Cerca de dios

Una tórrida tarde, una joven en la iglesia rezando ensimismada y compartiendo su oraci´n con pensamientos impuros...hasta que apareció un hombre maduro

CERCA DE DIOS

Sentí como el sudor corría entre mis piernas; era una de las tardes más calurosas que he vivido. Sentada en una de las sillas de la capilla intentaba escuchar el silencio, la paz que inundaba mi alma…era no de esos momentos en los que no sólo pensaba en mí, en mi vida interior, buscando en mi fe, pero hoy…hoy no era así, hoy era incapaz.

Mientras rezaba, contemplaba la imagen de la Virgen, tan bella, tan limpia, tan pura…notaba como el calor…o el éxtasis de la “contemplación” de la imagen, había empapado el interior de mis muslos, mis braguitas de gasa transparente (inapropiadas para el lugar) se habían adherido a la piel de mi sexo, notaba cada rugosidad de la vieja silla, donde mis propios fluidos se entremezclaban con tantos otros…

Fue después de intentar por más de una vez concentrarme en mis oraciones…cuando olí, cuando lo aspiré de nuevo, cuando su voz no entró por mis oídos, sino por mi piel, por mi boca, por mi entrepierna…ahí estaba él, era el encargado de la obra en la iglesia donde habían instalado la capilla provisional.  Don Arturo era un hombre varonil, de piel morena, pelo negro, pintado con trazos grises, ojos negros profundos, serio como aquellos hombres rudos de campo, fuerte aunque no demasiado; pero lo que más me seducía, lo que destacaba de ese hombre una vez que lo había “sentido”…¡¡eran sus manos!! Grandes, trabajadas, duras pero…tan delicadas a la vez…

Salí rápidamente de la capilla, salí de mi momento contemplatorio, salí de mi entrega a la oración, a Ella, a mi Virgen, sólo quería huir!!

Al cruzar la puerta me di cuenta de lo que ocurría, un flujo blanquecino, un sudor acumulado…todo corría por mis piernas, estaba al descubierto, me sentía desnuda ¡llevaba falda! Avergonzada sentía que todo el mundo se daría cuenta…sólo él lo hizo, sólo él conocía mi secreto.

Cuando salí hacia la iglesia dirección hacia la libertad, hacia la calle, sin pudor, sin él…me crucé con sus ojos, su mirada, me había descubierto, estaba tan excitada que mis piernas temblaban…me deje llevar…le seguí hacia la sacristía. Su camisa azul estaba empapada en la zona de las axilas, su pelo estaba revuelto debido al esfuerzo del trabajo, pero sus ojos…ay!! Sus ojos, su olor y su piel sólo despedían vida, hambre, ansia de otra piel…de mi, me iba a hacer suya, otra vez…

Me posicioné delante de él, tan corpulento!! Agarró mi pelo con fuerza, tiró de él ¡me hacía daño! ¡¡Que gusto!! Me dirigió hacia la cómoda de la ropa del sacerdote, frente a la imagen del Sagrado Corazón, un espejo revelaba el deseo de los dos cuerpos…

De espaldas a él lo sentía…tan duro, tan grande ¡¡me iba a reventar!! Metió mi mano por debajo de mi falda, Dios mío como me acariciaba, tocaba mi sexo  cómo sólo el sabía hacerlo, por detrás como tanto me gustaba! Empecé a moverme al son de su mano, le rogué que apretara mis pechos! Sin esperarlo susurró en mi oído “voy a matarte de placer mi amor”, arrancó con furia mis bragas y me embistió tan fuerte que pensé que me había partido en dos!! Una, dos, tres embestidas, no pude más…grité y grité de placer…

Era mi Dios en la tierra y Lúcifer en mis entrañas…”no pares vida mía, no pares” suplicaba…masando mis pechos, su falo en mi coño, como uno de los cirios de mi Virgen, así me abandoné mirando nuestra imagen en el espejo, mirando mi pecado en la casa de Dios…me corrí como nunca lo hice, se corrió como nunca lo hizo, dentro de mi, sentí hasta su última  gota, entrando en mi interior…espeso, con fuerza, era el macho quien poseía…

( Misina´17 )