Cerdas y cachondas (Parte número 16).

Parte número dieciséis de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero guste a mis lectores a los que agradeceré que, para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Rita se acomodó en el inodoro y sin necesitar más iluminación que la que entraba por la pequeña ventana situada en la parte alta de la pared frontal de aquel retrete, se apresuró a hacer descender mi pantalón y mi calzoncillo hasta que quedaron a la altura de mis tobillos para, actuando con naturalidad, sobarme los atributos sexuales, a los que calificó de portentosos, antes de proceder a “cascarme” la chorra con su mano mientras se iba “embriagando” en la “fragancia” que despedía. Se la metió bien tiesa en la boca y demostrando que disponía de unas buenas tragaderas, fue capaz de introducírsela entera varias veces hasta que, dándose cuenta de que mi descarga era eminente, metió sus manos por el medio de mis abiertas piernas y las colocó en mis glúteos para obligarme a mantener totalmente introducido mi cipote en su boca y a depositar mi leche en su gaznate. La ingirió íntegra y al terminar, se sacó la minga del orificio bucal y volvió a meneármela despacio con su mano sin apartar sus ojos de la punta y deteniéndose cada poco tiempo para poder pasarme su dedo gordo por la abertura mientras, todavía con la respiración agitada, se interesaba por saber si tenía ganas de orinar ya que, según me indicó, después de un buen polvo no había nada más reconfortante que una espléndida meada.

Aunque solía orinar con mucha frecuencia, precisamente en aquel momento no tenía ganas de “cambiar de agua a los garbanzos” por lo que, como me había encantado su felación, la dejé recrearse “dándole a la zambomba” hasta que, al recobrar su respiración habitual, me tomé la libertad de pasarla repetidamente la punta de mi miembro viril por la cara y el cuello antes de que casi la forzara a volver a introducirse mi erecto “nabo” en la boca para, cogiéndola de la cabeza, obligarla a chupármela con mamadas intensas y rápidas. La fémina se tuvo que esmerar pero obtuvo finalmente su recompensa al conseguir que volviera a depositar mi “salsa” en su gaznate que, al igual que la vez anterior, fue recibiendo entre muestras de agrado y manteniendo sus ojos cerrados para poder “saborearla” mejor. Pocos segundos después de terminar de echarla la lefa y mientras Rita me la seguía chupando, la pude complacer depositando mi espumosa “cerveza” en su boca.

En cuanto acabó de ingerirla se la saqué de la boca y mientras Rita orinaba después de subirse la falda del vestido y separarse la braga de la raja vaginal, volví a pasarla la punta de mi aún erecto pene por la cara y el cuello. Al acabar de “aliviar” su vejiga urinaria se limpió con papel higiénico y procedió a realizarme unas breves “chupaditas” y a llenarme de besos el abierto capullo antes de volverme a poner bien la ropa mientras Rita hacía lo propio con la suya. Cuándo salimos del cuarto de baño nos dirigimos a la barra del bar en donde, además de darla los dos cigarros prometidos, la invité a un chocolate con churros.

Después de abandonar el establecimiento regresamos al parque y nos volvimos a sentar en un banco en donde nos fumamos otro cigarro mientras Rita no cesaba de alabar las magnificencias de mis atributos sexuales reconociendo que me encontraba dotado de una picha descomunal y de unos gruesos huevos llenos de leche que a poco que se me hincharan cuándo me calentaba encontrándome vestido debían de ejercer tanta presión en mi ropa que me tenían que llegar a molestar, lo que era cierto. Un poco más tarde me propuso repetir tan agradable experiencia los miércoles a última hora de la tarde y los sábados y los domingos por la mañana a cambio de que la recompensara con un paquete de tabaco semanal. Acepté su ofrecimiento al pensar que los fines de semana, aunque me desfondara con Nuria, era cuándo Agata, Olga y Virginia tenían más compromisos, sobre todo familiares, por lo que me resultaba más complicado poder tirármelas en esos días aunque, luego, me percaté de que los miércoles solía cenar a una hora temprana con Agata y Olga en mi “picadero” para, al terminar, darnos unos buenos revolcones mientras disfrutábamos de una alocada y sádica velada nocturna haciendo tríos por lo que la propuse el mantener mis encuentros con ella los martes y los jueves en vez de los miércoles ya que, aunque esos días retozaba con Agata y Olga por separado, me las trajinaba a primera hora de la tarde por lo que, si prolongaba los lunes, los miércoles y los viernes mi jornada laboral matinal para poder salir un poco antes los martes y los jueves por la tarde y quedaba con ella unos minutos después de acabar mi trabajo, tendría tiempo suficiente para recuperarme con el propósito de dar lo suyo por la noche a Nuria. Rita estuvo de acuerdo.

A su edad, aquella hembra carecía de atractivos físicos pero, después de haberme zumbado a más de una amiga de mi antigua pareja que era un auténtico “costrón” y aunque no me resultara tan excitante como cuándo ponía “fina” a una joven, estaba dispuesto a todo con tal de poder disfrutar plenamente del sexo como lo demostraba el hecho de haber accedido a cepillarme a mi madre y Rita me había complacido con sus felaciones y me había conseguido estimular mientras, después de producirse mi segunda descarga, la veía esperar ansiosa a que depositara mi orina en su boca.

La indiqué, no obstante, que prefería mantener nuestros encuentros en otro lugar que no fuera el angosto cuarto de baño del bar. Pensé en ofrecerla mi domicilio, reconvertido en “picadero”, pero no quería que mis vecinos la vieran subir o bajar o que me vieran acompañado por una mujer tan madura por lo que la indiqué que no tenía sitio. Rita también debió de pensar en ofrecerme su vivienda pero, al final, optó por indicarme que conocía un edificio que estaba prácticamente deshabitado y con el portal abierto todo el día en el que dispondríamos de la suficiente intimidad como para que me pudiera chupar la pilila sin prisas ante la puerta de acceso a los trasteros o en los rellanos de las escaleras.

Al no conocer el edificio en el que pretendía mantener nuestros contactos sexuales y no estar dispuesto a que ningún vecino nos sorprendiera con mis atributos sexuales al aire o en plena felación, me tuvo que explicar que conocía perfectamente la edificación como para saber donde se encontraban los lugares más discretos e íntimos ya que había vivido allí varios años junto a Erik, su cónyuge, lo que la llevó a narrarme parte de la historia de su vida.

C o n t i n u a r á