Cerdas y cachondas (Parte número 15).

Parte número quince de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero guste a mis lectores a los que agradeceré que, para bien o para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Entre Agata, Jacqueline, Nuria y Olga logré sentirse sexualmente servido pero, por desgracia, Olga no era un ejemplo de discreción y una noche, en una cena con sus amigas y ligeramente bebida, realizó ciertos comentarios no demasiado afortunados sobre su actual vida sexual que una de las asistentes no tardó en poner en conocimiento de Jacqueline que no me dijo nada al respecto hasta que, al tenerlo todo apalabrado y firmado, aceptó un ascenso en la empresa en la que trabajábamos con el propósito de ocupar un puesto ejecutivo bien remunerado que la iba a obligar a residir en el extranjero. Para justificar lo que había hecho me indicó que, tras mi infidelidad, era preferible una separación temporal que nos permitiera comprobar si nos necesitábamos el uno al otro para algo más que para la cama antes de que el hartazgo y la rutina nos obligaran a una ruptura definitiva.

No estaba de acuerdo con sus planteamientos pero, siendo el culpable de que aquella situación se hubiera producido y no habiendo posibilidad de dar marcha atrás, no me quedó más remedio que aceptarlos para, como Jacqueline me había dicho, comprobar si entre nosotros existía algo más que una mutua atracción y un deseo carnal. Al producirse nuestra separación me deprimí por tener que vivir separado de ella y una vez más, me volví a ver en el “dique seco” después de haber disfrutado durante tantos años de una intensa actividad sexual y sin más aliciente que el de “darle a la zambomba” en solitario una y otra vez a la salud de Jacqueline para poder dedicarla mis abundantes lechadas.

Para evitar que mi periodo de decaimiento se prolongara más de lo estrictamente necesario, Nuria casi me obligó a irme a vivir con ella con intención de que me prodigara mucho más en “clavarla mi salchicha” y en hacerla marranadas en plan sádico puesto que, como me decía, a su edad la estimulaba el sentirse humillada y vejada; la podía depositar toda la leche que quisiera dentro del chocho sin que existiera posibilidad de fecundarla; la encantaba que me recreara realizándola todo tipo de cochinadas, haciéndola poner su cueva vaginal, su culo y sus tetas a mi plena disposición y llegar a sentirse una fulana sumamente cerda mientras la obligaba a prodigarse con sus “chupaditas”, felaciones, lamidas anales y pajas. Al vivir con Nuria en su domicilio decidí convertir el mío en un “picadero” con el propósito de mantener en él relaciones regulares con Agata y Olga y me aproveché de la escasa discreción de Olga para que me fuera publicitando a través del boca a boca con lo que conseguí que no tardaran en írseme ofreciendo otras jóvenes con lo que logré despojar de la braga o del tanga a buena parte de las amistades femeninas de la que había sido mi pareja para que, sin importarme su estado civil, se abrieran de piernas y me ofrecieran su “arco del triunfo” y demás encantos. Algunas se opusieron a que las diera por el culo alegando que era imposible que una “tranca” tan gorda y larga como la mía las entrara por el ojete sin desgarrárselo mientras otras pretendían que, aprovechando que se me mantenía la erección al terminar de depositar en su interior dos soberbias lechadas y su posterior meada, continuara dándolas “mandanga” en vez de recrearme haciéndolas marranadas.

A pesar de que recibí mucha satisfacción de ellas el recuerdo de mi antigua pareja hacía que no me sintiera demasiado cómodo con ninguna y que no encontrara entre ellas a la sustituta ideal. Las únicas que llegaron a asimilarse sexualmente a Jacqueline fueron Olga, Luna y Virginia y las dos últimas estaban casadas. Luna había contraído matrimonio recientemente y pretendía “echar una canita al aire” de vez en cuándo disfrutando de mis excepcionales atributos sexuales pero sin pretender llegar a entablar una relación estable y regular mientras que Virginia, meses después de que empezara a retozar conmigo de una manera periódica, quedó preñada y como no estaba segura de si había sido su pareja o yo quien la había fecundado, decidió que nuestra relación fuera también esporádica. Como no pretendía romper ningún matrimonio ni pareja opté por lo más fácil que era el trajinarme, unas cuantas veces y a conciencia, a cada una de las amigas de Jacqueline y de Agata y Olga que se me iban ofreciendo para desahogarme antes de romper mi relación con ellas y probar con unas nuevas candidatas lo que ocasionó que, sin contar a Agata, a Nuria y a Olga, me llegara a zumbar el mismo día a tres hembras distintas.

Desde que comencé a “catar” y a cepillarme a parte de las amigas y conocidas de Jacqueline y de Agata y Olga, me di cuenta de que con ninguna de ellas iba a conseguir obtener la misma satisfacción que con mi anterior pareja lo que originó que me fuera volviendo bastante más exigente y sádico al mantener mis contactos sexuales lo que las “titis”, excepto Agata, Luna, Nuria, Olga y Virginia, no eran capaces de aguantar y las relaciones que iniciaba no duraban más de un mes.

Al retozar regularmente con una autentica “sacaleches” como era Nuria, me fui convirtiendo en un insaciable que, aunque jodía todos los días a varias mujeres y las echaba un montón de lechadas, siempre quería más y como me gustaba ver a dos féminas turnándose en efectuarme una felación, disputarse el privilegio de poder chuparme la verga un poco más que la otra y el de recibir mi lefa en su boca y me ponía sumamente “burro” cada vez que estimulaba vaginal y analmente a una de ellas mientras me follaba a la otra pensé en hacer tríos los fines de semana con Nuria y su amiga Sandra, otra “viudita alegre” que, a pesar de que su marido la había engendrado cuatro hijos, aún se conservaba de lo más potable. Un sábado por la mañana, una vez que Nuria terminó de sacar provecho de mi tremenda erección matinal, se lo propuse y después de pensárselo, me dijo que, aunque estaba segura de que Sandra era una excelente feladora, una dócil “perrita en celo” y una excepcional “yegua” que podía llegar a darnos muy buen juego en los tríos, no quería desvelar la relación que estábamos manteniendo por darme ese capricho que, más pronto o más tarde, iba a ocasionar que se redujera la actividad sexual que desarrollaba con ella al pretender llevar a cabo contactos en solitario con las dos con el propósito de dar rienda suelta a mis más bajos y primitivos instintos sexuales.

Como no estaba acostumbrado a que Nuria me negara nada cuándo estaba con ella en la cama, aquella negativa hizo que me enfadara y que, levantándome, me aseara, me vistiera y saliera de su domicilio. Estuve paseando de un lugar para otro pensando en la forma más idónea de exponer a Sandra mis pretensiones sin llegar a herir sus sentimientos. Al pasar por un parque público me acomodé en un banco en el que continué centrado en mis pensamientos mientras me fumaba un cigarro. Estaba pensando en levantarme para, dispuesto a todo, encaminarme hacia el domicilio de Sandra cuándo se me acercó una hembra sexagenaria, menuda y de cabello canoso, que me pidió educadamente tabaco. La miré y observé que vestía decorosamente y con cierto toque de elegancia y que iba ligeramente maquillada mientras mi olfato percibía la fragancia de su perfume. No tenía por costumbre acceder a aquel tipo de peticiones pero, por respeto a sus canas, la di un cigarro. La mujer se sentó junto a mí en el banco, la ofrecí fuego para encenderlo y después de decirme que se llamaba Rita, se lo fumó en silencio. Cuándo lo terminó me pidió que la entregara otro para más tarde y sin pensármelo y como no tenía nada que perder, la contesté que la daría dos si accedía a chuparme la “banana”. Me esperaba una reacción negativa por su parte por lo que me quedé perplejo y sorprendido cuándo, mirándome, me contestó que la parecía un trato justo y que, a su edad, era todo un aliciente y un estímulo el poder dar gusto a un joven tan atractivo por lo que no podía rechazar una oferta así.

Nos levantamos del banco y me hizo ir con ella hasta un bar cercano en el que todo el mundo la conocía y después de saludar a unos y a otros, me cogió de la mano para entrar juntos en el angosto cuarto de baño femenino del establecimiento mientras me sentía avergonzando al darme cuenta de que una parte de los clientes nos estaban mirando y parecían imaginarse lo que íbamos a hacer.

C o n t i n u a r á