Cerca del precipicio

No te vayas...

Por fin llega el día más esperado del mes. Me esperan 4 semanas de vacaciones, en las cuales espero recuperar algo del sueño perdido y hacer todo lo que no he podido por causa del trabajo.

En cuanto abro la cajuela del coche, dejo caer una caja con todos los papeles y regalos que traigo del instituto. Ya tendré un día para acomodarlos con calma. La cierro con un golpe firme, dispuesta a olvidarme de todo. Algunos alumnos me saludan de lejos, y les devuelvo el saludo mientras me invade un gran sentimiento de nostalgia por saber que ya no estaremos juntos. En fin; ya nos encontraremos  después.

El auto comienza a andar. Conduzco rumbo a casa mientras voy escuchando un playlist que hicimos juntos hace un par de años. Me hace sentir joven de nuevo.

Los rayos del sol iluminan el camino, mientras el viento fresco se cuela por la ventanilla del auto. Últimamente me resulta insoportable el calor del medio ambiente y apenas resisto el aroma de los lugares encerrados. Es un día precioso.

De pronto comienza a sonar esa canción. Me hace recordar aquella noche cuando decidimos vivir juntos. Estábamos en el bar con un grupo de amigos, festejando el cumpleaños de uno de ellos. Si algo disfruta Javier es beber una cerveza los viernes por la noche; sin duda es su mejor terapia. De vez en cuando recordaba que estaba a su lado y volteaba para darme un beso mientras reíamos de las tonterías que todos platicaban en la mesa.

En algún momento de la noche, mientras yo caminaba hacia la barra del bar, comenzó a sonar la misma canción que ahora escucho en el carro.

Alguien me ha dicho que la soledad se esconde tras tus ojos

Y que tu blusa atora sentimientos, que respiras

Tenes que comprender que no puse tus miedos

Donde están guardados

Y que no podré quitártelos

Si al hacerlo me desgarras

Me encontraba pidiendo un trago cuando Javier se acercó a mi lado, me miró fijamente y me susurró algo al oido.

-Qué ganas de tenerte toda para mí.-

No pude evitar botarme de risa, sorprendida con tremenda frase que en la vida hubiera imaginado me diría. Y es que él nunca ha sido precisamente romántico, claro, pero es que además siempre se ha quedado corto para decir guarradas, hasta el punto de llegar a ser tímido y ponerse serio. Intenté seguirle el juego y le respondí con un gesto pícaro mientras tomaba su vaso y bebía de él.

-Estoy entera y a disposición.-

Pero a cambio recibí una mirada severa y penetrante, un rostro inmutado que parecía estar hecho de piedra. En vano traté sacarle una sonrisa; parecía enojado por no ser correspondido con la misma formalidad.

Sin decir más, me dio un fuerte abrazo más bien fraternal, al tiempo que dejaba un beso sobre mi frente.

-Te quiero mucho, boba-.

Sus palabras me dieron nuevamente la tranquilidad de saber que todo había sido un juego. Hundí mi cabeza en su pecho y pude aspirar el olor de su perfume. Era mi aroma preferido. Lo abracé por la cintura y comenzamos a bailar lentamente al compás de la canción.

No quiero soñar mil veces las mismas cosas

Ni contemplarlas sabiamente

Quiero que me trates suavemente

Suavemente....

Por aquellos años yo compartía el piso con 2 amigas, Laura y Sandra, quienes habían estudiado conmigo en la misma facultad de Ciencias Sociales. Alrededor de las 3 de la mañana, Laura dijo que era tiempo de retirarnos, teníamos una lista de pendientes y quehaceres por concluir durante el fin de semana.

Javier nos acompañó hasta la salida del lugar. Mis amigas se adelantaron para pedir un taxi, mientras yo me quedé con él para despedirnos.

Nos besamos como si fuese la última vez que estaríamos juntos. Un beso profundo, donde podía sentir su respiración lenta, sin prisa. Mis manos recorrían su rostro, su cuello, mis dedos se enredaban con su pelo, en un afán desesperado por sentir que era mío. Él me aprisionaba por la cintura, metía su mano por debajo de mi blusa provocándome un escalofrío que se quebraba en medio de mis piernas.

-Cariño, para. Me tengo que ir, lo siento. Hablamos mañana.-

Le di un último beso, esta vez uno más breve, al tiempo que abrí la puerta del bar para alcanzar a mis amigas, quienes estaban por subir a un taxi. Sin esperármelo, Javier salió detrás de mí y me tomo del brazo, con tal fuerza que me introdujo de nuevo al interior del bar.

-No te vayas. Vamos a mi casa. Quiero estar contigo.-

Sus palabras me derritieron por completo el corazón. Sin pensármelo  dos veces, salí a despedir a mis amigas, diciéndoles que iría a dormir a casa de mi novio y prometiéndoles que llegaría temprano para ponernos al corriente de todos los pendientes. Las dos se subieron al taxi, lanzándome sonrisas y miradas traviesas, a sabiendas de que esa noche haría todo menos dormir.

Sin despedirse de nadie, Javier me tomó de la mano y salimos juntos del bar. Desde ese momento en adelante no dejamos de tocarnos en ningún momento.

Durante el camino a su casa nos besamos en el asiento trasero del taxi; él pasaba su mano por mi vientre, mientras yo hacía lo mismo en su entrepierna. Hundía su cabeza en mi cuello para propinarme besos que apenas rozaban mi piel, provocando que ahogara mis gemidos con suspiros entrecortados, debido a que el conductor no dejaba de vernos por el retrovisor.

En cuanto llegamos a la puerta del edificio, se apresuró a abrir el portal del mismo y me invitó a pasar cogiéndome por la espalda. Atravesábamos el corredor cuando de pronto Javier me arrinconó bruscamente contra la pared, besándome con mucha fuerza, sintiendo como su lengua penetraba mis labios en un deseo incontrolable de comernos mutuamente.

Comenzó a jalar el escote de mi blusa hacia abajo, mientras que su dedo recorría el contorno del sostén hasta liberar uno de mis pezones. Lo chupaba con tal ímpetu que no tuve más opción que recargar mi cabeza contra el muro y dejarme llevar. Con mis manos sujetaba su cabeza contra mis tetas, mientras la respiración se tornaba cada vez más agitada, al punto de sentir que las rodillas comenzaban a doblarse y era difícil sostenerme de pie.

Javier metió una de sus manos entre mis piernas acariciándome el pubis por encima de la ropa, mientras me tomaba de la cintura con la otra para ayudarme a mantenerme en pie.

Un ruido nos hizo volver a la realidad. Alguien había tirado por descuido unas llaves en el garage del edificio. En ese momento caímos en cuenta que algún vecino entrometido había estado observándonos desde las sombras todo el tiempo.

-Ven, vamos arriba.-

Subimos corriendo hasta el segundo piso, en donde se encontraba su departamento. Abrió con rapidez la puerta de su casa y la cerró de golpe. Entre besos profundos y mordiscos, nos desnudamos por completo en la sala del lugar. De pie, Javier me dio la media vuelta, quedando mi espalda pegada a su pecho.

Mientras me comía  el cuello a besos, sus manos se movían por todo mi cuerpo, acariciando mis pezones endurecidos, pasando por mi cintura, hasta bajar a los costados de mi cadera. Su verga dura se clavaba entre mis nalgas, provocando que yo me contoneara anhelando poder tenerlo dentro de mí.

Javier puso su mano entre mis piernas y comenzó a tocarme, haciendo pequeños círculos con la yema de su dedo medio. Sentía su mano abriéndose paso en todo mi sexo mientras me lamía el cuello.

-Así te gusta, nena?

Preguntaba Javier  una y mil veces esperando escuchar siempre un gemido como respuesta.

Yo me retorcía contra su pecho, tratando de mantenerme en pie mientras él jugaba en la entrada de mi sexo con sus dedos.

El placer que sentía era tan inmenso que llegó un orgasmo, el cual hizo contraer mi cuerpo, aprisionando la mano de Javier entre mis piernas ayudándome a no caer.

De nueva cuenta Javier me giro hasta quedar frente a frente. Entre besos y caricias me llevo hasta la pared y me recargó sobre ella.

-Mírame.-

Me pidió mientras su mirada busca la mía. Yo llevé mi mano a mi boca para escupir un poco de saliva y untarla en la punta de su miembro. Lo acerqué hacia mí y comencé a resbalar su verga entre mis labios vaginales, mientras notaba la mirada agonizante de Javier que suplicaba por terminar con esa tortura.

-Eres mala. Ya la tengo muy dura.-

Comencé a llevar su miembro lentamente a la entrada de mi vagina. Justo en el momento que parecía que por fin iba a entrar, yo movía mi cadera hacia atrás, prologando aún más el suplicio que Javier llevaba sufriendo por un rato. Entre risas y besos, por fin su verga logró entrar, haciéndome dar un respingo de sentirla por fin recorriéndome por dentro.

Comenzó a moverse lentamente dentro de mí, mientras apretaba con fuerza mis tetas. En unos cuantos segundos quedamos sumergidos en una atmósfera de gemidos y suspiros que salían sin cesar. Puse mi brazo sobre su cuello, sujetándome fuertemente para no terminar en el piso,  y Javier me apretaba las nalgas, amasándolas con su otra mano que de vez en cuando también metía por la raja del culo.

Algo que me excita mucho es ver a Javier absorto mientras observa  atentamente como me coge. Sé que le gusta ver cómo entra y sale de mí una y otra vez. Y eso me provoca querer moverme aún más para llamar su atención. La simple idea de sentirme observada me incita a querer aún más de él.

Los besos pasaron de ser profundos y lentos a ser más salvajes y entrecortados. Nuestras lenguas jugaban, buscando meterse en la boca del otro sin cesar. Javier lamía mi cuello y me mordía los labios mientras aumentaba la velocidad de sus embestidas.

-Ahí, amor. Dale que me vengo.-

Mi vagina comenzó a contraerse aprisionando el miembro de Javier, quien se esforzaba aún más por hacerme llegar sin perder la cadencia de sus movimientos. Sabe que prefiero embestidas lentas pero profundas.

Mis gemidos estallaron en un delicioso orgasmo que me recorrió todo el cuerpo. Mis piernas temblaban, podía sentir mi mandíbula tensa mientras que mis labios no dejaban de repetir su nombre entre gemidos. Él me tomó el rostro con su mano y comenzó a besarme desesperado, como si quisiera robar energía.

Javier se corrió en ese instante. Su verga se tornó aún más dura, atrapada con los espasmos de mi vagina. Su espalda se encorvó, mientras su cadera empujaba contra la mía, ayudándose con mis manos que lo atraían hacia mí. Dejó caer todo su peso y los dos quedamos apoyados contra la pared, hundiendo su cabeza en mi cuello que recibía su respiración húmeda y jadeante. Ahora era yo quien se deshacía por él entre besos y arrumacos.

Nos quedamos de pie, besándonos hasta recuperar el aliento. Recogíamos las prendas que se habían quedado tiradas en el piso por la entrada de la casa. Javier se quedó quieto un momento y después me miró.

-No te vayas...

-Claro que no. Me quedo a dormir y mañana salgo temprano.

-No, que ya no quiero que te vayas. Deja a tus amigas y ven a vivir aquí.

-Pero... tú estás seguro de lo que dices? Qué tal que terminamos odiándonos.

-No, eso no va a pasar. Sabes que te gusto demasiado.-

Comenzamos a reír y nos fuimos a la cama, cansados después de una ardua faena pero con las ganas de quedarnos así toda la vida.

Ahora queda muy poco ánimo de aquellos días. Llegar a casa es distinto. Hace 2 meses que te has marchado a California por cuestiones de trabajo, en un momento en el que los dos ya no nos soportábamos.

Todo se ha quedado en puntos suspensivos, con la incertidumbre de no saber si hemos llegado a ese punto en el que ya comenzamos a odiarnos.