Cenando con Carlos

Mery prepara una cena para Carlos en su casa nueva casa. Consigue lo que buscaba, pero no de la forma que lo esperaba...

Llevaba toda la semana esperando que llegase la gran noche. Por fin se había decidido y había invitado a cenar a Carlos. Carlos era un amigo, de una amiga, de un amigo, de… no se conocían demasiado, únicamente habían coincidido tres o cuatro veces tomando una copa. Aunque hasta ese momento, solo habían tenido varias conversaciones intrascendentes de las se tienen en lugares con la música alta y a altas horas de la madrugada, desde el primer instante notaron atracción mutua, incluso cierta tensión sexual.

Fue Mery la que se decidió y dio el primer paso invitando a Carlos a cenar. De eso hacía ya cinco días, que le habían parecido cinco semanas y aún tenían que pasar dos más. A lo largo del día, mientras trabajaba, iba repasando mentalmente cada uno de los detalles que quería cuidar para que esa cena fuese realmente algo especial. La música, el vino, su pelo, su propio vestuario… No paraba de darle vueltas a cada una de esas cosas para no descuidar nada.

Decidió ir esa misma tarde a la peluquería, aunque aún faltasen algunos días para su cita. Pensó que si lo dejaba para el último día y su pelo parecía demasiado cuidado, él podría notar un exceso de interés. A su manera, quería parecer una mujer segura.

Una de las cuestiones que más le inquietaban era que prepararía de cena. No era una gran cocinera y ese era el punto que más le preocupaba, de cara al buen resultado de la misma. Finalmente, se decidió por el marisco. Era fácil de preparar y, sin duda, le aseguraría el éxito. Pensó también que ojala fuesen ciertas las propiedades afrodisíacas que se le atribuyen a este alimento.

Sobre el vino no tenía ninguna duda. Sería un buen Rioja. Aunque tenía entendido que con los mariscos se desaconsejan este tipo de vinos, no pudo resistirse, ya que era el que, con diferencia, más le gustaba.

Tenía mucha ropa que podría utilizar esa noche, pero decidió ir a comprar ropa nueva después de pasar por la peluquería. Siempre le hacía sentir bien estrenar ropa. Le daba seguridad. Sobre todo cuando se trataba de ropa interior de su marca favorita. La lencería era otro de los apartados en los que, de momento, no tenía una idea clara. Ninguna de la que tenía le parecía apropiada para esa noche. La encontraba demasiado discreta. Una chica soltera nunca usa nada demasiado atrevido, para que sus posibles conquistas no puedan llevarse una impresión equivocada en sus primeros encuentros.

Pasó otro día. La cena estaba más cerca. Sólo tenía que esperar a la noche siguiente.

A media que iba acercándose la fecha, crecía su inquietud. Ya había comprado la ropa, en la peluquería ya le habían hecho el cambio que necesitaba, pero aún faltaban cosas por rematar.

Otro eterno día de trabajo. Tenía perdida la mirada en la pantalla del ordenador, mientras pensaba que posiblemente estuviese dando demasiada importancia a esta cita. Estaba segura que Carlos notaría el cuidado con el que se había preparado todo y sin duda, aquello lo tomaría como una declaración de intenciones. Después de darle muchas vueltas, asumió el riesgo.

Dedicó la tarde a hacer algunas compras más que completarían todo lo que necesitaba.

Llegó a casa y tomó una ducha. Apoyó las manos en la pared y agachó la cabeza para que el agua cayese sobre su nuca. Cerró los ojos e intentó dejar su mente en blanco. Le fue imposible. Desde el viernes anterior no había podido desocupar su cabeza de pensamientos que no estuviese relacionados con Carlos. Dos minutos después abrió los ojos y se entretuvo viendo como el agua se deslizaba por su cuerpo hasta alcanzar el desagüe. Estaba tibia como a ella le gustaba. Caía con la presión justa, chocaba contra su nuca, acariciaba sus hombros, resbalaba por sus pechos rodeando sus pezones y finalmente caía para después perderse. Mientras recorría con la mirada ese tránsito, se percató que había algo que, hasta el momento, había pasado por alto. Qué hacer con su vello púbico. Lo llevaba más o menos cuidado pero pensó mejorarlo. Es otra característica de las chicas solteras, ya sea verano o invierno. Cogió una cuchilla para recortarlo un poquito más, ya no había tiempo de hacerlo de otra manera. Empezó a recortar por un lado, después por el otro sin encontrar la simetría. Aquello le daba un aspecto horroroso y empezaba a desesperarla. Se detuvo un momento y en un alarde, mezcla de valentía y desesperación, terminó rasurándoselo por completo. Era la primera vez que lo hacía y no estaba segura del resultado. Una vez terminó, lo observó y lo encontró atrevido, a la vez que estético. Quedó muy contenta con el resultado y estaba segura que sería algo que a Carlos le agradaría.

Por fin el gran día y por fin la hora de salir del trabajo. Como cada viernes, a las dos y media ya estaba en casa comiendo. Ese día obvió su siesta habitual. Tenía mucho trabajo que hacer. Además, estar ocupada haría que las horas pasasen más a prisa.

Pasó la tarde yendo de un lado a otro de la casa limpiando, fregando, ordenando, colocando, repasando, revisando… y todo sin dejar de mirar el reloj y asegurándose cada 10 minutos que aún tenía tiempo suficiente.

Cuando tuvo la casa a punto, entró en el baño para prepararse. Como tenía tiempo suficiente, esta vez tomó un baño, creyó que le relajaría más. Abrió el grifo para llenar la bañera y empezó a desnudarse. Mientras lo hacía revisaba el reflejo de cada parte de su cuerpo que quedaba al descubierto en el espejo y deseaba que fuese del gusto de Carlos. Se recogió el pelo sobre la cabeza con unas orquillas y entro muy poco a poco en el agua acostumbrando su cuerpo a la nueva temperatura. Una vez dentro, se tumbó apoyando la cabeza sobre borde, en el que previamente había colocado una toalla en varios dobleces para atenuar su dureza. El tamaño de la bañera le obligó a arquear las piernas. De todos modos consiguió una posición lo suficientemente cómoda y pudo disfrutar de unos minutos de relax.

El agua ya empezaba a enfriarse y pensó salir. Siempre le costaba tomar esa decisión, por lo que quitó el tapón para que, en pocos segundos, la falta de agua le obligase a hacerlo. Se puso en pie, abrió el grifo y esperó que el agua tomase la temperatura idónea para empezar a quitarse el jabón que le había quedado en el cuerpo. Primero el cuello, después los hombros, los brazos, el pecho y el vientre. Alcanzó su pubis y se entretuvo jugando con el chorro de agua tibia sobre su clítoris. Jugó tanto que las piernas empezaron a flaquearle, por lo que decidió sentarse sobre el borde de la bañera para terminar lo que casi sin querer había empezado. Terminó y Suspiró.

Mucho más relajada ahora, secó su cuerpo con una tolla y se perfumó. Únicamente vestida con su perfume, cruzó la casa en busca de un reloj que le confirmase que aún disponía de algún tiempo. Después de cerciorarse que así era, puso música y se sirvió una copa con un dedo de güisqui. Lo justo para tomar algo de confianza en si misma, sin perder de vista la realidad. Se sentó en su butaca favorita. La había comprado hacía recientemente, como la mayoría de los muebles que poseía, ya que se había independizado hacía poco tiempo. Era de metal plateado y cuero negro.Apoyó la copa en uno de los brazos y su mano en el otro. Disfrutó por unos minutos de la copa y de los violines de Mendelssohn. Pasado este tiempo, recorrió de nuevo la casa desnuda hasta llegar a su dormitorio.

Ya allí, buscó la bolsa de la que aún no había sacado la lencería que compró. Colocó sobre la cama las diferentes cajitas que contenían cada una de las piezas. Empezó por las medias. Quitó la tapa de la caja y apartó el fino papel blanco que las cubría. Se sentó en la cama, se colocó primero una y después la otra. Después acarició la tela sobre sus torneadas piernas, buscando una perfecta colocación. Se puso en pie para verse en alguno de los espejos que cubrían cada una de las puertas de su armario. Se gustó. Le pareció morboso y elegante lo que vio. Una mujer esbelta, únicamente con una medias negras que contrastaban con su sexo completamente rasurado. Pero faltaba un detalle. Estaba descalza y eso quitaba glamour a la escena. Se puso los zapatos de tacón que había comprado unos días antes. Un tacón no muy alto, pero lo suficiente para hacerla una mujer más deseable de lo que ya era. El tacón subió un poco más su culo. Ahora sí.

Terminó de vestirse sin prisas. Toda y cada una de las prendas de vestir que había comprado para esa noche eran de color negro. En unos minutos estuvo lista.

Se sentó en el salón a esperar a Carlos. Aún faltaban 20 minutos. 20 minutos que se le harían eternos. Paseó su mirada por toda la sala revisando que no hubiese ningún detalle que hubiese pasado por alto. Los minutos pasaban muy lentamente y los violines empezaban a clavársele en la cabeza. Decidió cambiar la música y poner algo de Ben Harpper. Sin duda era algo más moderno y lo suficientemente desconocido como para darle un punto de distinción ante de Carlos en cuanto a sus gustos musicales. Se sentó de nuevo, aún faltaban 15 minutos.

Sonó el timbre antes de lo esperado. Mery se sobresaltó, respiró profundamente, secó el sudor de sus manos en la parte trasera de su vestido y se dispuso a abrir la puerta. La abrió y allí estaba Carlos. Plantado delante de la puesta, con la sonrisa puesta y sujetando una botella de vino en las manos. Lo notó algo más arreglado que de costumbre y quiso pensar que él también daba importancia a esa cena. No hay una razón más fuerte para creer una cosa que querer creerla. Se saludaron con dos besos y cruzaron algunas frases de circunstancia, casi inconexas, acompañadas de algunas risas más nerviosas que espontáneas. Era lo normal. Casi eran dos desconocidos. Le invitó a pasar y así lo hizo. Carlos halagó el gusto de Mery en la decoración de su casa y Mery se lo agradeció. Era una casa reformada por completo hacía muy poquito tiempo y el estar cerca del mar le daba un encanto especial.

Mery pidió a Carlos que se sentase y le ofreció una copa, para que se la tomase mientras ella calentaba la comida que ya tenía preparada.

Él se sentó en misma butaca en la que un rato antes lo había hecho Mery. Desde esa posición podía ver la cocina y a Mery trajinando dentro de ella cuando pasaba delante de la puerta. Ciertamente estaba impresionante aquella noche. No perdió detalle de sus movimientos.

La cena transcurrió en un clima agradable. El nerviosismo inicial lo fue sustituyendo la confianza mutua que construyeron entre los dos con la ayuda del vino. Justo antes de terminar la primera botella, Mery notó que Carlos estaba mirando disimuladamente dentro de su generoso escote y decidió ponérselo más fácil, inclinándose hacia delante también discretamente, con la excusa de alcanzar su copa para terminar la botella. Inmediatamente fue a buscar otra, con la tranquilidad que le daba la confirmación del interés de Carlos.

Terminaron de comer y Mery se ofreció a preparar café. Carlos volvió al sillón en el que ya sabía que no perdería de vista a Mery aunque estuviese en la cocina. Mientras ella preparaba el café, aprovechó para recoger un poco la cocina sabiendo que él tenía clavada la mirada en su culo. Carlos no pudo esperar más. Se puso en pie y sigilosamente se colocó detrás de ella. La cogió firmemente por la cintura y apretó su cuerpo contra el suyo. Ella intentó liberarse pero no pudo. Aunque era lo que llevaba esperando una semana, lo quería de otra forma y dijo con voz nerviosa: - Carlos, por favor, poco a poco. A lo que Carlos respondió apretando su cuerpo aún más contra el de ella. Esta vez pudo notar perfectamente en la zona baja de espalda la erección de Carlos. Estaba un poco nerviosa, porque no conocía a Carlos lo suficiente y no sabía como podría reaccionar. Por un momento sintió algo de miedo, pero ese mismo miedo humedeció su tanga. Estaba confundida, por una parte estaba ligeramente asustada, pero por otra muy excitada. Ganó la excitación. Eran tanta las ganas que tenía de entregarse a aquel hombre que pensó que valdría la pena correr el riesgo.

Echó su cuerpo para atrás con la intención de notar más aún la presión de su polla. Quería darse la vuelta pero él no le dejaba, sólo le permitió girar la cabeza para poder comerse su boca. Estuvieron unos instantes en esta posición. Estaba tan oprimida contra el mármol de la cocina que empezó a notar cierto dolor en los huesos de la cadera. Se sentía dominada y le estaba encantando probar esa sensación.

Carlos cogió el pañuelo negro de seda que había estado rodeando el cuello de Mery durante toda la cena y vendó sus ojos. Cuando el vendaje estuvo listo le susurró al oído: - Vas a ser mi puta esta noche. A lo que ella respondió con un gemido mal reprimido. En ese momento fue cuando le permitió darse la vuelta. La desnudó con extrema delicadeza, dejándole sólo el tanga, las medias y los zapatos. La acompañó de la mano hasta el salón. Antes de sentarla en la butaca le quitó el tanga y se lo guardó en un bolsillo. Se deshizo del cinturón para atar una de las manos de Mery a un brazo de la butaca. Acercó de nuevo la boca a su oído para decirle esta vez: - Quédate aquí quieta y no hagas nada que yo no te pida. Ella asintió con la cabeza. Cada vez estaba más nerviosa y excitada. Empezaba a descubrir el oscuro encanto de la sumisión elegida. Su coño ya rezumaba flujos y aún no se lo habían tocado.

Carlos se sirvió otra copa de vino y situó frente a ella. Sacó su polla y la acercó a su boca, en cuanto notó el roce en sus labios, supo que tenía que abrirla y empezar a chupar. Él de tanto en tanto la sacaba y le golpeaba en la cara con su miembro para

recordarle quien mandaba esa noche. Se divertía haciéndole preguntas y viendo como ella intentaba contestar sin conseguir que se le entendiese nada. Cuando se cansó de este juego se retiró dejándola sola en la butaca.

Colocó una silla frente al sillón en el que estaba Mery y se sentó. Mientras sujetaba la copa en una mano, busco con la otra en su bolsillo el tanga que le había quitado momentos antes con la otra y empezó a jugar con el entre sus dedos. De tanto en tanto lo acercaba a su nariz para oler la excitación de su amante.

Contemplaba la escena. Tenía delante de él a una mujer impresionante, entregada por completo a sus caprichos. Permaneció en silencio disfrutando de la visión. Ella movía la cabeza de un lado a otro intentando averiguar lo que estaba pasando a su alrededor.

  • Abre las piernas, le ordenó. Ella los hizo sin rechistar. Ante aquella escena, Carlos se refugió por unos instantes en la soledad de sus pensamientos. Todo estaba saliendo mejor de lo que esperaba. También llevaba toda la semana esperando ese encuentro, aunque inicialmente sus expectativas eran mucho menores.

Era el momento de desatarla, se moría de ganas de probar el néctar que emanaba el coñito de su acompañante. La tumbó el sofá sin quitar aún la venda de sus ojos y acercó su boca al sexo de Mery. Lo recorrió por completo suavemente con la punta de la lengua evitando tocar siempre el clítoris. Lo reservaba para el final a modo de postre. La excitación de Mery crecía con cada roce de la lengua de Carlos, roces que, de tanto en tanto, le producían pequeños espasmos. Ya había conseguido llevarla a un punto sin retorno. Ahora si que estaba totalmente entregada. Atacó por fin el clítoris, ella gemía y suplicaba que no parase. Cada vez tenía el coño más mojado. Progresivamente fue subiendo la intensidad de los lametones, que ya se habían convertido en casi violentos. No pudo resistirlo por más tiempo y rompiendo las reglas de juego se quitó la venda. Quería ver la cabeza de su amante hundida entre sus piernas. Aquella visión hizo que se corriese abundantemente en la boca de Carlos. Él lo noto y volvió a lamer suavemente. Pasó la lengua de abajo a arriba varias veces recorriendo toda la rajita.

Había llegado el momento de penetrarla. Se colocó encima de ella, estaba deseando clavársela. Se comían la boca mutuamente mientas él acerco su polla al más que lubricado coño de ella. Entro sin dificultad hasta el fondo. La tenía durísima. Una vez estuvo completamente dentro, se quedó quieto dentro de ella. Quería Mery se notase completamente llena de él. La sacó casi por completo y con una violenta embestida la volvió a meter hasta los huevos y volvió a quedarse quieto como antes. Repitió la operación varias veces dejando transcurrir unos segundos entre embestida y embestida. Mery creía volverse loca, hacía tiempo que no se la habían follado tan bien.

Carlos se hartó de juegos y empezó a fallársela de la forma más egoísta que supo. Ya estaba demasiado caliente para entretenerse en adornar el acto o en atender las necesidades que cualquiera que no fuese él mismo. Agarro sus tetas con las manos y las apretó fuertemente. Mery noto algo de dolor con tanta presión, pero ese mismo dolor la

acercaba aún más al éxtasis de un nuevo orgasmo. Notó algo más dureza en la polla de su amigo y supuso que él también estaría cerca de terminar. Bajó la mano y acarició su clítoris para acelerar su corrida y llegar los dos a la vez. Así lo hizo y así pasó.

Quedaron los dos exhaustos, fundidos en un abrazo y empapados en sudor sobre el sofá. Mery, con la mirada puesta en el infinito, reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. Nunca antes la habían tratado de esa manera, nunca antes se había sentido tan utilizada, nunca antes había sido consciente de que el dolor y el placer pueden estar tan cerca.