Cerdas y cachondas (Parte número 13).

Parte número trece de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero guste a mis lectores a los que agradeceré que, para bien ó para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Pero las que sí se involucraron fueron Judith y Soraya, las amigas más “íntimas” de Claire. La primera era una guapa y joven religiosa, prima de Soraya, a la que sus inclinaciones sexuales lésbicas y el revuelo que, a cuenta de ello, había armado en el convento estuvieron a punto de hacerla colgar los hábitos aunque, al final, había logrado dejar la congregación a la que pertenecía para entrar a formar parte de otra más “condescendiente”, moderna y menos contemplativa que se dedicaba, entre otros menesteres, a ayudar en sus quehaceres eclesiásticos a algunas iglesias y a cuidar enfermos lo que la permitía entrar y salir a su antojo del convento, eso sí vistiendo el hábito reglamentario. En el desarrollo de su labor como cuidadora de enfermos se la conocía como “Sor Alivio” ya que, con sus sobamientos y masturbaciones, intentaba hacer más llevadera la enfermedad a las personas a las que cuidaba sin importarla su edad ni su sexo por lo que, siendo perseverante y llegando a hacer uso de sus estímulos bucales y de su lengua cuándo era preciso, se dedicaba a masturbar a las féminas hasta conseguir que “rompieran” y/o se mearan y les ponía bien tiesa la minga a los varones aunque, luego, la mayoría de ellos no fueran capaces de culminar echando su leche. Judith decía que, aunque aquello no la motivara puesto que casi siempre se lo realizaba a personas de edad avanzada, era un acto de caridad cristiana ya que para muchos de aquellos enfermos iba a ser la última o una de las últimas ocasiones en que iban a poder disfrutar del sexo.

Judith, en cuanto tenía ocasión y acompañada por alguna de las religiosas de su congregación con las que se “entendía”, se desplazaba a países exóticos y a los considerados como paraísos sexuales para hacerse con sofisticados “artilugios”. Después de realizar uno de estos desplazamientos y con intención de usar conmigo un “juguete” que había adquirido, consiguió que Jacqueline me convenciera para que, una o dos veces a la semana, me mostrara bien ofrecido y con el culo en pompa colocado a cuatro patas con intención de facilitarla que me pudiera penetrar y poseer por detrás utilizando una braga-pene bastante especial ya que, además de ofrecer unas buenas dimensiones iniciales, se encontraba dotada de un mando a distancia que permitía que, a gusto de su portadora, fuera ganando en grosor y tamaño dentro de mi culo y que, cuándo a Judith la apetecía, descargaba una sustancia translucida y muy viscosa que pretendía ser un sucedáneo de la leche masculina aunque, cuándo se depositaba en mi interior, me daba la impresión de estar recibiendo agua caliente que me solía provocar unos “apretones” increíbles lo que la obligó a tener preparada una cazuela o un caldero que, llegado el momento, me colocaba entre las piernas con el propósito de que depositara en ellos mi evacuación. Judith solía animar a Jacqueline para que dejara de ser una mera espectadora y mientras la veía encularme, le “diera a la zambomba” con intención de sacarme dos largas y portentosas lechadas y una espectacular meada antes de que ella decidiera culminar depositando en mi interior ese líquido translucido y viscoso con el que me provocaba la defecación.

Además, me solía incitar a que se la “clavara” a Jacqueline echado sobre ella para poder hacer lo que denominaba una “montaña” al tumbarse Judith sobre mí y meterme analmente la braga-pene con intención de poseerme por el culo al mismo tiempo que daba “tralla” a mi amiga. Aunque, en su día, no me resultó muy agradable que Daniel, el “maromo” de Raquel, me penetrara analmente, sí que me estimulaba y motivaba el sentirme poseído de esa forma por una hembra que, además de ser religiosa, demostraba estar resentida con el sexo masculino, aunque nunca llegué a conocer las causas de ello, por lo que la agradaba hacer aquello como una especie de desagravio ya que, según solía decir, la posición más idónea para los tíos era que permanecieran colocados a cuatro patas y bien ofrecidos con intención de que las mujeres pudieran recrearse vejándoles. Aquella experiencia me resultó aún más agradable y satisfactoria desde que conseguí que Jacqueline intercambiara su posición con Judith para ocuparse de darme por el culo mientras la religiosa me “sacaba brillo a la lámpara mágica”.

Soraya, por su parte, me solía forzar analmente con sus dedos una o dos veces al mes mientras Jacqueline me pajeaba o me efectuaba una felación. En cuanto el “nabo” se me ponía a tope y por la abertura hacían su aparición las gotas previas de lubricación, la obligaba a dejar de estimularme, me sacaba sus dedos del ojete, me propinaba golpes secos en los huevos y me apretaba con sus dedos la punta para mantener la “boca” bien abierta con intención de, usando unas finas y largas agujas, inyectarme lentamente a través de la abertura una sustancia que, a medida que se iba depositando en mi interior, me hacía sentir unas sensaciones agradables y placenteras. Según me explicó eran unos estimulantes, que debían de inyectarse en los momentos de máxima erección, con los que iba a conseguir que mis cojones produjeran más testosterona lo que originaría que me llegaran a pesar si no los lograba vaciar con frecuencia; demorar algo más mis descargas; sentir un gusto mucho más intenso y largo mientras echaba mi “salsa”; poder dar una mayor cantidad de concentrados y espesos chorros de leche en cada una de mis descargas e ir consiguiendo, poco a poco, potenciar mi virilidad aunque, de esto último, iba a tardar algún tiempo en darme cuenta de sus efectos y sacar el máximo provecho de ello.

Cuándo, por probar nuevas experiencias y a cambio de que ella me penetrara con regularidad por detrás usando la sofisticada braga-pene de Judith, comencé a dar por el culo a Jacqueline no me suponía que su ojete llegara a dilatar tan bien si, antes de meterla el pene, la castigaba los glúteos con mis cachetes y pellizcos y la estimulaba el orificio anal y las paredes réctales realizándola el “beso negro” y el “colibrí”; que la iba a entrar y sin demasiados problemas, tan profundo y que “tragara” de maravilla por el trasero aunque necesitó algunos meses para aclimatarse a permanecer con una picha de las dimensiones de la mía alojada en su orificio anal, a mantener apretadas sus paredes réctales a mi pilila para acrecentar mi placer y a llegar a colaborar conmigo de la manera que, en cada momento, más me interesaba. Lo que la costó superar fueron los “apretones” y los procesos diarreicos que sufría cuándo acababa de poseerla por el culo y que se acrecentaban al depositar en su interior mi leche y mi orina por lo que, hasta que se acostumbró y siempre que me era posible, se la extraía con intención de descargar en el interior de su “almeja” o en su boca.

Jacqueline, después de asegurarse de que las posibilidades de fecundarla eran prácticamente nulas si me meaba en su interior al terminar de eyacular, decidió dejar de tomar anticonceptivos orales, con los que aumentaba su vello corporal y la obligaba a depilarse con bastante más frecuencia y extraerme la primera lechada “dándole a la zambomba”, chupándome la pirula o mostrándose bien ofrecida con el culo en pompa para que pudiera “clavársela” y poseerla por detrás. Una vez que se producía mi descarga se abría de piernas y me permitía hacerla unas cuantas cochinadas para ponerla aún más “a tono” antes de proceder a penetrarla por vía vaginal diciéndome que, al tardar tanto en explotar, disponíamos de tiempo suficiente para disfrutar antes de que la mojara con mi abundante leche y con mi lluvia dorada. Además y tras haber adquirido experiencia en poseerme analmente con la ayuda de la braga-pene de Judith, conseguimos limitar la participación de la religiosa en nuestra actividad sexual.

Después de llevar más de cinco años manteniendo relaciones completas y regulares con ella, me di cuenta de que nuestras vidas parecían ir parejas puesto que habíamos cursado parte de nuestros estudios en el mismo instituto; habíamos hecho la misma carrera universitaria; habíamos realizado la mayor parte de las practicas juntos y después de trabajar durante casi dos años en una compañía de autobuses, Jacqueline en las oficinas y yo como conductor, acabábamos de iniciar una nueva andadura laboral en la empresa en la que habíamos efectuado casi todas las practicas universitarias por lo que, sin decirla nada y contando con la ayuda económica de mis padres, me decidí a adquirir y a amueblar con lo más básico una confortable y luminosa vivienda provista de dos habitaciones, salón, cocina, cuarto de baño y terraza, situada en una calle cercana al domicilio de Claire, con intención de ofrecer a la joven la posibilidad de vivir juntos. Jacqueline, al darla tan grata sorpresa, me indicó que ella había pensando en iniciar nuestra convivencia en común en el domicilio de su madre pero que mi propuesta era mucho mejor por lo que aceptó aunque indicándome que nuestra relación siempre se había basado en el sexo y que, a cuenta de ello, quizás no fuera demasiado apropiado que compartiéramos más tiempo del estrictamente necesario para satisfacernos.

Con aquello conseguimos librarnos definitivamente de Soraya que me tenía bastante harto con los estimulantes que me inyectaba a través de la abertura de la “pistola” aunque tuvieran efectos positivos y Judith nos regaló varios “juguetitos” con intención de que nos pudiéramos estimular con ellos. Los que llegamos a usar con más asiduidad fueron una braga-pene, similar a la que ella utilizaba y unos fórceps provistos de estimulación y de vibración que me permitían mantener a Jacqueline de lo más “entonada”, con la cueva vaginal y el ojete sumamente abiertos, mientras la castigaba y la vaciaba hasta que quedaba entregada y motivada para que, sin tener necesidad de quitarla tales artilugios, pudiera penetrarla y joderla por ambos agujeros además de recrearme metiéndola mis puños para forzarla con ellos o realizándola todo tipo de cochinadas.

Además Judith nos fue sacando múltiples fotografías en bolas y en actitudes y posiciones de lo más sugerentes con intención de, poniéndose de acuerdo con nosotros, ampliar y enmarcar las mejores de cada uno para exhibirlas en la parte superior de la pared frontal del cuarto de baño con intención de que nos pudiéramos estimular al mirarlas mientras hacíamos nuestras necesidades. Después de llenar la zona superior de las paredes con tales fotografías conseguimos que se centrara en dar y recibir satisfacción a través de la relación lésbica que mantenía con Claire y Soraya con lo que dejó de meterse en nuestra vida mientras me seguía haciendo mucha gracia que aquella guarra continuara pensando que estaba cumpliendo perfectamente con su voto de castidad ya que no la penetraba ningún tío y la entraban ganas de vomitar con sólo pensar que alguno la pudiera “clavar” su miembro viril con intención de joderla.

C o n t i n u a r á