Cerdas y cachondas (Parte número 02).
Parte número dos de esta nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que espero sea del agrado de mis lectores y que, para bien ó para mal, me hagan llegar sus comentarios.
Cuándo me pude incorporar comprobé que habían colocado algo al otro lado de la puerta para dejarme encerrado. Pronto comencé a sentir frío por lo que recorrí a tientas todo el vestuario con la pretensión de localizar los armarios y los baúles que había visto ubicados en él pensando en encontrar en ellos algo de ropa con la que poder cubrirme pero estaban cerrados con llave. Me senté encogido en un rincón hasta que me di cuenta de que era viernes y que si tenía que pasar allí el fin de semana, me iba a morir de frío por lo que me levanté y comencé a moverme de un lado para otro. Llevaba casi una hora encerrado cuándo, de repente, percibí un poco de claridad por las rendijas de la puerta del vestuario lo que me hizo suponer que alguien había entrado en el polideportivo y estaba dando las luces por lo que aporreé la puerta y grité pidiendo ayuda y explicando que estaba allí encerrado.
Una atractiva joven, alta y delgada, de cabello rubio que llevaba recogido en forma de cola de caballo y vestida con un chándal en tonalidad rosa debajo del cual portaba una camiseta de color blanco con ribetes rojos, acudió en mi auxilio y tras conseguir desbloquearla, abrió la puerta. Su cara no reflejó demasiada sorpresa al encontrarse conmigo aunque creo que la resultó sumamente agradable el verme lucir los atributos sexuales. Me dijo que se llamaba Abigail, que era una de las profesoras del centro escolar y la entrenadora de los equipos femeninos de baloncesto y que había acudido al polideportivo a aquellas horas con el propósito de prepararlo todo con vistas al partido que uno de los equipos que entrenaba iba a afrontar durante la mañana del sábado.
La tuve que dar bastantes explicaciones para justificar mi presencia allí y en circunstancias tan extrañas, después de que me ofreciera una toalla para secarme. Me pareció que estaba “colocada” y que no me creyó hasta que, al dar las luces y entrar conmigo en el vestuario, se encontró con unos cuantos charcos de orina y un montón de chorros de leche depositados tanto en el suelo como en las paredes y algunos descendiendo aún por ellas. Al descubrir la pared que había empapado con mi “cerveza” y mi cada vez más olorosa defecación depositada en el suelo, la indiqué que era consecuencia de que ciertos alumnos de aquel colegio tuvieran muy mal perder y la joven, con una amplia sonrisa en sus labios, me contestó que el problema se agravaba cuándo se trataba de un par de cafres, sádicos y salvajes, llamados Lucas y Tomas, deducción con la que me dejó con la boca abierta, antes de explicarme que habían conseguido que hasta sus propias madres “comieran de su mano” y les dieran satisfacción efectuándoles cabalgadas, felaciones y pajas cada vez que les apetecía información que, aunque les conociera bien y fuera cierta, me pareció demasiado fuerte como para, siendo una de sus profesoras, ir proclamándola de aquella manera.
Pero, mientras la daba toda clase de explicaciones para justificarme, su presencia ocasionó que la pirula se me fuera levantando hasta llegar a lucir inmensa. Aunque Abigail se había dado perfecta cuenta de ello, intenté ocultar mis atributos sexuales con la toalla pero, al ser de lavabo, no me llegaba para poder atármela a la cintura por lo que me decidí a cubrirlos con las manos antes de pedirla que me ayudara a encontrar la ropa que mis agresores debían de haber escondido en un conducto de ventilación. Me respondió que me ayudaría con la condición de que permaneciera con mis encantos al descubierto. Acepté su propuesta y en cuanto dejé de ocultarlos, la chica se quitó la parte superior del chándal y me facilitó una escalera y una palanca metálica para que pudiera llegar hasta los conductos del aire y quitar las rejillas. Al subir y al bajar por la escalera y mientras me mantenía en lo más alto de ella abriendo las rejillas e intentando localizar mi ropa dentro de los conductos, Abigail permanecía con su mirada fija en mi “pistola” y llegó a indicarme que nunca había visto una tan grande y tan sumamente apetecible y que no entendía como aquí manteníamos aquel tipo de retos cuándo en su país de origen siempre encontraríamos a un montón de “titis” cachondas deseosas de que las echaran un polvo. Al no encontrar mi ropa en ninguno de los dos vestuarios ni en los cuartos de baño la joven pudo prolongar su regocijo visual mientras continuaba buscando en los conductos de ventilación situados en el polideportivo hasta que la localicé amontonada en el tercero en el que miré.
Como estaba congelado me apresuré a vestirme y me dirigí al cuarto de baño con intención de orinar mientras Abigail, tras devolver la escalera y la palanca a los lugares de donde les había cogido, entraba en el vestuario que no habíamos usado para la contienda. En cuanto acabé de “aliviar” mi vejiga me dirigí en su búsqueda dispuesto a expresarla mi gratitud y despedirme de ella pero me quedé de piedra cuándo, al entrar en el vestuario, la encontré desnuda de cintura para abajo, despatarrada y con su braga de tonalidad negra colgando de su tobillo izquierdo tumbada sobre un banco de madera y luciendo su abierto y depilado chocho. No fue preciso que me dijera nada ya que, en cuanto la vi, me di cuenta de que me estaba ofreciendo la posibilidad de que la penetrara para que debutara sexualmente con ella por lo que, entusiasmado, me apresuré a bajarme el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos mientras mi olfato se impregnaba en la agradable y estimulante “fragancia” que despedía su raja vaginal. Me tumbé sobre ella y dejé que, después de meneármelo unos instantes con su mano con el propósito de comprobar que lo tenía duro como una piedra, se introdujera mi erecto “pito” prácticamente entero en su chumino mientras me decía que la encantaba que la entrara tan justo para poder sentirse más llena. En cuanto lo notó bien profundo en su interior me colocó sus manos en la masa glútea y me hizo propinarla unas buenas embestidas. La experiencia me resultó una auténtica delicia ya que Abigail se encontraba tan sumamente mojada que su “baba” vaginal me empapó enseguida la mayor parte del “plátano” lo que ocasionó que el coito se convirtiera en un rápido “mete y saca” puesto que, sintiendo un gusto indescriptible, eyaculé con una celeridad impresionante echándola una ingente cantidad de leche que la joven, satisfecha, fue recibiendo en el interior de su coño.
Suponiendo que al ser tan joven aún era primerizo, en cuanto terminé de descargar me dejó de presionar las nalgas con sus manos con intención de que la pudiera extraer mi polla e incorporarme para observar como su potorro devolvía buena parte de la lefa que la acababa de echar y como se deslizaba por su entrepierna para introducirse en su ojete o para depositarse, goteando, en el banco de madera. Mientras me recreaba con aquel espectáculo, Abigail observó que mi “rabo” se mantenía erecto por lo que me pidió que continuara jodiéndola ya que había explotado con tanta rapidez que no la había dado tiempo a llegar al clímax. Para complacerla me volví a echar sobre ella y permití que, por segunda vez, se introdujera mi tiesa “salchicha” en su jugosa “seta”. En cuanto la tuvo dentro cruzó sus piernas sobre mi culo para que tuviera que permanecer apretado a ella y con mi “lámpara mágica” profundamente metida al mismo tiempo que me obligaba a imponer un ritmo de penetración bastante rápido. Un par de minutos más tarde su “almeja” se había convertido en un “océano” de flujo y en medio de unas contracciones pélvicas que ejercían una fuerte presión en mi “tranca”, la joven me indicó entre gemidos que, a base de forzárselo, acababa de conseguir dilatarla y traspasarla el útero lo que la estaba permitiendo disfrutar de tanto placer que la estaba viniendo el clímax. Pocos segundos más tarde y mientras me pedía que mantuviera la punta de mi verga en contacto con sus ovarios, disfrutó de un monumental orgasmo.
C o n t i n u a r á