Cerdas y cachondas (Parte número 01).
Nueva y larga historia, a la que he dado un título muy sugerente, que comienzo a publicar y que espero sea del agrado de mis lectores.
Conocí a Jacqueline, una atractiva y esbelta francesita de cabello moreno a media melena, ojos verdes y exuberante físico, en el instituto en el que cursé los estudios del, entonces, bachillerato superior. Resultó ser una chica liberal y moderna a la que la encantaba resaltar sus curvas luciendo un vestuario ceñido, provocativo y sugerente lo que, unido a su “palmito”, no tardó en levantar admiración y algunas envidias entre sus compañeras y en mantener de lo más encandilados a sus compañeros a los que, al verla, la “banana” se nos podía tiesa y llegábamos a alcanzar tan elevado grado de excitación sexual que, tanto en el instituto como en nuestros domicilios, nos veíamos en la obligación de “aliviarnos el calentón” meneándonos la chorra a su salud. La muchacha causó tal revuelo entre el sexo masculino que dos de mis compañeros, acostumbrados a meterse en líos, se decidieron a espiarla en el cuarto de baño para, al menos, conocer sus preferencias en cuanto a la ropa interior y si usaba braga o tanga, prenda que estaba comenzando a coger cierto auge entre las jóvenes, con lo que los demás nos pudimos enterar de que sentía una especial predilección por las prendas íntimas en tonalidad oscura, que alternaba el uso de la braga con el tanga y que se recreaba y a veces en exceso, cuándo, al terminar de orinar, se secaba la “almeja” con papel higiénico.
Durante nuestro primer curso en común no la vi demostrar ningún interés por sus compañeros masculinos ya que, incitada a ello por una de nuestras profesoras, parecía estar mucho más interesada en obtener los favores sexuales de ciertas compañeras. Nos sorprendía su actitud y que, al terminar las clases, se quedara en el aula recogiendo tranquilamente sus cosas mientras los demás lo abandonábamos casi en estampida. Cierto día un compañero se vio obligado a regresar al instituto, después de haber salido de él, para recoger un libro que se había dejado y al llegar a la puerta de la clase vio a Jacqueline, en tanga, dando satisfacción a dos educadoras que, en bolas y despatarradas, se dejaban hacer por la chica que masturbaba a una de ellas mientras se deleitaba comiendo la “chirla” a la otra que, agarrándola de la cabeza, la hacía mantener la boca apretada a su raja vaginal y la animaba a continuar complaciéndola hasta que echara su lluvia dorada. Desde entonces escuché algunos comentarios en el sentido de que la joven tomaba parte activa en hechos de esta índole con bastante frecuencia lo que me hizo dar por buenas mis sospechas de que aquel “bombón” fuera bollera.
Pero el curso siguiente todo cambió y la joven, evidenciando su bisexualidad, empezó a tontear con varios de mis compañeros. Logré que se fijara en mí y aunque me costó convencerla, a base de perseverancia, conseguí salir con ella. Jacqueline, que era muy abierta, me propuso una tarde que nos pusiéramos en antecedentes de lo que había sido nuestra vida hasta entonces para poder conocernos mejor mientras permanecíamos sentados en un banco y dábamos debida cuenta de unas chuches. No pretendía alargarme con mis explicaciones por lo que me limité a indicarla que la mía había sido bastante normal ya que siempre había estado centrado en mis estudios para intentar sacar las mejores calificaciones posibles con el propósito de que mis padres pudieran sentirse orgullosos de mí.
Aunque intenté evitar hacer mención al tema, Jacqueline se mostró interesada en saber como se había desarrollado mi vida sexual y como no pretendía ocultarla nada, la expliqué que, al igual que la mayoría de mis compañeros, me había iniciado tomando parte en las competiciones o retos que, una vez a la semana, se llevaban a cabo a nivel colegial con el fin determinar, entre los que voluntariamente participábamos, quien tenía el cipote más largo tanto en reposo como erecto; quien expulsaba una mayor cantidad de lluvia dorada; quien era capaz de orinar más lejos; quien tardaba más en echar la leche al “cascárnosla” mientras recreábamos nuestra vista con revistas de alto contenido sexual o quien era capaz de dar una mayor cantidad de lefa. Como no tardé en sacarle el “gustillo”, me aficioné a tomar parte en tales eventos lo que me permitió observar que, al quitarnos el pantalón, la minga de mis compañeros se mantenía oculta en su ropa interior mientras que el capullo y bien abierto de la mía sobresalía por un lateral del calzoncillo lo que, al principio, fue motivo de bromas y de risas por parte de los demás chicos, que me llegaron a apodar “picha brava” y “polla larga”, para, más adelante, convertirse en admiración. Fue a partir de entonces cuando comencé a valorar positivamente las dimensiones de mis atributos sexuales además de llevarme la honra de ganar, lo que me permitía disfrutar de determinados privilegios y del reconocimiento de mis compañeros, en casi todo puesto que, siendo de eyaculación rápida, nunca logré hacerme con el triunfo en ser el que más tardaba en descargar.
Durante meses fui elegido para formar parte de la terna que representaba al colegio en el que estaba cursando mis estudios en los retos mensuales que manteníamos con otros centros docentes sin toparme con ningún rival que lograra hacerme sombra pero, a cuenta de mis continuas victorias, comenzaron a surgir las típicas enemistades y envidias, sobre todo con Julián, Lucas y Tomás, el trío que solía representar a otro centro escolar en las competiciones intercolegiales y que, al ser repetidores y tener más edad que yo, se propusieron “convencerme” para que dejara de tomar parte en aquellas contiendas con el propósito de tener más posibilidades de alzarse con la victoria. Comenzaron por quitarme las revistas pornográficas para que no me pudiera estimular al hojearlas pero les “salió el tiro por la culata” ya que el jurado decidió motivarnos en una de aquellas contiendas con unas diapositivas obtenidas de secuencias sexuales de ciertas películas y en otra nos enseñaron a estimular a una pareja de perros, macho y hembra, antes de comprobar que la perrita se encontraba en uno de sus periodos fértiles y permitir que se dieran “tralla” delante de nosotros mientras nos “cascábamos el nabo” viéndoles. No sé el número de cachorros que el macho fue capaz de engendrar a la hembra pero, por el tiempo que la montó, debieron de ser bastantes hasta que la perrita, de auténtico gusto, acabó defecando bolitas de mierda. Cuándo esto sucedió hacía tiempo que había culminado echando una portentosa lechada.
Julián, Lucas y Tomás eran persistentes y al ver que todo se les ponía en contra para lograr su propósito, decidieron esperar a que, tras el periodo vacacional propiciado por las fiestas navideñas, la contienda se celebrara en uno de los fríos y mal iluminados vestuarios del polideportivo del centro escolar en el que cursaban sus estudios. Como era habitual y a pesar de los cambios que consiguieron introducir entre los miembros del jurado para que les favorecieran, no pudieron evitar que me hiciera con el triunfo en casi todos los retos pero, al finalizar, fui incapaz de encontrar mi ropa lo que me obligó a seguir luciendo mis atributos sexuales mientras la buscaba y el resto de mis contrincantes, tras vestirse, se iban yendo. Cuándo me quedé sólo Julián, Lucas y Tomás, acompañados por otros dos chicos a los que no conocía, dejaron los vestuarios en penumbra y se aproximaron a mí. Enseguida me di cuenta de que sus intenciones no eran buenas pero no pude hacer nada por evitar que cuatro de los cinco chicos me inmovilizaran de cara a la pared para que Lucas, colocándose en cuclillas detrás de mí, procediera a abrirme el culo con sus manos con intención de lamerle hasta la saciedad el ojete mientras los demás me propinaban cachetes en los glúteos y me dedicaban todo tipo de improperios y de insultos. Una vez que consideró que me había mojado con su saliva suficientemente el orificio anal, se incorporó y me introdujo bruscamente dos dedos que comenzó a mover hacía adentro y hacía afuera como si me estuviera enculando llegando a hacer tanta presión en mi conducto rectal y en mi intestino cada vez que me los metía hasta el fondo que no me quedaba más remedio que apretar con lo que, a pesar de encontrarme incómodo y sentirme vejado, consiguió que liberara mi esfínter.
Aunque Lucas notó que me estaba jiñando me continuó forzando durante unos minutos más y al extraerme los dedos, tan bruscamente como me los había metido, me oriné, empapando la pared con mi micción y defequé delante de ellos que me dedicaron otro montón de improperios y de insultos mientras mis excrementos se iban depositando en el suelo y Lucas se limpiaba una y otra vez los dedos en mis nalgas. En cuanto acabé de evacuar me hicieron separarme de la pared y mientras sus cuatro compañeros me continuaban inmovilizando, Lucas procedió a menearme el pene vigorosamente con su mano derecha al mismo tiempo que, con la izquierda, me apretaba con fuerza los huevos. Con intención de humillarme todavía más, Lucas, que me llamó “nena” en repetidas ocasiones, me “cascó” la picha hasta que vio aparecer por la abertura las gotas previas de lubricación momento en el que me dejó de estimular para intercambiar su posición con Tomás que, sin pensárselo, me propinó dos patadas consecutivas en los cojones que, además de cortarme la eminente eyaculación y de lograr que mi “herramienta” perdiera totalmente la erección para que me quedara colgando, me obligaron a doblar las rodillas. Mientras me retorcía de dolor y me escupían en la cara, Tomás me indicó que habían escondido mi ropa en un conducto de aire y que aquello sólo había sido un aviso puesto que la próxima vez les iba a tener que chupar la pilila a los cinco antes de que me encularan y sin privarse de darse el gustazo de echarme su leche tanto en la boca como en el interior del ojete. Después y a base de darme empujones y patadas, sobre todo en la espalda y en el culo, lograron tirarme al frío suelo en donde, encogido y boca abajo, me siguieron agrediendo mientras se orinaban sobre mí. Al abandonar el vestuario apagaron la escasa iluminación existente y me dejaron a oscuras, desnudo, dolorido y empapado en su micción, tumbado en el suelo.
C o n t i n u a r á