Cerdas y cachondas (Parte número 06).

Parte número seis de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero sea del agrado de mis lectores y que, para bien ó para mal, me hagan llegar sus comentarios.

Una vez que Raquel conseguía “domar” a sus alumnos mejor dotados solía compartirlos con una de sus tres sobrinas para que pudieran satisfacer a la elegida en todas sus necesidades sexuales. A mí me adjudicó a Nerea a la que su tía la habló de mis portentosos atributos sexuales y casi la obligó a que me propusiera salir para que pudiera seducirme con intención de que, al igual que ella, llegara a sacar provecho de mi excepcional “rabo”. La joven, delgada y de estatura normal, disponía de un poblado cabello moreno y era una autentica preciosidad aunque resultó ser bastante creída y al tener casi tres años más que yo, no se cansaba de decirme que todavía era un crío. Padecía una deficiencia de nacimiento en su cadera derecha que la hacía cojear ligeramente lo que no me importaba ya que sólo me fijaba en sus atractivos físicos aunque no podía disfrutar de ellos puesto que, aunque había oído comentar que las hembras con alguna deficiencia física o psíquica eran las más ardientes, cerdas, golfas y viciosas, la “salchicha” se me levantaba y permanecía bien erecta mientras estaba con ella y me estimulaba al verla vestir su minifaldero uniforme colegial o luciendo faldas y pantalones ceñidos y cortos, era una mala estudiante que, a pesar de las clases particulares que la impartía su tía, había repetido varios cursos y una autentica “pijipi” estrecha, seca y recatada por lo que, durante unos meses, me tuve que limitar a darme “piquitos” y algún “morreo” con ella y lo más que conseguí fue tocarla el culo y al descuido, por encima de su ropa.

Llevábamos bastante tiempo saliendo cuándo, por fin, conseguí “meterla mano” y que se abriera de piernas para facilitar que la “hiciera unos dedos”. Más adelante e incitada a ello por Raquel, me comenzó a sobar y a menear la “tranca”, aunque sólo fuera los sábados y los domingos y en las escaleras y los rellanos del edificio en el que residía su tía. Se justificaba diciéndome que, como de lunes a viernes Raquel se encargaba de “ordeñarme”, en tales días no necesitaba de más estímulos. Más adelante y a cambio de darla satisfacción anal lamiéndola hasta la saciedad la raja del culo y el ojete y realizándola unos enérgicos hurgamientos con mis dedos, conseguí que se “bajara al pilón” para que me efectuara felaciones pero, eso sí, cuándo a ella la apetecía, sin esmerarse, sin llegar a meterse mi verga entera y estando pendiente de mis eyaculaciones para tratar de evitar que depositara mi leche en su boca ya que las pocas veces que la pude echar en el gaznate mis primeros chorros de “salsa” se pasó el resto de la tarde sintiendo arcadas y devolviendo. Como obtenía mucha más satisfacción de mi relación con Raquel que, a pesar de que no se podía comparar físicamente con Nerea y vestía ropa informal y menos sugerente que ella, era más guarra y salida y no estaba dispuesto a consentir durante más tiempo que su sobrina pudiera disfrutar de las masturbaciones y de los hurgamientos anales que la realizaba para que, luego, me contentara haciéndome dos pajas semanales o teniendo que esperar un mes entre felación y felación, nuestra relación no perduró demasiado.

Después de romper con Nerea, Raquel me enseñó a retener la salida de mi lluvia dorada y a irla expulsando en cortos chorros para que, aunque fuera más líquida, se asemejara a mi leche y a mantener mi “banana” introducida entre mis piernas con el propósito de que, a base de abrirlas y cerrarlas, se me fuera poniendo inmensa y al pajearme expulsara la leche con más rapidez y sintiendo un mayor gusto. La educadora volvió a convertirse en mi consuelo sexual, me terminé acostumbrando a sus continuas vejaciones y me hubiera agradado mantener con ella contactos con penetración pero no llegamos a mantener relaciones completas ni tan siquiera conseguí verla en bolas o que me efectuara felaciones en toda regla aunque se convirtió en todo un aliciente que, las veces que consideraba que mi “nevada” había sido más abundante o espectacular de lo habitual, se despojara del sujetador, me enseñara sus grandes tetas y me incitara a sobárselas y a mamárselas introduciéndome en la boca una buena porción de sus “peras” para que se las empapara con mi saliva mientras se las chupaba y la succionaba sus erectos pezones con lo que mi “badajo” se volvía a poner inmenso lo que Raquel aprovechaba para meneármelo lentamente con su mano al mismo tiempo que me animaba a continuar disfrutando de su “delantera” hasta que consideraba que la había dado satisfacción suficiente, se cubría las tetas con el sujetador y me hacía colocarme boca abajo sobre sus piernas para proceder a hurgarme con sus dedos en el ojete con intención de provocarme la defecación y de recrearse al verme orinar y evacuar.

Pero Raquel decidió cambiar de “jaco” y el nuevo, Daniel, como no tenía nada que hacer y quería vivir a costa de ella, se pasaba el día en su casa y no tardó en convencerla para que le permitiera presenciar como daba gusto y satisfacción a sus alumnos mejor “armados”. Desconozco lo que haría con los demás pero, en mi caso, desde que comenzó a colocarse detrás de mí y a menearse la chorra mientras Raquel me forzaba analmente para provocarme la defecación temí por la integridad de mi culo. Por desgracia, mis temores no tardaron en confirmarse ya que, tras depositar varios días su leche en mis nalgas y en la raja de mi culo mientras evacuaba para que la mujer se entretuviera extendiéndomela con sus manos, una tarde, en cuanto terminé de jiñar, se colocó delante de mí y tratándome de una manera bastante brusca, despectiva y salvaje, me obligó a chuparle el cipote, que lucía flácido y pequeño, mientras Raquel le acariciaba los cojones y me estimulaba el orificio anal abriéndomelo y cerrándomelo con sus manos y masajeándomelo con uno de sus dedos gordos que, de vez en cuando, me introducía por el ojete.

A pesar de que el capullo apenas se le abrió, la minga se le levantó enseguida y agarrándome con fuerza de la cabeza, me hizo chupársela y con sumo esmero durante varios minutos lo que me llevó a pensar que pretendía explotar en mi boca pero no fue así ya que, al estar curtido en el sexo y costarle “romper”, se recreó con mi felación hasta que decidió extraerme su “nabo” de la boca para colocarse detrás de mí. Raquel le meneó con su mano vigorosamente su delgado pero largo pene antes de hacer que me mostrara bien ofrecido con el culo en pompa y de abrirme con sus manos todo lo que pudo el orificio anal para facilitar a su pareja que me pudiera enjeretar su picha con intención de ver cómo me poseía por detrás dándome unas buenas embestidas mientras ella disfrutaba con el espectáculo, me acariciaba y sobaba los atributos sexuales y manteniéndome la pilila tiesa hacía adelante, me la “cascaba” con movimientos enérgicos y rápidos con los que conseguía que se me pusiera como una piedra pero, en tales circunstancias, no era capaz de sacarme una gota de leche. El cabrón de Daniel, después de haber disfrutado de los estímulos bucales y manuales previos, tardó lo suyo en explotar hasta que, llamándome marica y pervertido, logró eyacular y de una manera copiosa, dentro de mí. Me había machacado de tal forma el intestino que, en cuanto me extrajo su largo miembro viril, expulsé más evacuación y esta vez, totalmente líquida.

Para mí fue una experiencia de lo más degradante pero para Daniel y Raquel resultó sumamente excitante por lo que, además de obligarme a chupársela a diario para ponérsela bien tiesa antes de que la profesora se encargara de “ordeñarle” manualmente para hacerle depositar su “nieve” en mis glúteos, aquel cabrón me volvió a “clavar” su pirula por el culo dos veces a la semana, siempre tumbado boca abajo sobre las piernas de Raquel y con el trasero bien ofrecido. Pero tuve suerte y aquellas humillaciones no duraron demasiado puesto que, cuándo estaba a punto de finalizar el bachillerato elemental y casi me había habituado a sentir su “pistola” en mi interior mientras mantenía bien apretadas mis paredes réctales a su miembro viril con intención de estimularle más y poder darle una mayor satisfacción, Raquel decidió dejar de impartir clases particulares y romper con Daniel, que intentó sin éxito e incluso a través del chantaje que siguiéramos viéndonos con el propósito de que le chupara el “pito” y le ofreciera mi culo a cambio de pajearme, para aceptar una excelente oferta laboral con la que pensaba llegar a convertirse en la cocinera de un prestigioso restaurante que se encontraba ubicado en otra ciudad lo que me obligó a obtener, una vez más, satisfacción “cascándomela” en solitario a la salud de Irene, de Raquel, de los “monumentos” con los que me cruzaba en la calle e incluso, de mis padres.

Jacqueline se mostró muy interesada por saber cómo me podía estimular con mis progenitores por lo que tuve que explicarla que, cuándo tenía que afrontar algún examen, solía dormir bastante mal y levantarme temprano con intención de repasar y tener el contenido fresco en mi memoria. A cuenta de ello, muchos días y en el silencio de la noche, escuchaba hablar a mis padres. Al principio no prestaba atención a su conversación y a pesar de que me extrañaba que estuvieran despiertos a una hora tan temprana, me tapaba los oídos con mis manos para centrarme en mis estudios pero una mañana decidí escuchar lo que decían lo que me permitió enterarme de que les agradaba despertarse pronto para darse “tralla” y a través de sus comentarios, me era sumamente fácil imaginar lo que estaban haciendo. A Dámaso, mi padre, le solía oír exclamar:

-   “ Sigue chupando, so golfa, que este “chupa chups” no se desgasta.

Y la aludida le respondía:

-   “ Me encanta que tu “flauta” huela y sepa a orina.

Una vez que mi progenitor conseguía darla un “biberón” matinal, mi madre solía levantarse de la cama para, cubriendo su cuerpo con una corta y fina bata, ir al cuarto de baño en donde se enjuagaba la boca y bebía agua. Cuándo terminaba y volvía a acostarse, mi padre se solía recrear mamándola las tetas y sobándola, pellizcándola y dándola cachetes en el culo hasta que se echaba sobre ella, la metía su “herramienta” por la raja vaginal y procedía a darla unas buenas embestidas con sus movimientos de “mete y saca” mientras Nuria restregaba sus tetas en su torso y le agarraba con fuerza de los glúteos para hacerle permanecer apretado a ella. Durante unos minutos sólo escuchaba los jadeos de placer de mi madre, sus constantes peticiones para que se la “clavara” más profunda y la diera unos meneos más rápidos con intención de favorecer que alcanzara el clímax y los insultos que mi padre la dedicaba para estimularla. Cuándo se encontraba próximo a eyacular la incitaba a mojarle con su orina la base del miembro viril y los huevos mientras la echaba su leche que mi progenitora recibía siempre con agrado diciéndole:

-   “ Que caliente y rica la sueltas; dámela toda y después, meáte dentro de mí.

Cuándo se levantaban Dámaso lucía aún el “badajo” bien tieso hacía arriba en el pantalón de su pijama mientras Nuria exhibía una “delantera” que me parecía más voluminosa de lo habitual aunque, una vez que se duchaban, se vestían y nos reuníamos para desayunar, todo volvía a la normalidad pero me agradaba imaginármeles en plena actividad sexual para, durante el día, excitarme mientras me “sacaba brillo a la lámpara mágica”.

C o n t i n u a r á