Cerdas y cachondas (Parte número 09).

Parte número nueve de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero sea del agrado de mis lectores a los que ruego que, para bien ó para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Una tarde, mientras la estaba forzando analmente con sus dedos con intención de provocarla la defecación, mi madre “rompió aguas” y se puso de parto. Jacques, en vez de ayudarla a vestirse, la llevó desnuda al hospital lo que Claire entendió que había hecho a costa con intención de humillarla públicamente. Mi madre tuvo que permanecer varias horas en la sala de dilatación vomitando, bajo los efectos de un proceso diarreico y con todo el mundo mirándola la “seta” y metiéndola el puño hasta que me parió a las cinco de la mañana del día siguiente. Jacques decidió celebrar su paternidad por todo lo alto en un club de alterne y no apareció por el hospital pero, en cuanto nos dieron el alta y llegamos a casa, se tiró a mi madre a conciencia sin importarle que, al parirme, hubiera sufrido un desgarro vaginal y sin respetar su periodo de abstinencia post-parto.

Claire que, a pesar del trato vejatorio que la daba seguía enamorada de él, había pensado en dar a su descendiente el nombre de Jacques si era niño o de Jacqueline si era niña. A mi padre le dio lo mismo como me llamara puesto que, después del parto y además de tratarla de una manera cada vez más dominante y sádica, se propuso convertirla en una ninfómana y estaba claro que no iba a parar hasta conseguirlo. Como mi madre decidió alimentarme a base de biberones, se pasaba el día mamándola las tetas para vaciárselas de leche antes de obligarla a efectuarle unas lentas felaciones para, por la noche, “clavársela” por vía vaginal y anal. Medio año después de que me pariera la obligó a hacerse la ligadura de trompas diciéndola que así la podría dar “mandanga” sin que existiera la posibilidad de volver a fecundarla y Jacques, que se recreaba en exceso trajinándosela, logró convencerla para que no se planteara trabajar con el propósito de que permaneciera en casa, “ligerita” de ropa y dispuesta a darle satisfacción.

Mi padre, que era un mujeriego insaciable y un salido, la hizo acompañarle un viernes por la noche a una bote en la que permanecieron hasta altas horas de la madrugada. En cuanto Jacques se “entonó” y para que Claire no viera en acción a dos esculturales mulatas que, luciendo su ropa interior, se le ofrecieron para poder estimularle bucalmente la polla, la obligó a subir al escenario en donde la hicieron desnudarse y lucir públicamente sus encantos antes de que, asimismo en público, un par de jóvenes bastante bien “armados” y viriles la sobaran a conciencia y se recrearan sacándola la leche materna antes de joderla. Mientras Claire al verse de nuevo humillada acabó la velada bastante resentida con su pareja, Jacques descubrió que su rendimiento sexual mejoraba, hasta llegar a ser óptimo, si la veía en acción con otros hombres antes de “clavársela” por lo que decidió estimularla para conseguir que llegara a sentir una constante necesidad de ser penetrada para comenzar a llevar a sus amigos y a sus conocidos a nuestro domicilio ofreciéndoles la oportunidad de zumbársela de manera gratuita y a su antojo durante todo el tiempo que quisieran delante de él que les prohibió extraerla la leche de las tetas al considerar que era un privilegio reservado en exclusiva para él.

A pesar de que Jacques la había convertido en una adicta al sexo el que aquellos hombres se deleitaran tanto cada vez que se la cepillaban la solía revolver de tal manera que vomitaba al sentirse mojada por su leche. Una vez que sus amigos terminaban de darla “mandanga”, Jacques, indiferente a todo, la introducía su puño por vía vaginal y la insultaba mientras la forzaba con unos enérgicos movimientos circulares hasta que la vaciaba de “baba” y de orina y la hacía disfrutar de un par de orgasmos secos que la dejaban exhausta lo que solía aprovechar para, sin encontrar la menor oposición, cubrirla y hacer con ella todo lo que quisiera.

Pasado un tiempo dejó de ofrecer a sus amistades la posibilidad de follársela con intención de que, en su lugar, se encargara de dar satisfacción a sus dos hermanos haciéndoles pajas y felaciones durante el día para por la noche acostarse con ambos al mismo tiempo y poder observarles mientras se recreaban con ella antes de que la forzara con su puño y la cubriera hasta rematarla. Los hermanos de Jacques resultaron ser muy viriles y les agradaba que a lo largo del día Claire, convertida en su esclava sexual, les sacara las lechadas de dos en dos efectuándoles felaciones para culminar empapándola las tetas con su orina mientras que por la noche la ponían un montón de enemas tanto vaginales como anales con intención de verla vaciar la vejiga urinaria y el intestino antes de proceder a tirársela y influenciados por Jacques, hacerla un montón de cochinadas entre polvo y polvo mientras él disfrutaba viéndoles y se ponía sumamente “burro” cada vez que Claire realizaba una cabalgada a uno de ellos mientras le chupaba el “rabo” al otro o cuándo la hacían el “bocadillo”, penetrándola al mismo tiempo por delante y por detrás, hasta que ambos conseguían explotar en el interior de su orificio vaginal y anal y verles inyectarla a través del clítoris una sustancia estimulante para conseguir aumentar más su lubricación y poder obtener un mejor rendimiento sexual de ella.

Durante casi siete años Claire apenas salió de casa al tener que estar centrada en cuidarme y en dar varias veces al día satisfacción a Jacques y a sus dos hermanos lo que originó que sufriera tal desgaste que empezó a padecer los efectos de una cistitis tras otra y a dar la impresión de estar envejeciendo prematuramente. Sus mayores preocupaciones eran mi seguridad, el mantenerme al margen e intentar que no me enterara de nada de lo que sucedía en nuestro domicilio por lo que desde que, a los cuatro años, comencé a ir al colegio pasaba mucho más tiempo en casa de una vecina que en la mía. Josephine, que así se llamaba la seductora joven, era escritora pero como no obtenía con sus libros el dinero suficiente para poder llevar una vida digna, había tenido que rentabilizar sus atractivos físicos entrando a formar parte de un grupo de animadoras deportivas y otro de baile que se había especializado en espectáculos “picantes” en los que los varones cubrían su cuerpo con una especie de taparrabos que les obligaba a lucir el “paquete” y a enseñar su masa glútea mientras las chicas vestían unos finos y menguados tangas en los que se las marcaba perfectamente la raja vaginal y que las obligaban a mantener depilado su “felpudo” pélvico puesto que lo único que las cubría era la “almeja” y el ojete. Aunque Josephine era bollera y no sentía ningún aprecio por los hombres, cuándo participaba en estos espectáculos tenía que permitir y sin perder la sonrisa de los labios, que sus compañeros la manosearan y la “restregaran cebolleta” una y otra vez con intención de ir poniendo cachondas a las personas que acudían a verles. La agraciada vecina, diciéndome que tenía edad suficiente como para comenzar a disfrutar del sexo lésbico, me incitó a mantener con ella mis primeros escarceos y aunque entonces no era capaz de entender su consejo, recuerdo que mientras se deleitaba sobándome me solía comentar que prefería verme convertida en un bollo como ella antes que en una golfa como mi madre.

Josephine se encontraba realizando una de las giras que, periódicamente, hacía con su grupo de baile cuándo Claire se vio afectada por un proceso gripal que la causó fiebre y la obligó a permanecer en la cama. Como ni la una ni la otra podían irme a buscar a la salida del colegio y aunque me consideraba capacitada para volver a casa sola, Jacques, al que le seguían cautivando las chicas vistiendo sus uniformes colegiales, se ofreció a hacerlo lo que aprovechó para, el primer día, obligarme a entrar con él en el trastero del edificio en el que vivíamos donde, a oscuras, me “metió mano”. No me opuse demasiado puesto que sabía que, si no lo conseguía por las buenas, me iba a maltratar hasta que lo lograra por las malas y que, además, tomaría represalias con Claire. Me dio mucho asco que mi propio padre me hiciera aquello y recreándose tanto en ello, antes de que, en penumbra, me obligara a colocarme a cuatro patas sobre un colchón que pensaba que habíamos desechado, me subiera la falda y me bajara la braga casi hasta las rodillas para hacerme lucir mis encantos y poder deleitarse durante más de media hora con mi “fragancia” vaginal y lamiéndome y sobándome la “chirla” y el culo antes de, con más luz, me despojara de toda la ropa para que me exhibiera desnuda ante él y poder sacarme varias fotografías adoptando unas posiciones muy sugerentes. Al día siguiente volvió a recrearse en el trastero magreándome la raja vaginal y el culo antes de introducirme dos de sus dedos en el orificio anal con intención de, mientras me insultaba, realizarme unos enérgicos hurgamientos con los que acabé tan predispuesta para la defecación que, al extraérmelos, me tuve que colocar en cuclillas en un rincón para vaciar mi intestino y “aliviar” mi vejiga urinaria mientras Jacques me observaba, me dedicaba un montón de improperios y de insultos y me sacaba más fotografías en aquellos momentos tan íntimos para, al acabar, continuar obteniendo imágenes mías tras obligarme a secarme el chocho y a limpiarme el ojete con mi braga y a recoger las deposiciones y secar el suelo usando una toalla vieja.

El tercer día me humilló “metiéndome mano” en plena calle pero logré evitar que me volviera a hurgar analmente a cambio de comprometerme a ofrecerle mi lluvia dorada. Para conseguirlo se recreó sobándome la raja vaginal antes de introducirme dos dedos con los que me estimuló la vejiga urinaria hasta que conseguí darle mi líquido amarillo y manteniéndome abiertos los labios vaginales con sus manos y colocando su boca en mi chumino, lo pudo ingerir integro. Se puso tan sumamente “burro” con ello que, al terminar de beberse mi orina, se desnudó de cintura para abajo y me enseñó su enorme “salchicha” que me obligó a sobarle antes de hacer que, usando mi lengua, la lamiera la abertura y me metiera la punta en la boca con intención de que se la succionara para, al final y a pesar de decirle que me daba mucho asco y repugnancia, obligarme a chuparle el capullo hasta que conseguí estimularle lo suficiente para poder verle expulsar, en concentrados y espesos chorros, su leche. Fue la primera vez que vi echar la “salsa” a un hombre y me resultó tan repulsivo que, durante cierto tiempo y con sólo recordarlo, devolvía. En los días posteriores y tras magrearme a conciencia, estimularme la vejiga urinaria para que le diera mi orina, lamerle la abertura y chuparle el capullo, me enseñó a pajearle y aunque no me entraba entera, me hizo “bajarme al pilón” para que me introdujera su “tranca” en la boca y se la chupara mientras me iba dedicando sus habituales improperios e insultos, la mayoría de los cuales no llegaba a entender y me incitaba a convertirme en una golfa tan cerda y salida como mi madre hasta que lograba eyacular estando, en más de una ocasión, a punto de echarme su lefa en la boca.

C o n t i n u a r á