Cena en el Restorant Chez toi

Una invitación, una pareja con muchas ganas en el parking y un par de cabrones dispuestos a sumarse a la fiesta.

I.- Cena en el Restaurante Chez-toi.

"Ángel tienes razón, esta noche no vendrá mi novio.

Te espero entonces para que me entregues tus alas -ríes.

Mañana no sé, él no me ha informado de sus planes,

por eso no me comprometo.

En caso de estar libre, podemos ir a comer

... con el vestido que escojas y con tu regalo puesto"

Tu puta

Escena 1: "El Ascensor"

Así decía tu correo. Por eso decido cambiar mis planes. No voy a darte cuartel ni a dejar pasar la posibilidad de exhibir mi trofeo. Dos llamadas de teléfono: una a ti, comunicándote los cambios y pidiéndote que te pongas ese vestido rojo tan provocativo; la otra a un restaurante, propiedad de un viejo amigo, para que me reserve mesa esta noche. No hay problema; sólo -casi entre risas- me arranca una promesa: le doy mi palabra de no portarme de forma tan escandalosa como la vez anterior.

A la hora acordada estoy ante tu puerta. Llamo (dos toques-un silencio-un toque, es mi señal –ya la conoces-) y unos segundos después, cuando abres la puerta, me doy cuenta de lo imposible que va a ser cumplir la palabra dada a mi amigo. Estás impresionante, turbadora (y lo sabes; tu mirada pícara así me lo demuestra). Te giras de vuelta al pasillo y no puedo quitar la vista de esas caderas. Tienen imán. " ¿Pasas o me esperas? No tardo " –te oigo decir como en un sueño-. No contesto. Si paso sé que no habrá ni restaurante, ni cena. Los perversos planes que te tengo reservados se irán al garete. Sólo sexo; sexo con ese vestido puesto, reservado quizás para otra cita. Con ese pensamiento doy un paso… me contengo. Me consuela pensar que "todo" lo que tengo preparado para esta noche te lo tienes doblemente merecido. No puedo evitar que una sonrisa perversa aflore entre mis labios. Pero tú no la ves. No lo sabes. Estás en tu cuarto o en el baño, dedicada a cuidar hasta el último detalle.

Te dejo pasar delante de mí camino del ascensor. Me delito contemplando tu aparente descaro. "¿ La procesión va por dentro? " –me pregunto-. Si no es así, disimulas muy bien. Tus senos se mueven generosos, aunque el vestido te quede ceñido, marcando cada una de esas espléndidas curvas de tu cuerpo. Tus pies casi desnudos en esas sandalias altas abiertas.

- ¿Las llevas? –te pregunto y obtengo un coqueto "Sí" por única respuesta-.

Tentado estoy en el ascensor de besarte, de palparte palmo a palmo, de no dejar ni un poro de tu piel por tocar. "Contenerse" va a ser la consigna de esta noche, aplazar lo que pueda mi prisa por tenerte.

  • ¿Dónde vamos? -me preguntas-

- "Chez Toi". ¿Lo conoces? –Antes de que respondas ya tienes mi boca sobre tu boca. Mi lengua busca enredarse en la tuya y mi mano recorre con urgencia tu seno. Escucho un "uhmm" –quizás un reproche ante mi súbito asalto- Cuando consigues separarme, te giras para verte en el espejo del ascensor y escucho tu primera queja (la primera de esta noche) de esos labios.

  • ¡Me has corrido todo el carmín! –mientras intentas retocarlo con tus dedos-

- No será lo único que se corra hoy en esa boca –te digo despacio al oído y aprovecho para tocarte el culo de espaldas a mí y de cara al espejo.

Lo reconozco. Me encanta verte así: Tu pelo negro, cayendo sobre tus hombros desnudos. El carmín, groseramente esparcido, la piel entorno a tus labios manchada de rojo por el soez morreo que te he dado. Y para colmo del placer, la cadena con dos alas de plata, colgando de tu cuello, oscilando cerca de tus senos. No puedo evitar tomarlos a dos manos, ver tu gesto reflejado… y un "¿tan pronto?" que nace en tu voz inquieta, pero aun no temblorosa. Por tu cabeza quizás pasa la idea de que quiero follarte allí mismo, "ya", y llevarte follada al restaurante, con mi leche empapando tus bragas y tus piernas.

Descartas la idea cuando el ascensor se detiene y abro la puerta. " Eso te salva de momento " –pienso para mí, mientras veo como recompones tu vestido y tratas de cubrir más de lo que puedes con tan poca tela.

Sobre el asiento del auto encuentras una gardenia y un pequeño paquete. Ambas cosas son para ti. Miento, una de ellas es una libertad que me permito: un par de medias negras, de esas que dibujan la costura y unas ligas de encaje que las ciñan a tus muslos. Ya no te extrañas. Tan sólo me preguntas cómo es que no te lo he entregado antes. Y es que quiero gozar del rito de vértelas poner. Descalzar el pie y dejarlo desnudo para enfundarlo después en una media que repta, poco a poco hacia tu muslo. Tus manos recorren el nylon –como lo harían las mías- sin dejar una arruga. Y mientras colocas la liga, contemplo por primera vez el minúsculo tanga que oculta ese tesoro que tanto ansío esta noche. Apenas un triángulo que tapa tu pubis afeitado. Se que me miras de reojo, que estás pendiente de cada uno de mis gestos, como yo de los tuyos. Pero hoy serás tú el centro de todas las miradas y pienso para mí " vete preparando ". Retocas tus labios, limpias los trazos de carmín que corrieron mis besos. Todo ello cerca del retrovisor del auto, tan próxima ya de mí que se hace inevitable volver a sentir el perfume de tu piel y mirar con gula la curva de tus senos. "Contención" es la consigna, cada vez menos convencido

No es muy largo el trayecto, pero te noto incómoda. Quizás la situación, quizás el secreto compartido que escondes entre tus piernas, quizás tu mente en otro lugar o en

- ¿Las llevas "puestas"? –insisto.

  • Si. Te lo aseguro –y el tono de voz con que lo dices me disipa las dudas.

Escena 2: "¿Cena para dos?"

" No sé si lo que lleva es una falda o un cinturón ancho " -pienso para mí con cierta mala leche, mientras el maître nos conduce a la mesa elegida. Ha cumplido la consigna a rajatabla: una mesa "discreta", suficientemente apartada ("suficientemente", era la idea), pero no ajena a la vista de quien, ¿casualmente?, fije su atención.

La botella de lambrusco de Módena se va quedando poco a poco vacía. Desde el primer plato el camarero está tan pendiente de esta mesa (de ti, que no soy tonto…) que rara vez se aleja más de cinco o seis metros. Ha encontrado un lugar desde el que no pierde detalle de esas hermosas piernas. Me divierte saberle tan excitado como lo estoy yo. Pero quienes no pierden la oportunidad de mirarte descaradamente son esos dos de la mesa de enfrente. A uno le conozco –no recuerdo de qué-. Le he saludado de lejos al entrar, pero no me inspira confianza. Aun así, te lo digo al oído, pero tú ya te has dado cuenta.

  • Esos cabrones no te quitan ojo de encima. Te comen con los ojos –y meto "discretamente" mi mano entre tus piernas. Una mueca nerviosa me da a entender que lo esperabas; que la duda, ¿verdad?, no era el "qué" sino el "cuándo" –y ahora además el "hasta dónde"-. Un cierto rubor (y no es del vino) aflora a tus mejillas. No has puesto resistencia. Cualquier gesto hubiera hecho evidente lo que empieza a ocurrir debajo de la mesa: Mi mano entre tus muslos, debajo de tu falda. Mis dedos acariciando tu piel allí donde acaba la liga que ciñe a tu pierna la media. Acerco mis labios a tu hombro desnudo. Lo beso y me divierte jugar con tu morbo

- Si les dejaras… te follaban aquí mismo… sobre esta mesa –y mi mano llega a tu entrepierna. El suave tacto de tus bragas…, y mis dedos que hacen presión sobre tu sexo-. Una sonrisa ilumina mi cara, justo en el instante en me miras casi derrotada y te muerdes el labio. Rozo tu pubis por encima del tejido, voy mas allá –despacio-, buscando y casi en voz alta me oyes decir: " ¡Es verdad! Las llevas ".

Casi de golpe cierras las piernas. Mi mano queda prisionera, siento el calor… Pero tu extraño movimiento no ha pasado desapercibido a quienes te observan. Más si cabe, ahora que tu muslo queda casi entero al descubierto; maravillosa visión de tu piel morena, allí donde el tapete de la mesa no llega a cubrir lo que tampoco cubre ya tu falda.

Trato de imaginar lo que ellos ven, lo que tú misma crees que ven. Disimuladamente intentas estirar la falda, como si ese movimiento pudiera alejar mi mano de tu sexo. Y cuanto más te mueves, más te sabes el centro de todas las miradas. Justo ahora, casi inclinado sobre el tapete, hago un gesto al camarero que no pierde un segundo en acercarse a la mesa.

  • Dos bolas… de helado de chocolate para la señorita y… un sorbete de grosella para mí, por favor –le digo indiferente, mientras miro divertido el rubor de tus mejillas. No me atrevo a jugar con el tesoro que he encontrado entre tus piernas, no vaya a ser que rompa la magia del momento. El tiempo se te hace eterno.

  • ¿Desea algo más la señorita? –y ese " desea " arrastra mi morbo más allá de esta mesa, camino de la cocina, donde seguro comentará lo que ocurre en "la 7", la nuestra. Cuando regresa, media guinda corona cada bola de helado. Parece que alguien ha dejado volar su imaginación y ha hecho de la necesidad virtud, pensando en tus pezones. Al dejar el plato ante ti, no puede evitar una mirada a tu escote, adivinando que el cocinero se ha quedado corto en sus cálculos. Antes de que descubras nuestro cruce de miradas, le he guiñado un ojo y un gesto cómplice nos une: el deseo de chuparte esas tetas. "Espero que los señores queden satisfechos" –y se gira y se va sin esperar respuesta. En la mesa de al lado siguen los comentarios.

Tiro del hilo de las bolas -despacio, desesperantemente despacio…- y noto como tiemblas mientras sueltas la cucharilla que, al chocar con el plato, sirve de alarma a cualquier observador avispado. Así estoy: inclinado, con una mano bajo el mantel, bebiendo con la otra mi sorbete de grosella… y tu temblando, una de tus manos entre tus piernas, intentando parar mi ataque furtivo, retardar mi victoria punto a punto (bola a bola), sabedora de la derrota inminente.

Casi puedo escucharlos: " ¡se está corriendo, la muy puta!" –creo adivinar que dice uno de nuestros vecinos, por el movimiento de sus labios- " pues es la novia de uno que conozco " –seguro que responde quien saludé al llegar al restaurante-. " Pues se los va a poner bien puestos… porque ese cabrón se la calza esta noche " "¿No te la follarías tú si pudieras? –parece que replica nuestro "común" amigo-

- Creo que tienes "admiradores" –te digo al oído, sabiendo que no te atreves a mirar.

  • ¡Para ya, cabrón, me estás matando! –y notas que mis dedos presionan hacia dentro una de las bolas. Te mueves en la silla, que desplazas un poco hacia atrás, chirriando en el suelo de madera, y tu muslo queda ya completo al descubierto. En la mesa de al lado, uno de los espectadores traga como puede su sorbo de café y clava sus ojos en la visión de esa liga y de la curva perfecta que dibuja tu nalga. Un disimulado codazo avisa al compañero de cena del regalo que supone tanta carne desnuda.

- ¿No te gusta… el helado? –y con tu cucharilla tomo una guinda de tu plato y la llevo a mis labios. Me la meto en la boca y la chupo como sabes que haré con tus pezones. Tus ojos clavados en mis ojos, tratando de adivinar mi próxima audacia.

Y conforme me incorporo en la silla, voy sacando una a una las dos bolas de tu coño y las guardo en mi bolsillo. Si hubieras podido gritar lo hubieras hecho. Pero te sientes observada en tu orgasmo; un orgasmo innegable, público, indecente… observado por todos –esa idea recorre tu cabeza- aunque "todos" seamos solamente el camarero feliz, los dos testigos de enfrente y, en este caso, yo -tu verdugo-.

Siento el mismo placer que si te hubiera desnudado encima de la mesa. Aun más.

  • La "inmaculada novia"... nos regala su orgasmo a los presentes –reflexiono en tu oído. Y para dejar claro quién es hoy el dueño de tu cuerpo, muerdo travieso el lóbulo de tu oreja- ¿Nos vamos? –digo ya en voz alta y ambas manos encima de la mesa, señal inequívoca de que el espectáculo (de momento…) ha terminado. No le dejo propina al camarero, pero algo me dice que hoy piensa que he sido generoso.

Justo al pasar delante de la mesa donde mi conocido y su acompañante rematan un cigarro, me detengo, contigo asida de la cintura. Nos saludamos. Tú con rubor, yo disfrutando la escena: dos lobos a punto de saltar sobre un cordero. Te saco del apuro. Te dejo pasar delante y mientas te alejas ("mientras huyes", sería correcto decir…), mi "amigo" me pregunta

-¿No "ésa" es la novia de…? –sin atreverse a terminar la frase-.

- –le corto-, Pero a "ésa"… me la follo esta noche –asegurándome de que la frase llegue a tus oídos.

Escena 3: "El Aparcamiento del restaurante"

Te dejas caer en el asiento del auto como si te sirviera de refugio; como si quisieras olvidar la escena del restaurante. La gardenia entre tus pies. Pero yo quiero volver a sentir la humedad de tus bragas. Me acerco, te beso. Muerdo tus labios mientras una mano agarra uno de tus pechos. Con la que sujetaba tu nuca comienzo a deshacer el lazo en el cuello de tu vestido rojo. Abres los ojos. Adivinas la intención de mis dedos. Sabes que cuando suelte los cordones el vestido caerá y quedarán a mi merced tus senos. ¿Te avergüenza pensar que pueden vernos?

Ahora ya libres, los amaso, los beso… estiro tus pezones, los muerdo, los chupo como si me fuera la vida en ello. Y te oigo suspirar –gemir…- cuando mi mano desciende hasta tu sexo. Te acaricio por encima del diminuto tanga y notas como la hago a un lado y hundo en ti un dedo. Busco urgente ese punto que te haga delirar, chillar como una perra.

- ¡Abre bien las piernas, zorra! –y obedeces, como si mi orden dispara en ti un resorte. Froto rabioso, hurgo en tu sexo y tus tetas se mueven al ritmo de tu respiración agitada, convulsa. Ahora te tengo al borde del orgasmo

"Toc-Toc…" El golpe de unos nudillos en la ventanilla nos devuelve de pronto al lugar en que estamos –el aparcamiento del restaurante-. Abres de golpe los ojos y ves, pegado al cristal del conductor, el rostro de nuestro vecino de mesa. Unos metros atrás su compañero, con la mano sospechosamente metida en un bolsillo. Tan rápida como puedes, cierras las piernas, cubres con tu vestido tus pechos, sin saber (¿o sí?...) que ese gesto nos las pone aun más tiesas. Noto que mi polla palpita en la bragueta. Bajo el cristal y le escucho.

  • ¡Joder! Ya veo que no perdéis el tiempo… - Sus ojos no se apartan de tus brazos cruzados con los que ocultas a su visión tus senos. Está guardando para siempre en su memoria la imagen de ti medio desnuda. Su presencia allí me sorprende -¡Por fin algo que no estaba en mis planes!-. Como ve que no obtiene respuesta, expone sin más su plan para esta noche…- Que hemos pensado… -y ya no duda en terminar su frase- …que esta zorra caliente tal vez se merezca algo especial que la ponga en su sitio… -Su compañero ha dado un paso adelante, animado por la audacia su amigo.

Te miro. Veo terror, sorpresa y excitación mezclados en tus ojos abiertos como platos, incrédula de la situación que estás pasando. Durante unos segundos, repaso tu cuerpo. Te noto temblando… y mi imaginación te lleva al asiento de atrás, en medio de esos dos buitres, pugnando por hacerse dueños de tu cuerpo, compitiendo entre ellos, sobándote las tetas, exigiendo placeres de tu lengua, llevando tus manos a sus sexos, las bragas en el suelo y tu vestido rojo convertido en guiñapo en tus caderas… No se por qué me vienen a la cabeza las bolas de helado y un hilo de vainilla resbalando en tus labios. " No será lo único que se corra hoy en esa boca" – recuerdo haberte susurrado al oído en el ascensor-. Mi silencio te irrita, la lujuria de mi mirada te saca de quicio. ¡Si tu novio supiera a lo que estás expuesta…!

  • ¡Otro día… quizás! -Meto la marcha atrás y le oigo mascullar entre dientes un "hijo puta". A punto estoy de soltar mi carcajada, mientras tomo veloz el camino hacia la salida. Atas rabiosa el lazo de tu vestido, a punto de estallar en un ataque de ira. Pero calculas mentalmente tus palabras. Recuerdas nuestro pacto: "Cualquier capricho –cualquiera…- me sería concedido está noche". Incluso aunque hubiera jugado a ser aun más perverso, no te hubiera condonado tu promesa.

  • ¿Hubieras sido capaz de entregarme a esos canallas? –Un hilo de voz nerviosa espera mi respuesta.

- No estaba en mis planes de esta noche –respondo con aire suficiente. Seguro que lo hubieras disfrutado -y otra vez tu rabia está a punto de pasarte factura. Decido entonces volver a estacionar, te tomo por las caderas y te atraigo hacia mí, bien que te resistes a mi beso, te digo ¿prefieres los besos de ellos?, admite que te pone dejarlos tocarte, mientras te veo la cara de niña en viciosa transformada. Has dicho que hoy me complacerás en todo y esto es lo que deseo.

Estas furiosa, pero callas, sin pensarlo tiro de tus bragas, las saco con dificultad, tú no colaboras, lo entiendo, pero esta no me la robas, quiero ver como le haces para lidiar con los cretinos amigos del capullo. Llevo tus tanguitas a mi nariz,

  • Uhmmm, qué buen aroma tiene mi putita. Los gilipollas no se merecen gozarte, tú gozo es todo mío. Pero me puede el morbo de compartirte, de ver cómo te lo montas con ellos.

Silbo por la ventanilla y el par de cabrones se acercan con cara esperanzada, como pobre viendo pesebre, esperando navidad. Y hoy han tenido suerte, les abro la puerta trasera y voy por ti. Me miras furiosa, te tomo del brazo te halo y te digo al oído, -recuerdas lo que prometiste-. Me miras y asientes, hay fuego en tu mirada y en mi rabo. Te follaría ahora mismo recostada contra el carro, pero me contengo. Te tomo las muñecas hacia atrás y las sujeto con la misma cuerda del otro día. Como dice tu novio, por si acaso te opones.

Te siento en la parte trasera y me dedico a mirarte por el retrovisor. Los dejo hacer, al principio te resistes, te incomodas, te dan asco sus manos extrañas, entonces reparas mi mirada en el espejo, respiras profundo y tu actitud cambia por completo. Te transformas en la zorra viciosa que se que puedes ser y descubres tu senos, mientras ellos se pelean por tu boca, tu ojos se clavan en mí, ves mi mano acariciando mi bulto por encima del pantalón, mis ojos llenos de tu cara, besada por otros, uno de los cretinos te lame el hombro, tu giras la cabeza hacia mí, me miras retadora, no sabes cómo me pones.

¿Chuparas sus pollas? -me pregunto, ¿te apetece que te lo pida?, ¿las deseas?, ¿deseas que vea como las chupas? –¡Chúpasela! -te digo, indicando con la mirada al amigo de tu novio. Es un cretino. Se que cuando te vea del brazo del capullo no va a evitar propasarse contigo, se te subirán los colores a la cara y él no evitará pasarse el dedo por la boca, para hacerte recordar esta mamada, recordarte al oído que eres una puta, y se acercará a tu oído para decirte "a ver cuando me la vuelves a menear en tu boquita, putita". Levantas la ceja, me miras y sin dudarlo chupas su rabo, lo haces mirándome con rabia.

Me mata ver su polla perderse en tu boca, la chupas y el tío está en la gloria, él otro no pierde tiempo, ya te soba las nalgas, se hunde entre tus muslos y veo en lo que te conviertes, con tres cabrones en el coche. Uno de ellos te dice –no sabia que eras tan puta, siempre tan bien vestida y ahora

El cretino, amigo del capullo no se conformará con la mamada, ha decidido follarte, te levanta y lo que estorba del vestido, se acelera al ver que no llevas bragas y que tiene el camino libre. Te acuesta sobre el otro imbécil, quien te sujeta desde atrás. El cretino te toca y se da cuenta de tu humedad, eso lo excita más, te penetra de una vez, mientras el otro te soba las tetas.

Al penetrarte, suelta su grito de batalla: -me voy a follar a la amiga de…. A la amiga no, a la "novia" le corrijo, me acerco a tu cara y te digo "pórtate como tú sabes". Me miras y respondes: - si, mi Ángel, aunque tus ojos están llenos de ira. Se que no te gusta que te comparta, mucho menos con estos cretinos. Pero es mi forma de hacerte saber que eres

mi

puta. Y este par de cabrones se darán el lujo de follarte.

Mientras te follan, gozas como la zorra que eres, mueves tus caderas y de tanto en tanto me miras, viciosa, sabes que me encanta saber que gozas. Envidio al cabrón que te taladra y que él consiga que acabes corriéndote y el muy tarado arremete con fuerza, desesperado y dice entre jadeos: -que bien folla esta furcia. Y le digo:- y eso que no le has dado por el culo, provocando que el cretino se corra, sin poder contenerse.

Tu culo queda para el otro, que se ha enviciado con tus tetas y ahora pide su parte. Se coloca al centro del asiento y te sienta sobre él dejándote frente a mí, moviéndote como a una muñeca. Sentada sobre él con su verga hundida en el culo yo aprovecho para morrearte. Me miras con pasión, o algo parecido, fluye como electricidad entre los dos.

Atravesada por él, me dices: te deseo Ángel- y tus pechos botan a cada empuje del cabrón que posee tu culo. Nada más de imaginar los pliegues de tu ano ceder para albergar el garrote del tipo que no se qué nombre tiene, me pone a mil. Yo te como la boca, mientras el otro cretino trata, sin éxito, de levantar de nuevo su polla. Tus gemidos amortiguados por mi boca anticipan tu orgasmo. Eso lo advierte el individuo que posee ahora tu culo: - se va a correr la muy zorra. Yo amaso tus senos, llevo mi mano a tu sexo, lo atormento y te ordeno, no correrte.

No te enojes, tampoco dejo que el desconocido te llene el culo de su leche. Le digo "amigo, lo siento", mientras te desensarto tomándote de la cintura. Bajo del coche, saco al par de mequetrefes a empujones y te coloco a ti en el asiento delantero. Te desato las muñecas.

No te has corrido y así lo prefiero, alguna otra sorpresita te espera esta noche. Quieres arreglarte el vestido, cubrir tus tetas. Te lo permito, porque, sí quiero hacer todo lo que he planeado, debo contenerme un poco más. Llegar a tu casa, ya lo ansío.

Epílogo: "La cerradura de tu casa"

De nuevo en tu escalera. De nuevo mi mano resbala por tu espalda, palpa con ganas tu culo. En el ascensor te llevo hasta una esquina, casi te empujo. Vuelve a mi cabeza la consigna del día ( ¡¡Contención!! ) y pienso que ya me he contenido bastante y guardo la consigna en un bolsillo, el mismo en el que conservo tus bolas que tanta diversión me han proporcionado esta noche. Las saco e introduzco una en tu boca, que sirve de pequeña e improvisada mordaza.

  • No la sueltes –te digo, con un tono de voz que tanto podría ser una orden como una súplica.

Me agacho, me pongo de rodillas y levanto la falda. Mi nariz roza el encaje de tus medias. Me excita el aroma de tu coño. Levanto tu pierna y la paso por encima de mi hombro. Tu sexo queda expuesto, a merced de mi lengua. Miro hacia arriba. Te agarras como puedes a las paredes del ascensor y todos tus músculos flaquean cuando, con mis manos en tu culo, empujo tu pubis a mi cara. ¿Cuánto tardas en correrte? ¿Uno…, dos minutos? No eres consciente de lo increíblemente fuerte que resulta ver como te desmadejas, como te derrites. Dejo que recobres tu compostura un mínimo instante y pulso el botón que nos va a llevar hasta la puerta de tu casa y recojo de tu boca las bolas mojadas de saliva.

Abres el bolso. Buscas las llaves –y mi mano palpa, amasa tu culo, lo pellizca, lo aprieta-, Alcanzas las llaves y eliges la correcta –y sientes mi mano ya dentro de tu coño-. Introduces la llave en la cerradura y cuando giras, mi dedo ha encontrado ya lo que buscaba. Empujas la puerta y aciertas cuando piensas que, esta noche, mi perverso juego aun ni siquiera ha comenzado

Sukubis y Ángel Perverso