Cerdas y cachondas (Parte número 12).

Parte número doce de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero guste a mis lectores a los que agradeceré que, para bien ó para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Después de conocer su historia, aunque fuera más la de su madre ya que a ella sólo la afectaba de refilón, comprendí que su infancia no había sido nada fácil y me sentí en la obligación de compensarla. A medida que nuestra amistad se fue afianzando aumentó mi atracción por ella. El que Jacqueline fuera liberal y moderna y que la gustara vestirse con ropa y vestidos de color blanco que facilitaban que se la transparentaran sus prendas íntimas propició que, al estar con ella, la picha se me levantara y me mantuviera cachondo y empalmado. Un par de meses más tarde y con nuestra amistad consolidada, empezamos a besarnos en la boca, con y sin lengua, a mantener nuestros primeros escarceos y a lucir nuestros encantos delante del otro con el propósito de enseñárselos y de que pudiera sobárnoslos lo que me permitió comprobar que parte de las afirmaciones que habían hecho mis compañeros de estudios cuándo se dedicaron a espiarla en los cuartos de baño del instituto eran falsas puesto que usaba tanga con asiduidad y sentía la misma predilección por la ropa interior en tonalidad oscura que por la clara.

Enseguida llegó la masturbación mutua. A Jacqueline la encantaba que la “hiciera unos dedos” mientras permanecía acostada, con su cabeza apoyada en mis piernas y el culo ligeramente elevado lo que favorecía que alcanzara con rapidez el orgasmo en medio de unas impresionantes contracciones pélvicas para, inmersa en un intenso gusto, expulsar una gran cantidad de “baba” vaginal y la daba mucho morbo el poder “darle a la zambomba” y ver como me brotaba y echaba la leche en lugares públicos por lo que, en cuanto se la presentaba la ocasión, me “ordeñaba” en ascensores, cabinas telefónicas, cuartos de baño, parques, rellanos de escaleras y otros lugares al aire libre. Me llegaba a excitar tanto cada vez que me “cascaba” la pilila que Jacqueline, al darse cuenta de que se me mantenía tiesa después de mi portentosa eyaculación inicial, me indicó que aquello era un claro indicio de que me podía extraer más “salsa” por lo que, días después y tras producirse mi primera descarga, me siguió “sacando brillo a la lámpara mágica”, como siempre intercalando rápidos movimientos manuales de tornillo con otros bastante más lentos. Aunque necesité que me estimulara durante varios minutos para conseguir explotar, a base de paciencia y de perseverancia, logró su propósito y en cuanto vio aparecer por la punta de mi pirula las gotas previas de lubricación, procedió a meneármela más deprisa con lo que, sintiendo un placer mucho más intenso que la primera vez, me sacó una ingente cantidad de espesos chorros de lefa que se fueron depositando en el suelo. Me continuó estimulando durante la eyaculación y después de ella hasta que, sin poder evitarlo, me oriné abundantemente ante ella.

Jacqueline que, al igual que su madre, estaba convencida de que existía un buen número de varones que, debidamente estimulados, eran capaces de, como Jacques, expulsar más de una lechada sin necesidad de disponer de un periodo prudencial de recuperación, quedó sumamente impresionada tanto por mi masiva segunda descarga como por el hecho de que, tras echarla, no hubiera podido evitar mearme y expulsando una gran cantidad de “cerveza” lo que la animó a ocuparse a diario de mi “pistola” con intención de sacarme un par de lechadas y su posterior micción. A cuenta de ello, mi “pito” adquirió más largura, el capullo se mantenía completamente abierto e incluso cuándo estaba en reposo, permanecía dentro de unas dimensiones excepcionales que, además de salirme por un lateral o la pernera del calzoncillo, me hacía marcar un descomunal “paquete” en el pantalón y al empalmarme, se me levantaba hacía arriba aunque, en algunas ocasiones, la erección se producía hacía adelante lo que me ponía en unas situaciones bastante comprometidas mientras Jacqueline se “meaba” de risa y me decía:

-   “ Pero, tápate “eso” con las manos, so salido.

Una vez que se consolidó el que me sacara dos polvos cada vez que le “daba a la zambomba”, comenzamos a practicar el sexo oral. Me encantaba poder pasarme un montón de tiempo comiéndola el chumino sin importarme que, en medio de sus orgasmos, me echara en la boca su lluvia dorada puesto que, desde el primer día, me pareció un autentico manjar de dioses y dándola satisfacción anal, realizándola el “beso negro” y el “colibrí”, antes de que me recompensara efectuándome una esmerada, exhaustiva y lenta felación, saboreando cada una de sus mamadas, hasta que lograba ingerir y sin hacer ascos, dos “biberones” y mi copiosa meada posterior. A pesar de la gran longitud que había adquirido mi “plátano”, a base de presionarme con sus manos los glúteos para obligarme a mantenerme apretado a ella y de cogerla de la cabeza para hacerla permanecer con mi miembro viril introducido en su boca, lo que al principio la ahogaba, se fue acostumbrando a chupármela manteniendo toda mi polla metida en su orificio bucal, a succionarme la punta con su garganta y a recibir mi leche y mi orina permaneciendo con la abertura de mi “rabo” y mi siempre abierto capullo en contacto con su gaznate.

Nuestra actividad sexual era sumamente satisfactoria a pesar de que Jacqueline no se mostró dispuesta a mantener relaciones completas hasta que Soraya, una enfermera que había ejercido la prostitución en su tiempo libre y que, como su madre, había acabado repudiando a los hombres y convirtiéndose en bollera que solía turnarse con una religiosa, prima suya, en abrirse de piernas para Claire, la comenzó a suministrar pastillas “anti baby” con garantías que la joven empezó a tomar unos días antes de mi cumpleaños, fecha en la que había decidido abrirse de piernas y ofrecerme su “arco del triunfo” para que la penetrara y la jodiera vaginalmente por primera vez. Había deseado tanto el poder mantener relaciones completas con aquella preciosidad que, en cuanto la “clavé” mi erecta “salchicha” y la propiné unas lentas embestidas, descargué y en cantidad, en el interior de su suculento coño para repetir con una celeridad impresionante, mientras ella expulsaba su “cerveza” inmersa en un intenso gusto, lo que, unido al deleite que me proporcionó el permanecer con mi “tranca” completamente introducida en su jugoso potorro mientras notaba como me la iba impregnando en su humedad vaginal, se convirtió en la experiencia más excitante y exquisita de mi vida. Jacqueline también terminó muy complacida y cuándo se la saqué, tras acabar de depositar mi micción en su interior y mientras me limpiaba la punta de la verga en su entonces poblado “felpudo” pélvico, me dijo que la había gustado tanto que estaba dispuesta a repetirlo con la frecuencia que fuera necesaria por lo que, desde entonces, la penetré vaginalmente con regularidad llegando, algunas veces, a metérsela tres veces el mismo día.

La joven me explicó que la estimulaba y la motivaba el notar lo sumamente justa que la entraba mi “banana”, sentir su “seta” bien llena y como la iba dilatando el útero hasta que se lo traspasaba y podía mantener la punta en contacto con sus ovarios con lo que la daba tanta satisfacción que la permitía disfrutar de frecuentes e intensos orgasmos que, sin poder evitarlo, la incitaban a “aliviar” su vejiga urinaria en pleno acto sexual aunque su lluvia dorada salía al exterior, a chorros pero muy despacio, cuándo mis movimientos de “mete y saca” y la presión que mi erecta chorra ejercía en su vejiga lo permitían con lo que conseguía que sus meadas fueran bastante largas.

Jacqueline convenció a su madre para que, convertida en nuestra cómplice, nos dejara retozar, de una manera más cómoda y discreta que al aire libre, en su domicilio y en la habitación de la joven. A Claire, a menos que mantuviera al mismo tiempo un contacto lésbico, la agradaba observarnos mientras daba “mandanga” a su hija, a la que felicitaba por haber encontrado a un varón tan magníficamente “armado”, pero nunca participó de una manera activa en nuestras sesiones sexuales ni las interrumpió. A lo más que llegó fue a sobarme el cipote cuándo se lo sacaba a Jacqueline después de producirse mi descarga, a sentarse a nuestro lado en la cama para acariciarme la masa glútea mientras me observaba zumbarme a su hija y a petición de esta, a “taladrarme” con dos de sus dedos el ojete con el propósito de efectuarme unos enérgicos hurgamientos anales para que mis eyaculaciones fueran más abundantes pero Claire se dio cuenta antes que Jacqueline de que me despertaba sumamente empalmado por lo que aconsejó a su hija que pusiera el despertador media hora antes para sacar provecho y obtener satisfacción de mis tremendas erecciones matinales.

C o n t i n u a r á