Cena para tres

La idea de meter a un tercero en sus relaciones siempre fue la ide de Ana y Javi... al menos en sus fantasías.

Este relato forma parte de un experimento de relatos compartidos con diversos autores & autoras, lectores & lectoras de TR

CENA PARA TRES (Spain & Sylke)

Volví a rebuscar en el armario por enésima vez y al final parecía casi decidida a que lo mejor era el vestido de tirantes de flores, con el que no necesito sostén y que es bastante liviano, luego me iría bien una cazadora vaquera y unos botines negros.

-        ¿Entonces es en plan informal, no Javi? – te pregunté mientras te afeitabas en el baño.

-        ¡Qué si, Ana, no te preocupes, que solo es mi jefe! - comentaste riendo.

-        Ya, pero, no quiero ir demasiado de sport.

-        Tú siempre vas preciosa, cariño - añadiste asomando tu cara por la puerta del baño, lleno de espuma sobre tus labios, que, por cierto, estás monísimo así, con la espumita en el bigote.

-        Vale y nos recogemos pronto, ¿no? - te insistí yo, pues no quería una cena larga y aburrida con un desconocido para mí.

-        ¡Qué siií!, es solo una cena en su casa, una copilla y ya está. Sólo te quiere conocer.

-        Entonces me pongo otra cosa – dije rotunda y volví a remover perchas en el armario.

Tras una complicada decisión por mi atuendo, al final me puse una blusa granate, el sujetador que me levanta ligeramente el busto, con algo de escote y unos vaqueros ceñidos negros, con los botines de tacón. Me alisé el pelo por tercera vez, me remarqué la raya de los ojos y perfilé de nuevo mis labios de rojo.

-        ¡Pero qué buena estás! - dijiste, abrazándome por detrás mirándome a través del espejo.

-        Venga, Javi, ¿no teníamos prisa? - te apremié.

-        Vale, pero es que me pones mucho, y además estaba recordando lo de anoche cuando follábamos imaginando que alguien más estaba con nosotros...

-        ¡Calla, bobo! - te respondí con un codazo que hizo que te separaras de mí.

Javi no tiene remedio y siempre está con sus fantasías. Como cuando estamos en la cama, le encanta hablarme diciéndome cosas como, “Te imaginas que mientras te follo, otro tío te mete la polla en la boca” ..., te encanta jugar a eso y claro yo me enciendo, porque no niego que esa fantasía me pone como una moto.

Me sobaste un par de veces las tetas, haciendo que ambos nos calentásemos, pero conseguí por fin que cogieras las llaves y fuésemos de una vez a casa de tu jefe para la dichosa cena.

-        ¡A saber, qué le habrías comentado de mí! - te dije.

-        ¡Jajajajajaja!, nada mujer, ya te lo he dicho, simplemente hemos cerrado una muy buena operación, bueno, realmente la he cerrado yo, pero él siempre se apunta los tantos de todos, ya sabes, es el jefe, y de lo malo, malo, pues mira, quiere invitarnos a cenar a su casa. Para presumir de casoplón más que nada.

Mientras conducías notaba cómo me mirabas de reojo, siempre con ese embelesamiento que tanto me gusta. Llevamos ya varios años juntos, pero cada vez estamos más unidos y sé que te pongo mucho, tanto como tú a mí y lo sabes. Sé que siempre has sido un poco golfo y te han gustado mucho las mujeres, sin llegar hasta el punto de tener alguna aventurilla, aunque siempre te ha gustado contarme tu coqueteo con ellas, incluso que yo también lo haga y tontee con otros. O cuando más animado, me hablas de lo de hacer un trío, que yo tomo siempre como broma, aunque muchas veces no sé si realmente me lo dices en serio.

Sé lo mucho que me quieres, cuanto deseas hacerme feliz, y como te gustaría llegar algún día a realizar esa fantasía de ambos, aunque yo siempre lo niego rotundamente y no me veo capaz de estar con dos hombres a la vez, sobre todo si uno de ellos eres tú, aunque siempre me dejas la puerta abierta a que esa fantasía pueda ser real.

-        Espero caerle bien a... ¿cómo se llama? - pregunté

-        Alberto, se llama Alberto y le caerás fenomenal, ya verás. Además, le gustan mucho las mujeres como tú.

-        ¿Cómo yo?

-        Si, ya sabes, tan especial, guapa, cuerpazo, sexy, simpática, con clase, y ya, para colmo, un volcán en la cama.

-        Bueno, lo primero te lo compro, pero lo del volcán en la cama no lo puede saber.

Tus silencios, Javi, siempre me preocupan. Te miré fijamente para preguntarte:

-        ¿Javi, no le habrás contado...?

-        No te mosquees, mujer, le dije que eres una fiera, nada más, comentarios de hombres alrededor de unas cañas.

-        ¡Cómo te pasas, Javi!

-        Pero es la verdad, Ana, eres la mujer que todo hombre desea. Ahora bien, siempre que ese hombre sea capaz de aguantar tu ritmo.

-        Pero es algo muy nuestro, además yo no creo que sea diferente a otras mujeres...

-        ¿Bromeas? En la cama no es que te transformes, es que eres una continuación de ti misma, me miras y veo en tus ojos de gata que hay algo más que una mirada, hay mucho más, ¡ummmmm!, hay un deseo oculto que estás deseando descubrir, porque sabes que te va a sorprender, …pero que no te terminas de atrever a expresar.

-        ¡Calla, anda tonto! Tú tampoco lo haces mal – le digo riendo – aunque no se lo cuento a nadie.

-        ¿Y qué dirías a ese alguien de como soy?

-        Pues que eres una bomba follando, comiéndome el coño, besando mis tetas, volviéndome loca, con tus frases, con tus inventos, tus fantasías en pleno polvo y que me llevas a otra dimensión.

-        Joder nena que me la pones dura...

-        Y yo me estoy poniendo cachonda con esa mirada tuya.

-         Y yo con tu olor, es un aroma a hembra en celo.

-        ¿En serio?

-         No es el perfume que te hayas puesto, es distinto, es el olor a sexo que desprendes, esa sonrisa tan sexy que tienes y que me mata. Y, además, ¿sabes una cosa que a los hombres nos vuelve locos?

-        ¿Qué?

-        Que te gusta el sexo, así sin más calificativos, sin nada más que decir, te gusta, lo disfrutas, lo vives, te entregas.

-        ¡ummm, gracias!, eso es porque tienes una polla que hace maravillas, y según lo dices parezco una loba.

-        No siempre, pero a veces lo eres. Otras, puedes ser pasiva, dejarte llevar, me encanta cuando ronroneas y me miras con esos ojos de no haber roto en tu vida un plato. En ese momento, ¡uf!, me estoy creyendo que soy tu primer hombre.

Esa conversación nos calienta a los dos, porque además siempre forma parte de nuestros juegos, que a veces se descontrolan un poco, aunque acabamos poniéndole cordura. Y es que a ambos nos encantan las fantasías, que dejemos la mente volar con nuestros deseos ocultos, que adoptemos el rol que elijamos para cada momento, a veces jugamos a que sea la mujer más dulce, o puedo llegar a ser la puta más golfa, y eso, sé que te mata.

Después de un rato, llegamos al chalet de tu jefe, que estaba, por cierto, en una gran urbanización super pija. Llamamos al telefonillo de la calle. Volviste a mirarme de esa forma que parece que me estás comiendo. Siempre, siempre, te gusta admirarme, te gusta mostrarme, lucirme delante de los demás, presumir de mí. Es una especie de obsesión tuya, en absoluto puedes parecer ningún cornudo, consentidor, ni nada de eso, es más, no soportarías una infidelidad mía, pero sé que el hacer realidad tú, (nuestra), fantasía de compartirme te haría tremendamente feliz, pero yo no me termino de decidir a ello, aunque interiormente reconozco que me excita la idea, y sobre todo... me gusta ser la niña de tus ojos. Sabía que esta iba a ser la noche en la que deseabas lucirme especialmente, querías decir a tu jefe: “esta es mi hembra” y en el fondo tengo que reconocer que eso me gusta, no porque sea algo posesivo por tu parte, sino al contrario, un orgullo de que seas tú quien me tiene para ti, aunque sea presuntuoso solo por pensarlo.

En esa ocasión no me parecía que me hubiese vestido especialmente sexy, aunque tú insistías en que sí, que soy un pibón y que tu jefe se iba a deshacer en cuanto me viera. Reconozco que esos juegos que me propones me calientan y mucho. Sé que es un solo un juego ya que ni tan siquiera conozco a tu jefe, pero el hecho de que me presentes ante él, con ese orgullo que tienes de esposa, me halaga, pero además me excita y mucho.

-        ¡Este culito, uf! - añadiste palpándome el trasero mientras esperábamos en la puerta, con tus ojos chispeando.

-        ¡Eres un guarro! ¡No descansas! - te respondí quitando tu mano de mi nalga.

A pesar de regañarte, sabes que lo digo por lo “bajini”, pues en la cama me enciende cada vez que jugamos a esas fantasías tuyas, como el hecho de que me susurres que me imagine que estamos en una orgía, que cómo sería montárnoslo con mi hermana, con el vecino, con un desconocido, ... o con tu jefe, al que aún no he visto la cara, pero que no dejas de nombrarme. Por fin voy a conocerle.

Sé que me quieres mucho, tanto como yo a ti, sé que soy lo más importante en tu vida, sé que me quieres hacer feliz y yo más que orgullosa de tenerte a mi lado, de sentir siempre tus atenciones, tus mimos, tus muestras de amor, incluso en la cama, porque eres el hombre que siempre quise tener, porque además de ser maravilloso en todo, follas de maravilla, eres un experto en comerme el coño y en hacerme soñar con tus locas fantasías, aunque siempre me he preguntado qué podría pasar si sucedieran realmente.

Por fin se abrió la puerta de fuera de ese chalet y nuestro anfitrión nos esperaba en la entrada principal.

-        ¡Hola pareja, bienvenidos a mi humilde morada! – dijo chistosamente, pues de humilde poco.

Al acercarnos pude verle bien la cara. Era un tipo apuesto, más, incluso, de cómo me le habías descrito, maduro, que había rebasado la franja de los cincuenta, pero ¡de qué manera! Su camisa blanca, de marca seguramente, sus pantalones vaqueros y unas deportivas blancas, le hacían un outfit informal de modelo madurito de revista. Por fin pude ponerle cara a ese hombre y, tengo que reconocer que ahora, viéndole, era mil veces mejor al de mis imaginaciones.

-        Tu eres, Ana, ¿verdad? - me dijo sosteniéndome con excesiva confianza por la cintura y plantándome dos besos.

-        Si, encantada – recuerdo que dije correspondiendo sus besos. El olor que me impregnó me puso tonta, porque ya su cara era para caerse, al igual que su cuerpo cuidado, pero además su tacto y su olor remataron la faena y empecé a sentir un cosquilleo ahí abajo.

Me dejó pasar delante de él y entramos a su casa, pero te aseguro que no se me escapó ver como los ojos de Alberto recorrieron mi cuerpo, algo que tampoco se te escapó a ti y no pareció disgustarte precisamente cuando me cogió por la cintura con esa familiaridad.

-        ¿Habéis llegado bien? La primera vez la urbanización puede ser un poco liosa. - nos comentó nuestro anfitrión con su blanca sonrisa.

-        Si, no te preocupes, además, yo ya había estado en tu casa hace unas semanas. - le recordaste.

-        Ah, sí, Javi, no me acordaba. Sentaros por favor, tú Ana ponte cómoda, estás en tu casa.  Decidme, ¿qué queréis tomar?  Os lo traigo y voy preparando la mesa. Lo ha dejado la chica todo preparado, una cena fría informal, tampoco vayáis a pensar, ¿eh?

-        Vino blanco si tienes, por favor, - dije yo - pero deja que te ayudemos. Entre los tres no tardaremos nada.

-        Si, yo también tomaré algo de vino, y venga, vamos a la cocina y vamos trayendo cosas. - comentó el siendo muy familiar.

Alberto abrió el vino, un albariño con muy buena pinta, pero antes quiso brindar por nosotros.

-        Por ti Javi, porque te lo has currado muchísimo y has redondeado una operación muy importante para la empresa, y por ti Ana, por permitir con ese buen talante que me transmitía Javi, la cantidad de horas que te le hemos robado. Por vosotros – dijo al fin levantando su copa.

-        Gracias Alberto, brindemos por todos y ¡a por la siguiente! - comentaste tú.

Entre los tres preparamos la mesa y nos pusimos a cenar, hablando de todo un poco. Alberto demostró ser un excelente anfitrión, además de muy buen conversador como yo ya sabía por la de veces que me lo habías comentado. Él hablaba casi siempre dirigiéndose a mí, con educación, pero mostrando sus dotes de seductor, lo cual me animaba a seguirle ese juego, correspondiéndole con las mismas atenciones y sabiendo que tú eras feliz por verme coquetear con él. También es verdad, que ese vino blanco había hecho algo de efecto. Tú nos dejabas hablar casi todo el rato y solo intervenías puntualmente, observándonos. Observando, sobre todo, como a Alberto de vez en cuando se le perdía la mirada en mi escote. Me hacías señas, que tú y yo conocemos bien, para animarme en ese juego de intercambio de miradas y en mi femineidad, que sabes que me gusta plasmar.  Tú, de vez en cuando me devolvías una sonrisa invitándome a seguir.

Terminamos la cena y Alberto dijo que lo dejáramos todo allí, que ya se ocuparía la chica al día siguiente de recogerlo.

-        Vamos a poner una copa, sentaros por favor y dejad que os sirva.  Se dirigió a un mueble para coger las bebidas y, antes de hacerlo conectó el equipo de música. - ¿os gusta alguna en especial?

-        No, pon la que quieras, seguro que estará bien. -  contesté fijándome bien en ese hombre que me resultaba muy atractivo, con un cuerpazo muy cuidado.

-        Antes de que llegarais estaba escuchando a Dire Straits, ¿os gusta?

-        Es perfecto, - dijiste - y empezó a sonar “Your Latest Trick”.

Tú le echaste una mano con las bebidas, las pusimos en la mesa y nos indicó cómo sentarnos.

-        Javi, siéntate en el sillón, es igual al que tengo en el rincón de la oficina y que dices que tanto te gusta. Tú Ana puedes ponerte en el sofá, coge algún cojín si te apetece.

Me senté siguiendo sus indicaciones, acomodándome en el mullido respaldo del sofá y Alberto se sentó a mi lado.

-        ¡Así que tú eres la famosa Ana! - me comentó tu jefe chocando su copa con la mía

-        Pues sí, soy yo. ¿Tanto te han hablado de mí?

-        Uy, Javi no te quita de la boca. Desde luego se ve que lo tienes enamorado y ya veo que no es para menos.

Estiré mi mano y jugueteaste cariñosamente con mis dedos y los tuyos.

-        Si, nos queremos mucho. -añadí yo.

-        Normal, hacéis muy buena pareja y se os ve muy unidos.

-        Mucho. No hay nada que nos separe. - comentaste levantando tu copa.

-        ¿Y tú, Alberto? ¿No estás casado? - le pregunté - aunque me puse algo roja al pensar que me había pasado en la pregunta.

-        No, bueno, estuve. Ahora mismo estoy divorciado, ya sabes, incompatibilidades. Por eso me gusta que venga gente a casa y así no me siento tan solo.

-        Claro. - respondí.

-        Pero, bueno, por cierto, te voy a enseñar la casa que soy un desconsiderado, aunque Javi ya la conoce de cuando vino la otra vez.

Me lanzaste un beso y Alberto me dio amablemente la mano y tirando de mí, me fue enseñando cada una de las estancias de aquella lujosa mansión, desde un gimnasio privado, un garaje para tres coches, cuatro habitaciones.  Me sorprendió mucho cuando me enseñó su dormitorio con una cama gigantesca y viendo mi cara de sorpresa volvió a cogerme por la cintura llegando a acariciarme levemente. A partir de ese momento me fue enseñando el resto de la casa, sin soltar mi cintura... dos cocinas, cuatro baños, salón de cine y en el jardín una piscina cubierta iluminada y climatizada.

-        Dan ganas de darse un baño - le dije volviendo mi cara y le pillé mirándome el culo.

-        Pues... esto... cuando quieras. - respondió nerviosamente.

Volvimos al salón, me lanzaste un guiño y yo te correspondí con otro, como solemos hacer siempre, pero, además, orgulloso de mí, estabas disfrutando luciéndome.

-        ¿A que es preciosa? - preguntaste refiriéndote a la casa, pero en cambio Alberto se quedó descolocado.

-        Si, desde luego que sí, lo es. - respondimos Alberto y yo prácticamente a la vez.

Yo te había entendido y hablaba de la casa, pero Alberto parecía referirse a mí, aunque luego pensé si tu pregunta había sido totalmente intencionada desde el principio. El caso es que acabamos riendo los tres.

Alberto quiso justificarse:

-        Disculpa Javi, pensaba que te referías a Ana, espero no haberos molestado.

-        ¡Jajajajajaja, no te preocupes por Dios! Me refería a la casa, pero también es cierto que Ana es preciosa, ¿o no? - fuiste a degüello con él.

-        Si, si, desde luego que sí.

Chocásteis las copas en una especie de brindis en homenaje a mí y los tres bebimos un trago, cuando fue Alberto el que habló.

-        Por cierto, Javi, me estaba comentando tu mujer que le apetecería darse un baño, y por mí, sin ningún problema, si os apetece el agua tiene que estar deliciosa a estas horas.

-        Sí, la verdad es que me apetece un montón, - dije yo - pero no hemos venido preparados para ello, qué pena.

-        ¿Quieres que nos bañemos?  Podemos hacerlo con la ropa interior, al final es casi lo mismo, ¿no? - dijiste como quien no quiere la cosa.

-        ¡Javi!  - te grité

El caso es que a Alberto se le iluminaron los ojos con tu comentario y se envalentonó:

-        Por mí no hay problema, desde luego.

La mirada que te eché fue de alarma total, pues me pareció una auténtica locura lo de bañarnos en ropa interior, teniendo en cuenta de que el sostén que me había puesto me levanta las tetas considerablemente, pero lo peor era la parte de abajo y es que había elegido un tanga pequeño que me había puesto para que no se marcaran las costuras en los vaqueros.

-        Bueno a Javi le puedo dejar un bañador si él quiere. - intervino Alberto.

-        No, no te preocupes. - respondiste – mejor nos quedamos todos igual.

-        Pues entonces yo también me quedo en ropa interior para estar en las mismas condiciones. Voy a poner en marcha la depuradora y las luces - añadió tu jefe dejándonos solos.

Te miré y tu cara era para enmarcar, se veía tu sonrisa y esos ojitos que tanto me ponen.

-        Javi, no pensarás que me quede medio desnuda delante de él.

-        ¿Por qué no, Ana? ¿No te resulta morboso por fin cumplir parte de nuestras fantasías? Y, además, a mí no me engañas que he visto como le miras.

-        !!Te odio!!, maldije bajito con un mohín, al tiempo de pellizcarte un brazo

Alberto nos llamó desde la otra parte de la piscina y nos dirigimos hacia allí. Ya se había despojado de la camisa, mostrando un pecho muy bien definido y totalmente depilado, sin duda le gustaba cuidarse y a tenor de esos músculos, bastante. Estaba realmente bueno. Luego le imitaste y yo me quedé algo cortada, pero sabía que tú querías que jugara fuerte. En el turno de los pantalones de Alberto, dejó a la vista sus bóxers ajustados y un paquete considerable. Luego tú, que debiste haber bebido más de la cuenta hiciste lo mismo y parecías pletórico, además de cachondo con esa situación tan extraña, pero yo me cortaba algo más, aunque tenía que reconocer que me apetecía mucho formar parte de esa locura de bañarme en la piscina en ropa interior junto a vosotros.

Una vez que te quedaste únicamente con tu slip, no dejabas de animarme con gestos para que hiciera lo mismo. Por mi cabeza pasaban las frases que me decías cuando follábamos en la intimidad de nuestro cuarto, como aquello de “joder si estuviera otro hombre aquí ahora mismo, alucinaría contigo”, “te lo imaginas aquí con nosotros en la cama y haciéndotelo con los dos?”.. y frases por el estilo. Sé que todo era una fantasía tuya, a la que yo siempre había seguido el rollo, pero ahora, en ese mismo momento no, ya no era un sueño, un juego... era todo real, estaba tu jefe... en calzoncillos y yo a punto de enseñarle mi cuerpo medio desnudo.

Respiré hondo y pensé que debía parecer una tonta, al ver que vosotros estabais ya en calzoncillos esperándome, así que me desabotoné la blusa de espaldas y la dejé doblada sobre el sillón. Me quité los botines, sin ser capaz de darme la vuelta y al fin me levanté y me despojé de los jeans, moviendo mis caderas para ayudar a bajarlos, pues eran muy ajustados. Supongo que mi culo fue bien escaneado por Alberto, ya que el tanga se me metía entre mis glúteos completamente, aunque eso no pude verlo ni fui capaz de mirarle, hasta que, por fin, me di la vuelta. Por un lado, mis tetas bien levantadas con ese wonderbra especial que resalta el busto y luego mi tanga pequeñito por delante que tapa mi rajita y poco más. ¡Estaba muerta de vergüenza, pero con un puntillo de niña mala y algo borrachilla supongo!

Alberto fue el primero en lanzarse al agua. Tú le imitaste también, lanzándote tras él, así que no me quedó otra que hacer lo propio, participar en ese juego y zambullirme con vosotros para empezar a nadar en esa gran piscina. En uno de los largos que hizo Alberto, te quedaste a mi lado.

-        ¿Qué tal mi amor?

-        ¡Esto es una locura, Javi! - te dije.

-        Y te pone...

-        ¡Si, joder!

-        Quítate el sostén. - me ordenaste.

-        ¿Qué?

Me había quedado flipada con tu propuesta cuando Alberto llegó hasta nosotros y preguntó si sucedía algo, al verme apurada, pero fuiste resolutivo:

-        Nada, es que Ana, le oprime el sostén aquí en el agua y le digo que si quiere se lo quite... bueno si a ti no te importa - añadiste directamente a tu jefe.

-        ¿Eh?, ¡claro, por mí, sin problema!

Levanté mis cejas, como diciéndote, “te pasas”, pero no sé por qué me apetecía hacerlo y me ayudaste a soltar el broche para a continuación darme un largo beso. Una vez liberada del sostén nadé intentando que no se vieran mis tetas demasiado, pero era imposible, Alberto no dejaba de mirármelas relamiéndose, incluso. Tú estabas feliz y saliste del agua, pero te llevaste mi sostén, por lo que tuve que salir del agua únicamente con mi tanga. Al mirar hacia arriba tu erección no se podía disimular y apoyándome en el borde de la piscina y sacando mi culo de forma provocativa salí del agua a tu lado. La imagen que le ofrecí a Alberto debía ser de lo más incitante, teniendo en cuenta de que el agua había empapado mis braguitas y se me trasparentaba por completo, se puede decir que estaba desnuda, mientras Alberto subía por la escalerilla con una tremenda erección.

Te pusiste frente a mí, ante la atenta mirada de tu jefe. Tú y yo nos miramos sin decir nada, con una intensidad feroz, devorándonos con los ojos. Pasaste la yema de los dedos por mi mejilla acariciando mi piel mientras tu otra mano me acariciaba la cintura hasta hacer que quedara pegada a ti.

-        ¿Estás cachonda? - me preguntaste al oído.

-        ¡Mucho! - Respondí en otro susurro.

Tenías una erección de caballo y me encantaba sentir tu polla a través de la fina tela del bóxer pegada a mi pelvis haciéndome temblar de gusto. Tus manos se pusieron en mi cintura apretándome y haciéndome notar más aun tu dureza contra mi coño. No decíamos nada ninguno de los dos. Únicamente hablando a través de nuestras miradas ardientes para fundimos en un beso sabiendo que éramos observados por Alberto que se había sentado al borde de la piscina. Nuestras lenguas se enredaron una con la otra, nuestros cuerpos pegados totalmente, mis pezones, erectos totalmente, clavándose en tu pecho, nuestras manos apretándonos desde la espalda para juntarnos aún más.  Nos besábamos, yo te comía la boca, pero al tiempo estaba mirando a Alberto. Giré un poco la cabeza para observarle y le vi mirándome directamente.  Estoy segura de que a ti ni te veía.

De pronto me di cuenta de que Alberto se había sacado su bañador y estaba totalmente desnudo, mirándome fijamente y masturbándose.  Lo hacía despacio, absorto, no sé si tan siquiera era consciente de lo que estaba haciendo. Te miré con ojos de susto, pero tú solo me sonreías, aquello no debía parecerte tan descabellado. No me podía creer que me estuvieras comiendo la boca delante de tu jefe con nuestros cuerpos pegados, pero menos aún me creía que él estuviese desnudo y meciendo su polla mirándonos.  Desde la distancia no lograba ver bien el tamaño, pero parecía una polla robusta, bastante grande, como la tuya, así que mis fantasías de tener dos pollas para mí, parecía menos loca de lo que nunca hubiera imaginado. ¿Cómo habíamos llegado a eso? ¿Era verdad lo que estaba pasando?... ¡Aquello no era una de nuestras fantasías!

¡Comome mirabas, Javi! Comprobabas mi entrega, pero sabía que a esas alturas yo ya no me aguantaba, necesitaba de tus caricias, de tus besos, de sentirme amada y deseada, salvo que esta vez, lo era, iba a serlo, además, por dos hombres a la vez.

Cuantas veces soñamos esto en nuestra intimidad, dentro de nuestros juegos de alcoba, eso de fantasear con un tercero en la cama.  Llegué a pensar si todo esto lo tenías todo planeado y me estabas llevando a eso, realmente. Tú me mirabas y me sonreías, parecías estar leyendo mis pensamientos.

-        ¡Eres una puta zorra! - susurraste en mi oído, lamiendo mi cuello, y por toda respuesta, lo único que hice fue apretarme más contra ti.

Giré levemente la cabeza hacia ti, pero sin dejar de mirarle a él que seguía masturbándose. ¡No me lo creía!, pero era cierto, me sentía una puta zorra.

-        ¿y eso te importa? - te pregunté deslizando mis palabras en tu oído

-        No solo no me importa, amor, ¡me encanta!. - dijiste con cara de felicidad.

Disfrutando del momento, aprovechaste para meter una de tus manos por dentro de mi tanga palpando mi coño con tus dedos que estaba, evidentemente, empapado. Luego tu boca dibujó mi cuello, hasta llegar con tus labios a uno de mis pezones, mordisqueándolo, despacio, saboreándolo.

-        ¡Ah, cabrón! - recuerdo que te gemía yo, mientras abría levemente los ojos para seguir viendo como Alberto nos miraba extasiado y seguía con su paja en nuestro honor.

-        Alberto, ¿te unes a nosotros o te vas a quedar mirando toda la noche?  - invitaste a tu jefe.

Casi me quedé sin respiración al oírte decir eso y entonces quisiste que él tuviera un buen plano de mi cuerpo girándome hasta dejarme frente a él y tú detrás de mí, acariciándome. Me sobabas las tetas lascivamente, besabas mi cuello ofreciéndome para que tu jefe me pudiera ver cada vez más cerca. Alberto se acercaba caminando desnudo hacia nosotros, sin dejar de acariciar su polla. Tú mientras agarraste mi tanga empapado y lo fuiste bajando por mis piernas, lentamente, haciendo que ese momento, tan erótico como excitante, fuera apoteósico, hasta dejarme desnuda frente a él. Alberto llegó a nuestro lado y se puso frente a mí, muy cerca de mi cuerpo desnudo, casi podía olerle, aunque él todavía no sabía cómo participar, le veía con la cara totalmente roja de excitación, pero sin llegar a saber todavía su lugar. En ese momento yo no ponía ningún impedimento a ese sueño y quería teneros a los dos. Tú permanecías detrás observando esa escena que tantas veces habíamos puesto en nuestras fantasías. Alberto se quedó quieto con su polla erecta a pocos centímetros de mí sexo. Parecía estar esperando tu consentimiento que no tardó en llegar.

-        ¡Toda tuya! - dijiste de pronto con tu boca pegada a mi espalda.

No entendí muy bien si me lo decías a mí, refiriéndose a la tiesa verga de tu jefe, o al propio Alberto refiriéndose a mí, pero yo la agarré y empecé a mecer esa polla entre mis dedos. Tu jefe se pegó a mí y me besó, su lengua se introducía en mi boca y su mano acariciaba mis caderas y mi culo con ternura.

-        ¡Mmmmm, qué gusto! - llegué a soltar cuando la boca de Alberto se separó ligeramente, pero el hecho de estar así entre vosotros era tan morboso como excitante...

Notaba tu polla en mi culo y eso que todavía eras el único que no se había quitado el bañador. La notaba dura, restregándose entre mis nalgas. Alberto seguía comiéndome la boca, mientras tú me pasabas tu lengua por el cuello, mordisqueando el lóbulo de mi oreja, abarcando mis tetas, tirando de esos pezones que estaban duros como diamantes.

-        !Ah, Dios, Javi, cuidado, me duelen, ¡ummm joderrrrrrr, me duele!, ¡…...pero no pares, no dejes de hacerlo por Dios! - te decía yo cuando la lengua de Alberto dibujaba mi cuello y mi barbilla.

Mis gemidos siempre te han gustado y sabes llevarme con ellos donde quieres. Te encanta ponerme así, sabes que me rindo. Alberto bajó la cabeza para cambiar tus dedos en mi pezón por su boca y me los mordisqueaba, al tiempo que yo no dejaba de pajearle. Incluso tu apretabas mis tetas y se las ibas ofreciendo, una y otra alternativamente. El las atacaba con su boca, lamiéndolas, mordiéndolas incluso.

-        ¡Dios, ah qué gusto, cabrones, sois un par de cabrones, me matáis! - gritaba yo extasiada.

Solo se oían los chupeteos de Alberto en mis tetas y tu lengua jugando en mi oreja, junto a tu agitada respiración. Por un momento abrí los ojos para ver como tu jefe me lamía con total entrega los pezones, parecía estar viviendo un sueño y todavía me parecía increíble que eso estuviese sucediendo realmente, pero tus chupeteos a mi espalda y los labios de Alberto jugando con mis pezones me ponían en la realidad.

-        ¡Seguid, por favor, seguid! - os rogaba yo sin dejar de echar hacia atrás mi culo para restregarme contra ti

Estaba cachondísima sin creerme que estaba con dos hombres para mí sola, pero ahí estaba, contigo detrás de mí y por delante con tu jefe desnudo.

-        Alberto, ¿es mejor o peor de lo que te había dicho? - dijiste de pronto.

-        Mejor, mucho mejor. Tu mujer es una diosa. - repitió el otro para meterse de nuevo mi pezón en la boca.

-        Lo teníais planeado, ¡cabrones! - repetía yo jadeando, sin dejar de pajear a tu jefe, sintiendo tus caricias en mi culo.

-        Te juro que no cariño. Ni siquiera me creo que estemos haciendo esto. - me repetías junto a mi oreja.

Qué bien me conoces Javi, porque en ese momento de máxima excitación me llevabas al límite dibujando el contorno de mis labios mayores, acercándote desde las ingles, para después rozar ligeramente mi clítoris. Al mismo tiempo, mi boca besaba de nuevo la de Alberto, en un juego de labios y lenguas de lo más lascivo y tú me calentabas diciéndome esas frases de nuestra intimidad, pero ahora en vivo, mientras tus dedos juguetones se enredaban en mi botoncito y yo no hacía más que gemir y gemir...

-        Eres una putita que te gusta jugar. ¡Confiésalo! - me decías esta vez en alto para que Alberto lo oyese.

-        ¡Sí, soy vuestra puta, me matáis! - respondía yo, recibiendo las caricias de uno y los chupetones y lamidas del otro.

Busqué desesperadamente tu polla metiendo mi mano por dentro de tu bóxer. Tú me facilitaste la labor, apartándote ligeramente de mi cuerpo y te despojaste precipitadamente de esa última prenda.  Los tres nos quedamos por fin totalmente desnudos.

-        ¡Umm, Dios, Javi, ¡quiero tu polla también!, susurré girando mi cabeza en busca de tu boca, para morder tus labios mientras te pajeaba ese rabo, duro y tieso como un mástil.

Flexionaste un poco tus piernas, lo suficiente para ubicar tu glande a la entrada de mi palpitante coño y agarrando tu polla con una mano, la orientaste a mi agujerito haciendo esos movimientos de frotación de nuestros sexos que tan encendida me ponen.

-        ¡Métemela ya! - te suplicaba entre gemidos.

Notaba tu capullo más hinchado que nunca y muy duro en la entrada de mi cueva de los placeres, como tú la llamas siempre. Flexioné ligeramente mi tronco para facilitarte la maniobra y agarrándote a mi cintura, me la clavaste hasta dentro, la sentí de lleno en mi interior, había entrado entera como un cuchillo en mantequilla.

-        ¡Si, sí, sí, así, fóllame, fóllame, Javi, por favor, te quiero! - gritaba yo, mientras Alberto me lamía el cuello, pellizcaba mis tetas y mis pezones, yo le pajeaba sin cesar, y el con su otra mano hacía lo mismo con mi clítoris. ¡Ah!, ¡Dios, si, seguid, seguid, por favor!

Noté tus manos en mis caderas y sosteniéndome con fuerza, empezaste a bombear dentro de mi coño encharcado. Tus rodillas empujaron mis piernas para separarlas aún más y así poder clavármela hasta el fondo de un golpe, quedándote dentro de mí, moviéndote en círculos, momento que aprovechó Alberto para ponerse de rodillas delante de mí y empezar a lamer los labios de mi coño. Nunca en mi vida había sentido una cosa igual, ni en nuestras mejores fantasías, cariño, sentir tu polla dentro de mí, follándome por detrás mientras tu jefe me lamía el coño y jugaba con su lengua en mi clítoris. ¡Qué sensación!

-        ¡Dios, Alberto, qué gusto, sí, sí cómeme el coño, cómetelo todo! - le gritaba agarrando con mi mano su pelo y acercando su cabeza contra mí.

A duras penas podía mantenerme en pie, mientras tú entrabas y salías con fuerza de mi coño. Creo que nunca me habías follado con ese ímpetu, ¡y me gustaba tanto! A eso había que añadir vuestra propia habilidad, que parecía teníais ensayada, porque cada vez que me embestías, mi pelvis chocaba contra la boca de Alberto que la recibía con todas las ganas, metiendo su lengua en los pliegues de mi coño, mientras mis manos se apoyaban contra sus hombros para no caerme hacia delante. Mis tetas se movían al compás de cada una de tus embestidas, al tiempo que la habilidosa lengua de tu jefe seguía jugando entre mis piernas, dedicándose especialmente a mi clítoris, que estaba recibiendo oleadas y chispazos de placer.

-        ¡Dios, qué gusto, seguid, seguid, por Dios! - gemía yo entre mis dos hombres, esos que me estabais llevando al cielo del placer.

-        ¡Qué rica sabes, joder! - oía decir a Alberto que miraba mi cara asomándose entre mis tetas.

Tu jefe seguía lamiendo mi coño, agarrado a mis caderas con sus manos justo debajo de las tuyas y yo quedaba a vuestra merced, casi en volandas, tan solo agarrada a la cabeza de ese hombre desconocido para mí hasta hoy.

Podía oír el chapoteo de mi coño que no paraba de soltar líquidos que resbalaban por mis piernas, mientras tú me empalabas incesantemente desde atrás con tu rabo y Alberto me remataba con su lengua por delante. Empecé a soltar gritos por mi garganta cuando mi cuerpo era preso de mil sensaciones:

-        ¡Me matáis cabrones, me matáis, no paréis ahora, por favor, no paréis, más, quiero más, quiero más, más por favor, más, me voy a correr, seguid así, seguid, Dios, me corro, me voy a correr!,¡ Sí, ah!, ¡me corro joder, me corro!, ¡uh, yaaaaaaa!,

Grité chillando sin ningún control, mientras mi coño expulsaba todo lo que tenía en la cara de Alberto que no se separó un milímetro hasta que terminó, lamiendo con su lengua todo mi coño. Mis piernas a duras penas me sostenían, así que cuando sacaste tu polla de mi coño, me caí casi desvanecida, resbalando hasta el suelo.

Puedo jurar que nunca en mi vida había tenido un orgasmo como ese, todavía sin creerme todo lo que estaba sucediendo y si realmente era verdad o era otra de nuestras fantasías o nuestros sueños, esos que siempre poníamos a trabajar en nuestras mentes, pero no, estaba ahí, tumbada en el suelo, junto a dos pollas preciosas a mi lado y recuperándome de un orgasmo y de un gusto que seguía recorriendo cada centímetro de mi piel.

-        Gracias, chicos, ha sido increíble. - os dije aun agitada tirada en el suelo.

Os tumbasteis en el suelo, junto a mí, mientras intentaba reponerme, igual que vosotros que seguíais jadeantes, aunque Alberto, era el que estaba más fresco de los tres, acariciándome suavemente con sus dedos los pliegues de mi coño.

Al cabo de unos momentos abrí los ojos, algo más repuesta y tras sonreíros satisfecha, nos sentamos al borde de la piscina, con nuestros pies en el agua y yo entre vosotros dos. Cogí una polla en cada mano, ambas, todavía duras, sin descargar y pajeándolas muy lentamente al mismo tiempo.  Me encanta hacerlo, eran muy parecidas en tamaño, aunque quizás la de Alberto más venosa, pero con la misma intensidad y dureza que la tuya. Yo me encontraba como ida, incrédula de estar viviendo eso, pero pletórica, dos pollas para mí sola, ni en mis mejores sueños.

-        Sois unos amores, y con esto ¿algo habrá que hacer?, ¿no? - dije apretando ambas vergas que pedían guerra.

Nos miramos los tres, también sonriendo y fue Alberto el que dijo:

-        Yo no tengo nada que decir, salvo agradeceros este regalo que en ningún momento había pensado cuando os invité a la cena, así que por mi lo que sea será más que bienvenido.

-        Vaya y yo que pensaba que lo tenías planeado vosotros dos... - apunté sin dejar de mecer esas dos pollas.

-        Pues no cariño, sí es verdad que tenía ganas de que conocieras a mi jefe, bueno y él de conocerte a ti, pero solo para seguir luego con nuestros juegos en casa, pero ahora... gracias princesa, eres increíble. - comentaste dándome un suave beso.

-        Es cierto, eres increíble, Ana. - añadió Alberto al que respondí yo con otro beso intenso y una mirada cargada de intenciones.

Guardamos unos segundos de silencio, pero mi calentura era tanta que no sabía cuál sería el siguiente plan, aunque deseaba seguir jugando, por supuesto que sí. No, no iba a ser yo la que pusiera freno a aquello, una vez que me vi lanzada.

-        ¿Así que no había un plan previo para follarme entre los dos? - les pregunté insinuante.

-        No, no hemos ni tan siquiera planteado eso. - comentó Alberto que seguía excitado.

-        ¡Oh, vaya! - respondí con mi inocente mohín - ¿de verdad que no habías pensado en ningún momento en follarme?, ¡qué decepción! - le sonreí a Alberto dándole otro piquito.

-        ¡Pero Ana!, ¿qué va a pensar de ti, Alberto? - respondiste de forma graciosa, dándome un azote en el culo.

-        Jajajaja, - reía tu jefe - bueno, la verdad es que tenía muchas ganas de conocerte después de lo bien que siempre habla de ti Javi

-        ¿Ah sí?

-        Claro, te pone por las nubes, que lo sepas, y cuando te he visto entrar le he tenido mucha, mucha envidia, y sí he pensado en lo que sería follarte, ¡cómo no voy a pensarlo!, pero esto, todo esto que ha pasado, no, la verdad es que no me lo esperaba.  No sabía, lógicamente, esta faceta vuestra tan liberal.

Tú y yo nos miramos y reímos con ganas. Acabaste confesando, mientras me guiñabas un ojo, que esa era nuestra primera vez, a pesar de que siempre había formado parte de nuestras fantasías y que siempre jugábamos a plantear el hecho de meter a otra persona en la cama, incluso que le habíamos incluido a él en nuestros sueños, pero nunca habíamos pasado de ahí.

-        Vaya, pues parece que esto es algo que hagáis más veces. - añadía él incrédulo. Y eso de estar yo en alguna de esas veces, ¡uf!.

-        Te juro que no, Alberto – comentaste.

-        Bueno, una cosa es llevar a cabo una fantasía y otra... no sé esto.

Estaba claro lo que decía tu jefe, era bien diferente la teoría a la práctica y acababa siendo mucho mejor la realidad que la ficción, al menos hasta ese momento. Ni yo misma me creía estar haciendo eso, estar ahí los tres desnudos y masturbando vuestras respectivas pollas como si tal cosa. Me notaba transformada y eso me gustaba. Le comentaste a tu jefe que te sorprendió mi comportamiento, a pesar de ser una mujer abierta, muy lanzada en la cama, pero ni te creías que esto estuviera pasando, al igual que yo. Nunca lo habíamos hecho antes y tampoco lo habíamos hablado de llevar a la práctica y eso que los dos nos tenemos confianza ciega y nos somos fieles hasta la fecha.

-        ¿Entonces Ana no has follado con nadie que no sea Javi? - me preguntó Alberto.

-        No después de haberle conocido, y no es porque no hubieran faltado pretendientes.

-        Y tanto, siempre me cuenta sus escarceos y se los lleva de calle – apuntaste riendo.

-        ¿Entonces Javi, cómo llevarías que Ana follara conmigo? ¿No te sentirías mal?

-        ¿sólo tú con ella?, ni lo sueñes, jajajajajaja!, Pero ahora, bueno, ahora es ella la que tendría que decirlo, ¿no?

No hizo falta que dijéramos nada más. Yo quería seguir jugando sin ponernos barreras, pero sin hacer nada que no quisiéramos, nada que nos hiciera daño o hacernos sentirnos mal, sino dejándonos llevar y los tres estuvimos de acuerdo en eso sin casi decirlo.

Te miré con esa sonrisa malévola, que tan bien conoces y haciendo una “O” con mi boca sobre tu capullo me adueñé de tu polla que parecía estar más dura que nunca, mi lengua hacía dibujos por el glande, el frenillo, bajaba hasta la base y volvía a subir, para meterla en mi boca lentamente, mientras con mi mano acariciaba tus huevos. Te miraba y me sonreías.

Al mismo tiempo, al estar arrodillada, mi culo quedaba algo levantado, lo que le permitía a Alberto chuparme entre las piernas, de nuevo su lengua hizo más que delicias en esa parte de mi cuerpo, dibujando mi perineo, los labios inflamados de mi coño y también mi agujerito posterior, al que dedicó una buena sesión de juegos con su maravillosa lengua, haciéndome soltar gemidos de vez en cuando.

-        ¡Si, qué gusto, joder! - gemía yo fuertemente,

Sabes que cuando me chupan el culo, me vuelvo loca y cedo a lo que pidas, pues es una de mis zonas hipersensibles. Después de cerrar mis ojos, sintiendo escalofríos por todos los poros de mi piel, volví al ataque y me metí de nuevo tu polla en la boca, comiéndomela y disfrutando de nuevo como loca de tener dos hombres para mí sola. Por tus gemidos, debías estar gozando mi forma de chuparte.

Alberto agarraba mi culo desatado, podía notar como estaba su excitación estaba al límite, me comía el coño y subía a lamer mi culo, lo cual me ponía, francamente muy perra, sabes que eso me pierde. Yo tragaba tu polla hasta el fondo de mi garganta y, de vez en cuando, me la sacaba para girar mi cabeza y mirar como Alberto me lamía pasando su lengua por todo mi culo, en generosas lamidas a mi esfínter que sentía latir. Me lo abría con sus manos, separando mis glúteos para con su lengua insistir en intentar metérmela, ¡Dios!, me estaba dando un gusto y un morbo tremendo sentirle así. Empujaba mi culo hacia atrás, queriendo facilitarle la labor y sentirle de lleno. Era un experto dibujando círculos con su lengua de mi entrada trasera. Lamía, chupaba, me metía un dedo y volvía a lamerme. Después alternaba en comerme el coño desde abajo, con continuar después devorando mi agujerito posterior. Cuando hacía una cosa, sus dedos se dedicaban a la otra, entrando y saliendo de mi coño que volvía a estar totalmente encharcado. El sonido al entrar y salir sus dedos era sencillamente impúdico, era un sonido inmoral, de una auténtica perra salida.

-        ¡Dios, Alberto, ¿qué me haces, me estás matando?, ¡ah, ah...!,  ¡eres un cabronazo!

Tu jefe me mataba de gusto y no era capaz de seguir chupándotela a ti acaparando todo el placer en mi trasero con esa lengua pérfida tan genial. Sostenía tu polla en mi mano, solamente la tenía agarrada sin hacer nada más. Crucé una mirada contigo y por tu cara parecías estar disfrutando viéndome así de perra, creo que era la primera vez que me veías así, tan desbocada, sin que fueras tú el que estuviera haciéndomelo.  Alberto se incorporó y agarrando su polla la sustituyó por su lengua. En ese momento era su capullo el que jugaba a la entrada de mi coño y luego en mi otro agujero, haciéndome estremecer pidiendo ser taladrada.

Abrí los ojos como platos para mirarte suplicante. Noté tu tensión... Suspiraste largamente y te volví a mirar haciendo que tú vieras mis ojos derretidos suplicando desesperada tu permiso.

-        ¡Deja que me folle! - te dije al fin en un susurro casi silencioso, moviendo solo mis labios.

Tu disfrutabas viéndome así, eso estaba claro, pero había en tu mirada una especie de freno que no me decía claramente lo que tanto deseaba, lo notaba, no hacía falta que me lo dijeras. Tu mirada fija en mí, serio... circunspecto. Sabía lo que estabas pensando.  Todo esto pasaba en nuestras fantasías, pero un límite que nunca cruzábamos eran mi coño y mi culo. Ambos eran siempre tuyos en exclusiva. Bueno, quizás en nuestras fantasías, hacíamos de todo, pero ese umbral ambos sabíamos que nunca se debía cruzar en el hipotético caso de que nuestra fantasía se materializara. ¿Y ahora?... ahora no era dueña de mis actos, ¡solo quería esa polla dentro!

Conozco casi todas tus miradas, pero en ese momento no sabía, ni me planteaba preguntarte, si de forma deliberada o no, me permitías cruzar esa puerta, de hecho, siempre te prometí no traspasarla, pero ahora... ¿Me lo estabas permitiendo o no?, ¿me estabas dando permiso y no era capaz de verlo? ¿o acaso lo que estabas viendo no era lo que esperabas?. Ese silencio tuyo me mataba por un lado y me causaba incluso más placer que la propia polla de tu jefe jugueteando por mi perineo, por mi culo y por mi coño. Ni tu ni yo éramos capaces de tomar la decisión. Todo mi cuerpo era pura electricidad, sentía como toda mi piel ardía y cada roce de esa dura polla en mi sexo me llevaba más allá todavía. Nuestras miradas eran de una intensidad que quemaban, la mía de ruego, de súplica, la tuya parecía decir que no, me parecía estar haciéndote daño, sabía que te estaba doliendo en parte…pero no podía evitarlo. Me moría porque esa polla de Alberto que de vez en cuando se restregaba por mis piernas entrara dentro de mí, sentía su dureza pegada a mis piernas, a mi culo, necesitaba sentirme enculada por ella. Temblaba de morbo, de excitación al pensar en ese rabo proporcionándome dolor al penetrar mi culo y un placer sin igual que sabía que no tardaría en llegar. Ahora era yo la que fantaseaba sabiendo que la realidad se iba a imponer en segundos. Era una sensación tremendamente morbosa, sensual, notar ese mástil erecto, sus venas totalmente hinchadas y saber que podía ser mío tal como lo quería, tal como lo deseaba en esos momentos. Estaba tan fuera de mí, que era capaz de renunciar a ser follada por Alberto en mi coño, pero al menos necesitaba que me penetrase el culo, sabía que era una parte prohibida, que era nuestra promesa, sabía que ya no estábamos fantaseando... que esto era más que un juego. Te miré una vez más.

-        ¡Por favor, Javi, por favor! ¡…déjame, lo siento, lo siento, pero déjame, la necesito....! - te rogaba casi en un lloro.

Me mirabas extrañado, mi mano había dejado de pajearte, tan solo permanecíamos con nuestras miradas clavadas, esperando una respuesta el uno del otro, mientras tu jefe hacia intentos porque relajara el esfínter y le dejase vía libre. Alberto parecía estar tan desesperado como yo, seguramente fuera de sí. Le notaba cada vez más nervioso y excitado.  No creo que en su vida hubiera tenido una oportunidad así, yo sabía cuánto le gustaba y lo mucho que deseaba follarme el culo, ese culo hasta ahora tuyo...

Hubo un momento que me pareció verte ausente, lejos de allí. Giré mi cara para cruzar mi mirada con la de Alberto. Él sí que me estaba rogando permiso para traspasar la puerta de una vez, era una petición clara, su glande se apretaba a mi culo, lo empujaba. Yo gemía cada vez más fuerte, presa del placer que estaba sintiendo, retorciéndome, empujando mi culo hacia él.

Volví a mirarte y me parecía estar leyendo tus pensamientos. Tu chica, tu Ana, esa a la que no siempre gustaba esta práctica de ser sodomizada, de que la perforaras el culo, porque a veces me dolía, porque muchas veces no me apetecía. Esa misma que jugaba en tus sueños ahora te pedía clemencia para que me dieras la llave, para dársela a un extraño y que entrara en mí. Leía tu miedo, casi podía olerlo... cerré los ojos fuertemente para coger fuerzas, intentando que no me vieras, que no dudaras...y abriéndolos nuevamente lo dije...lo susurré mirándote a los tuyos...

-        ¡Fóllame Alberto, fóllame ya, párteme el culo con ese rabo...! - dije casi en un grito.

En ese momento sentí como sus manos se aferraban a mis caderas, noté como su glande, gordo y duro, pugnaba por entrar dentro de mí, por penetrar en mi culo mientras yo iba relajando mis músculos.

-        ¡Ah, ah, por Dios!, ¡despacio, por favor, despacio! … - le suplicaba

Le oía bufar, su respiración tremendamente agitada, podía oler su excitación. Sentía su mano rodeando su polla para empujar más fuerte. Todo mi cuerpo era pura electricidad, puro deseo. Empujaba mi culo hacia atrás para ayudarle en esa ardua tarea que me estaba matando. El tiempo se había detenido en esa mirada tan morbosamente intensa entre tú y yo.

Me mirabas sin parpadear observando detenidamente mi cara transformada por el deseo, oyendo los gemidos roncos que salían de mi garganta de forma gutural, de forma animal, mis gestos de dolor mordiéndome el labio inferior queriendo aguantar cada centímetro de polla que entraba dentro de mí y que cada vez eran más escasos.

-        ¡Así, así... eso es Alberto!, ¡Sí, así, sigue, sigue así, por favor…más...sigue más! - seguía yo jadeante.

Tu y yo mantuvimos la mirada, nunca dejamos de hacerlo, me conoces perfectamente y sabías que poco a poco el dolor estaba desapareciendo y lo que mi cara empezaba a reflejar era placer, puro placer animal. El placer se sentirme llena, de sentirme plena, de sentirme enculada totalmente, por otro que no fueras tú, tal como vivíamos en nuestras fantasías.

Entonces pasó. En tus ojos vi lo mismo que me estaba sucediendo a mi… los dos nos olvidamos del mundo en esos momentos y lo estábamos viviendo como si fuera eso, nuestra fantasía. Los dos lo sabíamos oyendo los jadeos y los gritos de Alberto como a lo lejos, muy lejos:

-        ¡Dios, Dios, qué culo tienes Ana, joder!, ¡Qué maravilla!, ¡Te lo voy a romper, te lo voy a follar hasta romperte entera! - soltaba tu jefe desbocado.

También lo supe al sentir nuevamente en mi mano, que no había dejado de tocarla, como tu polla crecía y volvía a ponerse dura como una barra de hierro. Adiviné una leve sonrisa de triunfo en tu cara y yo también te sonreí al tiempo de pajear tu polla, mi polla.  Lo comprendí... ¡lo comprendiste! Alberto era simplemente nuestro instrumento y ya podíamos dejarnos llevar, disfrutarnos los tres.

-        ¡Sí, sí, sí...!, ¡Vamos cabrón, demuestra lo que puedes hacer, folla a esta zorra como deseabas hacerlo cuando me viste entrar en tu casa! - grité de pronto

-        ¡Dios, ah, sí, dilo, dilo que eres mía, di que quieres que te folle, quiero oirlo! - jadeaba Alberto en cada uno de sus intentos por taladrar totalmente mi culo.

Me mirabas atento a mi cara de placer, a la forma de cerrar los ojos y viviendo esos intensos momentos.

-        ¡No, Alberto, nunca jamás seré tuya, nunca, pero ahora, si, ahora no pares, dame más fuerte, me vuelve loca tu polla, revienta mi culo, vamos hasta el fondo cabronazo!, ¡Ah!, ¡me matas!

Escupió en mi culo y sentí su saliva resbalar por él al tiempo de clavar sus uñas en mis caderas y dar un empujón con las suyas haciendo que todo ese tronco me entrara hasta el fondo y sus huevos golpearan mi coño,

-        ¡ah, joder, sí, ah...!, ¡Dios, si, si, así!....¡ más, más...!. ¡Javi te quiero!!!, te quiero! - grité llorando de placer.

La polla de Alberto entraba y salía de mi culo haciendo que mi cuerpo se envarara más y más, creo que los orgasmos se me sucedían uno tras otro, el momento era tremendamente morboso, único, mi cuerpo temblaba, no tenía control sobre él, mi mano y mi boca se alternaban en pajear y en comerme tu polla. Tenías tus manos enredadas entre mi pelo empujando mi cabeza sobre ella, metiéndomela hasta el fondo de mi garganta, totalmente empapada de mis babas, de mis lágrimas, entrando y saliendo una y otra vez. No puedo describir lo que sentía hasta que el grito de Alberto me devolvió a la realidad:

-        ¡Ah, no puedo más...!, ¡Ya, ya... me corro... joder, me corro!

Gritó, clavándose en lo más profundo de mí, su polla llegando casi hasta lo más profundo, quedándose quieto, tieso. Sentí esa verga engordar dentro de mí y los chorros de su leche inundando mi culo, al mismo tiempo que los tuyos llenaban mi boca, uno, dos, tres...tus manos aferradas como garfios a mi cabeza para que no me moviera, para que mi boca recibiera toda tu leche dentro. No tenía ninguna intención de hacerlo, tragué toda tu corrida mientras mi cuerpo se retorcía en un último orgasmo inenarrable, mi cuerpo temblando de forma espasmódica con las dos pollas dándome un placer que no se puede describir, clavando mis uñas en ti hasta hacerte sangre, explotando totalmente llena. Me incorporé un poco, abriendo mi boca para coger aire y restos de tu leche gotearon por mi barbilla. Sentí como la polla de tu jefe había perdido su vigor y se deslizaba fuera de mí, al tiempo que él se dejaba rodar y quedaba tumbado a nuestro lado intentando respirar. Con mis dedos recogí los restos de leche de mi barbilla y, mirándote con una sonrisa triunfal, me los llevé a la boca chupándolos hasta dejarlos totalmente limpios. Sé cuánto te gusta eso, pero en ese momento debía ser mágico para ti. Yo seguía feliz, pletórica y alucinada.

Nos miramos los dos, me incliné sobre ti y te besé. Tú correspondiste a mi beso de una manera tierna al principio, mordisqueando mis labios con los tuyos suavemente, lentamente. Me deslicé encima de tu cuerpo totalmente, mi pecho en el tuyo, mis pezones clavándose en él, mis piernas cerradas encima de las tuyas sintiendo tu polla mojada por mi vientre, acariciando tu pelo, al igual que tú el mío y besándonos como solo se besan dos enamorados, comiéndonos la boca, jugando con nuestras lenguas, mordiendo nuestros labios, restregando nuestros cuerpos y sin ninguna noción del tiempo, un minuto, dos, cinco, diez, no lo sé, no tenía ninguna noción de nada. No la tenía hasta...que algo duro empezó a aplastar mi vientre,

-        ¡Hum y esto qué es?, ¿ya estás así?, ¿acaso quieres más? - dije sonriéndote y metiendo la mano entre nuestros cuerpos para volver a sentir como tu rabo volvía a estar duro como hacía unos minutos.

Lo acaricié entre nosotros mirándote con una sonrisa desafiante, necesitaba saberlo, y te lo pregunté susurrando en tu oido :

-        Dime la verdad, Javi ¿te ha gustado ver cómo me follaba? ¿quieres follarme tú igual que él?

No hizo falta que respondieras, tal y como estaba encima de ti, ubiqué tu polla en mi coño y lo deslicé dentro, ¡y ummm!, necesitaba sentir tu polla dentro. Volvía a estar dura, adaptándose suavemente a mis paredes, me encantaba ese momento, en el que cerré los ojos, apoyé mis manos en tu pecho y cabalgué con mi cuerpo sobre el tuyo, tu rabo entrando y saliendo de mi coño encharcado, tus manos aferradas a mis caderas tirando de ellas hacia abajo para penetrarme más duramente. Todo así, hasta que de pronto, te detuviste para susurrarme:

-        ¡Quiero tu culo!

Ni lo dudé.  Me levanté, hice que salieras de mí y me puse a cuatro patas.

-        ¡Vamos, hazlo cariño, folla mi culo... como él!

Te colocaste detrás de mi rápidamente y cogiendo tu polla con la mano empujaste violentamente, con rabia,

-        ¡Eres una puta! - dijiste a pleno pulmón.

-        ¡Ah, Javi, sí, joder, sí, soy tu puta!, ¡Ay, ay!   -chillé de dolor con tu embestida brutal.

Ni me hiciste caso, seguiste empujando con frenesí queriendo demostrar quien mandaba. Me destrozabas, pero me volvías loca, mi cuerpo era puro placer, todo él temblaba de excitación. De morbo al sentirte y, al mismo tiempo, ver a Alberto que se había incorporado y nos miraba pajeando su polla que volvía a estar totalmente tiesa en sus manos. Yo chillaba y tú me embestías profundamente al tiempo que de tu garganta salían jadeos entrecortados.

-        ¡Sí, joder, párteme el culo! - gemía yo, sintiéndote cada vez más desbocado.

Echaba mi cuerpo hacia atrás para sentirte más profundamente, ni rastro de dolor, solo un placer intenso, duro, salvaje, animal, y ya totalmente fuera de mí, quise cometer la mayor de las locuras, que no era otra que poder tener otro de nuestros sueños hechos realidad, tener dos pollas al mismo dentro de mí. Giré mi cabeza para mirarte.

-        ¡Javi, quiero follar con los dos a la vez! - te dije suspirando

Volví a sentir tu mirada clavada en mis ojos y sin embargo no dejabas de mover tu pelvis contra mí, clavándola dentro de mi culo que se abría sin remisión a tus pollazos.

-        Déjame cumplir ese sueño, cariño... - te rogaba yo, totalmente ida, con ganas de sentirme llena del todo, pero esta vez sin que fuera una fantasía.

Tus ojos me miraban, tu polla follaba mi culo y yo esperaba nuevamente tu aprobación, quería sentiros a los dos... sabía que mi coño era la otra de tus exclusividades, que nadie había entrado ahí que no fueras tú...

A nuestro lado Alberto seguía pajeándose y nos miraba, a la vez que con su otra mano masajeaba mis tetas. Puedo decir que casi no me había dado cuenta hasta que tiró pellizcando de uno de mis pezones haciéndome gritar,

-        ¡ah, qué gusto, Alberto, joder!... ¡Quiero su polla en mi coño!

Esta vez no esperó que nadie le diera permiso. Se tumbó en el suelo y se deslizó debajo de mí. Sentí como agarraba su polla con la mano buscando la entrada de mi coño mientras me miraba. No le hizo falta mucho para encontrarlo. Totalmente abierto, totalmente mojado. Poniendo su capullo en él, agarró mis caderas tirando de ellas hacia abajo y haciendo que su rabo entrara hasta lo más profundo,

-        ¡Dios, Dios, Dios, sí, sí, folladme, folladme los dos, sí, sí cabrones!

Tú clavaste tus dedos en mi grupa reventando mi culo con los golpes violentos de tus caderas, tus cojones rebotando en mi coño, en su polla... chillando, parecías estar viviendo el mejor de tus sueños.

-        ¡Te voy a romper perra, te voy a romper joder!, ¡Te voy a partir este puto culo que tienes puta! - eran tus gritos acompañados de fuertes embestidas atravesando mi esfínter.

-        ¡Dios, Dios, si, hazlo, hazlo!... ¡hacedlo los dos!

Alberto se unió a nuestros gritos totalmente perdido también, entregándose a esa locura que los tres estábamos viviendo.

-        ¡Ana, qué coño tienes, que delicia, quiero meterte la polla hasta la misma matriz, ah, me vuelves loco puta, me vuelves loco!, ¡te voy a llenar de mi corrida!

Ya estabais totalmente acompasados, parecía que os habíais puesto de acuerdo y cuando una polla entraba la otra salía.  Yo movía mis caderas sin ningún control, simplemente intentando que los dos me llenarais hasta el fondo, sintiendo casi como vuestras pollas llegaban a chocar dentro de mí, separadas por un simple pliegue de mi cuerpo. Únicamente se oían la mezcla de nuestros gemidos y los jadeos de unos y otros, así como el chapoteo de mi coño que era como un manantial de líquidos que se me escapaban y corrían por mis piernas.  Mi cuerpo era pura electricidad, no lo controlaba, no controlaba ninguno de mis músculos, simplemente me llevabais vosotros. Sentí como me empezaba a venir un orgasmo, otro más, pero este, este era distinto…. empecé a sentirlo en los dedos de los pies y me fue subiendo como una descarga que tensó mi cuerpo, todo mi cuerpo,

-        ¡Ay Dios, ay Dios, qué gusto, qué gozada!, ¿qué me hacéis, qué me hacéis?, ¡Me muero...me muero....voy a correrme, voy a correrme!

-        ¡Sí, córrete cerda que te lleno de leche, no aguanto más!, gritó Alberto y cuanto más cerdas eran sus palabras más se electrificaba mi cuerpo.

-        ¡Sí, sí, lléname, lléname, Alberto!, ¡Córrete dentro de mí!, ¡Dios, Javi, se va a correr dentro de mí!, ¡quiero que lo haga, quiero su leche en mi coño!

Sentí como sus chorros de leche llenaban todo mi coño por dentro, giré mi cabeza para verte, y sentí como tú clavabas tus uñas en mí y los tuyos llenaban también mi culo. Casi a la vez, me estabais llenando entera.

-        ¡Me corro cariño, me corro, ah! - gemías entrecortadamente.

Justo al mismo tiempo que un latigazo terminó de sacudir mi cuerpo dejándome sin respiración, y haciendo que mi coño se descontrolara en un squirt inmenso y un orgasmo como nunca había sentido,

-        ¡Ah, sí, Dios, qué gusto, que gusto, que gusto...!, !!!me corro, me corro joder, me corro!!!, ¡No puedo más!

Nos quedamos derrengados los tres tal como estábamos, casi sin poder respirar ninguno. Alberto debajo, yo encima de él con la cabeza en su pecho, y tú encima de mi espalda sintiendo tu corazón desbocado latir en ella. Feliz, era feliz, inmensamente satisfecha... pero ahora que se había terminado la locura, ahora que todo no había sido una fantasía, ahora tenía miedo, miedo de mirarte a los ojos… ¿Cómo reaccionarías?

FIN

Spain & Sylke

ID: 1301412 & 786531