Cerdas y cachondas (Parte número 17).

Parte número diecisiete de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero guste a mis lectores a los que agradeceré que, para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Durante mi juventud no era habitual que las féminas hiciéramos felaciones a nuestras parejas por lo que, como las demás, me limitaba a “cascar” repetidamente la pirula a mis “novietes” y cuándo estaba “fina” y con ganas, me quitaba la braga, me abría de piernas y permitía que me “clavaran la pistola” y que me jodieran por el conducto vaginal con el compromiso, que la mayor parte de los varones no cumplía, de sacármela en cuanto sintieran que su eyaculación era eminente.

Un día conocí a Erik que, aunque había nacido en un país nórdico, había residido durante varios años en dos países asiáticos en los que había disfrutado plenamente del sexo con sus ardientes y viciosas jóvenes, la mayoría de las cuales eran autentica porcelana y que, concienciadas desde pequeñas en que la función primordial de su vida era la de dar gusto y satisfacción a los hombres, se prodigaban en practicar cualquier tipo de sexo y especialmente, el francés. En medio de aquel lujurioso “status” las orientales, acostumbradas a que buena parte de los varones asiáticos la tuvieran flácida, fofa y pequeña, fueran poco viriles y las echaran una mínima cantidad de leche al eyacular cuándo no sufrían un “gatillazo” tras otro, se encelaban y se convertían en unas dóciles “perritas en celo” en cuanto daban con un europeo que estuviera bien “armado” y dispusiera de una potencia sexual aceptable. Aprovechándose de ello, Erik compartió domicilio durante más de cuatro años con unas universitarias a las que solía penetrar vaginalmente con asiduidad y con las que se fue convirtiendo en un experto en practicar el sexo francés y el griego, al darlas por el culo a diario, mientras sus colaboradoras laborales se encargaban de hacerle cubanas con sus tetas, de abrirse con frecuencia de piernas con intención de ofrecerle su apetecible y jugoso “arco del triunfo” y de efectuarle felaciones mientras permanecía colocado a cuatro patas para que una de ellas, metiéndose entre sus piernas, le chupara el miembro viril mientras la otra le daba satisfacción anal con sus dedos y con su lengua de manera que, si le llegaba a estimular hasta el punto de producirse su evacuación, las deposiciones se depositaran en el cuerpo de la primera.

Erik, además,se había acostumbrado a aprovechar sus frecuentes viajes en metro para, como un buen número de varones orientales, obtener gusto y satisfacción durante el desplazamiento para lo que buscaba entre los viajeros a alguna joven atractiva, generalmente estudiantes minifalderas y colocándose detrás de ellas y encontrándose con una ligera oposición inicial, las iba subiendo la falda hasta que podía verlas la braga y conseguía que las chicas permanecieran abiertas de piernas con intención de que, a través de su prenda íntima, pudiera entrar en contacto con sus zonas más erógenas. Las jóvenes estaban mentalizadas para que ninguna llegara a considerarse a salvo de aquel tipo de vejaciones en público hasta el punto de considerar que si los hombres las elegían era porque estaban realmente buenas lo que las servía de estímulo para dejarse hacer mientras iban reflejando en su cara una mayor o menor satisfacción. Erik, sin cesar de sobar a la elegida, se bajaba la cremallera del pantalón y a través de la bragueta, sacaba al exterior su portentosa “herramienta” que, después de meterla la braga en la raja del culo, la restregaba a la joven en los glúteos y las piernas mientras, metiendo sus manos por debajo de su ropa y a través del sujetador y de la braga, la magreaba las tetas y la raja vaginal. Con aquellos estímulos enseguida se le ponía bien tiesa y la chica, al comprobar que se encontraba mucho mejor dotado que la mayoría de los varones asiáticos, se apretaba más a él incitándole a que la siguiera sobando mientras se frotaba con ella. La mayoría se llegaban a poner tan cachondas que terminaban con las “peras” al aire y luciendo los pezones erectos, la falda levantada, la braga enroscada a la altura de las rodillas y convenientemente dobladas con intención de que las pudiera “clavar el mástil” vaginal o analmente y sin importarlas que descargara libremente en el interior de su cueva vaginal o que las llegara a “romper” el culo mientras otras preferían que se lo sacara cuándo se encontraba a punto de eyacular para que las diera su leche en la boca y el resto, con intención de evitar que las pudiera fecundar y tras haberse dejado hacer y de exhibir sus “melones”, su raja vaginal y su culo en público, cuándo consideraban que estaba a punto de producirse la explosión se echaban hacía adelante para sacarse la “herramienta” y cubrir sus encantos con la braga con el propósito de que se la mojara, al igual que la falda y las piernas, con su leche.

Después de adquirir una gran experiencia sexual y de poder disfrutar plenamente con un buen número de jóvenes y no tan jóvenes orientales, la empresa para la que Erik trabajaba decidió enviarle a nuestro país para que se hiciera cargo de la administración de determinados negocios y especialmente de los de todo a cien, creados con capital asiático y regentados por orientales. Cuándo le conocí me pareció un autentico salido para el que, al igual que para las lujuriosas hembras asiáticas con las que había convivido, una actividad sexual frecuente e intensa era lo más importante lo que me obligó a entregarme a él sin condiciones con el propósito de intentar darle toda la satisfacción sexual que necesitara pajeándole y abriéndome de piernas para ofrecerle mis encantos casi a diario mientras me iba adiestrando para que me “bajara al pilón” y le efectuara felaciones. En cuanto me “clavaba” su miembro viril, notaba mi cueva vaginal tan llena que comenzaba a disfrutar de un gusto muy intenso al mismo tiempo que me sentía encandilada por las excepcionales dimensiones de su “pito” y por las apoteósicas y largas lechadas que echaba al descargar. Hasta que le conocí ningún varón había conseguido hacerme el suficiente “tilín” como para llegar a plantearme una relación estable pero con Erik me encontraba siempre muy a gusto y aprendí a disfrutar plenamente del sexo y dar satisfacción a mi cuerpo por lo que, como no quería compartir con nadie a aquel portento de la naturaleza que residía en una vivienda alquilada junto a varias jóvenes orientales con las que me supuse que mantendría relaciones sexuales, me propuse “retirarle de la circulación” prodigándome bastante más en retozar con él. El problema era que el varón era más joven que yo y a mí estaba a punto de “pasárseme el arroz” por lo que tuve que dejar que me pusiera “fina” a su antojo durante varios meses antes de que lograra convencerle para adquirir entre ambos una antigua pero bien conservada vivienda en el edificio en el que pretendo mantener mis contactos contigo en la que vivimos como pareja durante siete meses que fue lo que tardé en conseguir contraer matrimonio con él.

Desde que comenzamos a vivir juntos y durante algo más de año y medio Erik se prodigó en introducirme su “plátano” y joderme por el chumino pero, al ver que no lograba fecundarme, me impuso la obligación de chuparle la polla al despertarse por la mañana y al terminar de comer, lo que hice encantada a pesar de que, para complacerle, me tuve que habituar a determinadas costumbres y rituales orientales. El más habitual era que Erik se mostrara bien ofrecido colocado a cuatro patas y con las piernas abiertas para que, como muestra de respeto y de sumisión, fuera introduciendo mi cuerpo entre ellas hasta que mi boca quedaba a la altura de su “lámpara mágica”, momento en el que le debía de localizar el ojete para “taladrárselo” con dos de sus dedos y procedía a realizarle unos enérgicos hurgamientos circulares al mismo tiempo que, levantando la cabeza e introduciéndomelo entero en la boca, le chupaba el “rabo”, manteniéndolo tieso hacía adelante e intentando que no me ahogara, con el propósito de que pudiera llegara a sentir más gusto y me echara una gran cantidad de leche que debía de ingerir íntegra en cada una de sus descargas hasta que Erik daba debida cuenta de su virilidad y al extraerle los dedos del orificio anal, solía culminar orinándose en mi boca y jiñándose sobre mí. Además, por la noche, me tenía que mostrar ofrecida y con el culo en pompa para que me metiera analmente su “salchicha” y me poseyera por el trasero.

C o n t i n u a r á