Cenas, fiestas y cosas de la vida (Cap. 1)
Cap. I - Néstor
Hola a tod@s de nuevo,
Permitidme una dedicatoria muy especial.
Gracias mama,
Por darme la vida,
Por ser la Capitana de la familia llevándonos siempre a buen puerto,
Por darme unos valores, honestidad, dignidad, sinceridad y ser respetuoso con todos, entre otros muchos,
Por enseñarme a amar la lectura,
Por hacerme ver que si amas tienes que hacerlo al cien por cien,
Por hacer que me involucrara completamente en mis proyectos,
Por ser un ejemplo de cómo disfrutar todos los momentos de la vida,
Por tu ayuda siempre desinteresada,
Por perdonarme cuando yo no he sabido estar a la altura de un buen hijo,
Por darme todo el amor que me has llegado a dar,
Por enseñarme que un abrazo a veces dice más que muchas palabras,
Te quiero,
Akuaries.
Cap. I- Néstor
Néstor recorrió por última vez los pasillos de la residencia, caminaba lentamente, mirando el suelo y las paredes, queriendo grabar en su mente esos detalles que durante los últimos tres años había estado viendo a diario, seguramente para no pensar en el verdadero motivo de aquella última vez que estaba caminando por ellos.
Al salir al exterior, el fuerte calor de aquel día del mes de julio se hizo notar, daba igual, su cuerpo no estaba preparado para sentir el calor o el frio, toda su energía vital la tenía concentrada en sus pensamientos. Atravesó la calle y entró en el parque en el que había estado tantas veces durante ese tiempo, se sentó en un banco debajo de la sombra de un árbol, respiró profundamente y volvió a pensar lo mismo que hacía un rato, “Se ha acabado”.
Se había acabado un proceso de bastante más tiempo que los últimos tres años, ya no se acordaba con certeza cuando fue exactamente que empezó. Pequeños despistes, los mismos que podemos tener todos en algún momento, no le dio importancia, más tarde deslices en las conversaciones que le hicieron sospechar llevaron a la decisión de llevarla al médico. El diagnóstico fue claro, alzhéimer, una enfermedad neurodegenerativa sin cura, ahí empezó el calvario para ella y su único hijo.
Néstor hacía balance de los últimos años.
Que duro cuando llega el día que no te reconoce, que te mira como a un extraño, como miras a la gente cuando vas en el tren o el autobús, mirada fría sin sentimiento, convertirte en un extraño de la noche a la mañana para la persona que más te ha querido en la vida, cara inexpresiva al verte o ver a sus nietas, cuando no hacía mucho se le llenaba de alegría.
Durante un tiempo pudo seguir viviendo sola ayudándola, una pequeña visita diaria era suficiente para que ella fuera haciendo su vida. La terrible enfermedad avanzó más rápido de lo previsto, ya no podía estar sola, el día que se fue de su casa y me avisó la policía que la habían recogido por la calle caminando sin destino y despistada se abría otro frente. Llevarla a mí casa con la familia era una locura, no podía desestabilizar sus vidas, además ella necesitaba otros cuidados.
Buscar una residencia para una señora mayor enferma fue otra de las mierdas por la que se tuvo que pasar, las públicas todas llenas hasta la bandera y con lista de espera, “Ya le avisaremos cuando sea la siguiente en la lista para que se prepare”, “¿Y de cuánto tiempo hablamos?”, “Unos dos años más o menos”. Dos años para algo tan urgente, y te lo soltaban con total tranquilidad, “El problema es tuyo, espabílate”, parecía que te estaban diciendo.
Es lo que tiene vivir en un país moderno del primer mundo, eso sí, con aeropuertos donde no llega ningún avión o la red de trenes de alta velocidad más extensa que llegan donde no hay nadie, millones y millones de euros gastados para nada, y una pobre señora viuda enferma, con una paga porque pudo demostrar que había trabajado hacía muchos años, no tiene una puñetera ayuda, porque claro, hay recortes en los presupuestos, estamos en crisis y no podemos despilfarrar el dinero, manda cojones.
Encontrar una residencia privada y mantener el equilibrio económico era la solución, una solución a precio prohibitivo, a su pensión se le tenía que añadir una cantidad de dinero que con un sueldo “normalito” de los que hay ahora ya me explicarás. Un tiempo pudimos tirar de algo que ella tenía ahorrado, pero se acabó.
Vaciar el piso de alquiler donde me había criado no fue nada agradable, tantos recuerdos, tantas cosas inútiles guardadas, muchas acabaron en la basura y algunas me las llevé de recuerdo como los libros o las fotos familiares.
No sé si es cierto que antes de morir te pasa toda tú vida como si fuera una película, a mí me pasó por delante la vida con mi madre, los buenos recuerdos, las cosas bonitas mientras lloraba en aquel parque su ausencia. Ya se esperaba, una semana antes la enfermera no pudo despertarla al ir a levantarla por la mañana, quedó inconsciente anunciando un pronto desenlace que así fue. Las lágrimas resbalando por mi cara intentaban llenar un vacío que me había quedado dentro, un vacio que no sabría explicar donde estaba pero era profundo.
Toda mi familia más directa había muerto, algunos parientes quedaban en algún lejano pueblo a los que no conocía, una gran sensación de soledad te agarra y el único apoyo lo encuentras en tus hijas.
A Néstor le fue pasando por la cabeza el precio que había tenido que pagar, y no el económico precisamente, una separación de su mujer Lisa, perderse el día a día del crecimiento de sus bonitas hijas Blanca y Nuria en plena adolescencia, la casi ruina por los gastos que representaron poder tener a su madre en aquella residencia, con su sueldo llegaba muy justo a final de mes, cuantas veces había tenido que pedir dinero prestado cuando se le presentaba algún gasto extra. Se había quitado de encima todos los gastos superfluos e innecesarios, todo por pagar una residencia para su madre con unas mínimas condiciones de limpieza y cuidados que con su pensión de viuda no le llegaba.
Se cerró el proceso con el entierro, lo acompañaron su ex mujer Lisa y su dos hijas, José Antonio, el amigo que le había hecho unos cuantos préstamos para salir adelante que todavía tenía que devolverle, acompañado de su mujer Vero, una hermosa mujer que siempre le había fascinado. También estaba Juan, otro amigo soltero con el que se iba a tomar alguna cerveza de vez en cuando.
Un entierro rápido y triste, siete personas mirando como descansaban sus cenizas en el nicho de la familia.
Hacía muchos años que su abuela empezó a pagar un seguro para el tema de los fallecimientos, después siguió pagándolo su madre y desde que fue mayor de edad también lo pagaba él, cosas de la familia, gracias a eso le pudo hacer un entierro decente.
Lisa, su mujer se empeñó en que fuera a comer con ella y las niñas, no le costó mucho aceptar, una buena conversación con ellas le vendría bien pensó, ya era hora de prestarle a su familia toda la atención que durante tanto tiempo no pudo o supo hacer. Veía a sus hijas el fin de semana que le tocaba, pero por su situación económica no le había podido hacer los regalos que a él le hubiera gustado, ni ayudar a su madre en los gastos, hasta ese momento Lisa se había hecho cargo de todas las necesidades de Blanca y Nuria, él solo ponía su presencia para que supieran que tenían un padre y no todas las veces que le hubiera gustado.
Esa situación no la llevaba nada bien, por suerte ni su ex mujer ni sus hijas le tiraron nunca nada en cara, él había intentado conseguir algún trabajo mejor pagado pero los tiempos no están para tirar cohetes. Había hablado varias veces con José Antonio que tenía una empresa que le funcionaba muy bien, de los amigos era el que mejor estatus económico tenía, siempre le ayudó cuando lo necesitó y sin pedirle que le devolviera el dinero, en eso le estaba agradecido aunque sabía que tenía una “bonita” cantidad que devolverle, después de decírselo varias veces y ver que José Antonio no estaba por la labor de ofrecerle o conseguirle otro trabajo dejó de hacerlo.
A partir de ese momento si se administraba bien podría empezar a vivir un poco mejor, hacerles algún regalo a sus hijas y empezar a devolver sus deudas.
La siguiente semana fue dura, sobre todo los primeros días, que los utilizó para llorar a su madre y recordarla en sus mejores momentos, como él quería recordarla, aquella imagen en la residencia de los últimos años intentó borrarla de su cabeza.
Sabiendo que no lo estaba pasando bien su amigo, Juan lo llamaba cada día para tomar algo por la noche, antes no faltó ningún día en la visita a sus hijas, sentía que había estado demasiado tiempo sin hacerles el caso que se merecían y de paso ver a su madre por qué negarlo. De Lisa se enamoró en cuanto la vio la primera vez y Néstor sabía que seguía enamorado, las cosas entre ellos fueron como fueron y no había vuelta atrás, reconocía que en su momento dejó de prestarle atención y le pasó factura, pero quien sabía si podría volver a enamorarla, ella estaba guapísima como siempre había sido, algunas miradas a los ojos le daban esperanza. La duda que tenía era si él era el mismo, si el haber vivido la miseria humana y la muerte de su madre tan de cerca no le había afectado, el tiempo lo diría.
Néstor siempre había intentado ser una persona correcta y responsable, cuidar de su familia aunque no siempre fue posible hacerlo con todos sus miembros a la vez.
Con Juan hablaron mucho aquellos días, incluso le escuchó alguna confesión que no se esperaba.