Centrando mi objetivo en la piscina

Se lanzó a la piscina. Yo no esperaba nada. Estaba apoyado en un muro, con las gafas de sol puestas, disfrutando del sol y de pocas vistas. Era una mañana tranquila. Algunos niños chapoteaban en la pequeña piscina. Sólo una vecina llamaba mi atención. Un cuerpo redondo, generoso, jugoso.

Se lanzó a la piscina. Yo no esperaba nada. Estaba apoyado en un muro, con las gafas de sol puestas, disfrutando del sol y de pocas vistas. Era una mañana tranquila. Algunos niños chapoteaban en la pequeña piscina. Sólo una vecina llamaba mi atención. Un cuerpo redondo, generoso, jugoso. Su trasero se desbordaba con elegancia por los dos laterales de la braga del bikini. Sus pechos, grandes, rotundos, se contenían a duras penas en la tela de un sujetador bien colocado. Ni pequeño, ni grande, justo de la medida necesaria. Sabía que cualquier movimiento brusco podía dejar asomar un pezón y me excitaba imaginando su color. Se me antojaban claros, casi transparentes, difícil de distinguir del resto del pecho.

Fue entonces cuando ella se lanzó a la piscina y por un instante desvíe la mirada de los pechos de mi vecina para observar a esta desconocida. Fugazmente observé unas caderas generosas, quizás excesivas. Deseché la visión. Me centré en el trasero de los gluteos que hacía tiempo deseaba amasar y morder, que deseaba penetrar en secreto. No podía evitar la imagen de mi vecina a cuatro patas moviento lujuriosamente su culo e incitándome a clavar mi polla en el aguajero que siempre imaginaba listo para mi. Ese pensamiento lograba ponerme la polla pendulona y sabía que si alguien me estaba observando notaría que mi bulto había crecido. No había mucha gente por allí.

El chapoteo en el agua de mi fugaz visión volvío a llamar mi atención. Mi nueva vecina estaba frente a mi, con la mirada perdida en el horizonte. Me gustó su rostro. No era guapa. Morena, con los ojos almendrados y unos rasgos levemente dulces y muy matizados por un aire que en algunas mujeres ser puede detectar. Una cierta malicia en la mirada, picardía, yo suelo llamarlo sexo en la mirada. Eso me pareció, era la primera vez que la veía pero ya pensaba que la vecina de las caderas anchas era una calentorra.

A pesar de que el agua de la piscina le cubría casi hasta el cuello, dejé caer mi mirada descuidadamente hacia sus pechos. Llevaba un bikini sin tirantas. Al lanzarse de cabeza al agua el sujetador se había deslizado y me estaba ofreciendo la visión de uno de sus pechos complentamente al aire, bueno, en realidad al agua. Ahí la gravedad tiene menos peso, ya se sabe. Ella parecía no haberse percatado de que me estaba enseñando una teta y durante unos segundo trate de definir su forma bajo el agua. Me debatí en ese tiempo entre el disfrute de la vista y la discrección de mirar hacia otro lado para no azorarla. Me venció la curiosidad.

Ella no tardó mucho en percatarse de que tenía una teta fuera y entonces fue cuando me miró con una media sonrisa y supe que la mirada de sexo era real. Lentamente, con mucha parsimonia se recolocó el sujetador y se dirigó hacía la escalerilla para dejar la piscina. Ya no pude dejar de mirarla, compartía mi tiempo de voyeaur entre las tetas de mi vecina rubia y la de la mirada caliente. De cuando en cuando, mientras tomaba el sol, me parecía ver que deslizaba su mano para tocarse el coño disimuladamente, ocultando el gesto con una coqueta recolocación de la braga del bikini. Pasado un rato se levantó y se dirigió a mi. ¿Tienes hora? sí -contesté- Las dos. Gracias.

Cuando se iba a girar para volver a su toalla, se frenó y se agachó acercándose a mi: ¿Te gustaría comerte las tetas de la rubia? Yo puedo dártelas.....