Cena de fin de año

Una cena familiar de fin de año que se presentaba muy aburrida se convirtió en una noche inolvidable gracias a la hermana de mi mujer

La cena de Año Nuevo

La cena de Año Nuevo cada vez se me hace más cuesta arriba. La verdad. La pasamos en casa de mi suegra y nos reunimos toda la familia de mi mujer:  Mi suegra, que es viuda, mi mujer, yo y mi hijo, las dos hermanas de mi mujer y sus maridos, y sus sobrinos.

No me gusta porque mi cuñado, Rogelio, el marido de Sonia, es un graciosillo que con dos copas pierde rápidamente los papeles, y por Sonia, una señora (por decir algo) alta, de pelo largo y moreno, anchas caderas y constitución fuerte, que lo que tiene de atractiva lo tiene de creída y estirada, y eso que Rogelio es fontanero, que si fuera médico, o abogado, no sé. No podría ni mirarla.

Con mis otros cuñados, con mis sobrinos, con mi suegra, me llevo bien.; mejor que con mi mujer. Bueno. Esa es otra historia pero es la explicación de lo que ocurrió en la última celebración de la noche de año nuevo.

Con esto del COVID, no nos habíamos visto demasiado este último año.  Pues nos saludamos y charlamos unos con otros. Yo hablé con los maridos de mis cuñadas. Con Rogelio hablé de fútbol y del tiempo, con el otro, de política, que es de los míos. Luego con mis sobrinos, un poco con mi otra cuñada y apenas con Sonia.

Sonia se había vestido elegante y sexy, como se visten las mujeres para celebrar el año nuevo, muy elegante, y muy sexy.  Le pregunté si es que iban a ir a algún lado después de la cena, y me dijo que no. Miró a Rogelio con cara de hastío y un poco de desprecio y me dio a entender que no lo harían porque Rogelio no quería.

La verdad es que Sonia estaba preciosa, con un traje azul oscuro, escotado, y una falda bastante corta. Se había maquillado para la ocasión. Ella es a menor de las tres hermanas. Seis años más joven que mi señora, más alta, más sexy…

Nos sentamos finalmente a cenar. Todo iba bien hasta que mi cuñado Rogelio, que ya se había tomado unas cuantas copas antes de sentarnos, comenzó a monopolizar la conversación con sus chistes malos y sus comentarios inoportunos. No sé cómo vino a cuento y lo más probable es que no viniera a cuento. El caso es que soltó la siguiente perla:

-Yo… Yo… Si mi mujer se quiere acostar con otro, pues que se acueste… Yo no me voy a meter si luego viene y duerme en casa-

“Excusa no pedida, acusación manifiesta” pensé.  Miré a Sonia, que estaba sentada justo delante de mí y la encontré un poco avergonzada. Nos cruzamos la mirada brevemente y la apartó rápido. Creo que me leyó los pensamientos.

La cena continuó. Rogelio dejó de monopolizar la conversación y yo ya pensaba que iba a ser una aburrida comida más cuando noté que algo me rozaba los pies. Pensé que era el gato de mi suegra, que andaba suelto por ahí, pero me di cuenta que no podía ser porque estaba a la vista. Entonces…

Levanté el mantel levemente. Mi cuñada estaba descalza de un zapato. Avanzó su pie mientras miraba y me rozó. Disimulé delante de todos, pero después la miré y me miró fijamente durante un instante. A los pocos segundos volví a notar que metía su pié descalzo por la manga de mi pantalón y me acariciaba la tibia de la pierna.

Aquella situación era desconcertante y excitante. La verdad es que de siempre me ha gustado, sexualmente hablando, mi cuñada más que mi mujer. Tiré la servilleta al suelo disimuladamente y me agaché a  recogerla. Miré hacia la silla donde estaba sentada mi cuñada y abrió y cerró las piernas un par de veces, como una mariposa que posada sobre una hoja bate suavemente sus alas. Mi mirada, tan rápida como las circunstancias requerían, se perdió entre sus muslos y me hubiera llegado a hipnotizar si no llega a ser por las circunstancias en la que me encontraba.

No la miré rápidamente, pero cuando la miré ella sonrió. Y  volvió al jueguecito de los pies. Evidentemente, mi cuñada estaba buscando guerra, pero no sabía de qué manera ingeniármelas para entrar en la batalla.

Me levanté de la mesa para ir a la cocina a por unas cucharillas y al poco vino detrás de mí. Se colocó detrás de mí con la excusa de coger unos vasos, porque el mueble de los vasos está justo encima del de los cubiertos. Se me pegó. Sentí su vientre pegado a mi trasero.

– Otro fin de año sin celebrarlo como Dios manda- Me dijo.

Yo suelo ser muy cortado para estas cosas, pero tenía que aprovechar la oportunidad y las copillas de la cena me soltaron lo suficiente. –Una lástima, porque vas preciosa. Pero bueno- Ya lo has oído. Tu marido te da permiso. Así que aprovecha… Aprovecha.-

-El problema es que esta noche no hay otro.-

-¡Vaya! ¡Qué lástima!- Dije remarcando- Pero no sé cómo se podría solucionarse eso-

A estas alturas yo ya había cogido las cucharillas y ella los vasos.

-Pero yo sí. Si estás interesado en saberlo…-

-Bueno, claro.-

  • Los chicos saldrán esta noche. Yo tengo que llevar a los míos y a la tuya a una fiesta que han organizado los de su instituto, pero luego, cuando pase la fiesta,  podemos recoger cada uno a los nuestros.- Me miró para ver si comprendía, y como yo no tenía cara de haber comprendido mucho se explicó mejor.

– Cuando el tonto de mi marido se duerma yo te mando un whatapps. A esas alturas mi hermana se habrá dormido. Tú disimulas y dices que tu hijo se ha cansado. Luego tú me llamas y los dos nos vemos en la puerta de la fiesta. Y lo celebramos como Dios manda.-

-¿Vamos a meternos en la fiesta del instituto?- Le dije con sorna.

Se rió. –Ya te voy a llevar yo a una fiesta más interesante.-

Me pareció una idea arriesgada pero ingeniosa, y perfectamente posible. Los últimos años, como los chicos no tiene carnet de conducir había sido así.

Llegaron las campanadas. Brindamos y nos felicitamos por la venida del año en que estamos. Y al felicitarme con ella, nuestros labios se rozaron, aprovechando el barullo y el desconcierto. Me dijo un secretito en la oreja - ¿Sabes que llevo unas bragas rojas preciosas?-

Y en el barullo del momento le dijo yo al oído –Dicen que da buena suerte estrenarlas en año nuevo-

Y ella me respondió, aprovechando todavía el barullo, -Sí, pero son unas tangas un poco incómodas. No se si voy a resistir el llevarlas puestas hasta que nos veamos esta noche.-

La vi perderse hacia la cocina, de nuevo. Y la seguí disimuladamente, puesto que tenía un poco de temor que mi querida esposa pudiera darse cuenta de la situación. Mi esposa, mis cuñados, mis sobrinos, mi hijo… La verdad es que era una locura intentar nada en esas circunstancias. Pero la seguí.

Sonia me esperaba en un rincón de la cocina que no se veía desde el pasillo. Estaba junto al frigorífico. Así que para disimular, lo abrió y se puso como a buscar. Me acerqué por detrás y le besé el cuello suavemente y restregué mis muslos y mi pene en su trasero, como ella había hecho un rato antes. - ¡Hummm!¡Parece que te estás preparando!-

.¡Sí!¡Estoy deseando ver la ropa interior que estrenas esta noche!-

-Si te portas bien te la puedes llevar de recuerdo-

-¡Uff! ¡No sabría donde guardarla!-

-Si te portas bien, tal vez te deje que las veas otros días-

-Es una proposición muy interesante- Le dije acariciándole el trasero con la mano.

Sonia se retiró del frigorífico y se fue de nuevo al salón. Yo noté que mi miembro había crecido y me entretuve un rato en la cocina mientras regresaba a la posición que el decoro de la reunión exigía.

Volvimos a sentarnos en la mesa. Ya todo eran miraditas disimuladas y complicidad entre Sonia y Yo.  Y pronto, surgió la cuestión de llevar a los chicos al pueblo, a sus fiestas. Porque la casa de mi suegra está alejada del pueblo y no son horas para andar por caminos. Así que mi cuñada ya se había autoproclamado la encargada de llevar y traer a todos. Pero la muy zorra, (zorra en el sentido de astuta, que en el otro sentido también) dijo que preferiría que alguno de nosotros, la acompañara, porque a la vuelta venía sola y tenía un poco de miedo.

Y como Rogelio ya estaba bastante borracho y los hijos de mi otra cuñada son pequeños y no van aún de fiesta, me tocó a mí acompañarla. Serían sobre la una de la noche.

Los chicos se sentaron detrás y yo me senté en el asiento del copiloto. Aleccioné a mi hijo. Nada de llegar a las seis, Yo lo iba a recoger a las cuatro.

-¿A las cuatro?¡Pero Papá!-

-A las cuatro. Yo te veo a las cuatro, y según vea el ambiente te dejo más o menos-

-¡Pero voy a estar en la fiesta con los primos!-

-Y por eso te dejo hasta las cuatro. Yo te veo a las cuatro. Y si te veo bien, ya veremos hasta cuando te dejo.-

Sonia intervino. –No te preocupes. Tu padre te ve y si estás bien luego te recojo yo cuando venga a recoger a tus primos-

-¡Eso!- Asentí.

Yo ya tenía la excusa para salir en la noche de la casa. A las cuatro lo llamaría. Le diría que estaba en la calle esperándole. Pero no le iba a hacer salir de la fiesta. Desde las cuatro en adelante me iba a estar follando a mi cuñada, celebrando la llegada del nuevo año  como se tiene que celebrar. Tardamos unos diez minutos en llevarlos. Y 30 minutos en volver.

Porque cuando volvíamos, nada más dejar a los chicos, mientras ella conducía, empecé a acariciarle el muslo a mi cuñada. Mi mano arrastró el vestido y pronto sentí en la palma de mi mano la suavidad y el calor de la parte interior de su muslo.

-Estás jugando con fuego, cuñado.-

-No voy a ser como tú, jugando con el piececito toda la noche-

-Sabes que me puedo equivocar de palanca de marchas, y pasar de la primera a la quinta antes de que te des cuenta, y de ahí a la marcha atrás-

-Seguro que tienes mucha habilidad en esas cosas.- Y seguí acariciándola, tomándome cada vez mayores confianzas.

Total, que en mitad del camino, cogimos un desvío y paramos en un decampado, donde había ya varios vehículos con sus ocupantes atareados descubriendo si las mujeres estrenaban lencería en rojo o no.

Comenzó a manosearme la bragueta, mientras mi mano se afanaba en acercarse a su sexo. Ella cerraba los muslos y así impedía que mi mano ascendiera, mientras intentaba abrir la cremallera de mi bragueta. No nos importaba vernos en compañía de otros coches, porque suponíamos que todos  veníamos a lo mismo. -¿Nos vamos detrás?- Me dijo, mirándome intensamente a los ojos.

-¿Tenemos que salir con este frío?-

-Es más cómodo. ¿No?- Salió del coche y se montó detrás, y yo hice lo mismo a continuación.

Los dos ahora estábamos sentados juntos, sin ninguna palanca de cambio marcando la frontera de nuestra posición. Nos abrazamos y comenzamos a besuquearnos en la boca. Los labios de Sonia, carnosos y largos estaban ávidos por ser besados. Nos dimos unos muerdos largos, intensos y jugosos. Se empeñó en meterme la lengua todo lo profundamente que le dio de sí. Yo hice lo propio con la mía y comencé a recorrer su cuerpo con mis manos, mientras ella se concentraba en lo único de mi cuerpo que al parecer le interesaba: mi pene.

Sentí que me abría la bragueta y lo sacaba, excitado, por la apertura delantera de los calzoncillos. Yo mientras le había subido el vestido y ahora sí ponía mi mano en su sexo caliente. Comencé a besarle el cuello mientras ella comenzaba a mover la palma cerrada de su mano entorno a mi pene.

Me fijé en sus bragas. Eran toda de encajes que provocaban transparencias. El bello de su sexo aparecía debajo de la tela. Metí la mano entre la tela de encaje y su piel. Luego mi boca recorrió sus hombros y le bajé el tirante del vestido y el del sostén, también rojo y de encajes, en el que resaltaba levemente el color más oscuro de sus pezones.  Mi boca iba besando su piel cada vez más cálida y tierna, mientras que con la yema de los dedos le acariciaba el pubis y me dirigía hacia el interior de su vagina.

Los dos hacíamos nuestros movimientos lentamente, recreándonos. Yo la sentía excitarse cada vez más y ella me obsequiaba con un manoseo delicado y experto de mi pene.

Lamí varias veces el pezón del pecho que había dejado descubierto y lo sentí ponerse duro. Entonces lo succioné suavemente para soltarlo y ver cómo creía. Lo volví a chupar. Mientras, mi dedo encontraba su sexo cada vez más húmedo y lo introducía con más decisión y cada vez más profundamente. Ella cada vez movía su mano con la misma confianza y contundencia con que yo lo hacía.

–Ponte ya el preservativo- Me dijo con la voz entrecortada.

-¿El preservativo?-

-¿No me digas que no llevas preservativo?- Dejamos de acariciarnos

-¿Cómo voy a llevar preservativo a la cena familiar de año nuevo?-

-¡Joder!-  Mi cuñada se había puesto de repente de mal humor. Se arregló el vestido. Yo estaba decepcionado.

-¡Pero Sonia!-

-¡Nada de pero!¡Para hacerme unos dedos me valgo yo sola!-

-¡Pero mira como me has dejado!-

Sonia miró mi pene saliendo de mi pantalón y al verlo o se compadeció de mí o le entró hambre. Sin mediar palabra me desabrochó el cinturón del pantalón y me desabrochó el pantalón. Me lo bajó hasta las rodillas. Miré entusiasmado como dirigía la boca a mi pene y lo lamía, mientras lo agarraba con la mano. Yo volví a bajarle el tirante del traje y del sostén y le agarré un pecho con la mano.

Comenzó a mover su boca y la mano haciéndome sentir maravillas. Era una boca que devoraba mi pene con avidez. Yo estiraba mi cuerpo y me movía ayudando a que mi pene se metiera todo lo que podía en su boca. Mi excitación iba creciendo, por su felación y por sentir su pecho tierno y caliente en mi mano,  y ya estaba a punto de correrme.

Le advertí para que retirara la boca, pero siguió lamiendo y no puede retrasarme más. Comencé a eyacular. Al sentirlo, Sonia, en lugar de apartar su boca comenzó aa chupar todavía con más gana. Se la notaba muy excitada y que le encantaba lo que estaba haciendo. Me succionaba la cabeza del pene para ordeñarme entero.

Tuve que pedirle que apartara ya su boca, porque me había sacado hasta la última gota de mi leche, y en cambio seguía mamándome. Se limpió los restos de semen de sus labios, con la palma de la mano y me sonrió. – No te preocupes por el preservativo. Luego lo llevaré yo.-

“Así que va a haber una segunda parte”, pensé. Y le devolví una sonrisa pícara.

Por eso tardamos tanto en volver a casa. Claro, que nosotros dijimos que nos habían parado en un control de alcoholemia, y que tuvimos que esperar un rato, porque tenían una cola enorme y porque no encontrábamos la documentación del coche.

A las dos de la noche, mi mujer y yo nos volvimos a casa a pasar el resto de la noche. Yo ya sabía que no haríamos nada especial. Nunca lo hacemos. Tenemos una vida conyugal muy aburrida.

Ella se acostó. Yo me quedé dormitando en el sillón, con la excusa de recoger al chico,  y viendo el programa de televisión, esperado la llegada de la hora convenida. A las cuatro menos diez de la noche recibí el whatapps de Sonia.  Simplemente decía: Te espero en la fiesta de los chicos.

Allí me planté en 10 minutos, y allí estaba ella con su coche. Salí del coche y hablamos. Hice lo convenido. Llamé a mi hijo. Me interesé por su estado. Le dije que no hacía falta que saliera de la fiesta.  Le dije que su tía vendría a recogerlo a él también, así que estuviera al tanto de sus primos.

Sonia me dijo que la siguiera. Me llevaba a una casa que, según me dijo, ella normalmente tenía encomendada la tarea de la limpieza, porque sabía que los dueños vivían en Madrid y no había nadie. Me pareció buena idea, porque me la quería follar. Era eso lo que quería: sexo;  follármela. ¿Tan difícil es de comprender?

Se detuvo frente a un bloque de apartamentos. Fue fácil aparcar, porque era el típico bloque de veraneantes. Sonia salió del vehículo y me hizo una seña para que la siguiera. Salí de mi vehículo y me metí en el portal con ella.

–En este apartamento no hay nadie. Me han dicho que tenía toda la semana para venir a limpiar- Me dijo para tranquilizarme-

-¿Estás segura?-

-Claro. Los dueños son de fuera, y lo alquilan, y esta semana no viene nadie, por eso me han dado tanto margen. Me he fijado que todas las luces están cerradas.-

Era el segundo piso. Nos metimos en el ascensor. Le cogí el culo mientras  besaba su cuello,  y ella se dejó. No me dio tiempo a magrearla demasiado. -¡Vamos!-

Abrió la puerta sin problemas.  Conocía bien la cerradura. Y desconectó la alarma. Nos metimos sigilosamente y cerró la puerta después de encender la luz de la habitación de entrada. Luego me llevó al salón. Encendió una lámpara y bajó las persianas hasta abajo. El piso estaba algo frío pero nosotros estábamos muy calientes.

–Te voy a enseñar las braguitas rojas que llevo puestas.-

Mientras me decía eso el vestido que llevaba se deslizó por su cintura y emergió la figura sensual de Sonia, con el conjunto de lencería que ya me había mostrado en el coche, unas horas antes. Yo no me lo pensé y comencé a desnudarme. Primero por arriba y luego por debajo, hasta quedarme sólo en calzoncillos.

Me acerqué entonces y la abracé, pero no fue un abrazo fraternal. La abracé para pegar mi cuerpo al suyo. La agarré de las nalgas, con fuerza, y la atraje hacia mí. Ella me incendiaba con sus palabras -¡Uuhh! ¡Parece que vienes con muchas ganas! ¿No?-

-Muchas. Llevo años esperando este momento-

-Ya me había fijado como me mirabas. ¡Tonto! En lugar de intentar hacerte el simpático, siempre tan serio y tan distante.-

-Como corresponde al cuñado de una señora respetable-

-Es que yo no soy respetable. Yo soy una zorra-

Nuestras bocas se sellaron. Mi lengua se metió en su boca, su lengua se metió en la mía. Le bajé un tirante del sostén y ella a continuación bajó el otro. Sentí sus senos en mi torso y apreté todavía más sus nalgas para sentirla más cerca, mientras se deshacía del sujetador.

Nuestro beso no era un beso de cariño precisamente. Era un beso obsceno, de pura pasión sexual. Nos comíamos los labios.  Yo le magreaba las nalgas, mientras ella bajaba sus manos por mi vientre y sacó mi pene y los testículos de los calzoncillos y empezó a acariciarme.

Me estuvo acariciando los testículos, como si estuviera calculando lo que pesaban. Yo dejé de besar su boca y comencé a besuquear su cuello y sus hombros. Sus manos se deslizaron para valorar el tamaño de mi tallo.

Las yemas de sus dedos acariciaban ahora el glande, en la parte de detrás, suavemente, haciendo que mi pene se tensara y alcanzara toda su máxima extensión. Incliné el cuello y mi boca fue descendiendo, describiendo una curva que se acercaba a las axilas, pero que luego se torcían hacia los pezones. Lamía alrededor de cada pezón mientras sentía su mano medio cerrada coger mi pene y comenzar a moverla, en torno al tronco de mi miembro.

En un momento dado me comí los pezones de su pecho, primero el de una teta, y luego el de la otra. Eran unos pezones bien marcados y grandes, que el recibir mis lametones y succiones se volvieron a poner duros y erguidos.

Le cogí la mano que me acariciaba el miembro. – Vas a conseguir que me corra. Déjalo-

Me miró y me dijo con una sonrisa pícara. – Yo no te he traído aquí para hacer manitas.-

Le cogí el labio inferior de la boca con los míos y tiré de ellos, mientras separaba sus nalgas y después le pregunté - ¿Dónde quiere que follemos?-

No me respondió. Simplemente tiró de mí y me llevó al dormitorio, cruzando un largo pasillo. El dormitorio tenía un armario cubierto de espejos y una cama enorme. La cama estaba mal hecha. Los que habían estado antes no habían hecho muchos esfuerzos por el orden.

–Es lógico que estén así las camas- Me dijo Sonia.- Ya que saben que yo tengo que venir a cambiar las sábanas.-

Se agachó un poco para retirar la colcha y pude apreciar su magnífico trasero. Me coloqué detrás de ella y cuando se enderezó, se encontró con mi miembro, justo a la altura de sus nalgas. Me restregué bien restregado y ella hizo lo mismo. La agarré de los senos y comencé a jugar con sus pezones y a besarla en el cuello mientras seguíamos con ese baile sin música.

Busqué su sexo. Puse mi mano en su vientre, por encima de las bragas, primero, y luego entre las bragas y su piel. Mi mano descendió a su sexo, mientras con la otra mano jugaba con sus pezones y le mordía con suavidad el cuello. Ella echaba su trasero hacia detrás para rozarse con mi pene exultante.

En uno de esos vaivenes, se bajó las bragas y doblando una pierna primero, y luego la otra, se deshizo de ellas. Las tiró por encima de mi hombro, hacia detrás, cayeran donde cayeran.  Yo encontraba su vagina cada vez más mojada, y pensé que era el momento de rematar la faena. La empujé suavemente para que se echara en la cama. Se dio la vuelta y me miró. Me preguntó con picardía -¿Has traído los preservativos?-

Me quedé estupefacto -¿Yo? ¿No dijimos que los ibas a traer tú?-

Sonia sonrió. Se levantó desnuda. La vi menear las caderas ostensiblemente mientas andaba.  Y salió del dormitorio para volver con el bolso en la mano y sacar una caja de preservativos. -¡Sírvete tú mismo!- Luego se lo pensó mejor -¡Espera!-

Sonia se sentó en la cama y me atrajo hacia ella. No se lo pensó dos veces y se metió la cabeza de mi pene en la boca y comenzó a lamer la parte posterior del glande. Aquello era delicioso. Le puse la mano en la cabeza. No quería volver a correrme en su boca, así que le pedí que parara. - ¡Sonia, por favor! ¡Para!-

No paraba. Disfrutaba poniéndome al borde del orgasmo - ¡Para! ¡Que me voy a correr!-

Separó su boca de mi pene y me miró a los ojos con lujuria.- ¡Ahora vamos a follar! ¡Métemela!-

Me coloqué el preservativo, mientras ella se tendía en la cama, con la cabeza apoyada en la almohada, vigilando la operación. Yo me acerque a gatas y me tumbé encima de ella, sin presionarla. Junté la frente con la suya y nos miramos intensamente a los ojos. Busqué a tientas su vagina. Su mano me condujo hasta ella. Estaba húmeda y lubricada, así que comencé a penetrarla poco a poco, centímetro a centímetro.

Ella mantenía sus piernas abiertas y movía ligeramente su vientre y sus caderas, desde atrás hacia adelante y desde adelante hacia detrás.  Yo comencé a moverme también, lentamente, buscando meter mi miembro todo lo más profundamente que podía dentro de su vagina.

Nuestros cuerpos encontraron rápidamente el ritmo. Ella cruzó sus piernas sobre mis muslos y los atrapó. Yo cada vez estaba más excitado y la encontraba a ella también, caliente como una gata en celo. Comencé a moverme más rápido y más intensamente. Mi cuñada también se movía. La cama crujía por nuestros  movimientos.

Sonia comenzaba a gemir y yo presentía que su orgasmo estaba cerca. Yo no iba a poder aguantar mucho más – ¡Me voy a correr!- Le dije. –Espera- Me respondió en un susurro.

Aguanté un poco. Ella comenzó a moverse más que yo. Buscaba el roce interior con mi pene. Me abrazó con una fuerza enorme y comenzó a gemir,  a dar chillidos ahogados. Yo empecé a acelerar mis movimientos y como estaba a punto, pronto empecé a eyacular, mientras ella se corría, abrazada a mi cuello y dando pequeños chillidos de placer.

Nuestros vientres chocaban y mi miembro se movía en su sexo, en un oleaje intenso que hacía que tan pronto estaba hundido dentro de ella como medio fuera. Estuve así hasta que no pude más. Sonia se sacudía debajo de mí. Detrás del primer orgasmo pareció que venían otros, o tal vez fue el mismo que se alargó en el tiempo.

De cualquier forma, yo ya estaba vacío, así que me quedé quieto, y luego me aparté, exhausto.

-¿Ya está?- Me dijo como decepcionada.

-Bueno, yo de momento he parado-

Sonia se puso de medio lado, con la cabeza apoyada en la mano, del brazo que se apoyaba sobre el codo. Con la yema de los dedos de la otra mano, comenzó a acariciar suavemente mi vientre, y mi pubis. Luego hizo lo mismo en mi pene, suavemente, de arriba abajo y de abajo a arriba.

-¡Espera! ¡Ya verás!- Me dijo.

Se recostó sobre mi torso. Yo me tumbé entonces en la cama, con la cabeza en la almohada, mirándola. Me besaba en el pecho, e incluso lamió uno de mis pezones. Tengo que reconocer que el roce de su pelo, la humedad de sus labios… me volvió a excitar.

-¡Vas a ver!- Se deshizo del preservativo que cubría mi pene medio abatido y comenzó a acariciarme de nuevo. Esta vez, sin latex de por medio, sentía mucho mejor el dedo que me acariciaba. Después, llevó su boca hasta mi miembro.  Se afanó en lamerlo y dejarlo limpio de semen a base de lametones y chupetones. Lo lamía como un chupa-chup.  No tardé en sentir que mi pene crecía con renovada fuerza. Aquellos lametones recibidos, justo después de haberme corrido, eran como calambrazos de placer.

Sonia agarró su bolso y sacó un preservativo nuevo. Lo colocó en mi miembro. Lo desenroscó un poco con sus dedos, y luego hizo el resto con la boca, poniendo los labios en forma de “o” y metiendo mi pene en su boca. A esas alturas yo ya estaba preparado.

Entonces Sonia se sentó encima de mi vientre. Noté como su sexo mojado me empapaba el vientre de sus flujos. Echó su mano hacia detrás y me agarró el sexo, dejó caer  su cuerpo contra mi pubis y dirigió mi miembro hacia su vagina húmeda, que enguyó mi pene de un tirón.

Yo no tenía que hacer nada. Ella lo hacía todo. Comenzó a moverse, a cabalgarme. El giro, al principio suave, de sus caderas, provocaba que mi pene la siguiera en sus idas y venidas, pro que el sentarse sobre mí había atrapado mi miembro y su vagina no lo soltaba.

Se echaba hacia detrás y miraba al cielo. Colocó sus manos en mis muslos y movía la cabeza en forma circular, como si estuviera bebida, como se hubiera fumando un porro, como si hubiera perdido la conciencia.

Los movimientos de sus caderas aumentaban en intensidad. Cambió la posición de sus manos, y las colocó sobre mi pecho. Deslizaba la palma de sus manos por mis pectorales una y otra vez mientas se movía. Me apretó el pecho, hincando sus dedos y deslizándose de nuevo, como queriéndome arañarme. Doblé las rodillas y giré un poco mi cintura. Aquello le gustó porque seguramente se la estaba metiendo más profundamente.

Finalmente adoptó una posición en la que su tronco y mi cuerpo hacían un ángulo de unos 45 grados. Yo la agarré de la cintura. Ella cambió su forma de moverse, y ya no se deslizaba en movimientos rotatorios, sino que botaba sobre mi vientre. Y al botar ella botaban sus senos.

Le agarré los pechos y luego las nalgas. Se las separé para que se sintiera más abierta y mi pene la penetrara más profundamente. Sonia parecía fuera de sí. Botaba rítmicamente pero sin control, sin conciencia. Yo por mi parte, volvía a estar muy excitado. Sentía su vagina recorrer mi pene.

Cada vez más excitados. Comencé a moverme debajo de ella, intentando seguir su ritmo desbocado.

De repente, ella comenzó a gemir, a chillar. Casi tumbada sobre mí, había reducido el ritmo pero ganaba en intensidad. Sus brazos me agarraban de los hombros y sus pechos caían sobre mi  cuerpo rozándome con sus pezones. Yo la sostenía cogiéndole fuertemente de las nalgas, de donde no había separado mis manos. Sus gemidos, sus pechos, su ritmo desbocado, finalmente consiguieron exprimirme otra vez y solté el poco semen que me quedaba dentro.

Sentir que me corría fue para ella un revulsivo y comenzó de nuevo con gemidos, chillidos y susurros.

Cuando acabamos,, ella se quedó como sentada, con las piernas a ambos lados de mi cintura y su cuerpo pegado a mí. Mi pene fue saliéndose de su vagina conforme fue desinflándose. Al principio su cabeza estaba sobre mi pecho y yo sólo sentía su caballero oscura en mi cara, pero luego buscó mi boca con avidez, y yo la suya, y nos besamos de nuevo con la misma pasión y lujuria que al principio.

-Hoy si que has estrenado, ¿Verdad?- Le dije al fín.

-No ha estado mal- Todavía le quedaron ganas de acariciar mi miembro, aunque ya si mayores pretensiones.

-Podríamos celebrar más cosas juntos, ¿No te parece?-

-Podría ser. Ya veremos.-

Saltó de la cama y fue al baño. Escuché la ducha. Se limpió. Luego comenzó a vestirse. Yo hice lo propio. Nos despedimos en el ascensor. Nos besamos de nuevo. Y luego yo me fui a la casa. Ella se volvió a recoger a los chicos.

A los pocos días me enteré de que los dueños del apartamento habían despedido a Sonia. Ya no iba a limpiar más esa casa. Me temí que hubiera sido por lo que hicimos esa noche. Así que la llamé. –¡El muy cabrón notó que se había desconectado la alarma y estuvo vigilando!¡Nos vio darnos el lote en el salón!¡Luego no vió salir del dormitorio!-

-Bueno. Ha sido mala suerte, pero ponte en su lugar. Si vas a una casa que no es tuya con un hombre, eso no gusta-

-¡Sobre todo si te estás follando al dueño de esa casa!-

Me quedé pensando en la vida sexual tan activa de Sonia, bueno, lo que realmente pensaba era en lo zorra que era mi cuñada. Por eso, para compensarlo por lo sucedido, y con el beneplácito de mi señora, porque al fin y al cabo, Sonia es su hermana, le ofrecí un trabajo de media jornada en mi oficina. Y así estamos. Entre teléfono y gestiones pasamos las tardes.

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