Cerdas y cachondas (Parte número 03).
Parte número tres de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero sea del agrado de mis lectores y que, para bien ó para mal, me hagan llegar sus comentarios.
Un poco después, Abigail dejó de hacerme presión con sus piernas en el culo lo que aproveché para sacarla la “banana” e incorporarme. En cuanto lo hice la joven se levantó y sentándose en el banco de madera, procedió a despojarse de la camiseta y del sujetador, conjuntado con su braga. Una vez que sus tetas quedaron al descubierto se las cogió con sus manos y mientras se las apretaba, me preguntó que si me gustaban. La respondí afirmativamente y ella, sonriéndome, me hizo sentarme a su lado para que se las pudiera sobar y mamar lo que hice encantado y prestando una especial atención a sus pezones, durante un buen rato. En cuanto terminé de darme un festín con sus “peras” se colocó bien ofrecida a cuatro patas con intención de que la volviera a penetrar en aquella posición que, según me dijo, una vez que había logrado “taladrarla” el útero la iba a facilitar que pudiera liberar más “baba” vaginal y que llegara a “romper” con una mayor intensidad.
En esta ocasión me encargué de “clavársela” bien profunda antes de proceder a propinarla unas nuevas embestidas. Me estimuló el continuo golpear del precioso culo de Abigail en la parte baja de mi estómago y el observar el continuo movimiento de su tersa “delantera” luciendo unos empitonados pezones. La joven disfrutó de dos descomunales orgasmos prácticamente seguidos en cuanto la volví a traspasar el útero y se llegó a mear de gusto en pleno acto sexual sin que, a cuenta de mi inexperiencia, me diera cuenta de ello ya que confundí su lluvia dorada con la expulsión continuada y masiva de su lubricación hasta que me indicó que continuara poseyéndola a aquel ritmo mientras “aliviaba” su vejiga urinaria y me animaba a echarme sobre su espalda para que me recreara manoseándola las tetas al mismo tiempo que la seguía dando “tralla”. Aunque la erección se me mantenía y estaba excitadísimo, no pensaba en ser capaz de darla más leche pero la joven me indicó que tenía que ser perseverante y tener paciencia ya que, encontrándome en rodaje y al no haber adquirido aún costumbres y hábitos sexualmente nefastos, más pronto o más tarde la elevada estimulación de la que estaba disfrutando y la excitación propia del momento me obligarían a echarla toda la lefa que todavía me quedara dentro de mis gruesos huevos.
Los minutos fueron pasando y mientras ella seguía “rompiendo” una vez tras otra, su “baba” vaginal llegó a ser tan abundante que mi chorra patinaba y se salía de su empapada cueva vaginal lo que me obligaba a volver a “clavársela” mientras Abigail me pedía con insistencia que me la continuara cepillando. La propiné unas embestidas menos rápidas con intención de evitar que se volviera a salir y de mantener la punta de mi cipote en contacto con sus ovarios pero, como aquello no solucionaba el problema, al volver a salirse de su empapado conducto vaginal la joven me pidió que me sentara en el banco de madera con intención de realizarme una intensa cabalgada haciéndome mantener mis manos colocadas en su masa glútea para que tuviera que permanecer bien apretada a mí. Un poco más tarde y mientras ella llegaba por enésima vez al clímax, me restregaba sus tetas en la cara, me hacía utilizar mis dedos para mantenerla bien abierto el ojete y me confesaba que, en aquella posición, era como mejor notaba mi miembro viril totalmente introducido en su raja vaginal, eyaculé y me oriné al mismo tiempo y de qué manera, en su interior por lo que, sintiendo que no me iba a acabar de salir y mientras la muchacha liberaba unas ventosidades, la eché un impresionante polvazo mezclado con una portentosa meada.
Al terminar de descargar mi leche y mi “cerveza” en el interior de su “chirla” la joven se fue incorporando para ir extrayendo mi “lámpara mágica” de su conducto vaginal. Me sentía plenamente complacido y satisfecho después de haberla penetrado y jodido y de eyacular en dos ocasiones en el interior de su chocho pero Abigail, fuera de sí, volvió a colocarse a cuatro patas, me indicó que no estaba dispuesta a dar por concluida aquella sesión sexual y me pidió que, aunque no me sintiera capaz de darla más “salsa”, me encargara de propinarla unos buenos lengüetazos vaginales y anales. En cuanto me dispuse a complacerla la muy cerda se orinó al más puro estilo fuente e intentó depositar su lluvia dorada en mi boca pero me dio tanto “repelús” que, instintivamente, aparté mis labios de su raja vaginal y aunque no dejó de incitarme a que entrara en contacto con la micción femenina, me limité a verla mear pero, en cuanto terminó de expulsar su líquido amarillo, no sentí ningún tipo de asco ni de repugnancia y sin que se limpiara, la continué dando más lametones vaginales.
Varios minutos más tarde me pidió que me ensalivara un dedo y se lo metiera lo más profundo que pudiera en el ojete para que la forzara con él mientras me daba instrucciones para que, manteniendo mi boca bien apretada a su chumino, la comiera y la succionara la raja vaginal al mismo tiempo que la estimulaba el clítoris con mi dedo gordo. Me pasé bastante tiempo dándola satisfacción de aquella manera hasta que Abigail me indicó que, al estar exhausta, se sentía incapaz de llegar más veces al clímax y que, si continuaba, iba a lograr dejarla de lo más predispuesta para volver a orinarse y para jiñarse. Como por aquel día había obtenido el suficiente estímulo con su lluvia dorada y no me apetecía verla defecar, decidí dejarla de estimular.
La joven, volviéndose a sentar en el banco de madera, me hizo ponerme delante de ella abierto de piernas con intención de sobarme los huevos mientras me comentaba que la encantaba poder chupar la minga a los varones cuándo se encontraba pegajosa y pringosa, después de haberse impregnado en la lubricación femenina y en la lefa masculina. Me meneó el miembro viril con su mano durante unos instantes antes de que me efectuara unas “chupaditas” al capullo, a la punta y a la abertura que me resultaron muy agradables con intención de irme “poniendo a tono” para realizarme una felación pero, al terminar con las “chupaditas”, se recreó tanto lamiéndome los huevos con el propósito de estimularlos para que repusieran leche que me dio tiempo a mirar mi reloj, a percatarme de la hora que era y de que, a cuenta de la actividad sexual que estaba desarrollado con aquella cerda, se me había hecho tarde. Me supuse que me iba a encontrar con una buena bronca de mis padres al llegar a casa por lo que comencé a sentirme desasosegado y tenso lo que Abigail no tardó en percibir. La expliqué lo que me sucedía y conseguí que, de mala gana, me dejara de lamer los huevos y de estimularme la “herramienta” con sus caricias después de obtener mi compromiso de ofrecerla mis atributos sexuales con frecuencia. Me apresuré a vestirme y la chica, tras ponerse la braga y la camiseta, me acompañó hasta una puerta por la que pude salir directamente a la calle y después de darla las gracias por todo, me dirigí, corriendo, hacía mi domicilio. Como me encontraba pletórico no me importó que mis progenitores me abroncaran y me castigaran por llegar a aquellas horas aunque, al acostarme, me di cuenta de que en otras circunstancias o si hubiera seguido un rato más a su lado permitiendo que me chupara el “nabo”, ese día mi vida sexual hubiera cambiado por completo.
Como el recuerdo de la grata experiencia sexual que había mantenido con Abigail me tenía de lo más encandilado y excitado y deseaba volver a disfrutar con ella, el lunes siguiente, sabiendo que era el día en el que solían llevar a cabo sus retos colegiales, volví a aquel centro escolar con intención de comprometerme de una manera formal con Julián, Lucas y Tomás a no participar en más ocasiones en las contiendas sexuales convencido de que iba a obtener mucha más satisfacción jodiendo a Abigail. A pesar de que no me dejaron entrar en el vestuario hasta que finalizó la contienda, los tres chicos se mostraron sumamente amables conmigo en cuanto hice mención al motivo de mi visita pero me sorprendió que, sin haber hecho ninguna mención a ella, Lucas se refiriera a Abigail y la definiera como una golfa fácil y salida, adicta al sexo, exigente, guarra y rara de la que se podía obtener una gran satisfacción sexual cuándo estaba “colocada “ o después de calentarse “metiendo mano” a alguna de sus alumnas o de las jugadoras para sobarlas hasta que accedían a comerla la raja vaginal.
Volví a acudir al polideportivo al día siguiente, martes, con el propósito de mantener un nuevo contacto sexual con Abigail al finalizar la sesión de entrenamiento con sus jugadoras pero se comportó como si no me conociera y parecía no recordar absolutamente nada de lo que había sucedido entre nosotros la tarde/noche del viernes anterior. Incluso su carácter resultó ser menos agradable y jovial y lo único que parecía importarla era dar palmaditas en el culo a sus jugadoras tanto para felicitarlas como para increparlas. Pensando en que tendría un mal día visité el polideportivo otras dos veces esa misma semana pero el jueves me rehuyó e intentó evitar quedarse a solas conmigo y el viernes al menos me escuchó antes de dejarme en evidencia al proclamar, a gritos y en público, que la estaba acosando con lo que el mito sexual de Abigail terminó de caer por los suelos.
A pesar de sentirme rechazado asistí a algunos de los partidos de baloncesto que jugaban las chicas que ella entrenaba y en uno de ellos me enteré a través del padre de una de las jugadoras que Abigail, que aún no había cumplido treinta años, llevaba camino de inscribir su nombre en el Libro Guinness de los Récords ya que había contraído matrimonio en tres ocasiones tardando, en todas ellas, poco tiempo en separarse alegando que sus cónyuges no eran capaces de darla plena satisfacción en la cama y que, en aquel entonces, estaba viviendo con un macarra que debía de darla lo suyo a todas las horas además de ir dando rienda suelta a su vicio disfrutando “de flor en flor”. Aquel comentario me hizo pensar que la había venido muy bien encontrarme encerrado en uno de los vestuarios para que, convertido en su “yogurín”, me ocupara de “aliviarla un calentón” más o menos repentino. Unas semanas más tarde me enteré casualmente de que el macarra con el que Abigail estaba retozando regularmente era el hermano mayor de Lucas lo que me llevó a deducir que la sesión sexual que había mantenido con ella había sido una nueva estratagema de Julián, Lucas y Tomás para que dejara de participar en los retos lo que explicaba muchas cosas como que la joven no se sorprendiera al encontrarse conmigo después de desbloquear la puerta del vestuario puesto que sabía que estaba allí o el que, tras haberse entregado a mí de la manera en que lo hizo, ahora pasara olímpicamente de mi persona al haber recibido instrucciones al respecto de Julián, Lucas y Tomás una vez que me comprometí formalmente con ellos a no participar en más ocasiones en las contiendas colegiales
Me enrabieté tanto con aquello que decidí enfrentarme abiertamente con Abigail para que me diera las oportunas explicaciones pero, por más que lo intenté, lo único que logré fue encontrarme con su desprecio y de nuevo, con la proclamación pública de que la estaba acosando. A pesar de ello y como las chicas que formaban parte de los equipos que la joven entrenaba eran de mi edad y la mayoría estaban buenas y macizas, seguí acudiendo a los partidos con intención de poder acceder a los vestuarios cuándo Abigail no se encontraba en ellos para, aunque a las muchachas las repateara, poder darlas dos besos en las mejillas con intención de felicitarlas por sus triunfos o abrazarlas con el propósito de animarlas en las derrotas y sobre todo, para prodigarme en darlas palmaditas en el culo, al igual que hacía su entrenadora y estimularme y recrearme visualmente mientras las veía cambiarse de ropa luciendo sus prendas íntimas.
C o n t i n u a r á