Cerda 28, parte VI

Animal en celo...

Era domigo, un domingo cualquiera, día de relax y sin planes definidos por delante.

Todavía no había amanecido...

Él descansaba en la amplia cama que había en la habitación y la cerda estaba tendida en el suelo, a sus pies.

Él llevaba un slip y una camiseta, el animal estaba desnudo...

La cerda empezó a moverse inquieta... a estirar sus patas en un intento de encontrar la postura correcta que le permitiera seguir durmiendo hasta que amaneciera... se puso a cuatro patas, zarandeó sus ubres como forma de tomar posesión de su cuerpo de animal... centró el problema entre sus patas traseras, en su agujero... estaba cachonda...

Volvió a tumbarse en el suelo, se acercó a la pata de la cama y se restregó con ella en un intento de solucionar el problema, pero no funcionó.

No quería despertarle, si le despertaba antes de empezar el día, antes de que sonara el despertador o antes de que abriera los ojos, sabía que no sería un buen día... para ella.

Cogió su zapatilla con el hocico y se la llevó a la entrepierna.

La atrapó entre sus patas y la usó a modo de rudimentario consolador que si bien no servía para tal fin, la mantuvo entretenida durante un rato.

La situación para el animal iba de mal en peor, sentía un escozor en su entrepierna, más elevado del que normalmente presentaba, tenía calor, estaba sudando...

Los primeros rayos de sol entraron por la persiana de la habitación... la noche había acabado, el nuevo día había empezado.

La cerda era muy consciente de que Él no debía ser molestado, que era ella la que tenía una rutina diaria... Él hacía lo que le parecía, se levantaba a la hora que consideraba oportuna y más en fin de semana.

Pero el animal estaba ocioso, estaba falto de algo... se puso a cuatro patas y se dirigió desde la parte baja de la cama hasta el lateral para estar más cerca de Él.

Sabía que si Él despertaba y la encontraba ahí, a su lado y no a sus pies, tendría problemas.

Sabía que si Él la encontraba con las dos patas delanteras apoyadas sobre la cama y con el hocico husmeando junto a su polla tendría problemas, muchos problemas.

Pero algo hacía que no le importara, que dejara de lado lo que había aprendido y actuara como el animal que era... que actuara por instinto.

Acercó el hocico a su entrepierna y husmeó, olisqueó como una vulgar perra... se impregnó de su olor, de su aroma de polla.

Se envalentonó y con el hocico dio pequeños golpes a su objeto de adoración... estaba dura... eso de las erecciones matinales era una gozada... para ella suponía una oportunidad diaria de llevarse la polla a la boca antes de desayunar siempre que Él se levantara animado.

Pero ese día, la cerda era consciente de que Él amanecería cabreado si la encontraba con la cabeza en su entrepierna.

De repente Él se movió... se giró de tal manera que quedó de espaldas tumbado en la cama y con las piernas ligeramente separadas... ladeó la cabeza y abrió los ojos... la cerda tenía el hocico lo más cerca posible de su polla y no se atrevió a moverse... Él sonrió... “sube y olfatea, vamos!” fue lo que le dijo... y el montón de mierda subió con una enorme sonrisa sobre la cama, hundiendo su hocico en la entrepierna y ofreciéndole su agujero bien abierto para que Él le aliviara el escozor que albergaba.

“Vaya, vaya, la cerda está en celo... cómete la polla, me apetece”... mientras el animal se afanaba en retirar el slip con los dientes, él pasó un dedo por el agujero del animal... efectivamente, como había supuesto, estaba empapado... estaba en celo y cuando eso ocurría se pasaba todo el día pidiendo ser montada.

Era el único día del mes en que le daba algo de tregua, en que no tenía en cuenta si pasaba por alto sus deberes, o si hacía algo que tuviera prohibido. Eso no significaba que le diera rienda suelta, pero ese día en especial, le gustaba jugar con ella, hacerla sufrir de una manera diferente a la habitual, ya que el animal seguía sus instintos e impedir que un animal siga sus instintos le resultaba muy placentero.

Sus pensamientos estaban en como organizar el día cuando empezó a notar las primeras oleadas de placer que el animal le estaba proporcionando y decidió que había llegado el momento de ducharse.

Con la mano completamente abierta le palmeó el culo fuertemente a la vez que decía “abajo cerda” y se incorporaba una vez el animal había bajado de la cama.

“Café con leche, zumo de naranja y tostadas... ponte una camiseta de tirantes negra y falda blanca, corta, muy corta”... con esas palabras desapareció y se encerró en el baño.

La cerda seguía cachonda, tenía que conseguir a toda costa que la montara, necesitaba que su macho la montara, en estos días renacían en ella sus más bajos instintos... había días en que a duras penas podía controlarlos, pero siempre había un día en el que le era imposible, eran más fuertes que su propia voluntad.

Cuando Él salió del baño, encontró el desayuno preparado y ni rastro del animal, por lo que supuso que se estaría vistiendo para salir. Empezó a dar cuenta de su desayuno y pasaron pocos minutos hasta que el animal apareció en la cocina, vestida tal y como Él había ordenado y a cuatro patas. Lentamente se acercó a Él y se metió bajo la mesa de la cocina. Estuvo durante todo el tiempo que duró el desayuno restregándose contra sus piernas y contra las patas de la mesa y de la silla sin que Él le hiciera caso.

En varias ocasiones él la agarró de la hebilla del collar y la sacó de debajo de la mesa, simplemente para humillarla y que tuviera que volver a meterse bajo la mesa para paliar su necesidad.

Le gustaba jugar con ella, le gustaba usar a su animal.

“Nos vamos” dijo cogiendo la correa.

La cerda le siguió y cerró la puerta de la vivienda que compartían.

Cuando la sacaba a la calle, ella procuraba ir un paso por atrás de Él pero lo suficientemente cerca para poder atenderle si necesitaba algo.

La llamó y ella se colocó a su lado... “ven, me apetece sobarte mientras llegamos al parking”.

Lo que quedó de camino se lo pasó tocando disimuladamente las ubres del animal y poniéndole los pezones erectos.

Cuando llegaron al parking y antes de bajar las escaleras dijo “muéstralas” y ella acto seguido se subió la camiseta para dejar al aire sus manoseadas y erectas ubres para que Él pudiera contemplarlas... Él sonrió, la ignoró y siguió escaleras abajo hasta el coche.

En esa ocasión, como en otras muchas, la utilizó de chofer... puso el gps antes de salir sin decirle a donde iban y ella arrancó. Sabía que cuando estaba el cacharro ese activado tenía que seguirlo, sin preguntar.

Era temprano, mucho, pero para lo que tenía planeado era la hora perfecta.

El coche se adentró en el nuevo polígono industrial de la ciudad. Ella apenas lo conocía, pero Él le había comentado que había estado ahí en varias ocasiones por temas de trabajo.

La voz del gps anunció que doblara a 200 metros a la derecha y transcurridos 300 metros habría llegado a su destino. Ella obedeció. Era denigrante obedecer órdenes de un cacharro electrónico... por un momento se le pasó por la cabeza lo bajo que había caído, pero enseguida apareció la desviación a la derecha y su mente se concentró de nuevo en la carretera.

Giró, siguió todo recto y paró.

Era una zona solitaria y más en domingo, no había nadie, estaban rodeados de naves industriales y solares sin edificar.

Él salió del coche, cogió la correa y dando la vuelta al vehículo la desplegó delante de la puerta abierta... ella comprendió que lo que pretendía era que se pusiera a cuatro patas, como el animal que era, ya que iba a llevarla atada... donde quiera que fueran.

Obedeció la orden no pronunciada, se arrodilló, sintió como el mosquetón se cerraba en su hebilla y como tiraba de ella... se movió para permitir que Él cerrada la puerta del coche y le siguió cuando tiró de ella hacia la esquina.

Era domingo, era temprano, muy temprano y estaba a cuatro patas y atada en medio de la calle, por muy solitaria que estuviera. Por un momento tuvo miedo de que alguien pudiera verlos, de que se metieran en un lío, pero de inmediato recordó que confiaba en Él, plenamente y que si estaban haciendo lo que hacían era porque no había peligro alguno... aunque no las tenía todas consigo.

Ensimismada estaba en sus pensamientos cuando se detuvieron... él abrió una puerta delante de sus narices y le pateó el culo para que avanzara quedando él fuera y ella dentro. Acto seguido la desató y le dijo “vamos, desfógate”.

Un arenero... tenía delante un enorme arenero en donde los amos llevaban a sus perros para que corrieran, hicieran sus necesidades y disfrutaran de un poco de libertad.

Más tarde supo que el ayuntamiento había construido el arenero recientemente en la zona industrial como forma de incentivar que los empleados de las empresas dejaran toda la mañana a sus mascotas allí, para que pudieran estar al aire libre, jugar con los habitáculos construidos y evitar que estuvieran encerrados en la vivienda durante demasiadas horas. En los días laborales y también los sábados, había una persona a cargo de la instalación para evitar situaciones de peligro. Así y todo, todos los perros debían acudir con bozal.

Y ahí estaba ella... parada junto a la puerta, sorprendida por el lugar donde se encontraba y anonadada por la situación.

El lugar apestaba... giró la cabeza y le miró... Él bajó las manos hacia ella y le sacó las ubres por la parte de arriba de la camiseta dejándoselas colgando al tiempo que se sacaba del bolsillo unas pinzas que acababan en unas campanitas que le colgó en cada uno de los pezones.

Acto seguido le levantó la falda dejándole el culo al descubierto y dándole dos fuertes palmadas la obligó a empezar a correr.

La situación para el animal era bochornosa... en un lugar público, bajo el cielo azul, a la vista de cualquiera que pasara por ahí, en un espacio lleno de excrementos y meados de perro, que olía fatal, con las ubres colgando y las campanillas sonando a cada paso que daba y con los agujeros visibles y accesibles... ¿ese era el día especial que le había preparado?... estaba en celo, necesitaba, ansiaba ser montada, quería que la usara, que la penetrara, no que la hiciera correr a cuatro patas humillada como un vulgar animal de compañía.

Oyó voces que no identificó y le entró el pánico... se escondió rápidamente en una de las casetas para perros que había en el arenero... le costó entrar, pero finalmente lo consiguió. Sabía que si se presentaban problemas Él lo arreglaría pero no estaba de más si desaparecía de su vista para echarle una mano... que les pillaran en una situación como esa era ir directamente al cuartelillo acompañados de una denuncia por escándalo público.

De la conversación que llegó a sus oídos entendió poco, pero supo que estaba hablando con un hombre, por la voz parecía mayor, 55 o 60 quizá... llevaba un perro, por los ladridos parecía grande, eran ladridos roncos y profundos.

Comentaban lo temprano que era, lo mucho que les iba a cundir el día si empezaban tan pronto un domingo.

Oyó como la puerta del arenero se abría... identificó el ruido del cerrojo y un perro ladrando... los ladridos iban y venían por lo que interpretó que el perro ya estaba suelto por el lugar y corría de un lugar a otro. De repente los ladridos cesaron y las voces también y en el agujero de entrada de la caseta donde ella estaba apareció la cara del perro... ella se asustó sobremanera. El perro no hacía más que sacar la lengua e intentar entrar en la caseta y ella, como buenamente podía, intentaba ahuyentarlo.

Oyó pasos y voces, Él y el otro hombre se acercaban.

El hombre se extrañó de la conducta del animal y Él le dijo que era normal, que su perra se había escondido en la caseta y que estaba en celo a lo que el hombre rompió a carcajadas. Él le acompañó.

A ella no le hacía ninguna gracia, no sabía que seguiría a esa situación tan bochornosa y además ahora ya no estaban solos... a Él le encantaban este tipo de situaciones... ella las odiaba.

Vio como aparecía una mano que tiró de la correa del animal y lo ataba y acto seguido oyó la voz de Él que decía “sal perra, sal”.

Estaba confusa... ¿pretendía que saliera delante del desconocido a cuatro patas, con las ubres colgando adornados con mini-cencerros, enseñando los agujeros de dentro de una caseta de perro en un arenero público?

Oyó dos manotazos en el techo de la caseta y otro “sal”, esta vez mucho más seco y duro.

No tenía alternativa, no podía hacer otra cosa, no iba a desintegrarse y desaparecer, así que no le quedaba otra que salir.

Se armó de valor y movió sus patas delanteras hasta conseguir sacar la cabeza y luego el cuerpo por el agujero de entrada de la caseta ante la atónita mirada del desconocido y los incesantes ladridos del perro que tenía atado a su vera.

No se atrevió a levantar la cabeza, estaba enrojecida de vergüenza, quería no estar ahí, desaparecer, ser invisible.

Él la ató, con la correa y la dejó a su lado... las mejillas le ardían, las rodillas le dolían de haber andado por la tierra y tenía el coño empapado por la vergüenza y la humillación que suponía esa situación para ella.

Él la hizo moverse y enseñarle la grupa al desconocido, la acarició el trasero y le dijo que era una mil leches, que no tenía raza, que no era valiosa pero que como animal que era, tenía que sacarla de casa de vez en cuando para que tomara el aire.

El desconocido seguía sin pronunciar palabra... pero se atrevió a poner una de sus manos sobre la grupa del animal... pronunció unas palabras en voz baja y Él respondió un “sí” alto y claro.

El hombre se alejó y regresó al poco tiempo ya sin su perro.

Repartidos por todo el arenero, había unos bloques de madera para que los perros pudieran saltar, subirse a ellos o pasar por debajo... Él la soltó y le indicó que subiera en la madera de color azul... ella obedeció sin rechistar para intentar que todo acabara cuanto antes y evitar que la humillación continuara.

“Gírate”... ella obedeció... “ábrete de patas”... ella obedeció... oyó el ruido de una cremallera... supuso que el hombre mayor iba a montarla... notó que una polla penetraba en su agujero delantero sin problema alguno, estaba encharcada por estar en celo y por estar viviendo una humillación como esa... oyó otra cremallera... oyó jadeos mientras la polla que tenía dentro la bombeaba...

Él o el desconocido se estaba masturbando viendo el espectáculo...

Él o el desconocido la estaba montando cuando más dispuesta a quedarse preñada estaba...

La situación era de locos, no sabía quien era, quien era quien.

El que la montaba le clavó las uñas y se corrió en su interior al tiempo que el otro hombre gritaba de placer cuando arrojaba su corrida sobre su grupa.

Las respiraciones de los hombre iban calmándose, ella no se atrevía a moverse... se oyeron de nuevo las cremalleras y pasos que se alejaban... el desconocido desapareció... de nuevo estaban Él y ella.

Sus dedos recogieron el semen de su grupa así como el de su agujero y se lo acercaron a la boca... ella lamió, vencida, usada, ultrajada y rendida.

Le pertenecía, podía hacer lo que quisiera con ella, cuando quisiera, como quisiera y donde quisiera y era precisamente lo que había hecho.

Regresaron en silencio a casa.

Por la tarde él la montó, por el agujero trasero... nunca, desde que disponía de su uso y disfrute, la había montado, siempre había usado su boca o su culo... o si?

¿Había sido esa mañana la primera vez?

¿Si se quedaba preñada, la cría sería suya? ¿o del desconocido?