de baño mantuvimos nuestro primer contacto. Los camareros y un cliente me explicaron que Rita llevaba casi diez años viuda; que, al no tener hijos ni familiares cercanos, vivía sola; que se pasaba la mayor parte del día recluida en su domicilio del que sólo salía para hacer sus compras, para ir a misa y algunas tardes, para jugar a las cartas en un centro de jubilados y que, desde que había descubierto que su cónyuge la había sido infiel, tenía la cabeza muy trastornada y padecía demencia senil lo que originaba que alternara periodos de plena lucidez con otros en los que no se acordaba ni de su nombre. Otro de los clientes me indicó que, como dormía mal, la había visto desde la terraza de su casa frecuentar en bata y camisón, los días en que la temperatura era agradable y a altas horas de la noche, cierto parque público en busca de parejas jóvenes en “actitudes amorosas”.

Aunque no se me pasaba por la cabeza el llegar a mantener más relaciones completas con Rita que las cabalgadas dominicales pretendía continuar disfrutando de sus felaciones por lo que seguí acudiendo a las citas lo que me permitió volver a coincidir con ella que me explicó que llevaba varias semanas con la cabeza mal y sin tener certeza ni del día en que vivía por lo que me había estado esperando en el portal del edificio en el que me daba satisfacción los viernes pensando que era sábado, los lunes creyendo que era martes y los miércoles que era jueves. Durante la semana en que se produjo nuestro reencuentro me chupó el pene con una desmedida intensidad y saboreando como nunca cada una de sus mamadas pero el martes siguiente no estaba tan “entonada” aunque, cuando terminé de depositar mi micción en su boca, se empeñó en pasarme su lengua por la raja del culo y en darme unos lengüetazos anales antes de decirme que durante el fin de semana me iba a llevar a su casa para que supiera donde vivía y pudiera visitarla, sin tener que ceñirnos a unos días determinados, cuándo precisara de su “alivio” y en plan más cómodo al poder permanecer, abierto de piernas, cómodamente tumbado en su cama.

Ese martes y el jueves siguiente, a pesar de verla bastante menos motivada que otras veces al efectuarme sus felaciones, su cabeza regía de maravilla pero ni el sábado ni el domingo acudió a nuestra cita lo que me extrañó puesto que la había visto muy ilusionada con la idea de llevarme a su casa. Después de darme plantón las tres semanas siguientes, acudí, una vez más, al bar con intención de saber de ella y los camareros me explicaron que, según les había dicho una vecina, había tropezado y se había caído por las escaleras de su casa y que, después de pasar varios días ingresada en un hospital, al haberse roto el fémur de la pierna derecha por varias partes y no estar en condiciones de vivir sola a cuenta de las múltiples contusiones sufridas y de lo mal que tenía la cabeza, la habían internado en un geriátrico.

No he vuelto a verla y durante los meses siguientes la eché en falta, sobre todo los días en que manteníamos nuestros contactos, pero pronto llegó el verano y decidí irme de vacaciones a la playa pensando que el pasar tres semanas junto al mar y disfrutando de los encantos de una joven que consiguiera satisfacerme, me iba a ayudar a olvidar a Jacqueline, a sus amigas y a Rita. Para ello, decidí seguir los consejos de una conocida canción de Rafaela Carrá y dirigirme al sur para “hacer bien el amor”

Durante mi estancia conocí a Nicole, una preciosa joven de padre belga y madre francesa, con la que me lié. La chica creo que sólo usó su habitación para cambiarse de ropa pero, en vez de ayudarme a olvidar a Jacqueline, me hizo recordarla con frecuencia puesto que la agradaba que la diera “mandanga” varias veces al día y con lechada doble para que culminara meándome dentro de ella. Incluso, la encantaba hacerme una felación o se mostraba bien ofrecida con intención de que la diera por el culo, entrándola mi “herramienta” de maravilla por el orificio anal y demostrándome que “tragaba” muy bien por todos sus agujeros, para sacarme el primer polvo antes de penetrarla por vía vaginal puesto que, al igual que Jacqueline, decía que, como tardaba en echar por segunda vez mi “salsa”, teníamos tiempo suficiente para disfrutar del coito y que, al orinarme después de mi descarga, era casi imposible que la pudiera hacer un “bombo”. Con ella llegué a sentir la misma satisfacción al enjeretársela por vía vaginal que al hacerlo a través de su conducto rectal. Al agotarse mi periodo vacacional la dejé bien servida y como estaba convencido de que había encontrado a una nueva Jacqueline, acordé con Nicole que me pondría en contacto con ella al terminar el verano después de prometerme que se iba a plantear el venir a trabajar a nuestro país si el grupo empresarial en el que estaba empleada como bióloga disponía de alguna delegación que la permitiera residir cerca de mí para vernos con frecuencia y para que, al menos los fines de semana, la pudiera poner “fina” e incluso, llegar a plantearnos el iniciar nuestra convivencia en común.

C o n t i n u a r á