Cena pasada por agua... o no
La escena me encantaba: abierta de piernas, con la ropa interior apartada, tendida en la mesa y con la cabeza de un hombre que no era mi marido comiéndome lo más íntimo de mi cuerpo...
CENA PASADA POR AGUA O NO
-Hola, pasad, llegáis justo a la hora- nos saludó muy cortésmente -, aunque tengo que contaros una mala noticia. Charo no podrá asistir a la cena, lo siento.
-¿Cómo que no viene?, ¿pero no habíamos quedado en que sería una cena de los cuatro juntos- preguntó mi marido, muy decepcionado -?.
-Ya- contesté cabizbajo -, y así iba a ser, pero la llamó la hermana porque se puso de parto. Ya sabes, el primer sobrino y todo eso. Me dijo que siguiera con la cena y que os mandaba sus disculpas.
Mis invitados pasaron a casa aunque algo más desencantados de lo previsto. El principio no fue bueno y no estaba seguro de que la cosa mejorara según avanzara la noche. Lo que iba a ser una gran noche de cuatro amigos parecía ser una noche de estar en plan sujetavelas aunque no sé porqué no me parecían muy unidos según los vi.
Casi podía leer como en un libro abierto la cara de Chimo, imaginándose que se pasaría la noche de sujetavelas de Marcelo y de mí. Hombres, que predecibles. La casa estaba muy bien, y nos fuimos al salón a charlar un poco antes de ponernos a cenar. La charla fue muy amena, y Chimo pareció algo más alegre, pero no sabía porqué.
Mi primer instinto no me defraudó. Se les suponía casados hace poco, pero me daba la sensación de que él estaba más casado con el trabajo que con ella. Dios mío, es que había que ser idiota para no fijarse en una mujer como Elisa: le separaban 10 años de Marcelo: es decir, 25 añitos que quien los pillara. A ella la notaba entre enamorada y decepcionada de él y la forma en que la dejaba de lado por centrarse en los negocios. Un mal rasgo, a mi entender: una mujer insatisfecha con el marido es una mujer necesitada de cariño y la idea, morbosa y prohibida, de satisfacerla, me hacía sonreír.
-Chimo- me sacó Marcelo de mis pensamientos -, ¿entonces como te va en el negocio?. Me parece que he oído algo así como que te van a visitar unos japoneses. Un inversor como ese conviene pillarlo bien.
-Sí, lo sé- contesté -. Solo espero que todo vaya bien, nos ha costado llegar hasta aquí sin meternos en trampas ni cosas ilegales. Si los japoneses nos dan el espaldarazo, nuestra pequeña compañía podría hacerse grande, algo respetable
Viéndolos tan pagados de sí mismos casi me daba el sueño. Me sentía como Kate Winslet en "Titanic": sentada al lado de unos hombres que casi se felicitaban por ser los amos del universo. Para evitar dormirme, no sé porqué, fijé mi vista en Chimo. Se notaba que los 25 ya los había pasado hace bastante, pero el tiempo había sido indulgente con él: aún conservaba una buena mata de pelo en la cabeza, un negro y bien peinado pelo que le daba cierta elegancia. De complexión mediana, puede que con una pizca sobrante de estómago, pero en conjunto era bastante decente. Sus ojos castaños, encendidos como tizones, no se perdían detalle de mí, y eso que iba muy formalita vestida: un vistoso traje de ejecutiva amarillo, de mini falda y chaqueta de punto con un collar de perlas a juego, con algo de escote. El amarillo de mi traje, con el rojo de mi pelo y el azul de mis ojos, supuse, le tenían encandilado.
-Bueno- sugerí para no dormirme -, ¿entonces cenamos o qué?. Yo tengo hambre.
-Jajaja- se rió Chimo -. Sí, claro, vayamos a cenar. Tenemos un entrecot que está para chuparse los dedos, y eso solo de entrada hay más delicias que probar- y casi juraría haber intuido un doble sentido en esa frase, pero lo deseché pensando que yo había sido muy malpensada -.
No logro entender como hice para decir aquella frase en aquel tono. Pretendía ser ceremoniosa, y me resultó sardónica. No sé si fue por la turbadora presencia de Elisa a mi lado o por qué, pero fue como un puyazo malintencionado, como lanzado adrede a ver si "alguien" lo captaba. Pasamos al comedor, donde la cocinera había terminado, así que nos sentamos y nos pusimos a comer. La mesa era redonda, ideal para 5 personas o menos. Tras quitar la silla de Charo, que ya se sabía no iba a estar, Marcelo se sentó a mi derecha y Elisa a mi izquierda. Muy amable le moví la silla para que se sentara en plan gentil.
-Muy amable, amable caballero- me dijo ella jocosa -.
-De nada, bella dama- bromeé, y en el instante en que ella se giró para sonreírme, estando aún detrás de ella, pude ver por dentro de su escote. Aquel traje ocultaba, según me parecía, un cuerpo muy bien formado -.
-Pff que cursi, vaya panda de ñoños, parecéis los osos amorosos- y al decir eso Marcelo, los tres estallamos en risas. La cena empezaba a gustarme más -.
-Sí, claro, ¿no me ves?, soy el oso afectuoso, y tú pareces quejoso el gruñón.
El comentario de Chimo dio en el clavo. Casi me dolió del estomago de lo que me reí entre uno y otro chiste, y la cena la verdad que fue muy amena y apetitosa. Vi a Chimo y parecía haberse olvidado de la decepción de no tener a Charo para estar con ella y ser dos parejas juntas. Se le veía muy cómodo con nosotros dos y como anfitrión era realmente bueno. Me sentía como en casa y debido al calor, me quité la chaqueta y la dejé en el respaldo de la silla, dejando ver mi vestido de tirantes sin mangas.
Aquel vestido dibujaba una silueta femeninamente deliciosa, muy bien cuidada. Elisa poseía unas maneras muy elegantes y delicadas, nada que ver con marimachos que conocí que parecían una broma pesada de la genética. Atrapado en aquella ensoñación hecha mujer dejé escapar una curiosidad que me roía la cabeza.
-Marcelo, ¿podrías decirme de donde demonios has sacado a Elisa?. Recuerdo que me decías que era un encanto, pero no me imaginaba que lo fuera tanto- me reí, y ella medio se sonrojó -.
-A esta cosita linda la conocí cuando me fui de viaje a Canarias. Ella estaba de vacaciones y yo por negocios, ya sabes, los hoteles y todo eso. Ella se hospedaba en uno de mis hotelitos y así nos fuimos conociendo. Fue lo mejor de mi viaje, ¿verdad?.
Fue la primera vez en toda la noche que vi a Marcelo sonreír de verdad. Parecía haber recordado la felicidad de haber conocido y haberse enamorado de Elisa. Ella parecía radiante.
Los ojos de mi marido brillaron, la primera vez en mucho tiempo que le veía feliz por algo que no fuese ganar dinero. Fue como si por fin se acordase de que no solo tenía una esposa, si no de que la quería. Se me hizo tan raro que tuve que sonreír de oreja a oreja mientras brindábamos. Que poco me duró ese momento: una maldita llamada a su móvil lo estropeó todo.
-Marcelo, dígame..Ah, hola Simón ¿qué?...¡¡oh dios!!, ¿te estás quedando conmigo??. Sí, espera un momento Chimo, es el gerente de uno de mis hoteles: que ha habido un incendio y hay que realojar a los huéspedes y controlar los daños ¿me disculpas un momento?, ¿dónde puedo hablar sin molestaros?.
-Puedes salir a la parte trasera, se va por allí- señalé -, es muy tranquila y no hay ruidos. No tardes.
La cara de Elisa había pasado de la pura felicidad a la decepción absoluta. No me pude contener las ganas de preguntarle.
-¿Esto es habitual- pregunté cuando ya estábamos solos los dos -?.
-Más de lo que imaginas: vive pegado con el móvil a la oreja- y no disimulé la rabia que eso me daba -. Estoy harta de ir con él a todas partes y quedarme de adorno viviente, esto no es un matrimonio, es una parodia No le esperes pronto, créeme si te digo que tardará en volver.
No sé porque le dije eso. Era cierto, pero no sabía porque se lo dije. Es como si esperase o desease que Chimo y yo estuviéramos solos ¿lo deseaba?.
-Lamento que te haga esos desplantes si hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor no dudes en pedirlo.
Intenté ser amable, pero maldita sea la hora si de todas las frases que podía haber dicho, tuve que usar justamente la más tópica y la que más doble sentido podía tener. Temí que Elisa se hiciera una idea equivocada de mí.
-Muchas gracias- sonreí con una inesperada sonrisa algo traviesa - En verdad envidio a tu mujer, seguro que a ella la tratas como a una reina.
-Ah, ¿pero no es por eso que se casa la gente, para que le traten a cuerpo de rey?.
-Ya, tú ríete- le señalé -, pero yo soy casi una extraña para él: trabajo 10 horas al día y cuando llego a casa Marcelo sigue tan absorto en el trabajo que apenas tengo relación con él salvo en la cama por la noche.
Uys, lo que había dicho. Tuve que pensar rápidamente alguna cosa para desviar el sentido de la frase, no fuera que Chimo pensara a las malas, no por miedo a que pensara mal si no por miedo a que precisamente acertase por pensar mal.
-Para hablar- concluí -. Hablamos de noche en la cama, no pienses mal-me reí por el malentendido-. De lo otro vamos bien.
-¿Segura?. Perdona si soy demasiado brusco, apenas te conozco pero no me das la impresión de ser una mujer satisfecha con su matrimonio- corregí, aunque el tono de la frase dejaba claro por donde iban los tiros -.
No supe qué decirle, me pilló de todas todas. Entre la frustración por Marcelo y el interés de Chimo, una idea loca me pasó por la cabeza, idea que en circunstancias diferentes hubiera desechado sin siquiera pensarlo dos veces: el que fuese un amigo de mi marido no lo hubiera hecho candidato ni remotamente, pero esto prometía. Parecía quererme "hacerme un favor" en plan caritativo, como deseando ejercer ese papel tan manido de "apiadarse de una chica triste y devolverle la alegría" que a los tíos tanto les gusta. Hombres, que inocentes son
La cara de Elisa se tornó en una mueca de dolor. Me parece que había dado en la diana. Me daba tanta pena ver a una chica tan joven con una frustración tan grande que por una vez, y solo por una vez, estaba dispuesto a acostarme con una chica que no fuese mi esposa, a la que jamás había sido infiel (aunque oportunidades había tenido, siempre las había rechazado por amor y respeto a Charo). Por alguna razón que no podía entender, con Elisa era distinto. Por ella, estaba dispuesto a hacerlo. A fin de cuentas, solo era hacerle un favor ¿no?.
-Me pillaste- fingí -. No, no estoy satisfecha en ningún sentido. No sé porqué te cuento esto, pero el caso es que ya hace tiempo que Marcelo no me toca, y eso que más de una vez he intentado animarlo un poco pero sin éxito. Me siento muy sola muchas veces. Demasiadas.
-Quizá me lo cuentas porque te escucho. Lo siento de veras- me dijo, y se acercó a mí para tenerme como más a mano, literalmente -. Marcelo es tonto, mira que dejar de lado a una mujer tan guapa como tú. Vamos, con una cara como la tuya, es que solo al verte llegar te la comería a besos. Nunca he visto unos ojos como los tuyos. Increíble.
-Gracias, pero no hace falta que me hagas la pelota, no soy nada fuera de lo normal, las hay mejores por ahí- comenté con falda modestia, para hacerme la víctima -. Soy muy anodina.
-De eso nada- y delaté sin querer mi jugada por el tono meloso en que lo dije -. Eres una verdadera preciosidad
Sentados ya uno junto al otro, llevé mi brazo por su espalda para poner mi mano en su nuca y sin más palabras le di un beso, totalmente arrebatado. Ella se quedó quieta sin decirme nada, supongo que sorprendida por lo que hice.
Sabía perfectamente lo que iba a hacer y me quedé a la expectativa de ver lo que hacía. Me interesaba ver como se desenvolvía conmigo y me mantuve quieta dejándole a él que tomara la iniciativa. Que mandase, de momento. A ver de que era capaz.
-Será nuestro secreto, ¿vale?. No se lo diremos a nadie.
-Mis labios están sellados- le contesté sonriendo -. Prometo no decir nada, soy una niña buena- bromeé -.
Mientras me besaba (y por cierto, que no lo hacía nada mal), su mano derecha, que estaba libre, decidió pasar a la acción y sobarme las tetas por encima de la ropa. Le seguí dejando meterme mano, entre otras cosas porqué sus manos estaban siempre cálidas, nada que ver con las manos frías de Marcelo. Que un hombre de manos cálidas me tocase era algo nuevo y me gustaba mucho, era excitante. Deslizó los tirantes de mi vestido y lo bajó un poco para comprobar que, haciendo juego con la raya de mi chaqueta, llevaba un sujetador de encaje negro que yo misma bajé para que me viera las tetas. La cara que puso fue un poema.
En el instante en que vi aquel tetamen casi perdí la cabeza. Las tetas de Charo ya iban (muy lentamente, todo sea dicho) perdiendo su firmeza, pero las de Elisa estaban en ristre y aún les quedaba mucho rodaje. Pensé lo tonto que era Marcelo por no pasarse las noches comiendo de ese hermoso peral que puso dios en la tierra. Firmes, redonditas, con unos pezones de color fuerte, amarronado, pero realmente deseables. Me dispuse a probarlas y lo hice un buen rato. Si en verdad Marcelo tardaría en volver, ni siquiera haría falta cambiarnos de habitación. Eso era un curioso morbo añadido que me excitaba más y que me hizo ponerme muy erecto. Cuando Elisa, con su mano, me rozó en mis pantalones buscando mi hombría, intuí que la pobre andaba muy necesitada.
Puse carita de cordero degollado fingiendo andar necesitada, pero en verdad que andaba con la calentura desatada y decidí buscar su polla para ver si la tenía dura, y para ver la calida del material. Aquello ya estaba bien duro. Bien, eso significaba que yo le atraía mucho, que le encendía. Pocas cosas gustan tanto a una mujer que saber de las pasiones que desata en los demás. Chimo parecía encantado de haberse conocido, en su faceta de "salvador de mi alegría". Si supiera la verdad, seguro que cambiaba de cara, pero no sería yo quien le sacara de su papel. Con limitarme a dejarme tocar por él me era suficiente. Los años le habían hecho un buen amante, se notaba por como me tocaba. Los otros no habían sido tan buenos.
No pude reprimir más las ganas de tumbarla sobre la mesa. La cocinera hacía tiempo que se había ido y aparte de Marcelo, que estaba al otro lado de la casa (y que no nos podía oír desde donde estaba), no había nadie más: después de un buen rato en que Elisa estuvo sentada en mi regazo, dejándose sobar su conejito por encima del tanga, la puse sobre la mesa, subí su falda hasta su cintura y así sentado en la silla comí un plato extra: el mejor coñito que había probado en mi vida. Aquello se humedecía que daba gusto verlo, y degustarlo más aún. Elisa, la pobre, no cabía en sí de gozo, había dejado su mascarada y con voz melosa me decía cuanto me deseaba y cuanto quería que la hiciera feliz, que deseaba recordar lo que era eso y vive dios que lo iba a hacer.
La escena me encantaba: abierta de piernas, con la ropa interior apartada, tendida en la mesa y con la cabeza de un hombre que no era mi marido comiéndome lo más íntimo de mi cuerpo. Su lengua, traviesa y muy viva, sabía como colarse a través de mis labios mayores para penetrarme y disfrutarme. Pocas veces me había encontrado con un hombre que supiera hacerlo bien, y no solo por cumplir como les pasa a la mayoría. Las sensaciones que me producían entre lengua y labios, entre lametones y besos, hizo que casi chorreara de tanto que me humedecí. Cuando, ya totalmente excitada y deseando sentirlo dentro, le pedí su polla para darle una buena mamadas, su respuesta me dejó tan sorprendida que casi no me lo creí.
-¿En serio?, pero si nunca me lo han hecho- me encogí de hombros y arqueé las cejas, pillado por sorpresa -.
-¿Cómo que nunca?, ¿y Charo?.
-Imposible, dice que le da mucho asco: ya me costó lo indecible convencerla el que se dejase para que se lo comiera como he hecho ahora contigo. Lo del sexo oral no le va.
-¿Y antes de casado?, ¿o Charo es el caso de "novia de toda la vida"?.
-No, tuve un par de ligoteos antes de Charo, pero ellas tampoco eran de eso. No tengo ni idea de lo que una mujer se la trague- admití apesadumbrado, frustrado por aquel deseo incumplido -.
-Pues nunca más, tráela y ya verás- sonreí -.
La asomé por fuera de los pantalones y se la puse a tiro. Santa madre de dios virgen de mi vida, no tenía ni idea de lo que me había perdido durante tantos años. Joder que cosa, Elisa resultó ser una mamadora de pollas excelente, no podía creer que aquella carita de ángel en plan "nunca he roto un plato" escondiera a una verdadera guarrilla. Con una mano me la cogió por el tronco y el resto se lo metía y sacaba a toda velocidad mientras con mi mano la masturbaba frenéticamente. Su vientre se movía para acompasar los movimientos de mi mano. Estaba lista para el siguiente paso.
-Por favor Chimo, no seas malo, hazlo ya no puedo aguantar más, te necesito- dije con mohín de niña inocente -, ven y hazme feliz, por favor hazlo ya
Le provoqué adrede para acelerar un poco las cosas. Marcelo podría volver y había que apremiar un poco el momento, aunque reconozco que estaba como loca por que Chimo me follase bien follada. Era la venganza definitiva que nunca había pensado antes: si los otros siempre habían sido clientes de los hoteles que recibían de mí parte un "servicio extra", esto era mucho mejor. Si mi marido no me tocaba, ¿por qué no vengarme dejándome hacer por su mejor amigo?.
La cara de Elisa en el momento de la penetración fue el cénit del placer. Me puse a bombearla y la verdad que la escena me calentó mucho: los dos aún vestidos, pero aún así unidos al nivel más profundo que se podía imaginar. Elisa cruzó las piernas alrededor de mi cintura y eso me permitió penetrarla más profundamente.
Adoro atrapar al hombre entre mis piernas, es como hacerle saber que soy toda suya. Me encanta ver sus caras cuando lo hago, se sienten como dioses al creer que la mujer está sometida a sus deseos, como si la dominaran y ella hiciera todo lo que él les pidiera. Son tan inocentes
Me curvé sobre ella para meterle unos buenos besos de tornillo mientras me la seguía trabajando. Ella cruzó sus brazos por mi espalda y me atraía hacia ella, me tenía atrapado por su cuerpo. Era algo que ya había olvidado, es como si ella me necesitase tanto que haría cualquier cosa que yo le dijera. Es el poder definitivo, saber que una mujer hará lo que sea por ti. No hay nada igual.
Aquella maravilla de casi 18 centímetros causaba estragos en todo mi cuerpo, me conmocionaba de lado a lado. Tuve que esforzarme para recordar a duras penas que mis días fértiles no habían acabado, y que o bien evitaba lo que se avecinaba o a ver como le explicaba a Marcelo un futuro embarazo cuando él apenas me tocaba. Al oído le susurré que por favor no se corriera dentro, que mejor lo hiciera en el culo, que no me gustaba mucho (¡¡mentira cochina!!) pero que había que evitar ese peligro.
Era la primera vez que me pedían algo así. Entendí los problemas si la dejaba preñada y aunque no me agradaba la idea, accedí, así que la giré para ponerla boca abajo sobre la mesa (posición ideal para sobar sus bien comidas tetas) con el culito en pompa y se la fui endiñando hasta que por fin entró toda. Ya bien acomodados a la posición inicié la enculada (jamás pensé que podría disfrutar un culito, y más uno como ese) y ella parecía algo dolorida, pero pronto lo disfrutó.
Hice como que me dolió, pero la verdad que no hacía ni una semana que me habían dejado el culito bien abierto aquellos tres amigos que estaba hospedados en el hotel y a los que me pasé por la piedra cuando Marcelo había pasado de mi intento de reanimar la pasión entre nosotros (recibiéndole en un sugerente picardías negro que a más de uno le hubiera dado un infarto de verme embutida en él). Supliqué (fingiendo) que quería gozar ya, que deseaba correrme, que terminara porque necesitaba sentirlo. En verdad es que aquella polla, imposible de creerlo o no, me estaba haciendo ver las estrellas. No de dolor, si no de placer.
Estaba tan excitado que apenas si pude contener las ganas de terminar en ella por más tiempo. Apuré aquel maravilloso polvo que el cielo me había concedido y llegado el clímax, descargué en ella todas las ocasiones que había dejado pasar y a todas las chicas que había rehusado poseer por mantener la fidelidad a mi esposa. Nunca creí que lo de "echar una cana al aire" fuera tan divertido, ni tan estupendo.
El pobre Chimo parecía tocar el cielo con los dedos cuando se corrió, dándome el primero de los dos orgasmos de esa noche: el segundo llegó minutos después cuando, aún sin recuperarme de la porculada que me había dado, Chimo comenzó a meterme dedos por mi rajita hasta que me vine de nuevo y quedé como desmadejada sobre la mesa, totalmente exhausta. Nunca un hombre, tras correrse, se había preocupado tanto de que la mujer gozara también. Fue todo un detalle, eso hay que reconocerlo.
-Gracias- dije con voz temblorosa -, ha sido fantástico. Lo necesitaba tanto
-Me alegro de haberte ayudado, parecías tan desolada antes
Lo dicho: que inocentes son. Él se creía el amo del mundo por haberme hecho un favor al follarme cuando ya nadie lo hacía, cuando en realidad ya era el cuarto de lo que iba de mes y el "taytantos" en lo que iba de año, ¿pero quien era yo para romper sus fantasías?.
Estuvimos un rato más entre besuqueos varios y otras cosas hasta que volvimos a la calma total. Nos vestimos de nuevo y recuperamos la posición en que estábamos antes en la mesa, hablando de una y otra cosa. Estaba que me salía de mí mismo por lo que había hecho. No solo no me sentía fatal por haber engañado a Charo (que en cierto modo no la engañé ¿no?; quiero decir, solo fue un polvo, no me enamoré de Elisa ni nada por el estilo), si no que además había dado a la pobre chica un desahogo que su marido no le daba, ¿se podía pedir más?.
Tanta prisa por acabar, y resultó que Marcelo aún tardó 20 minutos más en volver de su eterna llamada. Por supuesto que Chimo se hizo el enfadado, para no hacerle sospechar.
-¡Chico, cuanto has tardado, ya pensamos que se te había tragado la tierra!, ¿pero tan grave fue la cosa?.
-No lo sabes bien: tuve que realojar a casi todos los huéspedes en otros hoteles y hacer malabarismos para que todos tuvieran sitio. Por suerte los daños materiales no han sido muchos pero en cuanto pueda tengo que ir hasta allí para hacer los partes. Lamento haber tardado tanto, de veras, pero intenta reubicar más de 150 personas enfadadas y ya me dirás si tardas o no en aplacar los ánimos.
-No envidio tu trabajo- bromeé sin mala idea -. ¿Entonces os vais en unos días?.
-No nos quedará otra, supongo- me adelanté yo -. A ver si pronto volvemos y para la siguiente cena ya se nos une Charo ¿creo que ya nos toca irnos, no cariño?.
-Sí, habrá que irse y luego preparar el viaje. Nos vemos a la vuelta Chimo.
Marcelo y él se dieron un abrazo y Chimo nos acompañó hasta la puerta de su casa para despedirnos. Él y yo nos dimos un formal y antiséptico beso de mejilla con la promesa de vernos en otra cena, y tanto Marcelo como yo emprendimos el viaje de vuelta a casa, pero no sin que antes mi marido coronara la noche con una frase épica.
No me esperaba aquella pregunta ni remotamente. Ya me los hacía rumbo a casa, mientras yo me metía en casa para pasar la noche sumergido en los recuerdos de un polvo sensacional cuando de pronto Marcelo fue y preguntó sin malicia:
-¿Me he perdido algo importante mientras hablaba por teléfono?.
Dijimos que no con la cabeza, pero por dentro no podíamos parar de reír